Organizaciones de la izquierda anticapitalista de Perú, Chile, Brasil y Venezuela, que integran la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional y simpatizantes en Ecuador, se pronuncian contra la xenofobia y la militarización para responder a la ola migratoria venezolana, al tiempo que denuncian la política hambreadora y represiva de Maduro, y la hipocresía de los gobiernos receptores. Publicamos la declaración a continuación.
Viernes 12 de marzo de 2021
Contra la xenofobia que divide a nuestros pueblos y la hipocresía de los gobiernos: ¡unidad de la clase trabajadora para luchar por nuestros derechos!
El mes pasado, los gobiernos de Chile, Perú y Ecuador informaban, cada cual por su lado y en diversos momentos, el envío de tropas militares a zonas de sus fronteras por donde hay pasos irregulares de inmigrantes de otros países suramericanos, en su gran mayoría venezolanos y venezolanas (una medida que en 2018 llegó a tomar el gobierno de Temer en Brasil). Semanas atrás se sucedieron en Perú algunas manifestaciones “antivenezolanas”, en las que hubo agresiones tanto a la embajada como a personas y trabajadores venezolanos. El antecedente de estos hechos fue el asesinato en Perú de un pequeño comerciante venezolano a manos de un ciudadano de nacionalidad peruana, quien le disparó a quemarropa, al parecer por su negativa a pagarle una suerte de “cupo” por tener un puesto en ese mercado; días después de lo cual, “en respuesta”, en otro hecho atroz varios venezolanos en Colombia asesinaron a un joven peruano –arrojándolo desde un puente–, también comerciante, que había ido allá a comprar mercancía.
Estos deplorables sucesos son la expresión más reciente de cómo la crisis migratoria venezolana (producto del profundo drama económico, social y político que arrastra hace varios años el pueblo venezolano), así como la propia crisis económica y social de los países receptores, al mezclarse con los sentidos comunes impuestos por las clases dominantes, dan pie a reacciones xenofóbicas que oponen al pueblo y los trabajadores de un país con los del otro. Así mismo, muestra la hipocresía de los gobiernos que, alineándose con la agresión estadounidense y las políticas injerencistas para forzar un cambio de gobierno a su favor en Venezuela, discurseaban sobre su “preocupación por los derechos humanos y democráticos de los venezolanos”.
Como organizaciones que en Venezuela, Brasil, Chile y Perú hacemos parte de una corriente política obrera e internacionalista –la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional– y simpatizantes de Ecuador, queremos hacer explícito nuestro rechazo a todo acto de xenofobia, venga de donde venga, a las políticas discriminatorias y autoritarias contra cualquier inmigrante en nuestras tierras, así como a las políticas económicas y sociales, y los gobiernos, que en nuestros países son los verdaderos responsables de los males que nos aquejan. Hacemos un llamado a la hermandad entre los pueblos y a la lucha unificada por nuestras demandas y condiciones de vida: ¡lo peor que nos puede pasar es dividirnos más y estar separados, lo que nos debilita ante nuestros verdaderos enemigos!
Una crisis sin precedentes del capitalismo venezolano
El principal motivo de la inusitada ola migratoria venezolana es el estrepitoso colapso del capitalismo rentístico y dependiente, que le ha sido descargado a la clase obrera y el pueblo pobre. El Producto Interno Bruto (PIB) del país lleva siete años continuos en picada, siendo ya una de las recesiones más largas del mundo, acumulando una disminución cercana al 80%. A esta descomunal reducción de la economía le ha acompañado una hiperinflación con ritmos anuales que han llegado hasta los seis dígitos: si en 2019 la inflación fue de 200.000%, el acumulado entre 2017 y 2019 fue de más de 1.100.000.000%. Junto a una depreciación de la moneda que rompe marcas globales: hoy 1 dólar equivale a casi 1.900.000 bolívares, cuando hace tres años la relación era 1 dólar por 60 bolívares, y pocos años más atrás era bastante menos aún.
