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Literatura // Entrevista. Margo Glantz: “Siento que soy lo que he leído y escrito”

Entrevista con la escritora, académica, viajera y tuitera mexicana, autora de más de 25 libros (entre ellos Saña, Las genealogías, Zona de derrumbe, El día de tu boda y Apariciones) sobre viajes y memoria, sobre el cuerpo, Sor Juana, la historia y la literatura.

Demian Paredes @demian_paredes

Sábado 23 de mayo de 2015

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Fotografía y video: Lucía Feijoo

Durante su paso por Buenos Aires para participar en la Feria Internacional del Libro (en diversas ponencias y eventos), conversamos extensamente con la escritora Margo Glantz (1930) sobre sus últimos trabajos publicados (Yo también me acuerdo y Coronada de moscas), futuros libros, Twitter (su cuenta: @Margo_Glantz), la salud del escritor Sergio Pitol, la crítica literaria, el canon y el ninguneo a mujeres como Nellie Campobello y Elena Garro, la literatura de la Revolución Mexicana, y la situación política de su país. Además, recibió muy agradecida e interesada las publicaciones del CEIP “León Trotsky” y Ediciones IPS.

Hablemos de Yo también me acuerdo. Vi alguna intervención tuya donde decís que dejaste fuera algunos aforismos, algunos tópicos, y que había uno sobre “el amor y la plusvalía”

  •  Bueno, lo dejé afuera porque ya había salido el libro y entonces lo puse después, como un tuit: “Me acuerdo que cuando era joven tenía un novio que me enseñaba El capital de Karl Marx. Aprendí al mismo tiempo el amor y la plusvalía”. Ese es.

    Es un libro autobiográfico

  •  Es totalmente autobiográfico. Una autobiografía pulverizada porque está fragmentada, porque no tiene una temporalidad cronológica en absoluto, se pasa de un tema a otro, aparentemente sin transición. El libro tiene una estructura muy cuidada, pero los textos van sucediéndose, hay textos muy personales, aparentemente banales, así es la vida cotidiana.

    Pero al mismo tiempo hay cosas sobre mi autobiografía literaria, es decir, los libros que he leído, que me han formado, frases sobre los libros que estoy leyendo.

    Entonces también es una autobiografía de mi vida en México, o de mi vida en el mundo. Suena muy ambicioso y muy prepotente, pero uno va pasando por la vida, y la vida pasa por uno, y uno está siempre pues en relación con acontecimientos de su propio país, etc. Lo que hizo Georges Perec. Yo tomé la idea de Joe Brainard, que escribió un libro que se llama I Remember, que a su vez Perec tomó: Je me souviens, [un libro] como un homenaje a[l de] Brainard. En los ‘70 se publicó el libro, y yo lo que hago es un homenaje a esos dos autores; utilizar la anáfora como elemento primordial, I Remember-Je me souviens: “me acuerdo de”, o “me acuerdo que” (aunque sea una licencia poética porque se suele decir “de qué”, pero me aburre decir “de qué”. Entonces pongo “me acuerdo que”, “me acuerdo de que” o “me acuerdo cuando”, etc.). Esa constricción también funcionaba muchísimo para la gente de Oulipo, es decir, literatura potencial, [movimiento] en donde estaba Perec.

    Entonces se imponían constricciones y sobre ellas montaban su escritura.

    Mi texto tiene la constricción de la anáfora. No puedo partir de otra frase que no sea “Me acuerdo”. Yo creo igualmente que tiene una movilidad, que a pesar de esa aparente “monotonía” de la anáfora se logra una gran vivacidad.

    También dijiste sobre este libro que es “la imagen de un país que ya no podemos recuperar”

  •  Perec dijo que iba a escribir de cosas que ya no existían: eran referencias importantes… sobre todo de la política de su tiempo, de la topografía de la ciudad, etc., que ya habían dejado de existir: como varios espectáculos, acontecimientos culturales, figuras desaparecidas, usos y costumbres abandonados, etc. Bueno, cuando uno recuerda, y ya han pasado muchos años –yo tengo muchos años, he vivido muchos años–, muchos de mis recuerdos son de cosas que podrían ser obsoletas. Pues también hay en mi libro una reflexión sobre la obsolescencia, de qué manera la tecnología ha vuelto ready-mades a muchísimos objetos, cómo el teléfono se volvió ready-made, la máquina de escribir se volvió ready-made, todo ese tipo de cosas. Porque ya tenemos el celular y otros objetos aparentemente indispensables que han cambiado totalmente de raíz todas aquellas cosas que antes servían como los manuscritos, la máquina de escribir… en fin: agarrar un papel y escribir y romperlo (porque no funcionaba), la cinta de escribir. Todo ese tipo de cosas, que eran monstruosas –si me pongo a pensar así en lo que fue mi pasado de escritora, pues digo “¡Cómo pude sobrevivir!” Sobrevivimos, ¿no?–.

