Detrás de la “iniciativa de paz” de Arabia Saudita, el Estado de Israel prepara una alianza con la petromonarquía de los Saud y Turquía para contener a Hamas y contrarrestar el papel de Irán como potencia regional emergente.
Viernes 8 de julio de 2016
A pesar de las contramarchas, la colonización de Palestina sigue avanzando. El premier israelí Benjamin Netanyahu aprobó la construcción de 800 nuevas viviendas en Cisjordania, sumadas a otras 600 en el barrio árabe de Beit Salafa en Jerusalén oriental. A modo de represalia, la noticia coronó los primeros anuncios por la instalación de 42 viviendas en el asentamiento de Kiriat Arba, donde recientemente fue asesinada una nena israelí por un adolescente palestino.
El asentamiento de Kiriat Arba está pegado a Hebrón, tal vez la ciudad palestina más caliente del planeta, donde menos de cien colonos judíos provocan diariamente a más de 250 mil palestinos, sometidos a políticas de apartheid. Si bien la llamada Intifada de los lobos solitarios decreció considerablemente desde su inicio en septiembre del año pasado, los ataques individuales protagonizados por jóvenes y mujeres palestinas con armas blancas se mantienen de forma intermitente.
La retaliación israelí fue complementada con la movilización de dos batallones de soldados que cercaron el perímetro de Hebrón y cancelaron los permisos de trabajo de miles de asalariados palestinos que diariamente se ven obligados a soportar los padecimientos de los checkpoints para cruzar hacia el territorio israelí.
En pleno verano, con temperaturas superiores a 40 grados, la compañía pública israelí Mekorot redujo significativamente el suministro de agua a las ciudades palestinas de Cisjordania para abastecer a las colonias y asentamientos judíos que ocupan el 60% de la superficie de ese territorio palestino. El Estado de Israel se apropia ilegalmente de las aguas dulces del río Jordán para abastecer las necesidades de 550.000 colonos judíos armados hasta los dientes en desmedro de 2,6 millones palestinos residentes de Cisjordania. Según los Acuerdos de Oslo de 1993 que propician la solución de dos estados, el 80% del agua está en manos de los israelíes, en tanto reserva el 20% restante a los palestinos (Amira Hass, editora del diario israelí Haaretz, certifica que apenas llega al 13%).
Más cerca del género fantástico que de la realidad más pedestre, los diarios israelíes no dejan de animar “conversaciones de paz” imaginarias, omitiendo premeditadamente la degradación de las condiciones de vida del pueblo palestino.
La coalición derechista encabezada por Netanyahu no tiene ninguna intención seria de establecer negociaciones con los palestinos, un apotegma histórico que el Likud enarboló para hacer del Estado de Israel “una muralla de hierro” mediante la “transferencia de los árabes”, como sintetizó ya en 1923 el líder del sionismo revisionista, Vladimir Jabotinsky. La “resolución del conflicto” propiciada demagógicamente por el partido laborista y el fraude de los Acuerdos de Oslo, basado en las ilusiones de las clases medias liberales concentradas en Tel Aviv y Haifa, cedió paso a la “administración del conflicto permanente” sostenido por los halcones del Likud, apoyado sobre el movimiento de colonos y los judíos ortodoxos que alimentan el racismo y la xenofobia del régimen colonial.
La “iniciativa de paz” de Arabia Saudita
De forma previsible, Netanyahu rechazó la Conferencia de París que se proponía resucitar las “negociaciones de paz”, estancadas desde 2014 tras el operativo Margen Protector que terminó con más de 1400 palestinos asesinados y la destrucción de la infraestructura de Gaza. Netanyahu descartó rotundamente el documento de París, a pesar de su más supina indeterminación, que ni siquiera contemplaba un calendario, pautas y metas que fijaran plazos para desarrollar conversaciones, y en cambio se pronunció a favor de la “iniciativa de paz” de Arabia Saudita de 2002, mientras abogaba por negociaciones “directas y bilaterales” con la Autoridad Palestina, que jamás arribaron a ningún puerto. Con justa razón, el jefe de la Liga Árabe, Nabil al Arabi, señaló que detrás de ese enunciado el inoxidable líder del Likud no buscaba ningún acuerdo con los palestinos sino abrir una vía para ampliar el comercio exterior con los países árabes.
