Martin Winckler acaba de publicar su nueva novela “Abraham e hijos”. Su severa opinión sobre el sistema sanitario francés sigue intacta en sus estudios sobre medicina en la práctica cotidiana. Y se expresa en su literatura.
Martes 16 de agosto de 2016
Reproducimos esta entrevista realizada por Caroline Constant en junio de 2016 a Martin Winkler, médico y novelista, originalmente publicada en el diario L’Humanité.
(Entrevistador) Un leitmotiv de sus novelas es la falta de empatía de los médicos por sus pacientes, que usted achaca a la formación…
Martin Winckler: La selección de los estudiantes de medicina, en Francia, se da sobre todo entre los jóvenes de las clases más favorecidas. Y estos estudiantes son preparados para tratar a pacientes de su propia clase, no de entornos obreros ni sub proletarios.
Es por eso que la formación médica deja entender a los estudiantes que al interior de la medicina misma, existe una élite. Y se les incita a convertirse en esa élite. Si razonas así, eso significa que unos “valen” más que otros.
(E)Y para esos que “valen” menos que otros, encontramos a un médico generalista y de urgencias…
(M): El médico generalista está en el último peldaño de la escalera. Recuerdo a un cirujano que decía, a comienzos de los años 80: “para tratar a quien se haya herido la mano por accidente, no le vas a curar de la misma manera si es un violinista que si es trabajador de la construcción. Porque el obrero no necesita más que el pulgar y el índice para sujetar la piqueta”. Es monstruoso.
(E) Por una vez, vuestro ejemplo muestra una medicina de clases…
(M): ¡Exactamente! Los prejuicios de los médicos, son los prejuicios de clase. Son educados como si fueran aristócratas, como si valiesen más que las enfermeras. Por ejemplo, se comprende que las obstetras francesas no quieran hablar del parto a domicilio con las matronas, bajo el pretexto de que no es tan seguro como en el hospital, aunque éste se practique en toda Europa sin problemas.
Una vez más, estamos ante una cuestión de poder, de control sobre los cuerpos. No es una cuestión científica, ya que el mundo médico francés es el menos científico de los países desarrollados. Basta con ver el ejemplo de la contracepción, la cual no saben prescribir la inmensa mayoría de los médicos, quienes a pesar del sentido común, prohíben a las mujeres ciertos métodos.
Estos argumentos son autoritarios. Por cada 500 especialistas en una facultad de medicina, hay un generalista como docente. Sin embargo, la proporción de generalistas y especialistas es de cuatro por cada cinco. Todos los estudiantes de medicina deberían ser formados para ser médicos generalistas y una parte de ellos, tras cinco años de experiencia, pudieran especializarse si quieren, demostrando su interés por la especialidad.
¡No hace falta convertirse en ginecólogo cuando odias a las mujeres, cuando las desprecias o cuando las tomas por tontas!
(E) Para cambiar, ¿sobre que pilares habría que apoyarse?
(M): En Montréal, hay un programa que se llama “el paciente compañero”. Los pacientes que sufren enfermedades crónicas, a los cuáles por tanto, se conoce bien, participan en la docencia. Son ellos quienes indican a los médicos cuales son las prioridades. Los médicos tienen una formación científica y una relación real, ya que los pacientes les recuerdan constantemente lo que sienten.
El gran problema de la medicina en Francia es que, mientras hay médicos extraordinarios, honorables y devotos, éstos jamás son un ejemplo. Los ejemplos se configuran por prestigio, por logros técnicos, pero nunca por las cualidades relacionales. No hay conferencias ni cursos en los que se diga a los estudiantes: “escuchad a la gente, y si no queréis curar a los pobres, buscad otra profesión. Si no queréis tratar con gente que no hablen como vosotros, buscad otro oficio. Si queréis imponer vuestros valores a, por ejemplo, una mujer que os diga: no quiero tener hijos y quiero someterme a una ligadura de trompas, ya que la ley lo permite, debéis buscar otro trabajo.” Para alcanzar estos resultados, sería necesario eliminar el elitismo de las facultades de medicina. Pero éstas, son construidas bajo una orientación elitista.
Cuando escribí “Los tres médicos”, los miembros de la Asociación de Amigos de Alejandro Dumas me preguntaron: “¿Cómo ha hecho para trasladar Los tres mosqueteros a una facultad de medicina? Respondí: “Muy simple, las facultades de medicina están estructuradas como la Francia de Luis XIII”. Hay un vicedecano que tiene dos jefes de clínica, los cuales tienen el control. La estructura de las grandes escuelas francesas es aristocrática.
Mi padre era médico, lo cual, técnicamente nos convertía en burgueses. Pero su madre era trabajadora de la limpieza. No hemos olvidado nunca de dónde venimos. Y no tenía una ideología de niño rico cuando comencé a ejercer la medicina, sino una filosofía era decía: “tú curas a todo el mundo, dar puntos es dar puntos”.
(E) Cuando comenzó a escribir sus novelas, ¿era una forma de poner en palabras sus emociones? ¿De salir del lenguaje médico puramente técnico? O simplemente, ¿el hospital y la consulta están llenos de buenas historias?
(M): Siempre quise escribir ficción y en un ensayo es difícil expresar emociones. Pero en la ficción se pueden contar historias llenas de vida, y estas historias están cargadas de sentimientos, de lecciones y de una forma de ver el mundo. Cuando escribí “La sesión”, trataba de explicar el dolor moral de las mujeres que abortan, pero también el dolor moral de los profesionales, sin juzgar a nadie. No critico lo que no sufro. Después, en “La enfermedad de Sachs”, lo que me pareció importante era dar la palabra a los pacientes y decir que “lo que es importante no es lo que uno piensa de sí mismo”. Entonces tenía un objetivo moral: contrarrestar el discurso paternalista, el discurso técnico, el discurso moralizante del mudo médico a través de la ficción, desde la voz de los pacientes.