    Los teléfonos. Antes nadie sabía dónde estabas, ahora todo el mundo sabe dónde estás. Ya sientes que si no tienes celular ya perdiste una mano. Y antes pues tenías las manos y las utilizabas... Todo ese tipo de cosas están presentes en mi libro.

    También están presentes cosas muy mediatas, del momento, del momento exacto en que estoy escribiendo. Se vuelven pasado apenas las acabo de escribir. Intento atrapar un instante –muchos lo han hecho también, está por ejemplo la novela de [Salvador] Elizondo que se llama Farabeuf o la crónica de un instante [1965]–.
    Pero el instante lleva tiempo. El tema es que todo es pasado, todo es recuerdo. Lo que te estoy diciendo ahorita ya es recuerdo –ya lo sabemos eso; es completamente banal–. Pero también he tratado de capturar eso.

    Cuando arranca el libro, una de las primeras anáforas, uno de estos “epigramas” ya estaba presente en otro libro tuyo, Las genealogías, cuando decís que pasabas caminando de niña con tu padre y la gente gritaba al verlos “¡Ahí va Trotsky con su hija!”.

  •  Es también una historia de mis propios libros. Vuelvo a trabajar los temas de todos mis libros, los vuelvo a replantear en este libro. Paso revista a mi propia obra. Es una autobiografía literaria también. Una autobiografía de lo que he leído, porque yo siento que soy lo que he leído en muchos sentidos… y al mismo tiempo lo que he escrito, que está atravesado por lo que he leído también, porque las lecturas son muy importantes. Además planteo una serie de aforismos que se repiten muchas veces a lo largo del texto, diciendo que me acuerdo que el orden de los factores en la literatura alteran completamente el producto. Es decir que la forma de escribir una cosa cambia totalmente. Ahora, evidentemente, cada quien tiene sus recurrencias, “obsesiones”, que van apareciendo en su escritura. Ahora, las formas de escribirlas en cada texto van a variar, y creo que el utilizarlo así es como una especie de testamento literario propio; es decir, como una especie de autocrítica. Una autopsia literaria diría mejor.

    Yo creo que voy a seguir escribiendo, tengo bastante fuerza, etc., pero tampoco tengo demasiado futuro, entonces, de alguna forma, paso revista a lo que yo he hecho –como autocrítica, digamos–, y también como una especie de fascinación-autofascinación porque soy muy autorreferencial.

    Y en relación a Coronada de moscas ¿qué nos podés contar sobre ese libro, cómo surgió? ¿Cuántos viajes hiciste?

  •  Hice tres viajes a la India. Siempre escribo sobre mis viajes en el periódico en el que colaboro que es La Jornada. Fueron apareciendo fragmentos de mi primer viaje, cuando me dieron la oportunidad de ir por segunda vez acepté de inmediato, y entonces visité muchos lugares que había visitado la primera vez, pero siempre se visita el mismo lugar de una manera diferente –ya lo decía Heráclito–; había cambios… Al mismo tiempo, [con] la sensación de lo ya visto, porque obviamente ya no es la impresión brutal que te da la India la primera vez, ya tienes tiempo de reflexionar, de ver las cosas desde otra distancia, además estás con otra gente, recorres los lugares y también recorres nuevos, etc. Entonces tienes tiempo de percibir un poco tus propios sentimientos y cómo se han alterado, etc., y también eso lo publiqué. Y luego fui una tercera vez, justamente con Myriam [Moscona, poeta, periodista y escritora mexicana, presente durante esta entrevista], estuvimos juntas en un viaje. Recorrí los mismos lugares porque ella no los conocía. En lugar de irme a otra parte de la India me fui con ella a casi los mismos lugares que ya había visitado y también escribí para La Jornada y de repente pensé: “En realidad estoy escribiendo hace muchísimos años un libro de viajes”, que espero poder terminar, que ya es muy largo, y pensaba incluir lo de la India en ese libro de viajes, pero la India es un país muy particular, me impactó de una manera muy espeluznante y maravillosa al mismo tiempo, [y] entonces decidí que merecía un libro.

