En esta serie de notas venimos abordando las principales ideas y la estrategia política del norte-americano Murray Bookchin.
En una nota anterior tratamos los debates en torno al concepto de “poder dual” que usa Bookchin y el manejo que hace de la idea de un Estado que aparece “vaciado” y de los aparatos de la hegemo-nía burguesa, y las consecuencias que tiene esta visión para una estrategia que se supone aspira a “crear situaciones revolucionarias”. Aquí queremos seguir con este debate sobre la dualidad de poderes, intentando demostrar la ventaja geosocial que poseen los soviets no sólo para unificar a los oprimidos, sino también para levantar las instituciones que podrán sustituir al Estado burgués. También repasaremos algunos ejemplos históricos basados en distintas experiencias revoluciona-rias.
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¿Dualidad de poderes o “doble impotencia”?
Los ejemplos que pondrá Bookchin de la Revolución rusa de febrero del 17 y la Comuna de París de 1871, son los mejores casos para demostrar el reformismo impotente del municipalismo. De hecho, no es una cuestión menor, pero, aunque Bookchin hable de “enfrentamiento” con el Estado burgués, en realidad en ningún momento plantea abiertamente el problema de la insurrección violenta contra el mismo. Cuando habla de la “sustitución” del Estado burgués más bien se refiere a su “desmoronamiento”.
Para empezar, es curioso que Bookchin no elige la fecha de la revolución de octubre del 17 sino la de febrero de ese mismo año para hablar del “enfrentamiento” con el estado. Cuando precisamente lejos de darse un “vaciado” del Estado ruso, las “nuevas estructuras” (los soviets) estaban en manos de las direcciones conciliadoras de mencheviques y social-revolucionarios que no querían un “vaciado”, sino por el contrario, dotarle de sentido al Estado y la democracia burguesa.
Esta es la “paradoja de Febrero” que describe Trotsky, pues lejos de un fetichismo soviético o burocrático, el dirigente ruso cuestionaba que automáticamente “nuevas estructuras” dieran lugar en todo momento a la “dualidad de poderes”. Para Trotsky, durante gran parte de vida de los soviets no existió “doble poder” sino “doble impotencia” al describir el papel del menchevismo que buscaba darle el poder a la burguesía. Fue con la revolución de octubre que se hizo efectiva esta sustitución del estado burgués, que permitió llevar adelante las demandas populares y enfrentar a los ejércitos de la burguesía. El febrero ruso es el mejor ejemplo contra el reformismo de Bookchin que es impotente para enfrentar al estado burgués. En ese sentido, la revolución rusa es una demostración de que no son suficientes “nuevas estructuras” para desarrollar la lucha, ya que para enfrentar los aparatos de la hegemonía política de la burguesía es necesario construir partidos revolucionarios que se propongan no solo levantar estos soviets sino también pelear contra el reformismo adentro del mismo.
Por otro lado, el ejemplo francés es igual de significativo. En el caso ruso la estrategia institucional lleva a Bookchin a reconocer el estado ruso, y en el caso de la comuna de 1871 demuestra el fracaso de su estrategia municipal y localista. Si la comuna burguesa de la revolución francesa demuestra que gracias al poder centralizado de las secciones revolucionarias de París se borró del mapa al feudalismo, la Comuna obrera del 71 del siguiente siglo, demuestra por la negativa la derrota sangrienta de una comuna que en lugar de destruir el estado burgués de Versalles pensó que era mejor ofrecer una resistencia aspirando a una reforma municipal o a mantener en el tiempo una especie de “espacio liberado”.