(E) En todas sus obras, ¿usted muestra también la parte que le toca a las enfermeras, cuidadoras…?
(M): La profesión está atravesada por asuntos de clase. Durante mucho tiempo, los médicos han podido mantener la cabeza frente a la administración. Ya no pueden más, porque la administración se ha vuelto completamente autoritaria. Por una vez, los médicos no se ocupan de las áreas en las que trabajan las enfermeras, las cuidadoras, las matronas o sus colegas. Se matan entre sí por sus pequeños privilegios.
Si existiera en este sentido una solidaridad, podrían unirse para decir: “Aquí no hay gente suficiente para la cantidad de trabajo que hay”. ¿Se imagina la fuerza que tendrían? Es muy sencillo ir a la huelga en un hospital sin perjudicar a los enfermos, basta con no rellenar los documentos administrativos. En ese momento, el hospital no podría gestionarse y seguiríamos curando a la gente.
Yo lo hice, hace 25 años en un hospital de Le Mans, en el servicio de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Había una lógica de contable: hacía falta recuperar diez sesiones para que pudieran venir otros médicos a gastos pagados. Dijimos que no. Bajo mi supervisión, continuamos realizando nuestro trabajo sin rellenar los dosieres. Fue un centro privado de interrupción voluntaria del embarazo quien informó, ya que iban a cargo de la Seguridad Social y sus tarifas eran mucho más elevadas que las reales. Tras quince días, la administración se dio cuenta de algo que nunca se había dado cuenta. Tuvimos éxito.
Sin embargo, hoy los servicios son minados por las luchas por el poder. Un ejemplo es lo que sucedió en el Hospital Pompidou (el 17 de diciembre de 2015 el cardiólogo Jean-Louis Megnien se suicidó, víctima de acoso). Las luchas por el poder no existen cuando no hay poder. O en todo caso, cuando hay un poder democrático ejercido por el conjunto de los trabajadores.
(E) Estas luchas por el poder están muy presentes en “Los tres médicos”. ¿Incluyen el rol de las industrias farmacéuticas en la formación de los médicos?
(M): En América del Norte, las universidades han decidido que los estudiantes no recibirán más visitas de las farmacéuticas. A partir del momento en el cual docentes y estudiantes están sometidos a la influencia de la industria, no pueden pensar en términos científicos. La industria funciona en términos de ventas, no de humanidad. En Estados Unidos o Canadá, los médicos no piensan que sean inmunes a la influencia de las industrias, sino que ésta es contraria a los intereses de los pacientes. Y se defienden utilizando argumentos científicos.
En Francia es fácil oír a los médicos decir “trabajo con una industria, pero soy completamente objetivo”. Los médicos tienen una responsabilidad importante, tanto prescribiendo, como ofreciendo puntos de vista. Si se dejan guiar por la industria, sirven de correa de transmisión para estudiante, pacientes y otros profesionales. Moralmente, es inaceptable.
Hay una forma de combatirlo por completo. Fundamentalmente, es exactamente lo que está sucediendo en Francia en este momento (la movilización social), con un gobierno que no hace más que lo que quiere, haciendo oídos sordos al clamor popular.
(E) ¿De donde viene la amenaza para que este sistema se esclerotice desde dentro?
(M): Es muy difícil cambiar desde dentro una estructura “inmutable”. Cambiar una docencia o un curso, es una gota de agua en el océano. Cuando hablas de empatía en una clase por la mañana, tus estudiantes estarán por la tarde en un servicio dirigido por alguien que se comporta como un aristócrata, y el ejemplo viviente es más fuerte y más difícil de responder que el ejemplo teórico que le di por la mañana. No es que los estudiantes no quieran. Es que la medicina es una profesión que se aprende por emulación y por práctica.
(E) Sus libros confrontan al paciente contra su médico, afirman sus lectores. ¿Es una pequeña victoria?
(M): No niego el impacto que mis novelas puedan tener en un plano individual. Como anécdota: en 2002, tenía una crónica en France Inter que fue suprimida después de que la usara para hablar de la industria farmacéutica. Esta famosa industria dijo “somos los benefactores de la humanidad” “Winckler dice mentiras”. Esto significa, en realidad, que con mi pequeña crónica de tres minutos, les jodí. Eso es muy interesante.
Esto significa que la palabra de la gente es una amenaza para las estructuras de poder, en Francia. ¿Acaso yo, sólo, soy un peligro que va a derrumbar la industria farmacéutica mundial? ¿Te ríes de mí? Escribo libros para que la gente se sienta mejor, más preparada y menos indefensa que antes de haberlos leído. Pero no creo que tenga una mayor importancia. Después, es la gente la que puede unirse y cambiar la sociedad. No los libros. Mi aporte individual es un aporte a una obra colectiva.
“Abraham e hijos” y el escritor
Franz se despierta en un hospital parisino sin recordar nada. Junto al joven, está observando la figura de su padre, Abraham Farkas. Franz fue víctima de un accidente en Argelia en 1962. ¿Cómo es? ¿Dónde está su madre? El joven no tiene respuesta y su padre permanece callado. Padre e hijo se instalan en un pueblo del centro de Francia y reconstruyen su relación, una vivienda y una historia. Un magnífico relato sobre la filiación y la memoria individual y colectiva.