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Red Internacional
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Violencia Institucional. Masacre de Pergamino: escrache a la casa de uno de los policías procesados

A cinco meses de la masacre de la comisaría, la Policía hostigó a familiares de las víctimas, que marcharon a la casa de uno de los procesados. Poco antes circuló la carta de Ludmila a su primo fallecido.

Daniel Satur

Daniel Satur @saturnetroc

Domingo 30 de julio de 2017 15:48

El viernes por la tarde una veintena de familiares y amigos de los siete jóvenes asesinados en el incendio del 2 de marzo en la Comisaría Primera de Pergamino marcharon hasta la casa de Matías Giulietti, uno de los policías bonaerenses procesados por esos hechos y beneficiado con arresto domiciliario mientras se desarrolla la causa judicial.

La movilización tuvo el objetivo de “escrachar” pacíficamente el domicilio de Giulietti, cantando frente a la casa y repartiendo volantes entre en vecindario. “Sr. Vecino: en esta oportunidad nos presentamos ante Ud. como ’Justicia x los 7’, somos familiares y amigos de las 7 víctimas masacradas en la Comisaría Primera de nuestra ciudad, el 2 de marzo de 2017, en manos de 6 Policías que le aplicaron la pena de muerte a 7 jóvenes de entre 18 y 27 años”, decían los volantes, que agregaban que “es el dolor el que nos une en busca de Justicia y Castigo a los Responsables, pero también nos mueven los miles de jóvenes que siguen siendo víctimas del accionar represivo en las calles y en los lugares de encierro”.

El escrache es parte de las medidas que resolvieron llevar adelante las familias de las víctimas desde que el juez de la causa César Solazzi y los camaristas Martín Morales, María Juárez y Mónica Flora Guridi (ex esposa del ex intendente de Pergamino) dictaron el arresto domiciliario para cinco de los seis procesados. El sexto procesado es el comisario Alberto Sebastián Donza, prófugo desde el momento de la masacre.

Amedrentamiento

Como era previsible, en línea con el “espíritu de cuerpo” que caracteriza a la fuerza represiva, desde la Policía decidieron responder al escrache.

Según relató a este diario Silvia Rosito, madre de Fernando Latorre (una de las víctimas), mientras una veintena de familiares y amigos iban caminando hacia la casa del policía Giulietti, entregando volantes a los vecinos para alertar al barrio que uno de los asesinos está viviendo allí, la Policía montó una provocación.

“A eso de las seis de la tarde nos convocamos en el barrio Vicente López, frente al mural de la casa de Paco Pizarro, otra de las víctimas. Eso es a dos cuadras de la casa de Giulietti. Al llegar a la esquina de la casa del policía empezaron a llover patrulleros de todos lados, desde la patrulla urbana hasta miembros del GAD” (Grupo de Apoyo Departamental de la Policía Bonaerense), relata Silvia.

Para la mujer y el resto de los manifestantes “era un despliegue tremendo, nosotros no éramos más una veintena de personas, que sólo cantábamos y pegábamos afiches en los postes de luz. Ni siquiera hicimos nada sobre el frente de la casa de Giulietti. Todo lo hicimos en la calle, ni siquiera en la vereda”.

Como parte del amedrentamiento los uniformados “sacaban sus itakas, las mostraban. Estuvimos un rato y cuando nos retirábamos, en otra de las esquinas, los policías empezaron como a querer sacar con el pie las fotos que habíamos pegado ya arrancar los afiches de los postes, que tenían algunos la cara de Donza y otros la cara de Giuletti. Eso lo hicieron apenas comenzamos a alejarnos, como una provocación, burlándose de nosotros. Eso generó un fuerte intercambio de palabras entre ellos y nosotros. Fue muy doloroso e indignate que actúen con semejante impunidad. Éramos madres reclamando y ellos, detrás de sus uniformes y sus armas, nos querían hacer sentir que somos nada”, relata la madre de Fernando Latorre.

Pese al dolor y la indignación, Silvia asegura que “los escraches van a seguir. Creo que a partir de esto todos van a estar viendo cuándo les va a tocar a ellos. Nuestros escraches son pacíficos, sólo nombramos a nuestros hijos, cantamos y mostramos al barrio quiénes están viviendo cerca de la gente. El miércoles se cumplen cinco meses. Nos vamos a juntar en la esquina de Merced y Dorrego, donde está la comisaría y la fiscalía. Vamos a hacer una radio abierta para todos quienes se quieran acercar”.

A los familiares y amigos de las siete víctimas no sólo los motoriza la exigencia de justicia por sus seres queridos, sino la pelea contra los mecanismos que tras los hechos se activaron desde las instituciones del Estado. Como dicen ellos, “los policías asesinos ahora están en sus casas gracias a un privilegio que nuestros siete jóvenes no tuvieron”, pese a que ninguno de ellos estaba cumpliendo condena alguna (todos estaban en prisión preventiva).

