En una nota sin firma y titulada “Merecer los libros y las artes”, el diario La Nación se lanza a la cruzada contra artistas y trabajadores de la cultura. Lejos de ser un sector privilegiado que le cuesta dinero a la población, el arte y la cultura se sostiene mayormente con recursos autogenerados, por lo que su recorte constituye un robo.
Violeta Bruck @Violeta_Bk
Cecilia Rodríguez @cecilia.laura.r
Martes 9 de enero 23:53
Movilización del 30 de diciembre al Fondo Nacional de las Artes y el Instituto Nacional del Teatro. Foto de Enrique García Medina
En su afán por defender hasta la última letra del programa de gobierno de Milei, La Nación sumó su granito de arena para atacar a artistas y trabajadores de la cultura que por estos días protagonizan una rebelión contra el DNU, la Ley Ómnibus y el protocolo represivo de Bullrich. Encendidas por la chispa iniciada en la coordinadora Unidxs por la cultura, asambleas de miles en todo el país se pronuncian contra las medidas del gobierno y votan un plan de lucha nacional que comienza con un cacerolazo cultural en más de cuarenta ciudades este miércoles 10. Se preparan para nutrir de nuevas fuerzas el paro nacional del 24.
No sorprende que La Nación reaccione contra este movimiento, ni tampoco que lo haga con una nota sin firma: cuesta creer que haya periodistas asalariados que suscriban seriamente a la línea expresada bajo el título “Merecer los libros y las artes”.
El artículo no solo parte de una vieja idea ya ridiculizada por Tato Bores y que se puede resumir como “hay que sufrir ahora para después estar mejor”, sino que además pone como modelo del “estar mejor” a la cultura aristocrática del siglo XIX, donde solo unas pocas personas blancas y casi siempre masculinas accedían al mundo de las letras y las artes mientras el Estado llevaba adelante el peor genocidio de nuestra historia contra los pueblos originarios y su cultura.
Una nueva “teoría” del derrame para justificar el robo a la cultura
Empecemos por reconocer que el cronista anónimo se preocupa por innovar: en vez de repetir la vieja teoría del derrame, que se usaba en los años ’90 para justificar las privatizaciones y despidos masivos, la nota introduce una “teoría” nueva:
“Las naciones desarrolladas aumentan los niveles de bienestar de su población como ondas virtuosas que se expanden desde el núcleo de subsistencia elemental a círculos cada vez más amplios de satisfacción integral. Esa dinámica de prosperidad creciente permite una mayor realización de las personas como seres humanos en materia de ingresos, trabajo, salud, educación, cultura y entretenimiento.”
No sabemos si por “naciones desarrolladas” se refiere a la Francia que viene de una lucha nacional contra el aumento de la edad jubilatoria, o a EEUU donde se desarrolla un proceso de sindicalización para obtener derechos que acá conquistamos hace décadas como la salud pública y las licencias por enfermedad. Tampoco está claro cuál sería la población beneficiada por esa “prosperidad creciente”: ¿incluye a los inmigrantes que no gozan de derechos, hacen los peores trabajos o naufragan a las costas de las naciones que los expulsaron de sus tierras a fuerza de colonialismo?
Lo que sí sabemos es que en los ’90 argentinos nunca se derramó la riqueza hacia los trabajadores y más bien todo colapsó en la crisis de 2001. Por este motivo nos permitimos dudar de esta nueva “teoría” de las “ondas virtuosas”.
Lo que intenta el diario La Nación es justificar el ataque específico del gobierno de Milei a los cientos de miles de artistas y trabajadores asalariados, cuentapropistas o voluntarios que sostienen la producción cultural del país. Para eso construye la ficción de que el sector es privilegiado en relación con maestras o enfermeras, cuando lo cierto es que la mayoría de las instituciones y organismos culturales que el gobierno plantea cerrar o desfinanciar (1) no consumen recursos provenientes de impuestos a la población sino recursos generados por la propia actividad artística. Es decir que el arte y la cultura se sostienen a sí mismas, por lo que privarlas de esos recursos autogenerados constituye un robo.
Por ejemplo, el Fondo Nacional de las Artes (FNA) se sostiene a través del “dominio público pagante”: cada vez que se publica o expone una obra de un artista o autor que falleció hace más de 70 años, se paga un pequeño canon (más accesible que el derecho de autor) al dominio público. El FNA reinvierte ese capital en los artistas que están creando hoy.
Otro ejemplo es el Instituto Nacional del Cine (INCAA), que se financia con un impuesto del 10% a las entradas vendidas, videogramas alquilados, y un 25% ingresa por la difusión de producciones audiovisuales en cable y TV: ninguna enfermera o maestra tiene que pagar por las becas, premios y subsidios que otorgan estos organismos. Esto no quiere decir que el FNA o el INCAA sean una panacea: hay muchos elementos críticos e injustos en el actual esquema, pero cerrar o desfinanciar estos organismos no ayuda a mejorar: es un robo.