En este contexto, los dirigentes de la Comuna, encabezada por blanquistas y proudhonianos, no lanzaron una ofensiva contra el Estado burgués en Versalles para no dejar tiempo a la burguesía a contraatacar (mandando emisarios a las provincias planteando un programa anti-burgués para ganarse la simpatía de los campesinos, enviando destacamentos para desmoralizar a las tropas, y organizar un ataque definitivo contra Versalles, etc.). En cambio, el Comité Central, en una lógica parecida a la que plantean Bookchin y Biehl, decidió paralizar la lucha para convocar elecciones “legales” a la Comuna, que fueron negociadas con los mismísimos concejales y diputados de las alcaldías de todas las secciones de París para cubrir a la Comuna de “legalidad”. Desgraciadamente, esta maniobra convertida en estrategia significó un tiempo crucial que usó la burguesía para masacrar a sangre y fuego la Comuna. La estrategia “legalista” y localista de la dirección de la Comuna reflejaba, en el fondo, al igual que la discusión con Bookchin y Biehl, que los dirigentes de la Comuna tenían ilusiones en un acuerdo pacifico con el Estado burgués. Querían una alianza, y no la lucha. Lo que permitió que Versalles asestara un golpe brutal contra la Comuna. Las elecciones “legales”, que podían haber sido simplemente una medida táctica mientras las tropas obreras se dirigieran a tumbar el estado burgués, se convirtió en una estrategia en sí misma.
En este sentido, y que también nos sirve para el debate con el municipalismo de Bookchin, serán interesantes las reflexiones que hará Trotsky sobre la derrota de la Comuna de París planteando muy agudamente que “la pasividad y la indecisión” que mostró la estrategia “legalista”, “se vieron favorecidas en este caso por el principio sagrado de la Federación y la autonomía de París”. Esta estrategia demostraba que “no fue más que una tentativa para reemplazar la revolución proletaria que se estaba desarrollando, por una reforma pequeño burguesa: la autonomía comunal”. En vez de derrotar a Versalles sin perder tiempo, enviar a agitadores, organizadores y fuerzas armadas a todo Francia, se limitaron a la autonomía comunal [1] que se resumía en que “ellos no atacarían a los demás si éstos no les atacaban a ellos; cada ciudad debía recuperar el sagrado derecho al auto-gobierno”, pero que lo que de verdad estaban encubriendo era “la cobardía ante una acción revolucionaria que era preciso llevar hasta las últimas consecuencias, pues, de otro modo, no se hubiera debido empezar...”. [2]
Aunque luego retomaremos el debate sobre las milicias (tema cardinal para pensar la insurrección), cuando Bookchin habla de las milicias no lo hace como parte de una estrategia para destruir el Estado burgués, sino simplemente como pura defensa frente al Estado-nación y sin pretender una salida anticapitalista. Verdaderamente “no sabe adónde conducirá el enfrentamiento” porque en realidad las milicias en su lógica no pretenden asestar un golpe mortal a la burguesía, sino defender su propia reforma municipal. Un matiz muy sutil que esconde detrás de toda una fraseología izquierdista. Pero que en el fondo es una lógica que precisamente, como explicamos, es lo que llevó a la Comuna de París a una derrota sangrienta después de intentar negociar con los Ayuntamientos burgueses una salida legal a la democracia de los obreros. Y esto teniendo en cuenta que el valor de los comuneros no tiene absolutamente nada que ver con el espíritu reformista de Bookchin.
La “democracia municipal en peligro” y la ventaja geosocial de los soviets
Biehl y Bookchin haciendo una confusa reivindicación de las democracias “ciudadanas” rastrearán distintos ejemplos históricos que abarcarán desde la ecclesia de la Antigua Atenas, pasando por las comunas medievales de la Europa de los siglos XII, XIII, y XIV, y las Asambleas Municipales de la Nueva Inglaterra colonial del siglo XVIII o las Secciones parisinas de la Revolución francesa. Este rastreo de la democracia “ciudadana” servirá a los autores para “mostrar que el sitio de la revolución no era la fábrica sino el municipio ”. Curiosamente, al mismo tiempo, los Comités obreros de la revolución española, los Consejos obreros alemanes del 18 o lo soviets rusos también serán asimilados a esta supuesta “democracia ciudadana”. [3] Sin embargo, Bookchin y Biehl, cayendo en un aspecto formal y de dudosas analogías, no darán cuenta del nuevo fenómeno más importante en el siglo XIX que es la aparición de la clase obrera. Por primera vez en la historia, las revoluciones serán las de una mayoría social consciente y no las de una minoría.
