Sebastián Sánchez y Maximiliano Rodríguez fallecieron la semana pasada tras desbarrancarse su camioneta. Ya habían tenido otro “accidente”. Las condiciones en que trabajaban, desde adentro.
Lunes 5 de febrero de 2018 09:12
La fría noticia habla del desbarranco de dos trabajadores que cumplían tareas de mantenimiento al servicio de la empresa Minas Argentinas SA, en Gualcamayo, Jáchal, Provincia de San Juan.
Se trata de Sebastián Sánchez y Maximiliano Rodríguez, que operaban allí a la orden de Sullair Argentina. Sebastián de 32 años se desempeñaba como técnico de campo. Hijo único y a su vez padre de una niña de 6 años. Maximiliano, con 36 años, era Encargado y estaba al volante de la camioneta en el momento del accidente.
Los informes preliminares dicen que el desgraciado hecho se produjo entre las 21 y las 22hs del día jueves 1 de febrero, cuando luego de intervenir una máquina con averías se dirigían a realizar mantenimiento de un camión.
Mientras que Minas Argentina sacó un comunicado deslindando responsabilidades, Sullair Argentina, empleadora de Sebastián y Maximiliano, se limitó a “lamentar” el accidente y “disponer sus recursos para contener, asistir y acompañar a sus familias.
Más allá de las circunstancias específicas que desencadenaron el desbarranque de la camioneta, en una zona periférica del área actual de producción, en la ladera de la montaña, resulta fundamental detenerse en las condiciones laborales que resultan determinantes en el desencadenante de este tipo de accidente.
Ya nos hemos referido en otras notas sobre la matriz explotadora y autoritaria de Sullair Argentina respecto a sus trabajadores. Ésta situación se agrava enormemente respecto a los trabajadores de las sucursales y bases diseminadas a lo ancho y a lo largo del país. Más allá de las plantas centrales ubicadas en el Barrio de Barracas (CABA) donde se encuentran el grueso de la flota de maquinaria móvil, los talleres principales y la mayor parte de la dotación técnica y administrativa; en tanto empresa que ofrece provisión, instalación, operación y/o mantenimiento de maquinaria para la industria, el petróleo, la minería, etc., dispone de una serie de sucursales o bases más próximas a los principales centros de producción y explotación desde dónde operan sus servicios como sub contratistas. Esos trabajadores se encuentran en las peores condiciones de contratación, con enormes déficits de recursos e infraestructura, desarrollando sus tareas como tercerizados abandonados a su suerte. Sus reclamos son mayormente desoídos desde la casa central, y si se tornan insistentes reciben la visita disciplinadora del Gerente designado por la empresa para atender el Interior, Francisco Wisnes, un personaje odiado por su soberbia, crueldad y autoritarismo.
Sebastián, en la mina de Gualcamayo (Diario de Cuyo)
Sebastián y Maxi se encontraban bajo la modalidad del régimen minero, trabajando 15 x 15, y no escapaban a esta dinámica laboral.
Un trabajador, que viajó en varias oportunidades para colaborar con el equipo permanente de la mina y que por protección pidió resguardar su nombre, nos contaba: “los muchachos comenzaron a operar en la mina sin más soporte que una valijita de herramientas. Así tenían que hacer frente a todas las máquinas que Sullair había provisto. El campamento que la empresa les había montado era un desastre. Tanto se quejaron que tuvo que viajar la Gerenta de Recursos Humanos en persona, Cristina Zecchin, para destrabar el conflicto. Como sería de desastrosa las condiciones que la propia Zecchin salió descompuesta del campamento, y recién después de eso lo mejoraron un poco. Pero igualmente siguieron trabajando de manera precaria, siempre detrás de la urgencia, laburando como sea para sacar adelante los problemas. Ni siquiera les reconocen la categoría que les corresponde. Los muchachos ya habían tenido un incidente hace ya un tiempo, volviendo de la mina, cuando se les desprendió una rueda de la camioneta. Aquella vez zafaron, pero esta vez quien sabe que pudo haber pasado…”
Hoy Sebastián y Maximiliano ya no están entre nosotros. Queda el dolor y el recuerdo de sus familias y compañeros. Pero siguen trabajando en esas mismas condiciones miles de trabajadores, que día a día se juegan el pellejo, dejan a sus familias con el corazón en la boca, entregan su tiempo y su salud, para que patronales voraces e inescrupulosas como las que encabeza Alejandro Oxenford engorden sus arcas.
Más que nunca cobra sentido nuestra consigna “Nuestras vidas valen más que sus ganancias”, aunque para los patrones nuestras vidas apenas valgan un comunicado.