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Red Internacional
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Tribuna Abierta. Muertos en Time Warp: una lógica útil (I)

A poco más de tres meses de lo ocurrido en Costa Salguero, publicamos una reflexión e investigación sobre lo tabú de las drogas en Argentina y las políticas dominantes del tema.

Domingo 17 de julio de 2016 13:54

En la Argentina el tema drogas seguirá siendo un tabú que se cobre en muertes mientras el prohibicionismo, nuestro mayor protector, mantenga que todo consumidor o tenedor de sustancias es criminal, como se lee de la propia ley de estupefacientes y del discurso que lo legitima. Mariano Fusero, abogado especialista en el tema, la define concretamente como una estrategia de política pública. El autor de la nota agrega que es una estrategia de política pública perversa que peligrosamente seguirá vigente. Pero para empezar –y no porque el análisis se centre sólo en la norma- detengámonos en la expresión que se deduce de la ley: “Todo consumidor o tenedor de sustancias es criminal”.

La droga, el enemigo

En “Construir al enemigo”, Umberto Eco se sube a un taxi que maneja un pakistaní en Nueva York. “¿Cuál es el enemigo de su país?”, interrumpe el conductor. Eco se sorprende, contesta inocentemente. Minutos después advertirá que justamente el error de Italia fue no haber tenido verdaderos enemigos en los últimos sesenta años. Es fundamental, dice Eco, para formar una unidad y una identidad que difiera a ese mal. Y para diferenciarse es necesario que el enemigo sea visible, y hasta palpable. Hay que construirlo, y mientras más claro y absoluto resulte, mejor.
A pocos días de la tragedia de Time Warp, mientras se difundía que la pastilla “Superman” había causado las muertes, Rodríguez Larreta se sentó en C5N a dar algunas soluciones: “El tema del paco es algo terrible para los chicos; hoy no sé si es el mejor momento para dar desde el Estado un mensaje de despenalización por más de que haya funcionado en algunos países; hay mucha desinformación; no hay que tener una postura dogmática respecto a la despenalización de la droga; es un problema de la sociedad; murieron porque tomaron veneno, una pastilla en mal estado; el fondo es que tenemos que lograr que los chicos no necesiten tomarlo; la manera de prevenir es con más concientización y comunicación, estoy convencido; sabemos que no es sólo un tema de prohibiciones, también hay muchas adicciones en los boliches; no hubo problemas de seguridad, el problema es la droga”.

En el mensaje prohibicionista no se habla de consumo, nunca, porque según éste no hay consumo posible sin adicción: Todos los que consumen son adictos. La droga es la droga, una sola y terrible y la solución no está en despenalizar sino en mantenerla prohibida y concientizar hasta lograr que no se consuma. Léase, eliminar el consumo es posible. Suena fuerte y claro, el enemigo está ahí y es absoluto, y por eso no hay ni caben distinciones. Y contra el enemigo, alguien o algo tiene que asumir el rol de bien absoluto.

El problema de los moralistas

Sentado en su escritorio, Alberto Calabrese, sociólogo y ex director de adicciones en el Ministerio de Salud de la Nación, entre otros puestos que ocupó en los 42 años que lleva de lucha, recuerda una de las tantas veces que intentó hacer entender a “esos moralistas” que el problema era otro: “Explíqueme una cosa -le dije a uno que me mostraba una grilla-, ya que estamos en público y para que la gente se sienta contenta, ¿Con cuantas de estas personas llegaron a una cocina, o a una banda, o a un dealer importante o a un intermedio? Esto que me muestra es muy importante para no hacer nada, le dije. Yo les preguntaba a los políticos y a los funcionarios de carrera que siempre estaban ahí si de verdad creían en eso del prohibicionismo y no se animaban a contestarme. Pero lo curioso es que algunos en el fondo creen en eso: el imbecilismo humano acrecentado que cree tontamente que porque algo esté prohibido va a dejar de hacerse. Después de los 10 mandamientos hubo que construir bibliotecas enteras de derecho”.

