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Mayo del 37: cuando Barcelona estuvo bajo control de la clase trabajadora

Santiago Lupe

Federico Grom

Mayo del 37: cuando Barcelona estuvo bajo control de la clase trabajadora

Santiago Lupe

Federico Grom

Ideas de Izquierda

Con motivo del 85 aniversario de los hechos de mayo de 1937 en Barcelona, volvemos a publicar este artículo sobre las lecciones que dejó el último intento de defensa de una de las mayores revoluciones sociales del siglo XX.

Es necesario conocer la historia revolucionaria de nuestra clase. Un pasado con algunas de las gestas más valiosas y heroicas, laboratorio y fuente de lecciones estratégicas. La revolución española de 1936 y la insurrección de mayo del 37 en Barcelona para defenderla son algunas de ellas.

Quienes escribimos este artículo, como quienes levantaron aquellas barricadas hace 85 años, no creemos que el capitalismo tenga una salida por la vía de la reforma, ni política, ni económica. Sino que la clase trabajadora y los sectores populares deberemos aprovechar las luchas que prometen abrirse en un mundo que vuelve a estar cruzado por crisis y guerras, para prepararnos a llevar adelante el derrocamiento revolucionario de esta democracia para ricos, para poner la riqueza en las manos y el control de la clase obrera y las mayorías sociales. En ello creemos y para ello consideramos nos debemos de preparar. En primer lugar siendo parte activa y defendiendo esta perspectiva en todas las luchas que se den, a la vez que reflexionamos y tratamos de aprender de los que antes que nosotros también se propusieron “tomar el cielo por asalto”.

Estas heroicas jornadas de mayo dejan al desnudo, libre de toda visión edulcorada o mistificadora, cuáles fueron las diferentes estrategias que desplegaron las principales organizaciones obreras en la revolución española y cuáles fueron las consecuencias de las mismas en el desenlace de los hechos. En cierta medida, hablar de mayo del 37, del ahogo en sangre de la revolución española por parte del gobierno republicano, la Generalitat y el estalinismo, obliga a hacer un balance profundo, una reflexión honda, no solo de estas fuerzas, sino también de las que fueron parte activa de las jornadas revolucionarias de julio, la CNT y el POUM.

La revolución española y los gobiernos de conciliación de clases

La respuesta de los trabajadores al golpe fascista entre los días 18 y el 19 de julio de 1936 supone el arranque de una de las revoluciones sociales más profundas de la historia. Mientras el Frente Popular y el govern de la Generalitat llamaban a la calma y aseguraban tener la situación bajo control, los trabajadores salían en la búsqueda de armas para derrotar a los sublevados, consiguiendo derrotar el golpe militar en la mayor parte del territorio. El Estado burgués republicano dejaba en evidencia su impotencia para enfrentarlo, a la vez que quedaba en gran medida colapsado. La iniciativa pasó a manos de la clase trabajadora y el campesinado pobre que empezó a llevar adelante transformaciones revolucionarias, como las colectivizaciones de las tierras, las fábricas y sectores estratégicos como los transportes.

El consumo quedó en manos de Comités de Abastos levantados por los obreros. También el Orden Público pasó a manos de estos, contando con las Patrullas de Control que establecieron el orden en la ciudad de Barcelona en lugar de la policía. Se impulsó la emergencia de las milicias, organizadas en escasos días y que de inmediato asumieron la lucha militar contra el fascismo, avanzando sobre parte de Aragón y exportando la revolución por todos los territorios que pasaban.

Esta ofensiva de los trabajadores era el temor de la burguesía, no sólo la fascista, sino también la republicana. Desde la hora cero de la revolución, sus representantes políticos comenzaron a diseñar la política con la que tratarían de recomponer el Estado republicano y liquidar los organismos de auto-organización de los trabajadores y las conquistas revolucionarias de julio.

