Atado a sus debilidades, el Gobierno se retuerce de furia frente a la realidad esquiva. Para pensar un poquito este país en tensión, fuimos a buscar a Maquiavelo.
Lunes 26 de agosto de 2024 20:10
Caminando sobre su enorme ego -motosierra simbólica en mano- Javier Milei se ofreció al país y al mundo como profeta de un nuevo tiempo económico, político y cultural. Tras ocho meses de gobierno, entre los pliegues de la crisis política, languidece aquella imagen de patética prepotencia. Este domingo, el senador formoseño Francisco Paoltroni definió al presidente como “su socio político”, en abierta oposición a considerarlo un jefe. Días atrás, “Jamoncito” fue objeto de risas cómplices entre Victoria Villarruel y José Mayans.
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Hace varios siglos, Maquiavelo advirtió “que no hay cosa más difícil de tratar, ni en la que el éxito sea mas dudoso, que convertirse en responsable de la introducción de un nuevo orden político”. Intentando asesorar a la casa de los Médicis, agregaba: “Conviene analizar si estos innovadores tienen fuerza propia o si dependen de otros; es decir, si para llevar a cabo su obra tienen que rogar o pueden forzar”.
En su corto periplo presidencial, Milei pasó del intento de forzar los acontecimientos al ruego (poco) disimulado ante “la casta política”. Navegando en su propia debilidad, se obligó a múltiples concesiones para parir la Ley Bases. Por estas horas, furioso por las derrotas parlamentarias recientes, transita una difícil incertidumbre: no puede suplicar, pero nada indica que esté en condiciones de imponer.
Armas propias
En la fragmentada Italia de su tiempo, Maquiavelo escribió que era posible conquistar nuevos principados “con las armas de otros o con las propias, por fortuna o por virtud”. Advirtió, sin embargo, que “las armas con las que un príncipe defiende su Estado, o son propias o mercenarias, o auxiliares o mixtas. Las mercenarias o auxiliares son inútiles y peligrosas”.
Si se mira de cerca, las tropas de Milei admiten, demasiado, el carácter de mercenarias . Reunidas alrededor de una pluralidad de valores reaccionarios, encontraron su punto de convergencia en la ascendente figura del entonces candidato. Subiéndose a esa ola, entraron al barro de la lucha electoral en desesperada búsqueda de cargos para sí mismos. Esa (in)consistencia se evidencia a cada nuevo episodio de la crisis parlamentaria. Lourdes Arrieta, intentando salvar sus propios trapos sucios, saca a relucir los ajenos. El hecho, resonante por sí mismo, se suma a una cadena de choques que se extiende hacia al pasado y -todo indica- continuará a futuro. Esa “calidad” política imantó a un amplio espectro de oportunistas. Es la que, por ejemplo, permitió sumar como aliado de La Libertad Avanza al hoy prófugo Germán Kiczka, diputado misionero acusado de pedofilia y ex candidato de Patricia Bullrich en ese distrito.
No solo La Libertad Avanza es un rejunte donde hay más de un lúmpen. También lo eran las listas de Patricia Bullrich, ministra de Seguridad. pic.twitter.com/XeYqBwJ4xt
— eduardo castilla (@castillaeduardo) August 26, 2024
Los crónicos combates internos no asolan solo territorio legislativo. Quienes revisten en el Poder Ejecutivo sienten, también, el peso de las tensiones que cruzan el armado oficialista, plagado de roces, peleas y tensiones. Santiago Caputo -“mago” ya en progresivo desdentamiento- aparece en el centro de esa escena pugilística. Dando cuenta de ese caótico devenir, este sábado, en La Nación, Martín Rodríguez Yebra señalaba que “cualquier funcionario que se ve representado negativamente en los medios sospecha de la mano invisible del propagandista en jefe”.
Armas ajenas
Si extendemos la analogía maquiaveliana, Milei arribó al poder apelando a armas auxiliares. Gozó la inmejorable ayuda de una porción del peronismo -encabezada por Sergio Massa- para el armado de listas. Sin ser el único, la estratégica Provincia de Buenos Aires funcionó como distrito emblemático de ese armado.
Pero, además, el líder de la La Libertad Avanza triunfó con un porcentaje de votos que no le era propio. Ganó, en gran medida, con las armas brindadas por el PRO. En aquel entonces socios y aliados, Mauricio Macri y Patricia Bullrich corrieron a ofrecer su caudal electoral. Iban, en parte, detrás de una tendencia objetiva: camino al balotaje, Milei se ofrecía como única sustancia posible al rabioso paladar antiperonista de derecha.
Desde el poder, a fuerza de radicalizar palabras, La Libertad Avanza viene apostando a la conquista de estas armas. Analistas y políticos debaten acerca de si logró o no apropiarse de esa base electoral que comulgaba con el extinto Juntos por el Cambio. No existe respuesta tajante. La furia discursiva de Milei camina en la ambivalencia con relación al expresidente, intentando un equilibrio semi-imposible. A tono con esa tensión, este domingo, en la cautelosa forma que lo caracteriza, Guillermo Francos habló de un camino común hacia las elecciones de 2025.