La adicción ocurre en el 5 % de los casos de todos los tomadores posibles: 75% lo va a hacer en situación de prueba y de uso inhabitual, y el otro 20% lo va a hacer en situación de uso habitual con cierta regularidad en tiempo y espacio. “Nuestra definición de adicción es simple: vivir para”, dice Calabrese. Pero, volviendo a la ley, en esta lógica absolutista sin espacios, todo consumidor por el simple hecho de cargar droga ya se convierte en drogadicto e indefectiblemente en criminal o adicto; en nuestra sociedad, un marginal. ¿Quién podría acercarse a los centros de salud deliberadamente a pedir ayuda si necesitara de ello? Y si sólo se quisiera consumir con el cuidado que merece cualquier otro consumo, ¿dónde encontrar información oficial sobre una sustancia prohibida sin control estatal? Carlos Bigalli, abogado penalista y profesor de la Universidad de Buenos Aires, lo aclara: “Hay un problema básico en que vos hables y tengas un discurso de salud y al mismo tiempo criminalices algo que pueda ser un problema sanitario. Por supuesto que no todos los consumidores tienen un problema de salud, pero hay algunos que necesitan asistencia y que deberían tratarse como se tratan los temas de salud mental. Lo que no puede pasar es esta cosa binaria y contradictoria que da cuenta concretamente de la falsedad del discurso”.

Cabe recordar que en este sistema, como en cualquier capitalismo, si hay demanda habrá una oferta materializada que la satisfaga en un mercado que puede ser legal o ilegal -con todo lo que eso conlleva-. Y quien decide la legalidad o la ilegalidad en principio, es el Estado. Por lo tanto hablar de eliminar el consumo también resulta utópico; bien hay que plantearse si el consumo debe ser legal y regulado, o ilegal y mortífero. “La droga mata” fue el mensaje que reinó durante décadas. Subestimar al consumidor también es mérito del discurso, porque recordemos que no es “consumidor”, es “criminal”, y contra él no hay ni puede haber compasión. El éxtasis, la droga a la que se le atribuyó las muertes en Time Warp y que dominó el tratamiento mediático del tema, ocupa el puesto 16° en el ranking de las veinte principales sustancias más riesgosas según el estudio del especialista inglés David Nutt –que si bien es de 2010, mantuvo en su actualización los citados puestos-. El primer lugar de ese ranking lo ocupa por lejos el alcohol. Según la Organización Mundial de la Salud, los accidentes de tránsito en autos y bicicletas son la principal causa de muerte en los menores de 30 años.

Y sólo basta con unos segundos de televisión para ver que el mandato es el éxito traducido en un consumo –desde una afeitadora hasta una cerveza-, y en esa brutalidad hay personas que no pueden consumir. Dice Calabrese: “En ese no poder satisfacerlo es una cosa muy perversa porque se envía un mensaje que si bien puede ser presentado como impersonal, es susceptible de ser captado por personas que están excluidas del sistema de ese consumo y que saben que para integrarse deben tener una campera determinada y usar determinado objeto. Es una vieja historia, y las vías para acceder a ello son legales o ilegales. Esto también puede originar determinados consumos de sustancias que me hagan salir de donde estoy”. En otras palabras, encontrar allí el sentido de la vida misma hoy es posible y muy probable. Morir también.

Que hay actividades riesgosas no cabe duda, pero que no haya ninguna política de reducción de riesgos y sólo posturas negacionistas es inadmisible porque el costo pueden ser vidas. La no-presencia del Estado termina imponiendo un riesgo que supera al propio peligro del consumo, que sí está presente en las adicciones o en los abusos. Las adulteraciones –traducidas en “cortes”- de las sustancias, por ejemplo, que se llevan a cabo para obtener más ganancia a menor rédito van desde veneno para ratas a yeso. Pero en el discurso prohibicionista es lógico: el riesgo debe ser alto para seguir legitimando al enemigo; no sea cosa que se descubra lo contrario. ¿Son las muertes entonces una utilidad para el Estado?
El martes 26, la próxima entrega de esta investigación y reflexión.

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