Lamentablemente las organizaciones obreras, como la CNT-FAI y el POUM, se mostraron desde el primer momento dispuestas a ser parte de esta estrategia por medio de la colaboración gubernamental. Desde diferentes organismos, como el Comité Central de Milicias Antifascistas o el Consejo de Economía de la Generalitat, se fue llegando al primer govern con consellers de la CNT y el POUM el 26 septiembre de 1936. A comienzos de noviembre la dirección nacional de la CNT-FAI hizo extensiva esta colaboración con 4 ministros anarquistas en el Gobierno central, entre ellos García Oliver y Federica Monsteny.

Será sobre todo el Govern de la Generalitat el encargado de ir aprobando los principales decretos contrarrevolucionarios, que a la vez que ayudaban a reconstruir el Estado burgués, iban aniquilando las conquistas revolucionarias de julio. La participación de la CNT y el POUM actuará de “validador” de izquierdas a los ojos de los trabajadores de esta política contrarrevolucionaria. La línea colaboracionista de clase de estas direcciones alejará la posibilidad de que aquella multiplicidad de comités se pudiera coordinar y centralizar para imponerse sobre el poder burgués. Hay que decir que la CNT catalana y nacional, -principal sindicato en afiliación junto a la socialista UGT, que organizaba a los sectores más combativos del movimiento obrero en muchas regiones como Catalunya-, al dar su apoyo al gobierno de Companys y Largo Caballero aportó un elemento decisivo para desorganizar a la clase trabajadora, no sólo militarmente sino también políticamente, para hacer frente a la contrarrevolución en curso.

A la vez iba creciendo el “partido del orden”, el PSUC, que junto al PCE mantenía el discurso anti-revolucionario más ofensivo desde el comienzo de la guerra. Actuaban como correa de transmisión de Stalin, quien quería demostrar su respetabilidad contrarrevolucionaria a las potencias democráticas para llegar a un acuerdo defensivo de la URSS. Ayudado por los envíos de dinero, armas y personal técnico, político y militar desde la Rusia soviética, comenzó una campaña de difamación contra los partidarios de la revolución que se definían como abiertamente anti-estalinistas, el POUM, tachándolos de “agentes nazis”, llegando a forzar su expulsión de la Generalitat en diciembre de 1936.

La primera medida tomada por los partidos de la burguesía, fue reestablecer su justicia, ahora rebautizada con el nombre de Tribunales Populares. Se aprobaron entonces los primeros decretos contra las colectividades de la industria y el campo, que buscaban asfixiar negando préstamos a aquellas que no estuviesen bajo el control de la Generalitat. Y por supuesto, los decretos sobre la militarización de las milicias, por el cual todas debían pasar a formar parte de un ejército tradicional a las órdenes de la República. Y donde esto no ocurría se practicaba el desabastecimiento sistemático de armas, municiones y pertrechos.

Expulsado el POUM de la Generalitat, la CNT continuó dando cobertura a una batería de leyes que atacaban frontalmente las colectividades y comités. Aboliendo los Comités de Abastos, se daba vía libre de esta forma a la especulación de muchos comerciantes con los productos de primera necesidad y su escasez por acaparamiento. Sólo cuando la Generalitat decretó el desarme de las Patrullas de Control, los dirigentes de la CNT se opusieron, aunque con el objetivo de conservar sus ministerios. Sin embargo esta oposición fue una señal para la burguesía: había que pasar a una nueva fase de la contrarrevolución. Una fase más agresiva que la que desencadenó los hechos de mayo.

Los hechos de mayo y la política de la CNT y el POUM

En la retaguardia republicana -el supuesto paladín del antifascismo a nivel mundial-, los trabajadores tenían prohibido manifestarse el 1º de mayo en la ciudad de Barcelona. El 3 de este mismo mes, tres camiones de la Guardia de Asalto republicana fueron enviados para tomar el control del edificio de la Telefónica. Además de un alto valor simbólico, para cuya toma el 19 de julio se habían dejado la vida numerosos trabajadores y trabajadoras, para la burguesía en su tarea de recomponer su Estado el control de las comunicaciones era un aspecto clave. Esto provocó la inmediata respuesta de la mayor parte de los militantes revolucionarios de la CNT, la FAI y el POUM, que empalmó con el malestar obrero y popular producto de los sucesivos decretos que minaban sus conquistas.

