El 11 de Julio se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento del teórico, escritor y crítico cultural britanico. En momentos de innegable crisis del neoliberalismo, que el autor no llegó a ver en toda su magnitud, queremos retomar sus críticas al capitalismo, y hacer un aporte al debate de cuáles son las vías para terminar con este sistema, que, como el propio Fisher afirma, desde 2008 “se arrastra como un zombie”.
El sueño del zombie
Una de las obras más reconocidas, retomadas y citadas de Fisher es su libro Realismo capitalista, del año 2009, sobre la cual pueden leer una reseña aquí. En la misma, el autor realiza un novedoso diagnóstico del problema del neoliberalismo, que tiene una de las críticas más profundas al mismo. En su opinión, este no solo fue una contraofensiva contra la clase trabajadora y los sectores populares para aumentar la explotación, sino que además, fue un proceso que permeó el resto de las estructuras políticas existentes. ¿Qué quiere decir esto? Que incluso muchos de quienes se decían opositores al neoliberalismo, terminaron adaptándose a las propias coordenadas que este había impuesto. Esta situación es lo que llama realismo capitalista.
Lo resume así: “El realismo capitalista puede ser visto como una creencia o como una actitud. Es una creencia que el capitalismo sea el único sistema político-económico viable, y una reafirmación de la vieja máxima thatcheriana: ́No hay alternativa ́ [1]. De esta forma, quienes se oponen al neoliberalismo, sin embargo pierden la capacidad de pensar más allá de él, y por lo tanto, se ven impedidos de afrontarlo. El autor continúa: “De este modo, el realismo capitalista es una creencia, pero también es una actitud relacionada con esa creencia; una actitud de resignación, derrotismo y depresión”. [2]
Así, el neoliberalismo con la avanzada de Thatcher en Inglaterra, con Menem en nuestro país y con la caída de la URSS, que a pesar de su burocratización representaba para muchos la última alternativa al neoliberalismo, tuvo éxito no solo en atacar a la clase obrera y a los sectores populares, sino también en bloquear las alternativas al mismo. Ya que gran parte de sus enemigos “encantados” por el realismo capitalista terminaron tomando las contrarreformas como inevitables y rindiéndose ante las mismas (o como veremos más adelante, haciéndolas incluso propias). De este modo, desde los 90 ́, el zombie capitalista pudo tener un sueño tranquilo e ininterrumpido. Pero, con la crisis del 2008, tuvo un importante sobresalto.
La pesadilla de los muertos vivos
Años después, Fisher vuelve sobre este problema, pero con una actualización importante: “Desde el 2008, el neoliberalismo ha sido privado del febril impulso hacia adelante que alguna vez poseyó” [3]. Desde ese momento, la crisis capitalista ya era una pesadilla instalada, que sólo pudo empeorar. El sueño del zombie había terminado.
En ese marco, el autor en su texto del 2013 Como matar un zombie: Estrategias para terminar con el neoliberalismo, plantea un problema serio. Por qué en los marcos de una crisis tan significativa, donde el neoliberalismo en particular y el capitalismo en general se había deslegitimado tanto, quienes se oponen a ellos habían tenido en su opinión tan pocos avances.
Pero lejos de una interpretación catastrófica, donde estos avances serían imposibles por la nueva situación creada por el neoliberalismo, Fisher explicaba las causas de este problema en los efectos que el realismo capitalista había tenido en quienes se declaran como opositores de él. No pensar más allá del neoliberalismo habría impedido que se plantearan alternativas al mismo, y por lo tanto, más allá que se acepte con odio, este seguía mandando.