Efectivamente, la propuesta de la petromonarquía presidida por el rey Salman contempla la apertura de los mercados árabes como “incentivo económico”, en las antípodas de la Cumbre Árabe de Jartum de 1967 que clausuraba taxativamente la posibilidad de abrir negociaciones entre los países árabes y el Estado sionista a partir de la defensa formal (y demagógica) del pueblo palestino. Sin embargo, el curso trazado en realidad revela la formación de una alianza entre los sionistas, Arabia Saudita y Turquía para contrarrestar la influencia creciente de Irán en tanto potencia emergente (tras el acuerdo con Estados Unidos a cambio de limitar su programa nuclear) y factor militar en el combate contra las milicias de ISIS en Irak y Siria, amén de su incidencia en el norte de Yemén con los hutis y el sur de Líbano con Hezbollah. Los desaguisados de Estados Unidos con las guerras de Irak y Afganistán abrieron una geopolítica del caos con nuevos fenómenos y realineamientos políticos.
La crisis del orden regional (basado en los Acuerdos de Sykes Picot de 1915) y la tendencia a la disgregación de los estados nacionales (Irak, Siria, Yemen, Libia) obligan al Estado de Israel a buscar socios en las potencias regionales sunitas que aspiran a recuperar su poder en confrontación con la potencia shiita.
La restitución de las islas de Tirán y Sanafir a Arabia Saudita resulta acaso la mejor expresión de la asociación con el Estado sionista. Los Saud cedieron temporariamente esas islas a Egipto en 1950, dada su proximidad al Golfo de Aqaba, la única salida al mar de los israelíes en esa zona, que durante la Guerra de los Seis Días de 1967 el general Nasser amenazó bloquear estableciendo una posición militar que obstruyera la circulación de los barcos mercantes israelíes. La devolución de las islas deja atrás definitivamente esas viejas desavenencias en pos de “normalizar” las relaciones.
En la misma dirección, Egipto aumentó considerablemente la cantidad de efectivos militares en la frontera con el Estado hebreo y la franja de Gaza. Egipto colabora activamente con la Fuerza de Defensa Israelí (FDI) en la destrucción de túneles, construidos por Hamas para sortear el bloqueo impuesto sobre Gaza desde 2007. Netanyahu planifica construir un muro de hormigón alrededor de Gaza que se extenderá subterráneamente para evitar la proliferación de túneles y garantizar la asfixia.
El ministro de Defensa, Avigdor Lieberman, admitió los “costos políticos” que debe pagar el gobierno por la “guerra de desgaste” mantenida con Hamas, con el cual “una futura confrontación es inevitable”, aunque paso seguido aseguró que “será la última”. Resulta conocida la fama de matón de barrio de Lieberman; sin embargo el fuego cruzado mantenido entre la FDI y Hamas durante cinco días del pasado abril no parece augurar un horizonte pacífico.
El restablecimiento de las relaciones entre Turquía y el Estado de Israel es la otra pata de la entente, lograda con 20 millones de dólares en carácter de indemnización a once ciudadanos turcos asesinados por soldados israelíes en 2010, cuando mediante un convoy humanitario intentaron romper el bloqueo a Gaza.
Como contraparte, Turquía comenzó a enviar contenedores de ayuda humanitaria, comprometiéndose a construir una central eléctrica y una planta desalinizadora de agua en Gaza para restarle base social a Hamas, muy debilitado por el deterioro de las condiciones de vida de la franja, que no cuenta siquiera con fuentes de agua potable.
Evidentemente, la triple alianza entre el sionismo y las burguesías árabes más reaccionarias augura nuevas pesadillas para el pueblo palestino y los pueblos oprimidos del Medio Oriente.