En la tarde del día 3 de mayo, la Barcelona obrera se volvió a alzar con las armas en la mano a levantar barricadas, esta vez para defender las conquistas revolucionarias de julio que la burguesía republicana, con sus aliados estalinistas, quería terminar de liquidar. Los barrios obreros volvieron a estar bajo el control armado de los trabajadores, mientras el Palau de la Generalitat en la plaza Sant Jaume y las sedes de Estat Catalá y el PSUC, se fortificaban con barricadas. Los cañones de Montjuic, bajo control de obreros de la CNT, apuntaban a estos edificios. En Lleida se tomó el cuartel de la Guardia Nacional Republicana y en Tarragona y Girona fueron ocupadas las sedes de los partidos contrarrevolucionarios. También la insurrección impactó en el frente, milicianos de la ex-Columna Lenin del POUM empezaron a marchar sobre Barcelona, también la División Rojinegra e incluso la ex-Columna Durruti se concentró en Barbastro para decidirlo. Sólo la gestión de diversos dirigentes anarquistas pudo evitarlo.

Las estampas del 19 de julio se reproducían. Si en esa fecha, los trabajadores desoyeron los llamamientos a la calma del Frente Popular, ahora, en mayo, tenían que hacer oídos sordos a llamamientos del mismo tipo. Sin embargo, esta vez, venían de los dirigentes que en julio les habían alentado a tomar las armas. En nombre de “la unidad antifascista”, los dirigentes regionales y nacionales de la CNT, personificados en los ministros anarquistas como Montseny y García Oliver, les pedían a los obreros entregar las armas, abandonar las barricadas y volver al trabajo. Actuaban así, una vez más, como aliados de “izquierda” de la contrarrevolución burguesa y estalinista que se proponía dar a la revolución su último golpe.

Incluso después de la derrota de esta insurrección en la que colaboraron, siguieron desplegando una política servil de la burguesía republicana. Tras ser expulsados del Gobierno central estuvieron rogando su reingreso en el Gobierno de Negrín hasta 1938, cuando lo consiguieron. Mientras, miraban para otro lado ante las desapariciones, asesinatos, encarcelamientos de centenares de sus mejores militantes, o ante el proceso de aniquilamiento del POUM.

ERC y el PSUC, con sus aliados en Valencia de Izquierda Republicana y el PSOE, que mantenía la presidencia del gobierno en la figura de Largo Caballero, ayudaron a aplastar la revolución con el envío desde Valencia de miles de Guardias de Asalto.

La Barcelona revolucionaria, el corazón de la revolución española, era aplastada con los consecuentes arrestos, torturas y asesinatos de los sectores más revolucionarios y combativos del movimiento libertario; lo que allanó el camino para terminar de liquidar la revolución en el resto de Catalunya y el Aragón oriental.

El POUM venía de jugar un papel de “comparsa” de los dirigentes cenetistas. El mismo Nin, como Conseller de justicia, tomó parte personalmente de la disolución del Comité Local y los Tribunales Populares de Lleida, ciudad bajo el control de su partido y donde sus militantes iban a oponer resistencia armada a las tropas de la Generalitat, que pretendían reinstaurar el viejo ayuntamiento republicano.

Al estallar los hechos de Mayo, en principió saludaron la respuesta de los obreros, pero cuando los dirigentes de la CNT-FAI se declararon contrarios al levantamiento, terminaron sumándose a los llamamientos a la calma y al abandono de las barricadas. Todo además con declaraciones muy irresponsables, donde señalaban que el proletariado había resultado vencedor en el choque, solo horas antes de que la ciudad fuese tomada por la Guardia de Asalto que iniciaron el desarme, las detenciones y el asalto a sedes sindicales y del POUM.

