Personalidad destacada de la intelectualidad argentina a lo largo de las últimas décadas, participó y fue impulsora de revistas emblemáticas como Los Libros y Puntos de Vista, entre otras, además de autora de numerosos libros.
Martes 17 de diciembre de 2024 08:31
Había nacido en 1942 y fue una de las personalidades más destacadas de la intelectualidad argentina desde la década de los 70. Fue impulsora de revistas que marcaron época, como Los Libros y Punto de Vista. Además, fue autora de numeras obras dedicadas a la análisis de la cultura, la comunicación y la historia argentina. Entre sus textos más destacados figuran Escenas de la vida posmoderna; La pasión y la excepción; Borges, un escritos en las orillas; Siete ensayos sobre Walter Benjamin y la cultura; La audacia y el cálculo: Kirchner 2003-2010.
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Política y cultura
Sarlo fue parte de una generación de intelectuales –desde aquellos reunidos en Contorno, en Pasado y Presente o en los diversos proyectos editoriales que ella misma animó– para quienes discutir la tradición cultural nacional no estaba separada de una voluntad de intervención política; o era más bien una forma de ello. Disputar las lecturas de un autor o una producción con las visiones establecidas, o explorar sus representaciones con herramientas teóricas tanto estéticas como sociológicas o políticas, era una forma de participar del debate público y político.
Entre 1969 y 1976 fue parte del staff y la dirección de la revista Los Libros, que inició como una revista destinada a la crítica literaria y cultural y progresivamente avanzó hacia un análisis político-ideológico más marcado. Fundada por Héctor Schmucler, posteriormente, Sarlo junto a Carlos Altamirano y Ricardo Piglia fueron sus editores principales en el último período.
Continuó su militancia política e intelectual bajo la dictadura, publicando una revista como Punto de Vista –que tuvo a dos de sus editores desaparecidos y “oficinas” que llegaron a ser un camión de mudanzas en pleno régimen genocida. También dando clases “en privado” por fuera de la Universidad, lo que se dio en llamar como la “universidad de las sombras”.
A la vuelta del régimen democrático, Sarlo fue una de las figuras destacadas de un giro rotundo -sostenido en buena medida hasta hoy- de amplios sectores de la intelectualidad crítica y que se reivindicaba marxista. Si en las décadas de 1960 y 1970 estuvieron ligados a la militancia comunista, maoísta o guerrillerista, durante la década de 1980 se propusieron revisar sus previas concepciones políticas buscando los motivos de la derrota. La conclusión no fue solo el abandono de la idea misma de la posibilidad de la revolución, sino una renovada defensa de las instituciones de una democracia con la que, según los aires alfonsinistas, se comía y se educaba.
La editorial del número 17 de Punto de Vista (1983), enunciaba una primera formulación de lo que sería su ubicación política, que podríamos llamar “social-liberal”. Definía: “Una sociedad se democratiza no solo en las modalidades del ejercicio político, sino en la producción de nuevas condiciones económicas, sociales y culturales, que conviertan a ese ejercicio en una posibilidad efectiva”.
Sus posicionamientos políticos a partir de allí, que distintas generaciones de intelectuales adoptaron o discutieron ampliamente desde entonces, tiene que ver con ello. Siguen este hilo su posición sobre la Guerra de Malvinas –donde vio un paso progresivo en la derrota militar porque llevó a la caída de la dictadura–; su puesta en pie del Club de Cultura Socialista; su apoyo al Frepaso y, posteriormente, a Carrió. O su balance del estallido de 2001 como “antipolítico”. Incluso sus críticas al kirchnerismo en cuestiones como los DDHH, la crisis con el campo o la ley de medios.
Hay que señalar que, en esa larga deriva, el aspecto institucional del régimen democrático es lo que canaliza cada vez más sus intereses y defensa, dejando cada vez más en segundo plano la “problemática de la desigualdad”.
Probablemente, esa voluntad de intervención política debería ser parte sustancial de la evaluación que pueda hacerse tanto de los distintos aportes de Sarlo al análisis de la producción cultural –que no solo abarcaron la literatura sino también el cine o, últimamente, las redes sociales, y que exploraron tanto la fundación del Estado argentino como sus fenómenos más contemporáneos–; las distintas herramientas críticas que fue modulando a los largo de los años, o los sitios elegidos para realizar esas intervenciones: desde un pequeño agrupamiento intelectual con publicación propia o una revista masiva como la Viva o los canales de TV o radio.
Conocida por sus numerosas polémicas -donde no siempre salía bien parada, pero para las que siempre parecía estar dispuesta-, esta convicción de no separar el debate cultural del debate social y político parece ser un rasgo sostenido de su idea de lo que define la tarea intelectual. Desde estas páginas hemos en varias ocasiones discutido con sus posicionamientos, pero habría que reconocerle que a pesar de ser una renombrada figura de la academia local e incluso internacional, su producción está lejos de ese prolijo y estéril “academicismo” encerrado sobre sí mismo que caracteriza la producción intelectual actual. En este punto de vista podemos coincidir, y habrá entonces que seguir discutiéndola.
Con Sarlo se va una de las miradas lúcidas que tuvo la intelectualidad argentina en las últimas décadas.