Cientos de miles en las calles contra la violencia y precarización, ¿qué necesita el movimiento de mujeres para imponer sus demandas?
El 8M fue una jornada nacional multitudinaria, que pintó las calles de violeta con cientos de miles que salimos a movilizarnos contra el feminicidio, la violencia y la precarización, como planteamos en esta nota. En ciudades como Monterrey, Guadalajara y Puebla las marchas fueron masivas; en Torreón, Juárez, Hermosillo, Guanajuato y varias más, decenas de miles paralizaron las principales vías de comunicación.
Tan sólo en la Ciudad de México marcharon más de 250 mil personas, en todos los casos las movilizaciones tuvieron una alta composición juvenil, la presencia de cientos de familiares de víctimas de feminicidio exigiendo justicia y trabajadoras de múltiples sectores; destacó la participación de personas trans no binaries y disidencias denunciando los crímenes de odio, transfeminicidios y la discriminación.
Una impresionante convocatoria en el marco de una jornada internacional de lucha, que ha tomado cada vez más fuerza en los últimos años con la emergencia del movimiento de mujeres en distintas partes del globo y con las convocatorias a paro internacional de mujeres.
Pan y Rosas, como parte de un bloque combativo e independiente del gobierno y la derecha, impulsado con sindicatos y organizaciones, constituido desde de la Asamblea de Trabajadores en Lucha, marchó con una columna de más de mil personas, con jóvenes y trabajadoras de distintos sectores. Asimismo, nos movilizamos en Ciudad Juárez, Chihuahua y Hermosillo, Sonora, junto a compañeros y personas LGBT.
Un verdadero fenómeno de politización y movilización, que demuestra que el 8M es ya una jornada conquistada para la lucha, aunque la política de las direcciones sindicales que se niegan a participar decididamente evitó que las miles de trabajadoras que marcharon no quedaran diluidas en una composición ciudadana.
Es evidente que el gobierno no logra pasivizar al movimiento de mujeres, a pesar de lo que significó la pandemia, que en un sentido cortó la dinámica expansiva manifestada en 2020. Aun luego de asegurar, como hizo el presidente López Obrador en el evento oficial por el Día de la mujer, que “la 4T hizo una realidad el feminismo”, la masividad de la marcha del 8M es por sí misma un cuestionamiento a los límites de su política progresista. La realidad es que su política es impotente para frenar la violencia heredada de los gobiernos neoliberales.
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El feminismo de la 4T: impotente para cambiar la realidad de millones de trabajadoras
Los límites de los programas sociales, que significan una ampliación relativa de determinadas funciones del Estado aprovechadas para fortalecer la hegemonía del gobierno y su control sobre masas populares y trabajadora, es muy evidente en el caso de aquellos enfocados al apoyo a mujeres. Por un lado, los recursos y cantidad de programas dirigidos a la población femenina se han reducido (por ejemplo, los destinados a refugios para víctimas de violencia). Por otro, los que representan un apoyo monetario significativo para miles de jefas de familias, resultan insuficientes para acabar con la pobreza y no plantean terminar con la precarización e inestabilidad en el empleo. Además, la desocupación, los empleos que perciben un salario mínimo y el costo de la vida han aumentado, las mujeres constituyen el mayor porcentaje de autoempleadas y de trabajadoras del sector informal.
Ninguna de estas problemáticas se resuelve con programas sociales que no ponen a discusión la situación estructural que sufren millones. Se requiere una política que ataque las ganancias de los grandes empresarios para garantizar que el trabajo actual se reparta entre todas las manos disponibles con un salario que cubra la canasta básica y aumente según la inflación, atacando la desocupación, los salarios que no alcanzan y el aumento en los precios.
Ni hablar de la política punitiva de aumento de penas y mayor tipificación de delitos, que no previene la violencia y responde castigando individuos, pero dejando intactas las condiciones estructurales que permiten la vulnerabilidad de las mujeres. Esta política ha sido impotente para acabar con el feminicidio.