Había alternativa revolucionaria a la derrota

A pesar del enorme heroísmo de la clase obrera española, que tanto en julio del 36 como en mayo del 37 fue capaz de actuar muy por encima de las consignas equivocadas que emanaban del gobierno republicano y sus direcciones políticas y sindicales, esto no fue suficiente para vencer.

Una de las grandes tragedias para la revolución española fue la inexistencia de un partido revolucionario, que apostase decididamente por combatir el fascismo y al mismo tiempo que se preparara para que la revolución iniciada el 19 de julio se terminara de imponer sobre las ruinas del Estado republicano burgués, uniendo de esta manera las tareas de la guerra y la revolución.

Este heroísmo se hizo carne en destacados sectores que trataron de convertir su experiencia en un programa para defender y hacer vencer a la revolución. Como sectores del movimiento libertario que rompieron con la política colaboracionista de la CNT y llegaron a plantear un programa que apuntaba a levantar una alternativa de clase y revolucionaria, a desarrollar un poder obrero que socializara la economía y levantar un ejército proletario para acabar con la reacción, revisando de esta forma muchos de los prejuicios que configuran la ideología anarquista, a pesar de que en ningún momento éstos dejaron de considerarse como tales. No así, por la dirección de la CNT-FAI que intentara expulsarlos bajo la acusación de bolcheviques y trotskistas.

Uno de ellos fue Balius, antiguo redactor de Solidaridad Obrera, quien será fundador de los “Amigos de Durruti” confluyendo con cientos de milicianos que volvían a la retaguardia con sus armas en rechazo al decreto de militarización y cientos de cenetistas de las Juventudes Libertarias, el Sindicato de la Alimentación o los mineros de Sallent, entre otros. Esta agrupación fue fundada el 7 de marzo y llegó a contar con 5000 adherentes. En mayo jugó un papel clave en los combates callejeros, levantando y organizando una gran parte de las barricadas en especial en las Ramblas. Pero lo más destacado fue el programa que levantaron donde se mostraban partidario de constituir un poder obrero en la consigna de “Junta Central Revolucionaria” basada en organismos de democracia directa de trabajadores, campesinos y combatientes, así como la pelea por la socialización de la economía -en contra de la autogestión federalista que llevaba a una especie de “capitalismo sindical” y también del control que la Generalitat quería volver a imponer - o por un Ejército proletario, en contra del Ejército Popular bajo mando burgués y estalinista.

También en el interior del POUM surgieron voces contrarias a la posición de Nin, en torno a la célula 72 de dicho partido, dirigida por Josep Rebull. Éste, escribió y peleó internamente por una línea contraria a la participación en el govern, siendo partidario de retomar una política de independencia de clases y revolucionaria. Alentando a que su partido levantase y pusiera en práctica allí donde tenía incidencia, una política de desarrollo “soviético” de los diferentes comités en los que tenía influencia, impulsando la elección de delegados y su coordinación y centralización democrática.

Por último, la corriente que planteó una alternativa revolucionaria de la forma más consecuente a la política de la CNT y el POUM fue el trotskismo. Es decir, el pequeño grupo español de la Oposición de Izquierda Internacional, la llamada Sección Bolchevique Leninista de España dirigida por Grandiso Munis, que contaba con un puñado de militantes en Madrid y Barcelona con escasa incidencia en los acontecimientos. Ellos junto a León Trotsky, quien siguió desde su exilio en Turquía, Francia, Suecia y finalmente México muy de cerca los acontecimientos, trataron de influir sobre Nin, la Izquierda Comunista y el POUM hasta el último momento. Incluso anticipándose a sus errores, para que abandonaran su política criminal de conciliación de clases.