Estos datos de la economía, por supuesto han tenido consecuencias catastróficas para la vida de la clase trabajadora y el conjunto del pueblo pobre. El salario fue pulverizándose sin parar, hasta llegar a ser casi simbólico: desde hace años, el mínimo nacional mensual tiende a caer cada tanto por debajo incluso de ¡un dólar al mes! Solo la huida masiva de millones, las remesas enviadas desde afuera, las dobles y triples jornadas de trabajo (haciendo los más diversos oficios además del trabajo oficial, por lo general ofreciendo servicios a destajo o vendiendo cualquier tipo de mercancías a la mano), cuando no directamente el abandono del trabajo asalariado para pasar a la condición de comerciantes y cuentapropistas, han salvado al pueblo trabajador de una catástrofe humana mayor.
Aun así, la pobreza y la alimentación deficiente se han expandido vorazmente, al igual que la desnutrición infantil y materna, el aumento drástico de la mortalidad materna (solo entre 2015 y 2016 aumentó 65%) y la reaparición de enfermedades erradicadas hace décadas. El sistema de salud público colapsó hace años, siendo miles y miles las muertes por falta de un simple medicamento, examen u operación sencilla. El colapso se extiende a los servicios de gas doméstico, electricidad, agua potable, telecomunicaciones, internet y transporte, haciendo prácticamente inviable hasta las cuestiones más elementales del día a día en muchas ciudades del país.
El pueblo venezolano, por supuesto, no es responsable de esta situación, es víctima de las decisiones de quienes tienen el poder para tomarlas: gobierno y empresarios. Maduro, quien recibió como herencia de Chávez un fuerte endeudamiento externo y una economía desfalcada (producto de una gigantesca fuga de capitales), puesto ante la drástica caída de los ingresos petroleros optó por pagar la deuda externa y dar continuidad a la fuga de capitales, hasta que el país sangró: miles de millones de dólares siguieron yéndose a manos del capital financiero internacional y capitales locales, mientras el país avanzaba rápidamente a la debacle.
Tenemos enemigos comunes
Pero a pesar de las cifras y dimensiones de la tragedia, las causas de los males no son muy diferentes a las de los problemas de los pueblos de los países receptores. Lo de Venezuela es capitalismo puro y duro, un capitalismo sumamente dependiente y enfermo, al que se le suma una suerte de hipertrofia burocrática –con el desarrollo de una casta de civiles y militares al calor de la administración estatal–, pero capitalismo al fin. El latiguillo de la derecha sobre un “fracaso del socialismo” es simple propaganda ideológica sin el más mínimo rigor con los hechos, facilitada sí, por el palabrerío tanto de Chávez antes como de Maduro luego, sobre que estarían llevando adelante un supuesto “proyecto socialista”.
Todas las circunstancias que han llevado a la catástrofe tienen que ver con el aprovechamiento privado de los recursos nacionales (tanto por capitales extranjeros como nacionales, tanto tradicionales como los favorecidos ¬–o surgidos– con el chavismo), en desmedro de las necesidades del pueblo y el país. Particular importancia tiene en Venezuela la conversión de la renta pública (petrolera) en capital privado, por las más diversas vías, un fenómeno histórico en el país y que se repitió con el chavismo. Es exactamente lo contrario al socialismo, que combate el hecho de que la riqueza social se la apropien como propiedad privada unos pocos. Además de que, evidentemente, en Venezuela no gobiernan en modo alguno los trabajadores y el pueblo pobre –como tampoco en ningún país de la región–, lo que es un prerrequisito indispensable para hablar de alguna “transición al socialismo”.
Por esto, los causantes de los males del pueblo venezolano no son muy diferentes a los que causan los problemas de los trabajadores y sectores populares de Perú, Chile, Brasil, Ecuador, Colombia, etc. Un sistema económico basado en la explotación de los trabajadores, en la riqueza de un puñado, en el saqueo de los recursos naturales por capitales extranjeros, en la usura del capital financiero internacional acreedor de nuestras deudas externas, y sostenido por gobiernos que velan por esos intereses. Tenemos enemigos comunes.
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Un régimen político sostenido en las FF.AA. y la represión
Privilegiando los pagos de deuda externa y la fuga de capitales, el gobierno de Maduro aplicó durante varios años un duro ajuste por vía inflacionaria y drástica depreciación de la moneda (ocasionando aguda escasez e hiperinflación, pulverizando el valor del salario y los ingresos populares), girando luego en 2018 a un ajuste para una supuesta “estabilidad macroeconómica” con brutales ataques neoliberales (desconocimiento por decreto de los contratos colectivos de trabajo, aval legal a despidos masivos, liberación total de precios, liberación del precio del dólar, etc.), y para aplicar todos estas medidas de ajuste capitalista fue girando cada vez más hacia sostenerse principalmente con la coacción y la represión.