Precisamente en este repaso de las “democracias ciudadanas” los autores tienen que reconocer que éstas estaban lejos de ser un instrumento a favor de los explotados, más bien al contrario. Es curioso como Bookchin reivindica como ejemplo de la democracia para una “sociedad comunista libertaria” nada menos que a la antigua Confederación cantonal Suiza del Antiguo Régimen. No sólo porque llega al absurdo de decir que “funcionaba siguiendo una orientación comunista”, sino porque esconde el carácter de esta “democracia” que se dedicó en la Guerra campesina del siglo XVII a decapitar a los lideres campesinos descuartizando después sus cadáveres. Bookchin y Biehl, no solo no hacen un balance serio de la revolución rusa como hemos visto en las notas anteriores, sino que tampoco explican cómo es posible que la “democracia” suiza que para ellos es la alternativa al capitalismo y al estalinismo, y después de varios siglos de experiencia (nada menos), sea hoy la democracia de la burguesía financiera y criminal de todo el mundo. Y el ejemplo vale para todas las comunas burguesas que Bookchin reivindica.
Pero no serán los únicos problemas que se plantee el municipalismo. Los autores de “Las políticas de la ecología social” se ven obligados a reconocer que, en la actualidad, con la expansión capitalista y la urbanización se impide la posibilidad de una “democracia municipal”. Biehl y Bookchin plantearán que “las comunidades pequeñas están siendo absorbidas por las mayores, las ciudades por las metrópolis, las metrópolis por las mayores, las ciudades por las metrópolis, las metrópolis por aglomeraciones gigantescas en cinturones megapolitanos. Extensiones no planificadas, subdivisiones en condominios, autopistas, grandes superficies comerciales, zonas de aparcamiento y polígonos industriales se están extendiendo incluso hasta las zonas rurales”. Cuestionándose de esta manera que “esta urbanización es un mal agüero para el potencial liberador de las ciudades, y no digamos para su persistencia como raíz de la democracia directa”. [….] “Los verdaderos fundamentos de la democracia municipal están en situación de máximo riesgo”. Es decir, la concentración industrial y urbana que ha crecido a un ritmo acelerado en estas décadas y que ha supuesto la expansión del proletariado y su concentración en los grandes cinturones megapolitanos que son los centros neurológicos y estratégicos del funcionamiento del Capital son un peligro para la “democracia municipal”, que más que un instrumento contra el capitalismo acaba convirtiéndose en sueño medieval alejado de la realidad.
Es por este fundamento social y espacial, que Bookchin se ve obligado a reconocer implícitamente, que los soviets o consejos, basados en las “unidades de producción” y los grupos de clase de estos “cinturones megapolitanos” (que son vitales para el funcionamiento capitalista), se convierten (a pesar de los intentos de Bookchin de alejarlo de las empresas) en la democracia directa que mejor se adapta al desarrollo sociopolítico moderno. [4] No solo es una democracia superior a la democracia representativa burguesa basada en el sufragio universal, sino que se convierte en el órgano de combate, donde las clases populares lejos de ser atomizadas, se organizan para luchar. Trotsky reivindicará estos aspectos planteando su importancia para la lucha de clases: “En tiempos de revolución, las organizaciones democráticas establecidas sobre la complicada base del sufragio universal quedan inevitablemente al margen del desarrollo que toman las ideas políticas de las masas. No así lo soviets. Estos dependen directamente de grupos orgánicos, tales como talleres, fábricas, minas, compañías, regimientos, etc. (…) Los electores del soviet, (…) permanecen constantemente ligados entre sí por las condiciones mismas de su existencia y de su trabajo cotidiano. El diputado está siempre sometido a la fiscalización directa de los electores, y en cualquier momento éstos pueden impartirle nuevas instrucciones, censurarlo, revocar su mandato y nombrar otro representante”. [5]
La clave del sistema de consejos obreros como explicará Lenin es que permite unir orgánicamente a las clases explotadas de proletarios y trabajadores dispersos de las unidades de producción junto a los semiproletarios y a las clases medias populares. Lejos de la falsa visión de Biehl, esto no significa que los soviets no tuvieran una base territorial. Todo lo contrario. Precisamente su esencia es que venían a superar los estrechos marcos de las fábricas individuales para coordinarse en todo el territorio. Superando de ese modo la política corporativista y sindicalista de la burocracia sindical. Estos soviets naciendo lógicamente de los comités obreros en las empresas, se transformarán en soviets propiamente para agrupar no solo a otros delegados de otras empresas, sino para incorporar a sectores oprimidos y obreros desperdigados de todo un territorio.