La estrategia y el programa de Trotsky y la oposición de izquierda para el Estado español, se basaban sobre todo en el bagaje teórico y práctico del marxismo revolucionario, en especial la enorme experiencia de la revolución rusa. Esta corriente fue la primera y única en oponerse sin ambages al Frente Popular, una maniobra de conciliación de clases que venía a actualizar la política ya ensayada por los mencheviques y social revolucionarios rusos con el apoyo al Gobierno de Kerensky.

Un legado que Trotsky y la Sección Bolchevique Leninista Española quisieron poner al servicio de la revolución española, que podríamos sintetizar en la independencia política de clase, luchando por la construcción del poder proletario a través de órganos democráticos de autoorganización centralizados que constituyesen un Gobierno de trabajadores sobre las ruinas del régimen republicano. El desarrollo de estos organismos de autoorganización o soviets, además de ser vitales como los pilares este poder proletario, eran esenciales para que los revolucionarios pudieran conquistar la dirección de las masas, arrancándolas de la influencia de las direcciones reformistas y conciliadoras.

La expropiación, socialización y planificación democrática bajo control obrero de toda la economía, la guerra revolucionaria contra el fascismo junto a la construcción de un Ejército Proletario y levantar ofensivamente un programa revolucionario y de extensión de la revolución a Europa y el mundo como la única posibilidad de evitar el avance del fascismo y la carnicería imperialista de la guerra mundial que estaba en ciernes, eran las tareas que el poder obrero debía asumir para poner en pie una revolución triunfante que sentará las bases para superar al capitalismo.

Lamentablemente, este programa no pudo hacerse efectivo a tiempo en sectores significativos del proletariado. Por un lado la ruptura política de Nin con Trotsky, sobre todo tras el apoyo del primero al Frente Popular, no permitió que dicho legado cristalizara en un partido con una implantación e influencia suficiente entre los trabajadores catalanes o del Estado español. En el movimiento libertario, quienes comenzaron a plantear un programa en este sentido por la fuerza de la propia realidad aún eran pocos, unos 5000 adherentes con muy poco tiempo de existencia -sólo dos meses-. Y por lo tanto, aún poca experiencia en la lucha contra su propia dirección y sin terminar de transformar ese programa en una estrategia para vencer, así como todavía menor reconocimiento y apoyo entre las bases cenetistas en comparación a sus dirigentes históricos, que a pesar de su política traidora, aún gozaban de cierto prestigio heredado.

Una dirección revolucionaria no se puede improvisar en medio de la revolución misma, sino que debe formarse y foguearse antes, aglutinando a los sectores más decididos, combativos y organizados de nuestra clase, anclándose en los centros de trabajo, ganando el apoyo y la confianza de los trabajadores. En definitiva, tratar de llegar lo mejor preparados a los combates decisivos junto con un plan decidido para vencer.

Conclusiones

Esto no quiere decir que la experiencia de estos sectores no tuviese un gran valor para las generaciones futuras y para los revolucionarios del mundo en la actualidad, aunque no pudieron incidir decisivamente en el rumbo de los acontecimientos.

La actual situación mundial reactualiza las tendencias del capitalismo a generar crisis, guerras y procesos revolucionarios como vimos en el S.XX. Crisis económicas, agravadas ahora por la ambiental, tensiones entre los Estados y las grandes potencias, como vemos con la guerra en Ucrania o la escalada armamentística del imperialismo europeo, así como los fenómenos de la lucha de clases que hemos visto en la última década o fenómenos políticos nuevos, tanto por izquierda, como por derecha, como estamos viendo con el auge de la extrema derecha en varios países europeos. El capitalismo nos está conduciendo, de nuevo, a la encrucijada en la que se tendrá que imponer la revolución o bien lo hará la contrarevolución sobre nosotros.