Lejos de esto, la militarización del país y la asociación de las fuerzas represivas con el crimen organizado, de la mano de la acción de los propios cárteles, llevaron a un aumento del feminicidio de 7 a casi 11 asesinadas desde el 2015. La impunidad alcanzó un índice de más del 95 % para sólo el 33 % de feminicidios, que son investigados como tales a pesar de la Alerta de Violencia de Género decretada en más de 22 entidades y de las fiscalías especializadas. Lo que es más, aumentó el 10 % de la desaparición forzada desde el 2018 en el principal corredor migratorio del mundo, afectando sobre todo a mujeres y personas trans desplazadas.
Todo esto demuestra que no se puede confiar en las instituciones del Estado ni en el gobierno y que un movimiento masivo y en las calles debe pelear por la desmilitarización del país y por comisiones independientes para investigar los casos de violencia, además de una política que busque cuestionar las condiciones estructurales de vulnerabilidad, como decíamos arriba, atacando la desocupación y los bajos salarios.
Las distintas funcionarias de la 4T, sus legisladoras y secretarias de Estado, aparecieron muy agradecidas del gabinete paritario y de los avances de la 4T porque saben que el apoyo de las mujeres en las elecciones es clave para mantener su hegemonía y que les conviene resaltar ese perfil feminista. Por eso han tenido una política de cooptación, que busca evitar el desarrollo de sectores independientes al gobierno y que cuestionen sus planes y gestión.
Parte de esto también es su política para apropiarse de banderas que se impusieron con la movilización, convocando a un “8m antieoliberal, obrero y popular”, con foros de formación sobre feminismo socialista. Algo absolutamente contradictorio: uno de sus puntos más fuertes para hablar desde un supuesto progresismo es un feminismo aliado de los empresarios y la explotación capitalista y una política que está lejos de trasformar, de manera superadora, la vida de millones de trabajadoras.
Su feminismo liberal no pretende combatir la explotación ni la violencia sobre millones de mujeres pobres y trabajadoras mientras unas cuantas logran concentrar poder e influencia —como bien señaló la revista Forbes— y toman decisiones al servicio de administrar los negocios de los grandes empresarios y sus intereses, que están siendo beneficiados como dejan ver Carlos Slim de Grupo Carso o Germán Larrea de Grupo México, quienes aumentaron cuantiosamente sus fortunas o como demuestra el acuerdo para la instalación de Tesla de Elon Musk en Nuevo León. Para colmo, es un feminismo aliado de las Iglesias, expresadas en figuras como Amairany Peña Escalante, diputada de Morena por Sonora, que en el evento oficial del 8M citó un pasaje de la biblia o las alianzas electorales del 2018 con el Partido Esperanza Social.
Una similar apuesta tiene la derecha conservadora, que le hace la competencia al gobierno buscando capitalizar el descontento contra la violencia machista y feminicida. El Partido de Acción Nacional (PAN) protestó el 7M contra los feminicidios haciendo pintas, cinismo puro, ya que fue el principal partido en impulsar la militarización del país cuya consecuencia fue el alza exponencial de fenómenos tan reaccionarios como el feminicidio. Y plataformas como Women on Fire, con muchísimos seguidos en redes sociales y que posicionó a Alesssandra de la Vega, empresaria panista y funcionaria de la alcaldía Miguel Hidalgo en la CDMX, movilizó un contingente muy superior a aquellos que marcharon abiertamente como 4T el 8M.
¿Por qué las trabajadoras fueron invisibles este 8M?
