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Red Internacional
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Tribuna Abierta. Muertos en Time Warp: una lógica útil (II)

A tres meses de la fiesta electrónica, publicamos la segunda entrega de la reflexión e investigación.

Martes 26 de julio de 2016

En el primer artículo, se planteó una primera opinión respecto a la política de prohibicionismo sobre el consumo de drogas en nuestro país. Acá la conclusión.
En Almorzando con Mirtha Legrand, días después del episodio en C5N, Larreta (Jefe de Gobierno de la CABA, NdR) consideró que la medida cautelar del juez que prohibía –momentáneamente- las fiestas electrónicas en la Ciudad, era un "disparate": "¿Qué hacemos? ¿Suspendemos los boliches? Sabemos que los chicos toman alcohol en las previas, ¿Suspendemos las previas? Entonces van a salir a tomar a la calle, ¿Prohibimos la calle?". Estaba brindando una posible solución, pero claro, lo que no sabía es que se contradecía con su anterior speech en C5N.

Algunos días más tarde en su oficina, el subsecretario del SEDRONAR, Roberto Canay, se muestra optimista y calmo, por lo menos en el poco tiempo que duró la charla. Por supuesto coincide en que hay que descriminalizar al consumidor y terminar con el prohibicionismo. Habla de mejorar la concientización, las medidas preventivas, aplicar acciones orientadas al tema de nocturnidad, informar. Y pausado agrega: “El tema es muy complejo como para hablar sólo de políticas de prohibicionismo. Prohibicionistas quedan ya cada vez menos, pero en el medio podés encontrar de todos los colores. Lo de empezar a ceder esas políticas es un proceso progresivo que se va dando en toda la región”.

Los respiradores del prohibicionismo

Dentro de lo que pareciera ser una irracionalidad y una ilogicidad total, hay que entender que el prohibicionismo es fiel a sus postulados. A los suyos, no a los que promociona públicamente como reducir el consumo, apalear –o hasta eliminar- el narcotráfico, y cuidar a la persona. Ninguna de esas finalidades se satisfacen bajo esta política de lógica perversa.

Más allá de las muertes, lo que mantiene viva a esta política son elementos levemente visibles, más bien, ocultos. El negocio es uno: según Calabrese el pozo es de dos billones por año y EEUU, el histórico impulsor del prohibicionismo es el mayor consumidor mundial. Maneja el 47 % del volumen de negocios de drogas del planeta. Sin embargo hasta EEUU inclusive empezó a deshacerse del prohibicionismo con políticas que regulan algunas sustancias como la marihuana, por ejemplo, en muchos de sus estados. Pero acá, desde el progresismo de las autoridades, sólo se necesita paciencia y calma.

El control social es otro elemento que mantiene en pie a esta política. La criminalización va contra los sectores más vulnerables, siempre. Sirve citar al secretario del ex presidente estadounidense Nixon, John Ehrlichman, que en una entrevista publicada por la revista estadounidense Harper’s confesó que el único objetivo del prohibicionismo de los 70s era perseguir a los hippies y a los negros. Esto también se dio a lo largo de la historia con los chinos y el opio, los mejicanos y la cocaína, los negros y la marihuana, entre otros. Distintos enemigos que se fueron creando intencionalmente con fines lejanos al de la protección.

Y la disipación del pensamiento crítico, que es lo que en parte mantiene blindado el mensaje hegemónico, es otro respirador de esta política. Grave, por cierto, pero útil. Bigalli lo deja en claro: “El mal absoluto no posibilita por definición y por técnica hacer distinciones. Y al propio tiempo, el pensamiento crítico es el que hace distinciones y el que rompe determinadas asociaciones mostrando su falsedad: la distinción es el propio acto de pensar”.

En relación a las drogas en sí mismas, un criminólogo contemporáneo decía que estas generan un cierto riesgo para el consumo, pero que la lucha contra ellas genera un riesgo para el sistema político. Otro sociólogo argentino, decía que lo que resolvería la cuestión sería una ley de financiamiento político. De lo que no dudan los especialistas en la materia es en la necesidad de eliminar urgente la prohibición que criminaliza al consumidor, porque como dice Fusero: “el prohibicionismo es el que genera la ilegalidad en las conductas y genera mayores daños que las propias sustancias”.