Y de ahí la importancia que tiene una política de frente único de la clase obrera (uniendo a las distintas capas de obreros) como vía para levantar organismos de democracia de masas, con los que sustituir al Estado burgués. John Reed, periodista americano de la Revolución Rusa, contará cómo los camareros, cocineros, los chóferes, y los trabajadores dispersos donde, por ejemplo, no existían concentraciones empresariales, o incluso grupos de pequeños autónomos que querían luchar, podían tener su propia representación mandando a los soviets a sus propios delegados a los pueblos y ciudades.
El soviet permitía organizar la fuerza obrera dentro de los centros neurológicos del Capital y articularla con el resto de explotados. El soviet no se trataba de una “representación democrática de todas y no importa cuales masas”. [6] El proletariado, bajo la falsa excusa del sufragio universal no le imponía a nadie luchar con él. Lo único que iban a exigir “los obreros a sus aliados verdaderos o posibles, es que luchen efectivamente”. El soviet iba a ser la “representación revolucionaria de las masas en lucha” [7] contra el Estado burgués. Al contrario del pensamiento de Bookchin donde la acción directa queda subordinada a la institucionalización, en el marxismo es la propia movilización revolucionaria y el combate el que “determina las fronteras de las masas que luchan” y la que abre los márgenes estrechos impuestos por la democracia burguesa. De esa forma se convertirán por primera vez en los órganos de la revolución de la mayoría de la población.
De hecho Bookchin y Biehl, en su idea de sociedad ideal (donde al parecer las ciudades son autosuficientes de parques, ayuntamientos, empresas y servicios) plantearán que los inmensos aluviones de campesinos que hacen crecer las megaciudades actuales (como Río de Janeiro, Yakarta, el Cairo, etc.) y que se agolpan en inmensas “villas miseria”, serían un peligro para la estrategia municipalista que tendría “dificultades en crear un movimiento y una cultura municipalista libertaria”. En cambio, parece no tener dudas en que los barrios ricos vallados con policía propia no pudieran convertirse en barrios rebeldes contra el capitalismo. Es decir, la “democracia ciudadana” se mostraría impotente ante la realidad social del capitalismo, ya que excluiría a estas impresionantes bolsas de pobreza y al ejército de reserva que crea el capitalismo, con todo tipo de degradé social. Y es aquí donde también se demuestra la ventaja geosocial de los soviets, donde, a diferencia de otras épocas, este proceso de urbanización e industrialización ha permitido acercar a los aliados de la clase obrera, dándole a ésta una potencial capacidad hegemónica como nunca antes. [8] Permitiéndole mayores facilidades para concretar alianzas revolucionarias con el resto de capas obreras y populares.
Aunque Bookchin ve dificultades en crear un movimiento anticapitalista con los pobres urbanos y jornaleros, la realidad es que sin esta última alianza estratégica es imposible pensar la posibilidad de una democracia directa revolucionaria que pretenda destruir y sustituir al estado burgués. Pero para eso, como veremos más adelante, es necesario que la clase obrera se muestre como un poder autónomo respecto de la burguesía que atraiga a su lado a todos los sectores populares en su lucha intransigente contra el Estado burgués, de la mano de un programa transicional que cuestione los negocios capitalistas y tienda puentes para romper con la atomización. Para ello, como también veremos en las próximas notas es necesario levantar un partido revolucionario que pelee por la independencia política de la clase obrera. Sin esto no es posible crear una alianza revolucionaria que luego sustituya al estado burgués. Alianza que encontraremos en todas las experiencias revolucionarias y que sin embargo Bookchin falsamente trata de contraponer entre un poder obrero y un poder popular.