En esta jornada masiva e histórica, llamó la atención que después de un intento timorato de participación de distintas direcciones sindicales, no hubiera contingentes destacados de trabajadoras, marchando muchas diluidas en la manifestación. En el caso de la capital del país, entre cientos de miles de mujeres, no vimos contingentes de trabajadoras de la UNAM que conforman el STUNAM ni del Sindicato de telefonistas (STRM) a pesar su intención de convocar a la movilización y de formar parte de la Coordinación 8M (cuyas organizaciones marcharon separadas, diluyéndose varias en el conjunto de la movilización)
El reciente encuentro de mujeres sindicalistas —que tuvo un fuerte enfoque punitivo, apunta a reforzar la injerencia del Estado en los sindicatos— contó con más de un centenar de asistentes, representantes sindicales de algunas de las principales centrales y los sindicatos más numerosos del país, así como algunos referentes en lucha como el sindicato de Notimex (SutNotimex). Dirigentes de la CROC, la CTM, la CROM y hasta la SNTE, todos históricamente priístas y famosas por los métodos gangsteriles de sus burocracias, se dieron cita con dirigentes campesinas de la CTC, con dirigentes de sindicatos que se reclaman democráticos como los pertenecientes a la UNT —STUNAM, ASA, ASPA y STRM— y con la referente de la CATEM, nueva central impulsada por el gobierno.
También con funcionarias del gobierno, que llamaron a unirse a la “transformación feminista” de la 4T con un discurso que celebra los cambios, que en supuesto beneficio de la igualdad de género implica la Reforma Laboral. La composición del encuentro da fe, por sí sola, de la intención del gobierno de fortalecer su control sobre los sindicatos, pactando con burocracias priístas de lo más rancias (las cuales están lejos de encarnar ninguna transformación), negociando una tregua con direcciones supuestamente democráticas, que no se han movilizado los últimos años, y creando nuevas centrales a modo bajo su control.
Esta política de discutir entre los aparatos y no organizar ninguna lucha o acción seria desde la base para enfrentar la violencia machista en los centros de trabajo, la brecha salarial, la discriminación o el feminicidio, va en perfecta tónica con una política, que este 8M buscó dejar la participación de millones de trabajadoras al margen.
La realidad es que las direcciones sindicales se han encargado de mantener separada la lucha contra la violencia y la opresión, del combate a la explotación capitalista y la precarización del trabajo, fortaleciendo a las patronales y evitando que se desarrolle un movimiento de mujeres más poderoso. En el mejor de los casos, reducirla a una jornada folklórica de día libre o de asistencia voluntaria a una movilización, que podría haber aportado enorme fuerza para arrancar a la patronal las demandas de las mujeres.
Lamentablemente, estas direcciones se negaron a convocar seriamente a la base trabajadora de sus sindicatos para participar de la movilización y visibilizar a las trabajadoras en lucha. Llamados formales, sin contingente, sin aparato, casi para no participar fueron los que hicieron algunas de las direcciones sindicales que participaron del encuentro, logrando que decenas de miles de trabajadoras que marcharon el 8M quedaran diluidas en una masa ciudadana y feminista gracias a la negativa de sus direcciones a movilizar. ¿Dónde estaban las miles de telefonistas que están enfrentando el ataque de la reforma a jubilaciones y pensiones? ¿Por qué no aprovechar para que miles de trabajadoras del STUNAM y docentes precarizadas de la UNAM se movilizaran contra la violencia y el acoso que viven en sus centros, o contra la precarización?
En la industria fue similar la ubicación de direcciones que se reclaman como "alternativas", como el SINTTIA, que a pesar de ser impulsor de la recientemente formada Red de mujeres sindicalistas a través de las relaciones con el Solidarity Center vinculada a la AFL-CIO de EE. UU., organizó una charla y una actividad de autodefensa feminista, pero no llamó a asambleas de base para discutir cómo participar de la jornada, sumarse a la movilización o impulsar un paro contra la precarización y la violencia, siendo Guanajuato uno de los estados que encabeza los casos de feminicidios del país. O el caso de la CNTE, que lejos de organizar la participación de miles de docentes de manera democrática, se limitó a realizar un foro la noche del 8M con la participación del SUTIEMS y junto a Adriana Urrea, secretaria general del SutNotimex.