“Donza sigue sin aparecer. Ahora que termina la feria judicial vamos a pedir que nos atiendan tanto el fiscal de la causa Nelson Mastorchio como el fiscal general. Queremos saber qué es lo que están haciendo, que nos expliquen por qué no encuentran a Donza y que nos confirmen cuándo van a elevar a juicio la causa”, detalla la madre de Fernando Latorre.

Carta a Fernando

Ludmila Díaz es más que prima de Fernando. Como le solía decir él, eran verdaderos hermanos. La semana pasada, luego de meses procesando el dolor y la búsqueda de justicia, Ludmila le escribió una carta a su primo, donde afirma que, pese a pensar que ya no se puede soportar tanto dolor, cada día renueva la apuesta.

“Y todo pareciera detenerse allí, en ese preciso y maldito momento. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer, pero el dolor se intensifica, la herida sigue sangrando.

El tiempo parecía que anunciaba lo que estaba sucediendo. Fuertes vientos, truenos que aún los recuerdo retumbar en mis oídos. Llego a casa y recibo la noticia, siete fallecidos, salgo lo más rápido que puedo, voy manejando mientras repito una y otra vez ’¡vos no, vos no!’

No podía pasarnos esto. No debía suceder. Confiaba en que algún ser divino te estaba protegiendo y te mantendría con nosotros. Pero no fue así. Me fallaron, nos fallaron, no existe nada en qué confiar.

Llego a la esquina. Espero unos minutos. Reconozco personas. Mi mamá se acerca y me dice ’lo nombraron en la tele Lu, Fer murió’. Me enojo con ella. ’Mentira, mentira’, y salgo corriendo de vuelta al auto. Miro para atrás y veo alboroto. Decido regresar. Un efectivo grita nombres. Decido acercarme lo más que puedo y escucho ’Fernando Emanuel Latorre’. El último de la lista. Mi mente no comprende nada, pero mi corazón sí. Se detuvo en ese preciso momento. Pude sentir cómo mi alma se quebraba en miles y miles de pedazos.

Comienzo a gritar. Grito lo más que puedo. ’Hijos de puta, son todos unos hijos de mil puta, lo dejaron morir’.

Mi mente quedó en blanco. Mi cuerpo no respondía. Sólo me mantenía en pie porque estaba siendo sostenida. Llovía. El cielo lloraba junto a nosotros. Cada gota parecía clavarse sobre mi piel. No era capaz de sentir el frío. Mi alma había escapado de mí. Escucho a lo lejos un grito: ’¡Fernando, Fernando!’ Y sólo pensé ’¿y ahora?’...

Y ahora nada, no queda nada. Sólo un inmenso dolor y una herida que no deja de sangrar. Un deseo inmenso de tenerte a nuestro lado, que lastima.

Cada día es peor al que pasó. Siete, causa, autopsias, sepelio, policías asesinos, pibes asesinados, incendio, bomberos, candados, mentiras, familias destrozadas, dolor, fiscales, jueces, marchas, gritos, ’jus7icia’, lágrimas, gente, caras, más dolor...

Abogados, informes, audiencia, apelación, camaristas, corrupción, cambios de favores, impunidad, odio, bronca, más lágrimas y más dolor...

Pasan los días, las noches, como todo lo que pasa sin importancia. Es mentira que con el tiempo las heridas sanan. No es así. El tiempo las empeora, no te deja respirar, te llena el cuerpo de dolor. Ya no existe el después. Mirás hacía adelante y sabés que el día que viene es peor al que se fue. Pensás que ya no podés soportar tanto dolor. Pero cada día renovas la apuesta.

Hubiese elegido irme con vos ese día. Si de mí hubiese dependido te hubiera regalado la mitad de los días que me quedan de vida, sólo por tenerte junto a mí un poco más. Poder disfrutar de tu risa, tu voz, volver a sentir esos abrazos fuertes y esos ’te quiero’ que me susurrabas por lo bajo con timidez. Volver a leer esos mensajes donde me decías ’cuidate hermanita, te quiero mucho’. Y una vez cumplido nuestro tiempo irnos juntos...

La vida me quedó grande, hermano. Ya no vivo, sobrevivo.

Te extraño. Cada día que pasa me duermo pensando en que venís y me das un abrazo de esos que tanto me gustan. No me dejes sola, mi vida, que te necesito junto a mí aunque ya no pueda verte... Te amo eternamente.”

Leé también Masacre de Pergamino: carta de una madre por los “jóvenes en peligro de extinción”


Daniel Satur

Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).

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