Esta creencia o actitud del realismo capitalista no es algo que afecte solo a la “gente” en general, sino que había responsables concretos de lo que considera un fracaso en la lucha anticapitalista. En el mismo texto, dice: “El realismo capitalista nos fue vendido por administradores (muchos de los cuales se consideran a sí mismos de izquierda) que nos dicen (...) La era de la clase trabajadora organizada se terminó; el poder de los sindicatos retrocede; mandan los negocios; y nosotros debemos alinearnos” [4]. Así, queda claro el rol que estos sectores habían jugado para que la contraofensiva del capital se aceptase. En vez de plantear una alternativa y resistir, trataban de convencernos de que había que adaptarse a vivir peor.
Sin embargo, en este punto se hacen necesarias algunas aclaraciones. Fisher centró sus análisis específicamente en la sociedad británica, dando poca o nula atención a fenómenos que ocurrian en países vecinos como Francia, Grecia o España, por no hablar de otros continentes como el nuestro. Esto es importante para entender de quien está hablando cuando nombra a la “izquierda” que habría brindado tan buen servicio al neoliberalismo. Él no se refiere por ejemplo a lo que hoy es el Frente de Izquierda en Argentina, una izquierda revolucionaria que reivindica la independencia de clase. Sino que esta hablando del Laborismo, partido de base obrera reformista, que se planteó como opositor al neoliberalismo pero terminó cediendo a él. Este es un punto central, no sólo porque ayuda a entender al autor a través de las distancias, sino también porque esta idea de la “izquierda” terminó llevando a Fisher a errores. Algunos que ya hemos desarrollado en este artículo, otros que desarrollaremos más adelante.
Pero retomando la línea previa a esta aclaración, la crítica de Fisher es muy útil, porque invita a salir de cierto lugar común “antineoliberal”, que solo pone el foco del problema en la derecha, o en la “gente” que se adaptó. Sin la responsabilidad y el rol activo que tuvieron los supuesto antineoliberales en imponer el realismo capitalista, su victoria se hace incomprensible. Ya que justamente, para Fisher, esta actitud o creencia no es algo inevitable, es algo a combatir.
La depresión que generan los caminantes
En un texto de 2011, Fisher titulaba uno de sus apartados El realismo deprimente del neolaborismo. El mismo empieza con estas palabras: “Uno esperaría que fuera la derecha thatcheriana la primera en propagar la idea de que no hay ninguna alternativa al programa neoliberal. Pero la victoria del realismo capitalista quedó sellada cuando el Partido Laborista capituló ante esta visión de las cosas” [5] La privatización del estrés. Revista Soundings n°48. . Como ejemplo, cita las palabras de un primer ministro laborista en 1976 en una conferencia de su partido: “Un mundo en el que el pleno empleo podría ser garantizado por la firma de un canciller, este mundo se ha ido para siempre”. Muchos años antes de que el neoliberalismo tuviera nombre, ya estaban instalando la idea de que no quedaba otra que vivir peor. Fisher cierra diciendo: “El proyecto laborista (...) se basó en la concepción (...) de que todo lo que podíamos esperar no era más que una versión mitigada del neoliberalismo”.
Esto no se explica como un “simple error”. Fisher encuentra sus fundamentos en la derrota y el debilitamiento de la clase obrera en esa época y ubica el debilitamiento de los sindicatos como uno de los elementos centrales que explican esta descomposición. Estos, con todos sus problemas que hemos discutido aquí, eran espacios donde la clase obrera podía organizarse por sus demandas frente a la burguesía y le ayudaban a ser conscientes a los trabajadores de su poder social. Uno de los objetivos centrales de la contraofensiva neolibaral fue minar la posibilidad de organización y respuesta de la clase obrera ante los ataques. Como expresión paradigmática de esto Fisher narra la derrota de los trabajadores mineros frente al cierre de las minas impulsado por la política de Tatcher [6]. Menos organizada, debilitada, y traicionada por el Laborismo, a la clase obrera se le hace más difícil responder a sus problemas de forma colectiva. Como resultado, estos se “privatizan”, pasan a ser problemas a los que cada trabajador debe responder individualmente.