Muchos sindicatos se plegaron a la política pasiva de "un día sin mujeres", ahí donde hay mejores condiciones como el magisterio, la dirección del SNTE dio el día en algunas secciones; otros ofrecieron faltar el 9M a costa de que los varones cubrieran el trabajo, limitando la potencialidad de un paro y convirtiendo a los varones en esquiroles de hecho al servicio de la patronal. Un sentido común debe ser combatido entre los trabajadores, la dañina idea de que el 8M y la lucha contra la violencia son “cosas de mujeres” como si la violencia feminicida no debilitara la resistencia organizada de la clase o no fuera un mecanismo disciplinador para sectores combativos.
La realidad es que, además de punitiva, la política de las direcciones sindicales es negarse a movilizar porque depositan toda la confianza en el gobierno y privilegian los mecanismos institucionales a la lucha para obtener sus demandas; pero la lucha de clases internacional demuestra que solo los métodos de la clase obrera, el paro y la huelga general, desde la coordinación unitaria y la organización desde la base pueden echar abajo los ataques del gobierno y las patronales.
A la base trabajadora no le faltan ganas de movilizarse, lo que falta es superar a las direcciones sindicales y sus políticas de contención y de tregua con el gobierno, alimentadas por la confianza en las instituciones y las expectativas depositadas en una “Cuarta Transformación” que a cuatro años demuestra todos sus límites para transformar la vida de millones de trabajadores.
Por un movimiento masivo, combativo y en las calles, independiente del gobierno, la derecha, la burocracia y la patronal
Es urgente que el movimiento de mujeres levante una perspectiva independiente del gobierno y la derecha, depositando confianza solo en sus propias fuerzas, en métodos combativos de movilización para desarrollar toda la potencialidad de un movimiento masivo que tiene la fuerza para imponer sus demandas. En esta pelea, la clase trabajadora es una aliada indispensable porque maneja los hilos de la producción capitalista —como evidenció durante la pandemia con los sectores esenciales— y las mujeres somos mayoría entre sus filas.
Para poder imponer nuestras demandas y romper con la subordinación y pasividad que las direcciones sindicales mantienen frente al gobierno, es necesario organizarnos desde una política independiente del mismo, de la derecha, las patronales y las burocracias a su servicio. Es fundamental democratizar y recuperar los sindicatos para convertirlos en herramientas de lucha para imponer nuestras demandas, logrando que la clase trabajadora entre en escena y no quede diluida en movilizaciones ciudadanas, en las cuales además participan o pretenden participar, para quitarle todo filo combativo y progresivo, sectores que defienden los intereses de las clases dominantes aunque se nombran feministas.
Es indispensable pelear por una perspectiva de coordinación unitaria que se juegue a encabezar el descontento de millones de jóvenes y trabajadoras frente a la cruda realidad que vivimos, apostándose a construir un referente que logre articular los distintos esfuerzos de movilización y convocatorias en una gran jornada de lucha contra la violencia y sus responsables, el gobierno, el Estado y sus instituciones.
Los distintos referentes que participaron de la jornada del 8M no quieren coordinar estos esfuerzos, porque no quieren movimiento combativo en las calles., porque temen la potencia de unificar la lucha contra opresión y violencia y explotación capitalista. Quieren encorsetar al movimiento de mujeres en una práctica institucional, que respete la legalidad burguesa y el orden establecido.
Nuestra clase tiene el desafío de unificar a los sectores en lucha contra la violencia y la opresión y a aquellos que enfrentan la explotación capitalista y tienen el poder de transformarlo todo. Hace falta una política, que en centros de trabajo y estudio busque fortalecer esta perspectiva de independencia política y movilización, que se plantee la pelea por la desmilitarización del país, por un plan de emergencia contra la violencia, por condiciones de trabajo y salarios dignos y que busque ligar cada lucha por estos derechos elementales al cuestionamiento al Estado burgués, sus instituciones y la necesidad de liquidar la propiedad privada de los capitalistas.
Esa perspectiva de transformación revolucionaria de la sociedad para sentar las bases de un sistema distinto, donde no haya explotados ni explotadores y podamos construir una sociedad sin violencia ni opresión, es la que levantamos las feministas socialistas de Pan y Rosas. ¡Súmate a nuestra agrupación internacional de mujeres y disidencias!
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