El movimiento se ha extendido esta semana a estudiantes, profesores y periodistas, y las demandas de los manifestantes van cada vez más allá de la mera exigencia de la dimisión de Bouteflika para desafiar al régimen en su conjunto.
Sábado 2 de marzo de 2019 14:05
Desde el 22 de febrero, se movilizan en Argelia miles de manifestantes en todo el país contra la candidatura anunciada por Bouteflika para un quinto mandato presidencial. Con cuestionamientos ante todo democraticos contra la “monarquía” de Bouteflika, presidente desde 1999, varios problemas sociales invaden la escena politica nacional.
El viernes 1 de marzo se realizaron en todo el país manifestaciones aún más masivas que la semana pasada. En Argel, los manifestantes lograron desafiar al enorme despliegue policial antes de marchar hacia el palacio presidencial.
Las grandes manifestaciones del 22 de febrero marcaron un salto en la protesta contra el régimen de Bouteflika. Aunque antes de esa fecha la lucha de clases ya estaba presente en Argelia, como lo demuestran las numerosas huelgas y movimientos de protesta, la movilización actual está logrando poner en marcha a todas las capas populares y masas desheredadas de Argelia. Así, el viernes pasado, los manifestantes habían desafiado la prohibición de las manifestaciones en Argel desde 2001, al igual que la gran movilización estudiantil de 2011, durante la cual los estudiantes lograron atravesar los controles de carretera de la policía, y se produjeron manifestaciones en todo el país, incluso en pequeñas ciudades aisladas.
La movilización aumenta
Este viernes 1 las manifestaciones fueron aún más masivas, y aunque las fuerzas represivas del gobierno habían atrincherado Argel, los manifestantes marcharon hacia el palacio presidencial, logrando romper las barreras policiales. La creciente afluencia de manifestantes está concentrando varios sectores importantes y no es independiente del punto de inflexión de la movilización, que se centra cada vez más en cuestiones económicas y sociales atribuibles al régimen, fuente de pobreza y opresión para la mayoría de los argelinos.
De hecho, este martes fueron los estudiantes quienes salieron a las calles en gran número a pesar de la fuerte presencia policial frente a los colegios. Las fuerzas represivas incluso sellaron las puertas de las universidades para evitar que los estudiantes salieran, sin éxito. Todo esto sucede mientras los sindicatos estudiantiles leales al régimen han asegurado su apoyo a Bouteflika, utilizando la consigna "no en nuestro nombre", tradicionalmente usada en las procesiones estudiantiles para atacar a las burocracias sindicales al servicio del gobierno. Mientras tanto, los maestros convocaron dos días de huelga, el 26 y 27 de febrero.
El miércoles, los periodistas se reunieron en Argel contra la censura del régimen. Mientras casi mil periodistas se concentraban en la cínicamente llamada Plaza de la Libertad de Prensa, decenas de ellos fueron arrestados y cargados en furgones policiales antes de ser liberados esa misma noche.
Incluso la diáspora argelina en todo el mundo se reunió masivamente el domingo pasado, particularmente en París, en la Plaza de la República, donde hubo más de 3.000 manifestantes. Y a medida que se acerca el 8 de marzo, el movimiento de mujeres no permanece callado, ya que anuncia una manifestación para converger con la protesta contra el régimen. Aunque Bouteflika representaba al principio de su mandato al hombre providencial que afirmaba desempeñar un papel de árbitro entre los intereses de las diferentes clases sociales argelinas, su figura está ahora cristalizando el descontento contra el régimen.
Sólo con la huelga general se puede tumbar este régimen
Sin embargo, para derribar el régimen, queda un obstáculo por superar. La gestión burocrática del Sindicato General de Trabajadores Argelinos es un aliado preciado para el gobierno. Su Secretario General, Sidi Saïd, ha asegurado a Bouteflika su apoyo, incluso haciendo campaña para reunir las firmas necesarias para patrocinar su candidatura. Pero el cuestionamiento a esta dirección a las órdenes de las clases dominantes está empezando a hacerse oír. La semana pasada ponía en entredicho su legitimidad las secciones sindicales de Aokas, ahora son las de Khenchla las que cuestionan a Sidi Saïd.
Así mismo, el jueves se celebró una reunión de trece sindicatos gremiales bajo la presión de los propios trabajadores. Pero la convocatoria que surgió fue una mezcla de educadas demandas a Bouteflika para que concediera algunas libertades democráticas y garantizara la seguridad de las manifestaciones, con propuestas veladas para enmarcar el movimiento y aparecer como un interlocutor privilegiado para que el gobierno negociara un resultado del conflicto. Este episodio demuestra una vez más que las burocracias sindicales son los aliados de las clases dominantes, junto a las que tendrán que acabar en los basureros de la historia.