Pero este proceso tampoco era inevitable. Fisher ataca a “el defensor complaciente de los sindicatos (...), burocrático, resignado a la inevitabilidad del capitalismo, más interesado en preservar los ingresos” [7]. Así se refiere a la burocracia sindical, que prefirió preservar el status quo y sus intereses pactando con la burguesía. Fenómeno extendido a nivel internacional, de mucho peso en nuestro país, tema sobre el que volveremos en la conclusión.
Estos caminantes de la resignación son especialistas en sembrar la depresión en nombre del realismo capitalista (pueden leer aca sobre los caminantes de la resignación en nuestro país, también llamados Homo Resignatus). Pero habiendo desarrollado el diagnóstico de Fisher, queremos pasar ahora a un debate en torno a las estrategias y alternativas para hacerle frente al mismo.
¿Se puede curar a un zombie?
Aquí debemos detenernos en uno de los problemas que señalamos más arriba en la perspectiva del autor respecto a la salida que Fisher plantea para superar estas dificultades. Él va a decir: “El fatalismo anarquista (sobre su idea del “neoanarquismo” volveremos en el próximo apartado), según el cual es más fácil imaginar el fin del capitalismo que un Partido Laborista de izquierda, es el complemento de la insistencia del realismo capitalista en que no hay alternativa al capitalismo” [8]. Esta idea de poder volver al laborismo de "izquierda" es algo que puede rastrearse en partes de su obra. Sin embargo, nos parece encontrar una contradicción en este punto.
Fisher hablando sobre los motivos por los que el Estado de Bienestar había sido introducido originalmente, plantea: "Fue introducido no por la bondad y la generosidad de los capitalistas, sino como un ’seguro contra la revolución’, para que el descontento extendido no se transformara en una revolución" [9]. El problema es que aunque reconoce el rol que el Estado de Bienestar jugó para evitar la revolución en momentos claves donde ésta era un peligro real para los capitalistas, esto se señala de manera abstracta. Ya que desde sus orígenes fue el Partido Laborista quien jugó ese rol de contención en Inglaterra, así como muchos otros partidos reformistas a lo largo del mundo (el Peronismo en Argentina por ejemplo), que ante los levantamientos de la clase obrera, buscaron desviar las energías revolucionarias hacia el camino de las reformas parciales en los marcos de este sistema, lo cual termina abriéndole paso a la derecha. Este balance del siglo XX y el rol de los partidos reformistas, que para nosotros explica en gran medida la derrota de la clase obrera frente al neoliberalismo, Fisher lo realiza sólo parcialmente. Pone el eje centralmente en la adaptación al neoliberalismo, pero este es un problema adicional (muy importante desde ya) que se suma al anterior. No es suficiente criticar este punto, es necesario un balance de conjunto del rol que el reformismo ha jugado si lo que se quiere es pelear por una salida revolucionaria.
Este problema terminó llevando a Fisher a apoyar en 2015 la “renovación” del Laborismo de la mano del político burgués Jeremy Corbyn, experimento que fracasó estrepitosamente. Y es que estos zombies no quieren ser curados, sino que juegan conscientemente ese rol de contención de la revolución. Los intentos de este tipo, más allá de las intenciones, sólo pueden "lavarle la cara" a esos partidos. Pero además, hay que aclarar que esa supuesta "renovación" del Laborismo ni siquiera planteaba volverlo revolucionario, sino renovarlo respecto a su adaptación al neoliberalismo. Es decir, que se oponga al neoliberalismo en los marcos del capitalismo.
Podría decirse que en este punto, el propio Fisher fue víctima del realismo capitalista. El autor sostenía que era más realista pelear por renovar ese partido, que dar por hecho que esa estrategia solo va desde hace décadas de fracaso en fracaso. Puede rastrearse incluso cierta contradicción interna, ya que como señalamos anteriormente, en otros casos Fisher se opone a la idea de que lo que hay que hacer es “mitigar el neoliberalismo”, o habla abiertamente de la necesidad de superar al capitalismo, aunque tal vez de forma demasiado general y difusa.