El gobierno de Maduro tomó cada vez más rasgos bonapartistas, no solo para responder a las ofensivas de la oposición de derecha y el imperialismo estadounidense, sino fundamentalmente para hacer frente al creciente malestar social y las luchas obreras y populares. En los lugares de trabajo y en las comunidades populares, fueron sintiéndose cada vez con más fuerza los diversos mecanismos de chantaje, de coacción, amenazas o directa represión. Obstaculización de las elecciones para renovar las directivas de los sindicatos, cientos de despidos antisindicales, manifestantes de sectores populares muertos a manos de la represión, decenas sindicalistas y trabajadores enjuiciados o directamente presos, enjuiciamiento militar a cientos de habitantes pobres que protagonizaron acciones desesperadas de saqueo en varias ciudades, grandes operativos represivos alrededor de comunidades que protestan, utilización de los cuerpos de inteligencia y contrainteligencia militar para amedrentar trabajadores, patrocinio de grupos parapoliciales (mal llamados “colectivos”) que actúan en algunos lugares de trabajo o comunidades contra las protestas, etc.
Esto forma también parte de la situación que han enfrentado los trabajadores, trabajadoras y sectores pobres, a la hora de defender sus condiciones de vida. Esto también forma parte de los motivos para emigrar.
Las condiciones extremas de una migración forzada
Es todo el cuadro descrito lo que ha llevado a millones de mujeres, hombres y jóvenes de la clase obrera y el pueblo pobre de Venezuela a emigrar, buscando ingresos que les permitan sobrevivir y enviar algo a los familiares que en Venezuela se quedan padeciendo las penurias. Al interior de Venezuela es ya común el fenómeno de “los caminantes”: miles de personas que, a falta de recursos, inician a pie el rumbo a la emigración, no solo ya desde las ciudades fronterizas con Brasil y Colombia, sino desde puntos del país que quedan a cientos de kilómetros de la frontera; así, en estados fronterizos como el Táchira, es común que durante horas y horas del día (e incluso en las noches) no dejen de verse desfilar “caminantes”, incluyendo familias enteras, con niños/as.
Las condiciones de la emigración en muchos casos son extremas, una vez fuera de Venezuela, los trayectos a pie pueden extenderse por miles de kilómetros, incluso atravesando un país de esta manera para poder llegar a otro. En pasos hacia Colombia y en los que llevan al norte de Chile desde Perú o Bolivia, las condiciones climáticas hostiles y la falta de infraestructura e implementos han cobrado la vida de varios inmigrantes. También lo ha hecho el mar Caribe, son decenas los que en los últimos años han muerto en naufragios, en embarcaciones precarias, tratando de llegar a Trinidad y Tobago o alguna otra isla.
Las mujeres, jóvenes y niñas, son de las más golpeadas por estas condiciones. Empujadas por la necesidad, cientos han sido víctimas de redes de trata, prostitución y tráfico de órganos, mediante ofertas engañosas de trabajo fuera del país o de ayuda para emigrar. Los femicidios también son parte de los destinos fatales que enfrentan decenas de mujeres venezolanas que emigran, una realidad que afecta también a las mujeres de Perú, Colombia, Brasil, Ecuador o Chile. El #NiUnaMenos y #VivasNosQueremos debe hermanar a las mujeres de los diferentes países, inmigrantes o nativas.
Quienes emigran también quedan a merced de las mafias que cobran por pasar las fronteras, pudiendo ser objeto, además del cobro, de engaños y fraudes. Tanto entre Venezuela y Colombia, como entre Ecuador y Perú, se han habilitado decenas de pasos informales donde hacen su negocio estas redes.