    Es un libro que –como siempre– está atravesado por lecturas, y que además está completado por lecturas, porque en tres visitas (más o menos turísticas) a la India yo no podía profundizar demasiado. Entonces lo que hice fue completar con muchas lecturas, con cosas que leía yo en el viaje mismo, y luego después, cuando estuve redactando el libro, fui también completando: Narayan, Pasolini, Naipaul, [Octavio] Paz; hay un escritor inglés que me interesa mucho que es Joe Ackerley, que vivió un tiempo largo, que era amigo de [Edward Morgan] Foster, y Foster le consiguió un trabajo en la India, y escribió un libro que se llama Vacación hindú que es maravilloso y que también me sirvió mucho para mi texto. Y también leí mucho de escritores indios… los que escriben en inglés (claro, si no, no podría leerlos). Están traducidos al inglés y me sirvieron como “fondo”, es decir, para definir un poco más la atmósfera, para apoyar mis ideas en la India.

    Y como todos mis libros es un libro fragmentario, en donde no manejo tampoco una cronología definida sino que son como vislumbres… ¡No, “vislumbres” no, que es lo que dice Paz sobre la India y yo no quiero parecerme a Paz! (Risas.) Critico a Paz y al mismo tiempo lo admiro, etc.

    Y también trae fotos

  •  Sí. Las fotos las hizo mi hija Alina López Cámara, que estuvo en el primer viaje conmigo, y hacía mucho tiempo que queríamos hacer un libro juntas, y se dio la oportunidad de que mi editorial aceptara que se publicaran fotos. La visión de mi hija es completamente distinta a la mía, a un nivel “completa” lo que yo escribo, pero también tiene su propia densidad y mirada, y creo que su mirada está como separada del texto. El texto está dividido en dos: la parte de las fotos y la parte de la escritura. Los pies de fotos son míos. Pude poner también alguna impresión sobre esas fotos, pero como comentario a la foto de mi hija, que de alguna manera está en relación con mi libro pero un poco en abismo.

    En relación a tus futuros libros. ¿Cómo es aquel sobre el dentista? ¿Ya llevás quince años escribiéndolo?

  •  Ahí está una parte de ese libro. [Margo señala sobre la mesa Simple perversión oral, recientemente publicado por La caja de cerillos y Conaculta e ilustrado por Carmen Segovia.] Bueno: es un libro que me ha costado mucho trabajo escribir, que tiene una estructura muy complicada y que luego he ido publicando [por] fragmentos.

    Ese texto es como un cuento extraído del libro, que funciona muy bien como cuento. Va a aparecer dentro del [futuro] libro, pero completamente diferente, porque lo voy a colocar en lugares diversos, en otro orden. Va a sonar a conocido si alguien lee ese texto pero al mismo tiempo será completamente desconocido, porque hay una intertextualidad que lo hace muy diferente.

    Ahora creo que ya le agarré la estructura, lo estoy escribiendo, [y] lo voy a terminar pronto.

    Sobre la crítica mexicana. ¿Actualmente hay crítica?

  •  Hay pocos suplementos literarios. Hay pocas oportunidades de publicar crítica. Los periódicos que tenían suplementos literarios han ido reduciendo las páginas, y cada vez hay menos espacio. Es decir: lo que había en México muchísimo antes, que eran los suplementos literarios de muchos de los periódicos tradicionales, periódicos donde estuvieron Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y toda esa gente que hizo suplementos importantísimos, se ha restringido enormemente.

    Está aquí por ejemplo Sergio González Rodríguez, que escribe en Reforma. Había una página, un suplemento que se llamaba “El Ángel”, que ahora ya es una paginita apenas. Ahora, él sigue escribiendo. Sigue escribiendo Christopher Domínguez en una revista que es heredera de la revista del padre Paz, de Vuelta, que es Letras Libres, una revista muy particular, manejada por gente más o menos de derecha. Ahí hay buenas críticas. Ahí sí hay espacios para hacer crítica, pero es una crítica que a veces puede ser muy arbitraria, aunque hay también cosas que valen la pena.

    Te pregunto por el canon y las mujeres escritoras. Vos tenés una crítica, una pelea y una defensa de Nellie Campobello, o de Elena Garro, que son muchas veces dejadas de lado.

  •  Bueno, más que una defensa es un análisis de la obra de esas escritoras, que tienen obras extraordinarias.

    Nellie Campobello fue durante mucho tiempo una escritora que no fue tomada en cuenta. Ella era bailarina. Tuvo una relación muy importante con Martín Guzmán, que fue un escritor que escribió muchísimos libros donde se destacan dos –muy importantes–, que son La sombra del caudillo y El águila y la serpiente. Y siempre que hay antologías o menciones o trabajos sobre “la novela de la Revolución mexicana” él aparece como una figura señera. Y Nellie, que escribió libros extraordinarios: Cartucho, otro que se llama Las Manos de Mamá y otro Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa, era muy ninguneada. Aparece en los años ‘60 apenas, en una antología que organizó una mujer, Berta Gamboa de Camino [Antología de la Novela de la Revolución Mexicana]. Los últimos quince o veinte años ha sido revalorizada, y a mí me parece una de las grandes escritoras, no solo de México. Es extraordinaria, su capacidad sintética de mostrar lo que fue la revolución en un cuentito de apenas una página y media. Ella ha sido mucho más tajante, mucho más extraordinaria que las novelas tradicionales de la Revolución mexicana, que son muchas, y muy-muy buenas la verdad. Hay grandes escritores como Martín Luis Guzmán, Rafael F. Muñoz, Mariano Azuela, que fue el primero, etc. Y hay otros.