Lo que queda claro para nosotros, es que ante semejante diagnóstico, esta respuesta no nos convence. Pero antes de dar alguna respuesta propia, queremos referirnos a un último aporte del autor. Fisher fue muy sagaz en criticar lo que él consideraba: “Estrategias de rechazo que no funcionan”. Estos aportes nos parecen de gran valor, porque contribuyen a pensar entonces estrategias que sí funcionen.
El ataque de los vampiros zombies
La experiencia de traición que sintieron las bases respecto de sus dirigentes partidarios y sindicales, las llevó a buscar nuevas alternativas. Aquí Fisher señala los problemas que estas nuevas formas de participación entrañan: el neoanarquismo y el castillo de vampiros.
El autor observa una tendencia creciente, sobre todo en las redes sociales, hacia la constante vigilancia sobre lo que las personas hacen y dicen. Este fenómeno tiene en el seno de su funcionamiento, el juicio a personas individuales bajo una lógica punitivista que pasa por alto los condicionamientos estructurales del sistema capitalista en el que vivimos. Al luchar de manera individual, reforzando las lógicas de la justicia y la moral burguesa obstaculizan cualquier tipo de acción que busque transformar el sistema de raíz. De esta forma, sólo reproduce las condiciones del realismo capitalista.
Esto es lo que Fisher llama neoanarquismo. Con este término el autor no se refiere a militantes de corrientes anarquistas clásicas, sino a aquelles cuya intervención política esta fuertemente reducida a “comentarios en Twitter”. Entendemos la necesidad de buscar formas alternativas de participación ante la traición del Laborismo, pero la tendencia neoanarquista carece de una salida política de conjunto, por lo que usualmente quedan atrapades en la inacción. Creemos que es de suma importancia discutir contra estas tendencias para mostrar que existe una salida diferente que realmente se oponga a este sistema y que ésta sólo podrá ser afectando sus bases estructurales.
En ese sentido, Fisher identificó que las tendencias neoanarquistas eran la base del problema actual que denominó el “castillo de vampiros”. Este hace referencia a la apropiación burguesa de las luchas progresivas contra el racismo, el heterocisexismo y la xenofobia, a partir de la cual, éstas toman un carácter individual, y cualquiera que critique este carácter se pone en riesgo de ser visto como alguien que critica las luchas en sí mismas. De esta forma, este problema es parte de una lucha aún abierta de estrategias al interior de estos movimientos. La tendencia del castillo de vampiros dentro de esta disputa se basa en la esencialización de las identidades, en la individualización de las luchas y fundamentalmente en la propagación de la culpa respecto de los privilegios desiguales repartidos en este sistema. Aquí, Fisher destaca cómo esta lógica del castillo de vampiros permea la cultura en su conjunto y fundamentalmente la participación política con un rasgo fundamental: el desdibujamiento de la condición de clase. El deterioro de la conciencia de la clase trabajadora ha fomentado la pérdida de la lucha colectiva en los hechos en favor de señalamientos de prácticas individuales con el fin de identificar, exponer y condenar a ciertos individuos.
En este punto, Fisher es categórico en la necesidad de una recomposición de la conciencia de clase para llevar adelante la transformación de este sistema hacia una nueva sociedad:
Lo que debe ser destruido es la estructura de clase, una estructura que daña a todos, incluso a quienes se benefician materialmente de ella. Los intereses de la clase trabajadora son los intereses de todos; los intereses de la burguesía son los intereses del capital, que no son los intereses de nadie. Nuestra lucha debe ser por la construcción de un mundo nuevo y sorprendente, no la preservación de identidades formadas y distorsionadas por el capital [10]
La necesidad de recomposición de la conciencia de clase es un elemento clave en los escritos políticos de Fisher que no deja de recordarnos que los enemigos de la clase obrera han sido mucho más exitosos durante la época neoliberal en consolidar lazos de clase. Así afirma que: “La clase dominante propaga ideologías de individualismo, mientras tiende a actuar como una clase. Muchas de las que llamamos «conspiraciones» son la clase dominante mostrando solidaridad de clase.” [11] Por esta razón, el autor llama a superar la tendencia del castillo de vampiro. Como parte de ese debate de estrategias al interior de estos movimientos, retomamos la necesidad de recomponer la conciencia de clase, para que les trabajadores y estas luchas progresivas se unan por un cambio sistémico, indispensable para la recomposición del optimismo necesario para la realización de cualquier acción revolucionaria.