Los trabajadores, trabajadoras y el pueblo pobre migrante no son el problema
La xenofobia aprovecha hechos puntuales (reales o ficticios) para desencadenar la ideología reaccionaria contra las familias trabajadoras y pobres que huyen de una crisis brutal. Dividiendo más aún a nuestra clase. A lo largo de estos años, son varios los casos en los que, en diversos países de la región, familias de inmigrantes venezolanos han sido objeto de ataques contra sus pertenencias, pequeños locales, las casas o refugios donde se alojan, o directamente a las personas. El discurso xenofóbico alienta este tipo de acciones.
Casi invariablemente, los sentidos comunes de este tipo están relacionados con ideas como que “vienen a quitarnos el trabajo”, “a servirse de nuestra economía”, “a usar los servicios públicos y los pueden colapsar”; incluso del tipo más básicamente machista y patriarcal de “nos vienen a quitar las mujeres” o “nos quitan los hombres”.
Estos sentidos comunes ocultan que los problemas que atraviesan los pueblos de nuestros países no tienen origen alguno en la inmigración, sino en las estructuras económicas desiguales e injustas de los mismos. La falta de empleo, los bajos salarios, las carencias de los servicios, la falta de vivienda para el pueblo, son problemas estructurales que preexisten a la ola migratoria y que, de hecho, en algunos casos en épocas pasadas, fueron motivo para la emigración en sentido inverso. Esos problemas existen porque los recursos están –o van a parar– en manos de los grandes empresarios, banqueros, terratenientes y empresas transnacionales, postergando siempre las necesidades de las mayorías nacionales. Por tanto esos sentidos comunes solo benefician a los explotadores y privilegiados de cada país, permitiéndoles construir un “culpable” hacia el cual dirigir parte del malestar social causado por ellos mismos.
La hipocresía “humanitaria” y “democrática” de los gobiernos
Los gobiernos alineados con la ofensiva injerencista de Estados Unidos en Venezuela han usado hasta el cansancio el argumento de los derechos humanos y democráticos del pueblo venezolano, incluso llegando a nombrar como “democrática” a visas que ofrecían la regularización de los migrantes, como la “Visa de Responsabilidad Democrática” de Piñera. Sin embargo, luego de fracasados los objetivos imperialistas de imponer en Venezuela un gobierno títere, que es lo mismo decir también luego de la agresión imperial con confiscación de bienes, empresas y pagos, bloqueo petrolero parcial y diversas sanciones, que han profundizado más aún las penurias del pueblo venezolano, política criminal avalada por esos gobiernos y que sin duda contribuye a aumentar los motivos de la migración, han pasado a primer plano sus políticas restrictivas y autoritarias contra esos, de quienes alardeaban preocuparles sus derechos humanos. Aúpan las sanciones imperialistas que profundizan los padecimientos de los venezolanos, al tiempo que toman medidas contra los inmigrantes que huyen de la crisis, ¡vaya cinismo!
Bolsonaro, gobierno de la extrema derecha de Brasil, hizo múltiples provocaciones para servir de principal sosten de la tentativa golpista del 23F 2019, articulado directamente con el entonces asesor de Trump, John Bolton. Como Trump, Bolsonaro hacía demagogia con la idea de “democracia” cuando fue electo mediante las arbitrariedades judiciales del golpe institucional en Brasil, siendo un declarado defensor de la dictadura militar. Nunca tuvo ningún interés por la mejoría de las condiciones de vida de los venezolanos, ordenando una política xenófoba contra los migrantes en Roraima. El gobierno de Piñera, otro de los más inmiscuidos en la agresión –al punto de viajar hasta Colombia para presenciar el intento de provocación en las fronteras del 23-F 2019, con el que buscaban desencadenar un golpe militar o un enfrentamiento fronterizo que justificara alguna agresión externa–, en dos años no aprobó ni el 5% de las solicitudes de la publicitada “visa democrática”, para finalmente anular dicho trámite a finales del año pasado. Dando este año pasos como la militarización de fronteras y la deportación de inmigrantes.
En Ecuador y Perú pasaron a exigir requisitos imposibles de cumplir por gran parte de los inmigrantes (nada más renovar el pasaporte en Venezuela cuesta 90 dólares, es decir, algo así como 90 salarios mínimos, y el doble de eso si es un pasaporte nuevo), hasta llegar recientemente a la militarización de los pasos fronterizos. Como señalaba alguna prensa, si la última vez que estos países habían movido tropas a sus fronteras comunes fue cuando se enfrentaron bélicamente, ahora ambos lo hacían para hacerle frente a inmigrantes desesperados. ¡Una desvergüenza total!
