Investigadora del Conicet y profesora de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (UNSaM), Franco se especializa en historia argentina reciente y en procesos de violencia estatal y política.

Liliana O. Calo @LilianaOgCa
Miércoles 24 de marzo de 2021 00:00
¿Por qué te decidiste a estudiar esta etapa tan revulsiva de la historia argentina, particularmente poniendo el eje en el aspecto represivo? Además ¿a qué nos referimos cuando hablamos de violencia estatal?
Mi infancia y adolescencia estuvieron marcadas política y emocionalmente por los procesos de transición y salida de la dictadura, la lucha por los derechos humanos y las movilizaciones contra los indultos. Ese contexto terminó volcando todas mis inquietudes políticas e intelectuales hacia la pregunta de cómo fue posible una violencia tan extrema como la del terrorismo de Estado. Eso guió mis primeras investigaciones como historiadora; en la actualidad mis preocupaciones han derivado a problemas más vastos sobre el por qué y el cómo de la violencia estatal y la represión como elementos sistemáticos en la política en Argentina.
En realidad, prefiero hablar de represión y no de violencia estatal. Este último es un concepto mucho más amplio -y también más vago- que puede incluir la esencia misma del Estado como estructura de dominación. El Estado (o lo que habitualmente llamamos Estado) es una estructura basada en la coerción sobre la sociedad civil, incluye, desde las instituciones disciplinadoras del Estado como la escuela o la policía, hasta otras formas de violencia simbólica. Semejante amplitud es difícil de abarcar y para analizar un problema histórico no conviene mezclar cosas tan distintas. Por eso, para lo que me interesa estudiar, prefiero hablar de represión, es decir, las formas de intervención coercitiva del Estado -o la amenaza de usar la coerción- sobre la sociedad civil. Esto puede ser tanto una forma de gobierno (como fueron los períodos dictatoriales y también algunos constitucionales en que se gobernó a través de la represión) o un forma de gestión del conflicto político y social más puntual (pero no por eso menos importante o menos presente en la historia argentina).
¿Cómo definirías el papel que jugaron las Fuerzas Armadas y de Seguridad dentro del aparato represivo del Estado que funcionó en la década del 70? ¿Qué cambios y continuidades pueden encontrarse hoy respecto a la estructura heredada de la dictadura?
Las fuerzas armadas y de seguridad tuvieron un rol directo y central en el proceso represivo que llevo al terrorismo de estado en la década del 70; sin la violencia extrema desatada por esos sectores no estariamos hablando de esto. Pero esta actuación y responsabilidad militar forma parte de un proceso de construcción compleja que se extiende muchas décadas atrás en el tiempo: tiene que ver con el rol creciente que las fuerzas armadas ocuparon en el juego político desde la década de 1930 y en la resolución de conflictos sociales internos desde muchos antes, como brazo armado y como reserva moral de la nación. Luego se produjo un salto cualitativo con las doctrinas de seguridad de la segunda parte del siglo XX y el contexto de la Guerra Fría. Sin embargo, estos roles y estas funciones militares tampoco pueden pensarse por fuera de la articulación con los sectores civiles, que convocaron, consintieron y acompañaron esos niveles crecientes de intervención de las fuerzas armadas, especialmente durante la segunda parte del siglo XX. No me refiero a la tan evocada complicidad durante el terrorismo de estado, sino a los procesos políticos de largo plazo que durante varias décadas fueron modelando ese rol para las fuerzas armadas y permitieron, a su vez, que buena parte de las élites políticas y sociales argentinas compartieran las mismas percepciones sobre el conflicto social y político, dando espacio de intervención a las fuerzas armadas para sofocar las demandas sociales vistas como amenazas al orden social.
De esta manera, el terrorismo de estado se entiende como la brutal represión de las fuerzas de seguridad pero también como resultado de un proceso de largo plazo donde no puede separarse tajantemente entre fuerzas armadas y élites políticas para entender cómo se llegó a esos niveles de violencia. Para entender el proceso en el largo plazo hay que pensar más ampliamente en cosmovisiones y universos de ideas compartidas entre sectores militares, conservadores, nacionalistas y católicos intransigentes de la sociedad argentina. Desde luego, por supuesto, la responsabilidad represiva directa es de las fuerzas armadas y de seguridad.
