María Pia López es socióloga, ensayista, investigadora y docente. Es integrante del colectivo Ni Una Menos.
Viernes 11 de enero de 2019 10:30
* Esta nota es parte de un dossier sobre la lucha contra el patriarcado y los debates en el feminismo, para el cual La Izquierda Diario recabó la opinión de diversas referentes del movimiento de mujeres como Marina Mariasch, María Pía López, Inés Hercovich, Andrea D’Atri, Soledad Deza y Graciela Morgade.
Leelo completo: Dossier: la lucha contra el patriarcado y los debates en el feminismo
LID: ¿Existe un "feminismo del enemigo"? Que opinas sobre esta definición que propone Rita Segato?
María Pía López: Hay muchos feminismos. Muchísimos. Pero no creo que sea una categoría adecuada la de “feminismos del enemigo”. En todo caso, habría que pensar cómo funciona la construcción de un tipo social como enemigo en toda política. Las denuncias por abuso, violencia de género, acoso, tienen un doble plano: individualizante (hay una víctima con nombre y apellido y un victimario o varios que también son individuos) y a la vez remiten a prácticas sistemáticas. Sistemáticas porque derivan de un sistema de relaciones patriarcales que producen cierto tipo de varones, que afirman su masculinidad como poder sobre los cuerpos feminizados y tratan a estos como cosas.
Si en algo coinciden los feminismos es en denunciar este carácter sistemático y en señalar que su modificación es urgente. Cuando defendemos la Educación sexual integral es también para que los varones no sean construidos como machos, las mujeres como receptoras pasivas, y que ni siquiera haya que definir la existencia, la corporalidad y el deseo en función de ese régimen binario. Esto es, ampliar la libertades para todes, también para los varones.
Los hombres no son enemigos sino producidos como amenaza para la vida y la integridad de los cuerpos feminizados. Hay que pensar en ese doble plano, decir que no son enemigos porque discutimos el sistema que nos produce y los produce y no al conjunto social, pero a la vez saber que esa producción convierte a muchos de ellos en amenaza frente a la cual hay que organizar cuidados y prevenciones.
LID: Punitivismo, escrache, linchamientos. ¿Qué opinión te merece su uso en la pelea por terminar con la violencia hacia las mujeres?
María Pía López: Si la denuncia es a la vez individual y social, también hay que pensar la pena y la reparación en esas dimensiones. Por un lado, hay penas establecidas para delitos como la violación, el abuso, la violencia doméstica, el femicidio. Esta sociedad tiene como centro del esquema punitivo la cárcel. Eso es espantoso, porque nos obliga a pedir penas que condenan a las personas a un abismo de crueldad. Tenemos que reclamar justicia y castigo y, a la vez, discutir la violencia institucional. En tanto sostenemos el feminismo contra la crueldad.
Por otro lado, es necesario pensar la idea de reparación social. La capacidad y la potencia de fundar otras relaciones, otras instituciones, otras formas de vida. Estamos llamando escrache a algo bien distinto al escrache en el repertorio de luchas por la memoria, la verdad y la justicia en los 90. Ese escrache tiene una dimensión colectiva y un anclaje material. La práctica que hoy recibe ese nombre transcurre en las redes y no necesariamente tiene un sostén colectivo. Más bien, funciona en la trama casi alucinatoria de los me gusta y los compartidos.
Eso pone a las propias denunciantes en riesgo, las arroja a una soledad pública con la que es difícil lidiar y a la vez se presenta como justicia expeditiva pero insuficiente. Lo que está pasando ahora en las redes tiene esos problemas, pero también configura un momento catártico. Las palabras se acumulan, son fuerza que arrasa. Dolor y furia. Hablamos atravesadas por cada escucha, porque las palabras de otras resuenan, hacen presente nuestra propia humillación, la violencia padecida.
Hay quienes dicen que buscamos en el pasado y no es así. El pasado se presenta con violencia porque la violencia inscribió su huella más profunda en el cuerpo. Cada cuerpo es caja de resonancia, lugar donde se reconoce el dolor de las otras y hace visible el propio. Quizás el primer núcleo de esa trama colectiva aparece en el anudamiento que reconocemos: lo que esa otra cuenta lo atravesamos o lo pudimos atravesar o nos duele. Si podremos imaginar la reparación colectiva -ese otro sistema- es porque desde ese reconocimiento afectivo y sensible de lo que pasamos en común.