Mientras más y más trabajadores desafían estas direcciones, surgiendo llamados espontáneos a la huelga, particularmente en Aokas, en Kabilia. Sin embargo, estos llamados siguen aislados y, para evitar el agotamiento, el movimiento tendrá que establecer una coordinación estatal que reúna a los distintos sectores movilizados, para que la orientación del mismo siga los intereses democráticos y sociales de las clases trabajadoras, y para que el movimiento adquiera una herramienta capaz de superar al régimen.
La crisis del gobierno
Para los beneficiados por el sistema, cualquier medio es bueno para salvar los muebles. Si la represión fue inicialmente débil, fue sobre todo porque la movilización fue superior a la capacidad del estado policial. Por eso el Primer Ministro afirmó cínicamente que la Constitución garantizaba el derecho a manifestarse, aunque tan pronto como fue posible reprimir, el gobierno no dudó en hacerlo. Este fue el caso de la movilización de estudiantes del martes, pero también de la detención de decenas de periodistas el miércoles. Lo mismo ocurrió el viernes en Argel, donde las fuerzas policiales utilizaron gas lacrimógeno. La represión implementada muestra que la movilización es aterradora para el gobierno, mientras que Bouteflika no ha hablado desde el 10 de febrero, cuando dio 25 minutos de discurso en el canal nacional para anunciar su candidatura.
Además, el gas y las porras no son las únicas herramientas al servicio del régimen. Si hablamos de las burocracias sindicales, también debemos mencionar el comunicado enviado por el Estado a los imanes del país, instándolos a hacer propaganda directamente contra las manifestaciones en su predicación, asociándolos con un pecado. Pero los argelinos que salieron a la calle el viernes no fueron engañados. Mientras que la semana pasada muchos testimonios hablaban de que los manifestantes salían de las mezquitas espontáneamente en el momento de la oración, dejando solos a los imanes, esta semana en Bejaia el llamado a manifestarse no esperó a la oración de la tarde, desaprobando así el potencial religioso que habría tratado de disuadirlos de manifestarse.
De hecho, la situación ha cambiado significativamente desde principios de los años noventa. Los argelinos vivieron la década negra y, sobre todo, experimentaron que detrás de los hermosos discursos de los islamistas que “defendían los valores morales”, pero habían unido fuerzas con los distintos gobiernos para llevar a cabo las mismas reformas antisociales que el Movimiento por la Libertad y la Paz.
Aunque los islamistas parezcan obsoletos por el momento, las clases dominantes pueden contar ahora con otras fuerzas políticas para intentar reconstruir sus fuerzas. Así pudimos ver en la manifestación del viernes a personalidades como Issad Rabrab, propietario del mayor grupo privado argelino, sugiriendo que él también compartía la reivindicación de los argelinos que salían a la calle.
Pero hay que decir que la vida cotidiana de la mayoría de los argelinos no tiene nada que ver con la del multimillonario. Si a estos sectores les interesa que Bouteflika se vaya no es para luchar contra las desigualdades sociales, sino para amplificar el ritmo de las reformas neoliberales que han sumido a los trabajadores, a los desempleados, a los precarios, a las mujeres en la pobreza durante años. Los únicos desacuerdos entre personajes como Rabrab y el régimen se refieren al tamaño de la parte del pastel que cada uno ha compartido durante años, y no tiene nada que ver con los intereses de las clases trabajadoras argelinas.
Macron: el imperialista se pone nervioso
No son sólo las clases dominantes argelinas las que están entrando en pánico. El Estado francés y las grandes empresas francesas también están en apuros, porque Argelia, cuya independencia ha sido sólo una fachada, representa un mercado lucrativo para las empresas francesas que exportan más de 6.000 millones de mercancías cada año. Hablando del sector energético, Argelia es uno de los principales proveedores de gas y petróleo de países como Francia o el Estado Español. Por eso Macron hizo que su embajador en Argelia hiciera un viaje expreso de regreso a Argelia para discutir la situación con carácter de urgencia.
De hecho, si Bouteflika cae, Macron quiere saber quién podrá preservar los intereses de Francia en Argelia. Si bien la opción de intervención no parece privilegiada en este momento, es necesario que los trabajadores franceses se sean parte central de la solidaridad internacionalista con la lucha del pueblo argelino y denuncien cualquier forma de injerencia imperialista en Argelia.
Del rechazo a Bouteflika al rechazo al régimen
Hoy, por tanto, el quinto mandato de Bouteflika parece cada vez más complicado. Pero más allá del mismo, es la hegemonía de las clases dominantes lo que se está cuestionando. Aunque no es imposible que éstas intenten contrarrestar la impopularidad del régimen presentando a otro candidato como Ghediri, no es seguro que los trabajadores argelinos y las clases trabajadoras simplemente cambien de presidente y acepten el programa antisocial del recién llegado. Cada vez más, el rechazo a Bouteflika está convirtiéndose en un rechazo al régimen de explotación, opresión y miseria.
Traducción: Jorge Remacha