La clase obrera es una y sin fronteras: unidad y hermandad de clase para luchar por nuestros derechos y nuestras vidas
Muy por el contrario a alimentar prejuicios y odios que solo sirven a los de arriba para dominarnos mejor, al mantenernos más divididos, debemos unir fuerzas por las causas comunes que tenemos. Los enemigos que tenemos a un lado y otro de las fronteras son similares. Así como ocurre que cada vez que una mujer es víctima de un acto de opresión o violencia, se reafirma el mismo sistema de dominación que oprime al conjunto de la clase trabajadora (incluyendo los hombres), por lo cual la lucha de las mujeres contra la opresión es parte de nuestra lucha como clase contra el capitalismo, también ocurre que cuando un hermano de clase extranjero es superexplotado, precarizado, deportado, reprimido, se reafirma el mismo sistema que nos explota en nuestros respectivos países.
Las condiciones de trabajo que por lo general se imponen a los inmigrantes, implican precarización y superexplotación, un arma que a su vez usan los patronos para presionar a la baja los salarios y las condiciones laborales de la fuerza de trabajo local. ¿Vamos a enemistarnos entre nosotros o vamos a apuntar contra el verdadero enemigo, uniendo fuerzas por nuestros derechos comunes?
Los gobiernos que mandan militares a hacerle frente a hermanos de clase extranjeros, que huyen de un gobierno hambreador y represivo, son los mismos que usan también la fuerza represiva contra nuestras propias luchas en nuestros países. ¡Es el gobierno represor y asesino de Piñera, que respondió así a la rebelión popular! ¡Es el gobierno de Lenin Moreno que reprimió duramente la revuelta de 2019! ¡Son los gobiernos represores de Perú o el de Bolsonaro! Si avalásemos las respuestas autoritarias contra trabajadores y pobres inmigrantes, estaríamos contribuyendo a legitimar las respuestas represivas a nuestras luchas. Al contrario, luchemos unificadamente contra la represión de los gobiernos.
En última instancia, los recursos para satisfacer las necesidades de todos, tanto del pueblo trabajador nativo como inmigrantes, existen, y no están a nuestra disposición porque se los quedan un puñado de explotadores y privilegiados. De los recursos naturales y las riquezas producidas en nuestros países, se sirven privilegiadamente las transnacionales incrustadas aquí, el capital financiero internacional, los grandes empresarios y banqueros locales, los terratenientes. ¡Son esos quienes concentran en sus manos los recursos que podrían dar solución a muchos de los problemas estructurales que tenemos los trabajadores, trabajadoras y el conjunto de sectores populares!
Así como antes desde Brasil y Venezuela nos hemos pronunciado de manera conjunta ante situaciones similares, hoy los trabajadores y trabajadoras, mujeres y jóvenes que militamos en organizaciones de la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional (FT-CI) en Venezuela, Brasil, Chile y Perú y simpatizantes en Ecuador, llamamos a rechazar firmemente todo acto de xenofobia –en cualquier dirección que venga– y a unir fuerzas para luchar en común. Exigimos el derecho a residencia automática para los inmigrantes apenas pisen territorio de los otros países. Rechazamos la precarización laboral, luchemos por trabajos con los mismos derechos laborales y de seguridad social que los trabajadores nativos. Para lucha contra la división de las filas obreras, luchemos por la repartición de las horas de trabajo entre todos los ocupados y desocupados de cualquier nacionalidad, con salarios dignos y sin tercerización (outsourcing). Se debe garantizar a los inmigrantes el derecho a traer a sus familias. Peleamos por iguales derechos políticos, económicos y sociales.
Llamamos al internacionalismo proletario, a la solidaridad y hermandad entre las clases trabajadoras y pueblos pobres de nuestros países.
Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS) de Venezuela
Corriente Socialista de las y los Trabajadores (CST) de Perú
Partido de Trabajadores Revolucionarios (PTR) de Chile
Movimento Revolucionário de Trabalhadores (MRT) de Brasil
Corresponsalía de La Izquierda Diario en Ecuador