    Y luego está Elena Garro, que era una mujer muy “loca”. Ella misma se autodestruía. Es decir, a veces la gente no la quería seguir porque era bastante maligna y hacía cosas tremendas. Pero fue una gran escritora, y además fue esposa de Octavio Paz. Escribió obras de teatro, como La señora en su balcón, magnífica, y que se representaron cuando Paz organizó “Poesía en voz alta”, obras de teatro pero como “poesía en movimiento” (Paz publicó con otros autores una antología que se llamó así).

    Pero sus novelas, por ejemplo, aparecieron mucho más tarde, ya estaba separada de Paz y apareció Los recuerdos del porvenir, una novela anterior a Cien años de soledad, y que ya plantea muchas de las cosas que fueron tan famosas en el “realismo mágico” –no es que hable de lo que habla García Márquez, pero es una novela que tiene un poco ese contexto, esa atmósfera que es maravillosa, extraordinaria–.

    Y luego tiene varios cuentos, en La semana de colores, que son joyas. O Y matarazo no llamó, un libro político, de una huelga que hubo en México en los años cincuenta, muy bueno, y también escribió su visión de la Guerra de España. Fue al congreso con los socialistas [II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura], con Octavio Paz. Su visión es muy diferente a la de Paz, muy festiva, muy irónica, pero también muy vital y muy aguda.

    Luego tiene un libro que se llama Andamos huyendo Lola, cuando empezó una especie de éxodo y pasó veinte años fuera de México, porque tuvo una actitud muy negativa cuando el “movimiento universitario del ‘68 terminó con la matanza de Tlatelolco”. Hacía cosas disparatadas, parecía de izquierda, podía apoyar a los revolucionarios y luego traicionarlos… La gente la detestaba por lo general. Por ejemplo hay un personaje en Los recuerdos del porvenir que se llama Tomás Segovia, que es un poeta importante, y le puso ese nombre a uno de sus personajes; luego estaba Fernando Benítez, un escritor y periodista muy importante también e hizo un cuento que se llama “Benito Fernández”, ¡y todos sabían en esa época de quiénes se trataba! (Risas.)

    La última pregunta que te quiero hacer, inevitablemente y saliendo de la cuestión literaria, es por los 43 de Ayotzinapa y la situación del país, cómo está México

  •  Pues el país está en “zona de derrumbe”. Yo fui profética, hace más de 20 años titulé un libro así…

    No he leído nada estos días. Creo que ha sido una especie de “higiene mental”, pero la situación es muy grave.

    Salió un reportaje reproduciendo uno de los discursos del presidente donde se equivocó de manera flagrante: dijo que León Guanajuato, una ciudad de Guanajuato, y Lago de Moreno, una ciudad de Jalisco, eran Estados. Y un presidente que no sepa siquiera la geografía de su país… bueno, es un desastre. Le preguntan que qué pasa con la corrupción y dice que “es cultural”.

    Hay una impunidad absoluta y últimamente ha habido enfrentamientos brutales entre ejército y gobierno contra el crimen organizado, los narcos han querido demostrar que son más poderosos que el gobierno. Cuando yo venía para la Argentina hicieron bloqueos en 25 municipios del Estado de Jalisco, y pusieron en jaque a la ciudad de Guadalajara.

    Económicamente estamos pésimo, ha habido gestiones muy-muy equivocadas, muy neoliberales, y por otro lado está el problema del petróleo. Vivíamos totalmente del petróleo porque nos habíamos confiado en eso y se está acabando y al mismo tiempo bajó su precio, y hay una crisis económica brutal y una crisis de credibilidad, por la impunidad, la corrupción, la violencia, los asesinatos. Todos los días abrimos el periódico: “20 asesinados en tal lugar”, tantos degollados en otro, y es muy aterrador el panorama de mi país.

    A mí me parece que –no sé si será justicia poética– en los ‘70 se exiliaban en México quienes huían de las dictaduras, y a lo mejor nos tenemos que venir aquí, ¡a ver si nos aceptan!, como nosotros los aceptamos a ustedes.

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