En esta crónica que nos hizo llegar a La Izquierda Diario, la escritora Marina Klein reflexiona sobre las personas en situación de calle y como la represión es la respuesta que el Estado tiene para las casi ocho mil personas privadas de un derecho tan elemental como la vivienda.
Martes 8 de diciembre de 2020 10:24
Por Marina Klein
Una vez escuché un refrán que decía “dinero llama al dinero”. Es una frase de esas tantas que se tiran al mundo así nomás, sin mucha reflexión. Por ejemplo, si habitás la Ciudad de Buenos Aires y tuviste plata para abrir un bar o restaurante y para tramitar los permisos correspondientes, podés poner mesas en la calle y generar dinero.
Si no tuviste para un bar, ni para las mesas, ni para consumir lo que venden adentro, no podés vender ni una pulserita hecha con telas e hilos de colores juntadas gratuitamente por las calles de Once cuando cae el día.
No tenés derecho a usar el espacio público para intercambiar nada por dinero.
Así son las leyes de esta ciudad. Podés morir de inanición en el espacio público o de frío -no existe contravención ni delito en ninguno de estos actos- pero no podés intercambiar nada por dinero sin que en algún momento, cuando la autoridad lo crea pertinente, vengan a decirte que te vayas o a confiscarte la mercadería.
A la vuelta de mi casa vive Diego que hace dieciocho años que está en situación de calle. Creo que en sus primeras noches a la intemperie ni siquiera existía el término “situación de calle”que es algo más nuevo, como cuando decimos “contexto de encierro” o cosas así. En ese momento, me parece, todavía se decía “gente de la calle”, que es como él se sigue nombrando. Pasó todo este tiempo durmiendo bajo el cielo y las luces de la ciudad cuando había que dormir, y el resto del tiempo era un caminante que andaba sin tregua por todas partes.
Tuvo un ACV y ya no puede desplazarse como antes. Vino la pandemia y las cosas se complicaron aun más. Hay un espacio en la mitad de una cuadra en Villa Crespo que le quedó bien a su cuerpo. O mejor dicho, le quedó mejor que el resto de los lugares posibles. De día puede estar en un espacio que está afuera de una vidriera vacía, y de noche puede subir unos escalones un poco más adelante y dormir seco si llueve, en una especie de descanso semicircular, mirando la lluvia sin mojarse.
Tiene unos libros como medio de intercambio y son a voluntad del transeúnte.
Podés pasar por ahí y llevarte por ejemplo, una edición de 1946 de Las Aventuras del Barón de Münchhausen con grabados de Gustavo Dore, por lo que puedas pagar. Mi compañero lo hizo y tengo el libro en mi casa. Los libros en general están expuestos en la vereda o sobre el colchón que está prolijamente tapado con una frazada. Provienen de los lugares de donde vienen las cosas para quienes no pueden comprarlas, de la basura o de donaciones de lxs vecinxs, que por suerte son abundantes.
Así que en esta instancia novedosa de la vida, Diego tuvo que dejar de moverse y se convirtió en El Señor de los Libros de esa parte de la vereda. A las autoridades, así como a mucha gente que vive en los edificios o en las casas que circundan el pedazo de vereda que habita, le molesta la gente que, por los motivos más diversos, ha quedado del lado de afuera de las puertas y las paredes.
Es como un miedo sin explicación racional pero latente, que siempre anda ahí. Miedo ciego. Un día, a mediados de noviembre, llegó un patrullero con la orden de un fiscal para llevarse los libros. Lo acusaban específicamente de “uso indebido del espacio público”. Pero los libros son la excusa. En realidad siempre llaman a la policía que con los libros consiguió el motivo que necesitaba para obrar de forma explícita.
Me dijo la primera vez que charlamos que los cuerpos de quienes están en la calle molestan.
Cuando llegó la policía dieron argumentos sobre el mal uso del llamado espacio público. Tal vez no había yo reflexionado lo suficiente sobre lo que llamamos espacio público pero Diego me lo explicó así y pude entenderlo mejor.
Si le pregunto si se imagina soluciones posibles e inmediatas para la gente que está en situación de calle dice que no, que las soluciones son más profundas. Que el problema es el capitalismo y el patriarcado.
Hablamos del déficit habitacional en la ciudad pero otra vez me da vuelta la escena.
La charla sigue y me tira esta: "En la calle nadie tiene un lugar. La calle es un No-Lugar. Es el lugar donde no se puede estar, donde hay que circular. Como en la dictadura militar “circule, circule”. Como esos carteles que ponían al costado de la ruta “No se detenga porque si no el centinela abrirá fuego”.
Trato de entender más. Me queda clarísimo que las sociedades desde casi siempre han producido a sus expulsados, así como producen a sus verdugos, a sus ricos y a sus empobrecidos, pero de todas formas me gustaría entender más de las historias particulares. Si bien es cierto que con las crisis aumenta el número de personas que queda sin hogar, porque tiene un innegable cariz económico, me parece que hay una dimensión más, que no sólo es económico. Por lo menos en lo que tiene que ver en que se extienda tanto en el tiempo.
Él afirma que la mayoría llega a estar en la calle por algo así como depresión pero que no lo puede precisar porque no es psicólogo.