Una gran parte de la izquierda, incluida la que habla de anticapitalismo, apostó a la construcción de partidos anticapitalistas, amplios, sin delimitación de clase y con un programa que no hablase de revolución, ni se prepare para la misma. La mayoría de esta izquierda acabó sucumbiendo a proyectos neorreformistas como Podemos, que hoy es parte del gobierno de la cuarta potencia imperialista de la UE. Otros lo hicieron a proyectos como el de la burguesía catalanista. Decían que era la manera de adaptarse a los “nuevos tiempos”, a la mentalidad de la gente. Acabaron adaptados a quienes se conjuran todos los días para que ningún proceso de lucha de los de abajo logre desafiar el estatus quo.

También hay sectores que retoman los viejos prejuicios del anarquismo, muchas veces mezclados con el pensamiento posmoderno, el autonomismo y otras ideologías nacidas bajo la ofensiva neoliberal. Depositan toda la esperanza en el desarrollo en sí de la lucha social, sin atender a la necesidad de construir organizaciones revolucionarias. Es común oír hablar en contra de la idea de prepararse para tomar el poder, de construir partidos revolucionarios.

La revolución española y las razones de su derrota muestran que todas estas ideologías, vendidas como “nuevas”, ya fueron ensayadas y hoy son meras réplicas satíricas. El POUM demostró como los acontecimientos revolucionarios le superaron y fue incapaz de levantar una alternativa revolucionaria. Su entrada en el Frente Popular en febrero de 1936 para, como decían, “no aislarse de las masas”, fue una adaptación a la política de conciliación de clases que después practicarían a “gran escala” con su entrada en el Govern.

También el anarquismo y sus prejuicios contra el poder y la organización de una dirección revolucionaria en un partido de trabajadores quedaron puestos en cuestión por el papel de la CNT. Al chocarse con la realidad, con una revolución que para sobrevivir iba a tener que enfrentar al fascismo de un lado y a la burguesía republicana y el reformismo del otro, algunos vieron como no podían abstenerse de tomar el poder, es decir; controlar el orden público, la represión de la reacción, la lucha en el frente, la producción, los transportes, etc. La dirección de la CNT y la FAI, rehusó a ello, y optaron para no aplicar la “dictadura del proletariado” para participar en el gobierno y ayudar así a recomponer la “dictadura del capital” con rostro democrático.

Otro sector, de la que la Agrupación de los Amigos de Durruti fueron su máxima expresión, rompieron con buena parte de estos prejuicios apostando por la conquista del poder por los trabajadores, por centralizar y planificar democráticamente la economía por parte de los obreros y erigir un Ejercito proletario eficaz y disciplinado. Incluso la misma idea de dirección revolucionaria fue planteada por este sector y, su ausencia, como una de las claves para comprender la derrota. Ideas que tendían a confluir con el bagaje teórico y la experiencia del marxismo revolucionario.

Sin lugar a dudas, fueron las posiciones de los trotskistas y del mismo Trotsky los que consiguieron levantar un programa y una estrategia para la victoria de la revolución, así como la crítica y el balance agudo a la política de las direcciones obreras. Esto fue debido a que no se basaba en exclusiva en la misma experiencia española, partiendo de cero, sino de las experiencias de casi un siglo de movimiento obrero, de revoluciones como la rusa, la alemana, la china, de la lucha contra el estalinismo cuyas lecciones se habían condensado en el marxismo revolucionario de la Oposición de Izquierdas Internacional.

La revolución española constituyó pues una gran experiencia, que debemos tomar como herencia de nuestra clase, para definir cuáles son las líneas maestras por las que debemos construir un programa, una estrategia y una organización para que en el siguiente intento de “tomar el cielo por asalto”, la clase trabajadora y los oprimidos y oprimidas terminemos venciendo.

*Este artículo fue publicado originalmente en Contrapunto en mayo del 2020. Aquí se publica revisado y actualizado.


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Santiago Lupe

@SantiagoLupeBCN
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.

Federico Grom

Barcelona | @fedegrom
Vive en Barcelona. Técnico en edición e ilustrador. Es militante del la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) y escribe en la sección de Política y Mundo Obrero de Izquierda Diario.es