Un avatar llamado Javier
Emilio Monzó, emblema gráfico de la rosca política, definió a Javier Milei como un “avatar”, como proyección política de una frustración social concentrada, esencialmente condensada en la juventud.
La idea remite a la crisis orgánica o crisis de representación a la que hemos aludido en más de una ocasión. Habla, al mismo tiempo, de los límites del propio Milei. Del carácter relativamente contingente que dio sustancia a su triunfo. Pone en cuestión, en parte, aquella conexión semimecánica que cierto razonamiento estableció entre victoria electoral y ascenso de las ideas neoliberales. Ese vínculo debería relativizarse en estas horas.
Dando cuenta de las crisis que asolaban su tiempo, el revolucionario italiano Antonio Gramsci escindía las “ideologías históricamente orgánicas, necesarias para una cierta estructura” de aquellas otras “arbitrarias”, que “no crean más que ‘movimientos individuales’ o polémicas”. Si las primeras aportaban a la estructuración global de un determinado estado de cosas, las segundas emergían como parte activa de la pequeña política diaria, aquella que circulaba en el marco de lo dado.
A nivel internacional, el neoliberalismo se presentó como una ideología orgánica a lo largo de tres décadas. Desde los años 80 hasta la primera década de este siglo, complementó intelectualmente la avanzada globalizadora. Lo hizo, ciertamente, con desigualdades manifiestas. La Argentina -como América Latina casi toda- llegó antes al posneoliberalismo, rebelándose en el 2001, luego de estrellarse contra la decadencia social y económica del régimen menemista de la convertibilidad. La ideología neoliberal que pregona la gestión mileísta es infinitamente más cercana de aquellas de carácter arbitrario. Asume su lugar en la escena política nacional como amarga conclusión del fracaso de otra promesa: la del “Estado presente”.
Esa endeblez parece empezar a patentizarse, a solo ocho meses de Gobierno. Un estudio realizado por investigadores e investigadoras de la Universidad Nacional de Quilmes (Unqui) consignó que “los votantes de Milei no son tan neoliberales como hace un año. En julio de 2023 el promedio en el nivel de neoliberalismo de los votantes Milei o Juntos por el Cambio era 66,5 puntos, en julio de 2024 el promedio de los votantes de Milei en balotaje es 57,8”.
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La lógica podría asociar ese descenso a aquel otro, infinitamente más vertiginoso, en el nivel de vida de las mayorías populares. La “solución” neoliberal a los problemas argentinos entraña mayor pobreza, desocupación y un creciente parate de la actividad económica. ¿Cómo no preguntarse, entonces, acerca de su pretendida eficacia?
El estudio, coordinado por Javier Balsa y su equipo, ahonda en otras sensibilidades. Establece, también, un crecimiento en el nivel de conservadurismo de esa misma base electoral, que se elevó de 63,3 a 68,0 puntos en el mismo período.
Esa resultante ideológica no debería atribuirse solo a la labor del oficialismo. Girando a derecha en todos los terrenos, el peronismo transita su propio proceso de aclimatación al nuevo tiempo político. Conducido desde Roma por el papa Francisco, ofrece una salida conservadora a cada problema. En las últimas horas, Juan Grabois hizo otro aporte propio, sumándose al coro de quienes imputan la crisis educativa -o parte de ella- a la docencia.
En otro terreno, el del conflicto social, el peronismo ofrece otro aporte a ese crecimiento del conservadurismo. Casi o totalmente inmóviles frente a despidos, ataques al derecho a reclamar o luchas emblemáticas de la clase trabajadora; las conducciones burocráticas de la CGT y las CTA alientan un sentido común reaccionario: cada quien se salva solo.
Amar, temer, odiar
Atento a las tensiones del poder, Maquiavelo aconsejaba: “El príncipe debe, no obstante, hacerse temer de manera que, si no se gana el amor, evite el odio; porque puede ser muy bien temido y a la vez odiado”. Limitar el despliegue de ese odio obligaba a “respetar la hacienda ajena, porque los hombres olvidan antes de la muerte del padre que la pérdida del patrimonio”.
Difícilmente Milei convoque al amor. Salvo, quizás, para una minoría radicalizada a derecha. Al hombre que ocupa el sillón de Rivadavia le falta “virtud”. Goza, por estas horas, de una notable “fortuna”: el peronismo, principal oposición parlamentaria y social, se asfixia en su propia crisis.
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Apuesta, desde el primer día, a ser temido. Patricia Bullrich -la promotora del candidato misionero pedófilo- funciona como el rostro agreste de esa orientación política. La represión, no obstante, se estrella impotente contra la masividad. Lo vimos, en sucesión, el 8M; el 24 de Marzo y el 23 de abril, entre otras jornadas de protesta.
Milei corre el riesgo de ser odiado. Su política económica constituye una afrenta directa al patrimonio de millones de familias de la clase trabajadora y las clases medias. Por estas horas, esa orientación se condensa en el veto que anuncia -rabioso e impotente- a la módica mejora en jubilaciones votada por el Congreso.
El profeta de la motosierra alimenta malestares que, tarde o temprano, se convertirán en rencor activo; en potente combustible de una calle en movimiento. Ese tiempo está corriendo.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.