Yo sé que es así porque conozco personalmente mucha gente para quienes la raíz de estar en la calle fue esa, angustia, tristeza, depresión u otras definiciones similares que se me escapan. Por eso siempre me llama la atención la manera que tienen las personas que están adentro de las paredes y las puertas de relacionarse con quienes han quedado del lado de afuera.
Pregunto qué es lo que le parece que hace que las clases medias se sientan tan lejos de algo que en realidad le puede pasar a cualquiera: "Precisamente quizás eso, no admitir que les puede pasar a ellos. Un miedo. Preferir no ver algo que les incomoda".
¿Cómo el reflejo de todo lo que se teme?: "Una persona que no tiene nada en cierta forma da miedo porque es alguien que sufre violencia y quien sufre violencia, en cualquier momento la replica... A pesar de que no hay gente más pacífica que la gente de la calle".
En la ciudad de Buenos Aires casi el 10% de los inmuebles están ociosos. Según el último Censo Popular de Personas en Situación de Calle del 2019 eran 7251 las personas que dormían en las veredas. En este momento deben ser muchas más, fruto de la pandemia. Pero como nos dejó claro más arriba, la imposibilidad de que la gente tenga acceso a la vivienda no es material sino espiritual porque lugares hay.
Después de la primera charla volví varias veces más. Vuelvo más o menos cada uno o dos días y fui conociendo a más gente de la que duerme por ahí y ranchan a veces en esa parte de la vereda. Me enteré de varias cosas.
Camiones del Gobierno de la Ciudad vienen casi todos los días y mojan con mangueras únicamente el pedazo de vereda donde duermen. Un hostigamiento personalizado, cotidiano, silencioso. La manera delicada que encontraron para decirles a quienes ya están del lado de lo que es más duro y terrible de la vida, que son basura.
Para tramitar un subsidio habitacional tenés que llamar a un número de teléfono del Gobierno de la Ciudad. Casi nadie de quienes habitan en ese espacio de mundo tiene un teléfono. Cuando conseguimos un teléfono, se quedó sin batería y no hubo donde cargarlo. Llamé a ese número -al 108- desde mi casa para ver si podíamos acelerar el trámite. Me dicen que si no tienen teléfono pidan llamar desde un locutorio o a algunx vecinx. Que una vez que vayan lxs del Gobierno de la Ciudad a verlos van a tener que iniciar los trámites en Pavón y Entre Ríos. Para eso tienen que llegar muy temprano porque hay mucha fila, tipo cuatro de la mañana. Tienen que llevar DNI y constancia negativa de ANSES.
Le pregunto a la mujer que me atiende si pensó que la gente no tiene una computadora y una impresora para sacar la negativa de ANSES, que en este momento los colectivos son de uso exclusivo para trabajadorxs esenciales y sólo se pagan con SUBE que tal vez tampoco tengan. Dice que sí pero que es así, que hay que acercarse hasta allá y llevar esas cosas. Pregunto también si pensaron que además no pueden ir hasta allá con el colchón y la ropa. Que si las dejan en la vereda mientras pasan un día haciendo trámites se las pueden sacar.
Dice que sí pero que en algún punto depende de ellxs querer salir de esa situación.
No le peleo porque sé que no es su responsabilidad, que ella sólo es la mina que atiende los teléfonos. Después hablo con más gente, desde alguien que trabajó en esa área del gobierno hasta el Ministerio Público de la Defensa. Todxs me dicen que es así que tienen que ir hasta allá a hacer el trámite y que incluso yendo, no es automático y hay muchas posibilidades de que no salga.
Toto, que es otro de los habitantes del barrio, me dice que tuvo que hacer el trámite mil veces. Que al final le salió pero que para eso tuvo que ir hasta allá todas esas veces mientras se lo negaran sistemáticamente. Si quisieran tramitar una ayuda alimentaria sería toda otra vuelta burocrática en otro lugar.
Si quisieran ir a un parador -que son lugares espantosos- tendrían que entrar casi solo con lo puesto, por lo que perderían el colchón o las pocas cosas que han podido juntar para estar un poco más cómodos. En suma, el Gobierno de la Ciudad hace alarde y goce de su sadismo explícito una vez más. Desde sus silloncitos mulliditos en alguna oficina de esta ciudad tan divinamente gentrificada sus funcionarios deciden la vida de gente a la que no conocen ni les importa.
Decirle a personas que claramente han sido mancilladas por diferentes circunstancias de la vida, que depende de ellxs salir de ese lugar, es de un sadismo que no tiene límite. Poner en responsabilidad de lxs vecinxs y de los locales circundantes que presten teléfonos, que lleven comida (como de hecho viene sucediendo), que impriman la constancia de ANSES, le presten la SUBE etc. es no entender para qué existe Estado. Si viviéramos en una sociedad con solidaridad de acción, no necesitaríamos ni Estado ni gobierno, y claramente nadie estaría en la calle pasando frío, hambre y angustia.
Esas dificultades burocráticas acrecientan el juego cínico de un gobierno que le gusta hacer cositas para las fotos que salen en los medios de comunicación, mientras deja a la gente cada vez más lejos y más sola, con el peso feroz de un monstruo gigante pisándole las cabezas para que no se levanten.