La casta tiene empleo, el arte no
¿A dónde irá a parar ese dinero robado a la actividad artística y cultural? No a la salud, ni a la educación, ni a generar puestos de trabajo, ni al CONICET, ni a las jubilaciones, ya que tanto el DNU como la Ley Ómnibus plantean ajustes en todas estas áreas. El dinero irá para el FMI y para los beneficios que el gobierno ya está otorgando a grandes empresarios y multinacionales. Se trata de un saqueo, no de un saneamiento de las cuentas públicas.
Este saqueo se intenta justificar a través de una maniobra: se culpabiliza a cientos de miles de artistas y trabajadores de la cultura por los “pecados” cometidos por dirigentes kirchneristas o peronistas y en particular por la situación de crisis y ajuste que impuso el último gobierno de Alberto Fernández y Sergio Massa. Soslaya que la lucha de Unidxs por la cultura empezó justamente bajo ese gobierno peronista y para exigir respuestas a un congreso que se negó hasta el último minuto a prorrogar las asignaciones específicas para la cultura.
Soslaya también que en las decenas de asambleas que se reúnen en todo el país participan mayormente artistas y trabajadores culturales que se encuentran bajo la línea de la pobreza o trabajan gratis, como las decenas de miles de voluntarios que sostienen las bibliotecas populares: únicos oasis en barrios arrasados por a la pobreza o el narcotráfico. ¡Hasta el taller de apoyo escolar le quieren sacar a los pibes y pibas de las familias trabajadoras y pobres!
Pero aún más: la nota soslaya que el gobierno no plantea ningún ajuste contra la casta política y empresaria que nos condujo a esta catástrofe y que ya en la dirigencia peronista hay gente rápida para “saltar la grieta” y bajarle el precio a la oposición al gobierno de Milei (ya vimos a Sergio Massa operando para que se levante el paro del 24, por no hablar del peronismo cordobés que salió a reprimir antes que Bullrich y apoya sin fisuras al gobierno).
Meritocracia sin argumentos y nostalgia genocida
Meritocrático desde el título hasta la última coma, este cronista que no se digna a firmar la nota pretende ser la autoridad que defina qué artista merece subsidios y qué artista no. Hay que recordarle que el premio estímulo que brinda La Nación junto con las Fundaciones Proa y Bunge y Born ha sido destinado a artistas que también fueron premiados por el FNA (es el caso de la novela de reciente publicación, La pez, de Gabriela Larralde) o que algunas de las películas que las reseñas de La Nación bañan de halagos han recibido subsidios del INCAA (es el caso de Cuando acecha la maldad, de Demian Rugna). ¿Cuál sería, entonces, el “nuevo criterio” que propone La Nación para ver quién merece un premio o beca de estímulo a la creación? No se especifica.
Lo que sí queda claro es la nostalgia del diario por la Argentina del siglo XIX y esa dirigencia aristocrática que fundó las primeras instituciones de arte y cultura mientras masacraba pueblos originarios y super explotaba trabajadores inmigrantes que luego serían perseguidos y fusilados por sus primeras rebeliones (la Patagonia rebelde, la semana trágica).
Lamentamos informarle al cronista que en los más de ciento sesenta años transcurridos desde la presidencia de Bartolomé Mitre muchas cosas cambiaron en nuestro país y en el mundo. Si en aquellos años solo unos pocos aristócratas, mayormente blancos y masculinos, podían acceder al mundo de las letras y las artes, el siglo XX vio nacer las universidades de masas y la proletarización de grandes franjas de intelectuales. Investigadores, científicos, artistas, periodistas, bibliotecarios, docentes: en cada una de estas capas hay por supuesto desigualdades internas e injusticias, pero las más amplias bases de cada sector son asalariados, monotributistas o directamente realizan trabajos gratuitos (algo muy común en el arte).
El proyecto cultural expresado en esta nota anónima de La Nación es una utopía reaccionaria, solo realizable mediante la destrucción física de cientos de miles de personas (empezando por destruir sus puestos de trabajo) que son las que hoy dan vida a una producción cultural que, con sus defectos y falencias, sigue siendo ejemplo en América Latina y el mundo.
…
(1) El proyecto de Ley Ómnibus plantea cerrar el Fondo Nacional de las Artes (FNA) y el Instituto Nacional del Teatro (INT), así como desfinanciar radicalmente el Instituto Nacional del Cine Argentino (INCAA), el Instituto Nacional de la Música (INAMU) y la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP)
Violeta Bruck
Nació en La Plata en abril de 1975. Prof en Comunicación Audiovisual (egresada UNLP). Miembro de Contraimagen, realizadora de los documentales Memoria para reincidentes y La internacional del fin del mundo