La motosierra revolucionaria
Fisher en los últimos años de su vida llegó a apreciar algunas respuestas al capitalismo en forma de revueltas, como la de los Indignados en España, o la lucha contra los planes de austeridad del FMI en Grecia. De estos procesos a su vez, surgieron Podemos y Syriza, como supuestas novedosas alternativas antineoliberales. Si bien como ya dijimos, Fisher no extendió sus análisis por fuera de Inglaterra, la experiencia de estos partidos es útil para pensar el debate que presentamos más arriba. El fracaso total de Syriza, que aplicó los planes del FMI contra el rechazo activo de la población griega, así como el colapso de Podemos que pasó a integrar un gobierno junto al PSOE, son una comprobación de los límites de los proyectos reformistas cuyo cuestionamiento solo llega hasta el neoliberalismo. Apropiandonos de la crítica que Fisher hacía queda claro que estas corrientes que de entrada rechazan la lucha revolucionaria por otro sistema, en pos del "realismo", terminan cediendo en toda la línea al realismo capitalista y haciendo propio el programa neoliberal. A Syriza en Grecia solo le falto dar un discurso justificando el ajuste y cerrarlo diciendo "no hay alternativa".
Pero Fisher no llegó a ver toda la magnitud de la crisis actual. Se suicidó en 2017, antes de la pandemia del coronavirus, sobre la que seguramente podría haber escrito mucho, ya que una muy relevante parte de su obra, que no tocamos en está nota, desarrolla la relación entre la salud mental y el capitalismo. Tampoco llegó a ver la guerra de Ucrania, que es un nuevo fantasma que asola a Europa y el mundo. Pero sobretodo, no vio la nueva oleada de la lucha de clases que se abrió en 2018 en Francia con los Chalecos Amarillos, y siguió en 2019 con la revuelta chilena, en 2021 con el Black Lives Mater, y en la actualidad con la rebelion en Sri Lanka, y la enorme huelga ferroviaria en Inglaterra, por nombrar solo algunos casos.
Estos fenómenos actualizan las posibilidades de la lucha anticapitalista. Pero ya vimos los límites que los "nuevos" reformismos tienen para hacer frente al capitalismo. En nuestra opinión, de lo que se trata es de recuperar un marxismo revolucionario, que vuelva al debate de estrategia acerca de cómo vencer, que se perdió durante muchos años en la izquierda. En un texto titulado En los límites de la "restauración burguesa”, forma en la que llamamos a la avanzada neoliberal, desarrollamos cómo la crisis del neoliberalismo en 2008 sentaba las bases para recuperar este debate.
La evolución de estas tendencias, junto con el acrecentamiento de las tensiones geopolíticas producto de la crisis, plantea los límites del avance de la reacción imperialista en términos pacíficos, y con ella las premisas para el fin de la etapa de la “restauración burguesa” (...) Estas son las condiciones para la reconstrucción del marxismo revolucionario a principios del presente siglo. [12]
Frente a la crisis del neoliberalismo, las nuevas generaciones no necesitamos viejas curas que no funcionan, sino construir poderosos partidos revolucionarios que actúen a la altura de la situación, como una verdadera motosierra revolucionaria para terminar de una vez y para siempre con el zombie capitalista.
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