Las experiencias revolucionarias y una falsa contraposición al poder obrero
En ese sentido, debido a una fuerte urbanización capitalista y la guetización de la clase obrera, junto al peso numérico de estratos sociales heterogéneos que pueden tender a irrumpir en los procesos revolucionarios, es posible que den origen a organismos de carácter territorial y urbano de todo tipo (barrial, estudiantil, piquetero, etc.). Es decir, que al calor de los procesos revolucionarios donde se levanten organismos de democracia directa basados en las unidades de producción, también puedan ser acompañados de organismos de “tipo comunales”, como sucedió, por ejemplo, en la Comuna de París, o en la década de 1930 con la Revolución española o en la de 1970 con la Revolución de los Claveles en Portugal. Organismos que durante las revoluciones nos permiten pensar materialmente las alianzas estratégicas entre la clase obrera y lo sectores populares. [9]
En la Revolución portuguesa, además de Consejos de Trabajadores se levantaron Consejos de Vecinos. Éstos los formaban trabajadores y parados de los barrios obreros y también de las villas de chabolas, en la que también participaba la pequeña burguesía pobre. Aunque por motivos diferentes, algo parecido sucedió en la Revolución española, con la formación de los Comités obreros revolucionarios de las barriadas de Barcelona. En ambos casos, se trataba de organismos de lucha de las clases trabajadoras y explotadas. En el primer caso, los consejos luchaban por las mejoras del barrio, la ocupación de viviendas ociosas, y la socialización del suelo. Y con la formación de comisiones de mujeres obreras se lanzaban movilizaciones contra los precios de los supermercados y la pequeñoburguesía comercial que especulaba con los precios, trasladando la lucha de clases adentro de los barrios. Mientras tanto en las empresas se levantaron consejos de trabajadores que imponían el control obrero sobre la producción a sus jefes, o bien pasaban a la ocupación y gestión directa de las empresas. Y en el segundo caso, los comités revolucionarios [10] además de ser parte de los comités que tumbaron el alzamiento militar en julio del 36, organizaban las milicias para liquidar a los “pacos” [11], mantener a la reacción burguesa a raya en la retaguardia, y organizar el abastecimiento alimentario para los milicianos y las familias en paro de los barrios obreros.
Como vimos en la discusión sobre el “control obrero”, Bookchin planteará que esta consigna (y por tanto la democracia obrera) iba a ser un elemento “subversivo” que atentará contra un supuesto poder popular. El ejemplo de Portugal será característico porque precisamente el problema de que no se desarrollasen soviets en perspectiva para asestarle un golpe a la burguesía portuguesa es porque los partidos de la izquierda conciliadora y reformista se negaron no solo a desarrollar y unificar los consejos obreros de las empresas, sino que también la boicotearon y aislaron de la democracia directa que se formaba en los comités vecinales. Ya que era un peligro que podía poner en cuestión a los gobiernos provisionales de la Junta de Salvación Nacional formada por el ejército, junto al Partido socialista y comunista. En ese sentido, los distintos gobiernos intentaron por todos los medios no sólo reventar el control obrero mediante las nacionalizaciones burguesas y la “batalla por la producción” en nombre del “poder popular”, sino que los ayuntamientos y las comisiones tuvieron el objetivo de burocratizar e institucionalizar el movimiento de los Consejos de Vecinos.
Otro tanto pasó en la revolución española, donde como cuenta brillantemente Agustín Guillamón, el problema es que se dio una “atomización de poderes obreros” que la burocracia sindical de la CNT fomentó, y donde los distintos comités revolucionarios que habían organizado los obreros de los barrios para hacer frente al golpe militar, no se unificaron al resto de los comités obreros de las empresas y ramas. [12] Una unificación con elección de delegados que como cuenta Guillamón hubiera desarrollado soviets que fueran un potente contrapoder obrero al Estado burgués de la Generalitat. Poderes obreros que como veremos fueron precisamente burocratizados en nombre del poder popular y también institucionalizados y luego sustituidos por los Ayuntamientos. Es decir, la vía que reivindica Bookchin es la misma vía que propuso la burguesía catalana y la burocracia de la CNT para bloquear cualquier intento de desarrollar la revolución obrera.
En la próxima entrega, abordaremos la deformación que hace Murray Bookchin y Janet Biehl del Programa de Transición, que toma de León Trotsky y veremos las supuestas “similitudes” que guarda con el programa reformista del municipalismo, que ya levantaba el partido verde de Bookchin en EEUU en los años ’90.
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