Esas estructuras represivas de los años setenta, así como el poder castrense, fueron desarticuladas progresivamente en las décadas siguientes. Esto es importante destacarlo porque no es el caso de otros países donde la militarización y control militar sobre el sistema político continuaron largo tiempo -alcanza con mirar Brasil para ello-. No obstante, en la Argentina existen hoy otras formas y respuestas represivas, especialmente orientadas a la persecución de la protesta social y/o que se manifiestan en la violencia institucional de las fuerzas policiales cotidianamente.
Uno de los debates centrales que cruzó los estudios de la década del 70 -partiendo de diferentes fundamentos y enfoques- es si se desarrolló, o no, una guerra civil en nuestro país. ¿Cómo te ubicas frente a esta discusión?
Personalmente no creo que en la Argentina haya elementos para hablar de una guerra civil en los años 70. No creo que hayan existido los niveles de enfrentamiento, de conflicto armado y de construcción de dos sectores opuestos, comparables en fuerzas y capacidad de fuego, como para hablar de guerra civil. Creo que fue un conflicto político brutal, de largo plazo, con un despliegue de fuerzas estatales y apoyos de los sectores dominantes, que se abatió sobre distintos grupos y sectores de la movilización social de los años 70, y especialmente sobre las organizaciones revolucionarias. Pero las organizaciones armadas ocupan un lugar relativamente acotado para entender ese proceso y la asimetría de fuerzas es fundamental para analizar lo sucedido. La noción de guerra civil supone dos bloques enfrentados, con mucho mayor peso y alineamiento de fuerzas de un lado y del otro. Tampoco creo que sea necesario ponerle un rótulo para pensar lo sucedido; llevamos años discutiendo si fue un genocidio o una masacre, una guerra civil o un conflicto interno. Los conceptos son importantes para entender, pero usar uno u otro tiene que ver con necesidades propias de la batalla política e ideológica, presente y pasada. Al encasillar lo sucedido en uno u otro concepto también reducimos la complejidad de un proceso que es difícil de abarcar en un solo término.
¿Qué características tuvo el aparato represivo durante el período constitucional de 1973 a 1976? ¿Qué continuidades pueden observarse a partir de la imposición de la dictadura militar?
El aparato represivo durante el último gobierno peronista antes de 1976 tiene que ser entendido como parte de un proceso más vasto de crecimiento de las lógicas y de los dispositivos represivos por parte del Estado desde la segunda parte del siglo XX y en el contexto de la Guerra Fría. No se puede pensar ese peronismo fuera de esos conflictos de más largo plazo y especialmente hay que considerar la importancia de la dictadura previa, de la “Revolución Argentina” de 1966-1973, como parte de un proceso represivo más extenso. En ese sentido, el peronismo intentó un breve retroceso en las lógicas represivas durante el gobierno de Cámpora, pero parte de la violencia política previa e instalada, las lógicas de las fuerzas de seguridad, las formas de entender el conflicto como amenazas subversivas al orden interno, entre otras cosas, no se desarticularon de ninguna manera en ese breve lapso. El contexto de Guerra Fría hizo que toda forma de movilización y desafío popular fuera leído como el avance de la subversión marxista, al igual que los conflictos internos del peronismo. Buena parte del peronismo en el gobierno compartía esas mismas lógicas sobre el supuesto peligro comunista y entendió con esa misma matriz el conflicto con la izquierda peronista a partir de 1973. Todo ello concluyó en una persecución creciente y brutal de parte del Estado y de los sectores conservadores del peronismo. Esto se produjo a través de las organizaciones paraestatales (no sólo la Triple A, sino un abanico de grupos en distintos puntos del país), y también a través de todos los instrumentos del sistema constitucional, como leyes de censura, reformas al código penal, leyes de seguridad, entre otras. Eso terminó de derrumbar el Estado de derecho antes de 1976, habilitó el espacio para la intervención militar y clandestina de las fuerzas armadas a partir de 1975 y creo la condiciones para el golpe de Estado.
