El caso de Marco Antonio no fue aislado, es una práctica sistemáticamente organizada desde el Estado que ha convertido a la juventud en uno de sus principales enemigos a contener. En México, cualquier joven puede ser Marco Antonio.
Miércoles 7 de febrero de 2018
Este inicio de semestre me presenté a impartir la clase a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México plantel Cuautepec, en la carrera de Derecho. Como cualquier inicio de curso, le pregunté a cada uno de los estudiantes ¿Por qué decidieron estudiar esa carrera? y le sume una más ¿En qué bachillerato habían estado? Quise conocer un poco más a los seres humanos con los que compartiré espacio, vivencias y conocimientos.
A la segunda cuestión, la mayoría respondió que habían cursado en Bachilleres, Cetys, Escuelas Oficiales del Estado de México, Conaleps, etc. Este dato nos indica que son hijos de trabajadores, su educación fue en general tecnificada y fueron excluidos de otras universidades. En resumen, son una generación precarizada.
Para la primera interrogante yo esperaba escuchar las respuestas más comunes: “porque quiero conocer nuestro sistema jurídico”, “mi familia ha tenido problemas legales”, “me gusta discutir”, etc. Sin embargo, en varios de los jóvenes (que en su mayoría no rebasan los 20 años de edad) prevaleció una respuesta que me impactó profundamente y fue: “Decidí estudiar derecho porque la policía me ha querido detener aunque yo no hiciera nada, entonces quiero conocer mis derechos para defenderme”.
En ese momento, que yo sentí como una eternidad, los observé detenidamente: son jóvenes, morenos, cabello largo, ropa negra, con estoperoles y en su mayoría de los sectores más pauperizados. En ese instante vi el rostro de Marco Antonio Sánchez (el muchacho desaparecido y torturado por la policía de la Ciudad de México) en cada uno de los estudiantes, o dicho de otra forma, observé a objetivos potenciales de la criminalización del Estado contra la juventud.
El gobierno instauró como política pública el disciplinamiento contra toda una generación, usando los métodos más brutales dignos de cualquier dictadura militar (desaparición forzada, tortura, asesinato, etc.) y que tiene como objetivo último la inhibición de cualquier signo de inconformidad y organización de parte de un sector muy amplio de la población.
El caso de Marco Antonio no fue aislado, es una práctica sistemáticamente organizada desde el Estado que ha convertido a la juventud en uno de sus principales enemigos a contener. En conclusión, cualquier joven puede ser Marco Antonio.
Sin embargo, este caso también demuestra que con organización y movilización se puede regresar a los desaparecidos. Que ante la política represiva implantada por el gobierno la victoria es posible y que la organización se convierte en la única salida. De cara a un escenario en donde la represión, lejos de atemperase, se volverá cada vez más agresiva, sólo queda la lucha como única senda.
Imagen central: Telesur