Sin embargo, la violencia militar a partir del golpe, o poco antes de él, adquirió otras características. En ese sentido, el sistema clandestino, la desaparición forzada de personas y la apropiación de niño/as representan un salto absoluto en relación con las prácticas previas del gobierno peronista y en esto no se puede establecer una continuidad entre una cosa y la otra. A su vez, insisto en que no se trata de pensar sólo el proceso peronista previo, sino -en el largo y mediano plazo-, los varios ciclos de violencia política y violencia estatal que fueron sembrando condiciones de posibilidad para el terrorismo estado de los años 70. Esto no significa que el terrorismo de Estado tenga sus causas en 1930 o en 1955 o en 1969, sino que la explicación histórica se nutre de procesos de largo, corto y mediano plazo.
Generalmente la “cuestión militar” de los años 70 se estudia asociado al rol de las Fuerzas Armadas y de Seguridad; o a los “hechos armados” de las organizaciones político militares como ERP o Montoneros. Pero ¿cómo es abordada esta problemática desde el punto de vista de las organizaciones de masas del movimiento obrero y del movimiento estudiantil?
Creo que aún seguimos presos de un esquema dicotómico que tiende a pensar los años 70 entre las fuerzas armadas y las organizaciones revolucionarias armadas, especialmente en el debate público. La historiografía ha avanzado enormemente en pensar otros grupos -como sectores obreros y sindicales, organizaciones rurales, estudiantiles, profesionales, culturales y artísticas- y otras formas del desafío social y político de aquellos años. Es decir, las organizaciones revolucionarias armadas son la punta del iceberg de un vasto movimiento de desafío al orden y al sistema que claramente se hizo visible a partir del Cordobazo (1969) y que fueron el verdadero temor de los sectores conservadores. Ese fermento, esa movilización social desafiante es parte de lo que hay que considerar para entender el proceso represivo y para no reducirlo a un enfrentamiento entre Fuerzas Armadas y guerrillas.
Lectura sugerida.
Hay infinidad de publicaciones, repositorios de documentación y fuentes visuales sobre el período. Recomiendo los sitios: Memoria Abierta (http://www.memoriaabierta.org.ar); Comisión Provincial por la Memoria: https://www.comisionporlamemoria.org/); Podcasts para todo público: Territorios del pasado (Núcleo de Historia reciente-IDAES-UNSAM); Blog Historia reciente argentina, https://historiarecienteargentina.wordpress.com; Repositorio de fuentes de época: http://www.ruinasdigitales.com/
Libros: Poder y desaparición: los campos de concentración en Argentina, Pilar Calveiro; Represión estatal y violencia paraestatal en la historia, de Gabriela Aguila, Pablo Scatizza y Santiago Garaño; Un enemigo para la nación, Estado, orden y "subversión", (1973-1976), Marina Franco.
El aparato represivo durante el último gobierno peronista antes de 1976 tiene que ser entendido como parte de un proceso más vasto de crecimiento de las lógicas y de los dispositivos represivos por parte del Estado desde la segunda parte del siglo XX y en el contexto de la Guerra Fría.
Acerca del entrevistado
Marina Franco es investigadora principal del CONICET. Profesora de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Especialista en historia argentina reciente y en procesos de violencia estatal y política. Autora de El exilio. Argentinos en Francia durante la dictadura (2008); Un enemigo para la Nación. Orden interno, violencia y “subversión” (1973-1976) (2012) y El final del silencio. Sociedad y derechos humanos en la transición (2018); co-editora de: Problemas de Historia Reciente del Cono Sur (2010, 2 vol); La guerra fría cultural en América Latina (2012) y Democracia hora cero. Actores políticas y debates en los inicios de la posdictadura (2015).

Liliana O. Calo
Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.