Son las veinte y doce minutos, local time, y el vuelo de los derechos laborales de los llamados “chaquetas verdes” está a punto de despegar con tan solo unos minutos de retraso por causas meteorológicas (hace un frío que pela).
Sergio Márquez Escritor
Miércoles 18 de enero de 2017
¿La puerta de embarque? Un bar en el Paseo del Doctor Vallejo Nájera de Madrid, alrededor de una mesa en la que apenas caben mi cuaderno, mi ordenador portátil, un par de cañas, y un refresco light. Pasajeros somos tres: Alexandra Angulo, compañera del servicio de información del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas y presidenta del comité de empresa; Ángel Guirao, abogado laboralista; y yo mismo, chaqueta verde, a secas.
Alexandra lleva diecinueve días manifestándose en la calle con el resto de nosotros, y acaba de llegar de reunirse con Conchi Iniesta, secretaria general de la confederación de USO. Por suerte, dispone de una batería de litio, aparentemente inagotable. Ángel, por su parte, acaba de llegar por los pelos de su lugar de trabajo, y le agradecemos muchísimo sus ganas de ayudarnos puesto no está cobrando por ello ni un solo euro.
“Chaquetas verdes” es como se nos denomina al personal de información y atención al pasajero del aeropuerto. La cara visible de Aena (la empresa operadora aeroportuaria líder en el mundo en cuanto a número de pasajeros), la cara de póker, más bien. Como colectivo, llevamos desempeñando esta función desde hace más de una década. No solamente informamos al pasajero en referencia a cualquier duda que tenga con respecto a los servicios operativos y complementarios del aeropuerto, sino que también realizamos otras muchas labores. Facilitamos y recogemos las hojas de reclamaciones de Aena y tramitamos aquellas que puedan resolverse a tiempo real (desapariciones de vuelos en las pantallas informativas, daños personales o materiales al pasar por los filtros de seguridad…). Recogemos y entregamos objetos perdidos. Realizamos traducciones orales y escritas en varios idiomas (inglés, francés, italiano, portugués, ruso, árabe, chino, etc.) para guardia civil, policía nacional, y otros servicios del aeropuerto (tales como el botiquín, seguridad, o movilidad reducida). Somos el enlace con las compañías aéreas de aquellos pasajeros en tránsito sin visado para entrar en España y que carecen de tarjeta de embarque para seguir viajando. Nos encargamos de la Sala de Autoridades del aeropuerto (por la que pasan a diario diversas personalidades tales como ministros, presidentes, expresidentes, diplomáticos, miembros de la realeza…). Por si todo esto fuera poco, también realizamos llamadas continuas a limpieza, mantenimiento, informática, operaciones y seguridad para resolver o prevenir cualquier contingencia.
Y lo hacemos de buena gana, día tras día, incluidos sábados, domingos y festivos, a turnos rotativos de mañanas, tardes y noches (el aeropuerto es una pequeña ciudad insomne), con una sonrisa en la cara, siempre mirando por el interés del pasajero, que no es cualquier cliente. Por nuestros mostradores hemos visto pasar a personas del mundo entero, de todos los niveles sociales, culturales y económicos, cada uno con sus circunstancias, sus prisas, sus idas, sus venidas, sus ilusiones y, a menudo, sus dramas.
Alexandra y yo intercambiamos una risa que oculta un atisbo de vergüenza cuando Ángel nos pregunta por nuestro salario. Todo lo anteriormente descrito se paga a poco más de novecientos euros al mes, trabajando a razón de cuarenta horas semanales, teniendo prorrateadas las pagas extraordinarias. Cobramos alrededor de cuarenta y ocho euros brutos al día, con un plus de nocturnidad de poco más de un euro, y otro de similar calibre por día festivo. Ah, y también nos abonaban los quinquenios (¡quinquenios!). Y digo abonaban porque eso era antes, no ahora.
Pero este no es el motivo de nuestra queja, no. Ni tampoco la mala condición de los mostradores en los que trabajamos, totalmente expuestos al frío y la corriente en según qué zonas del aeropuerto, y desprovistos de ningún tipo de protección frente al pasajero (que a veces es requerida). Ni por nuestros cuadrantes, a menudo carentes de una frecuencia fija, elaborados trimestralmente en el caso de algunos, y mensualmente en el caso de otros. No, nada de eso. Nos quejamos por la situación que estamos viviendo en el último par de años por culpa de una empresa con nombre y apellidos: Multiservicios Aeroportuarios S.A. (MASA, para los amigos), filial de ACS, propiedad de Don Florentino Pérez; con el consentimiento de Aena, claro.
Pues bien, Aena no se encarga directamente de su servicio de información sino que delega en una subcontrata de la cual es cliente. El servicio sale a concurso variablemente cada tres o cuatro años, y varias empresas pujan por él, hasta que una se lleva el gato al agua. Hace poco más de dos años MASA ganó dicho concurso (¡albricias!), ofreciendo menos de un 30% del presupuesto establecido. Vamos, que les salimos baratos.
Previamente, chaquetas verdes había corrido a cargo de EFS Mantres, el grupo EULEN, y otras muchas empresas. Antes de abandonar el servicio, Mantres preparó los papeles de subrogación de absolutamente todos los trabajadores en plantilla, de la misma forma que había ido ocurriendo hasta entonces cada vez que se producía un relevo semejante entre entidades (que no es que fueran perfectas pero que esto, al menos, respetaban). MASA, sin embargo, no aceptó la subrogación, acogiéndose al pliego de Aena que le obligaba a hacerse cargo del servicio pero no de los trabajadores, porque así es como nos valora a todos el organismo gestor de Madrid-Barajas.
En estas circunstancias, se produjeron varias reuniones entre los miembros de chaquetas verdes y sus (nuestros) representantes sindicales, en aquel momento asesorados por Comisiones Obreras. Bajo un proceso de votación a mano alzada y de recogida de firmas después, la mayoría de trabajadores votamos en favor de ir a huelga contra la nueva adjudicataria, que pretendía entrar como un elefante en nuestra cacharrería. Entonces, C.C.O.O. se reúne con la empresa y llega (en un intento por salvar los muebles, supongo) a una especie de acuerdo según el cual Multiservicios accede a respetar nuestra base salarial (exceptuando el plus de antigüedad) y acuerda no llevar a cabo una extinción colectiva en los siguientes once meses. De modo que adiós a una huelga que hubiera podido resultar efectiva en su momento, y lentejas para todos.
El 28 de noviembre de 2014 empezamos a trabajar con Multiservicios. Alrededor de una decena de nuestros compañeros (incluida la jefa de proyecto, una supervisora, y dos coordinadoras) fueron a trabajar aquel día y, sencillamente, no estaban en plantilla. Habían caído en un vacío legal según el cual la empresa saliente no los había echado y la entrante no los reconocía como trabajadores suyos. Así, sin más. Las cosas que se permiten en este país. Los que sí tuvimos la fortuna (o el infortunio, ya no estoy tan seguro) de continuar en el servicio, lo hicimos completamente despojados de nuestra antigüedad, con todas las implicaciones presentes y futuras que ello conlleva. Nos habían robado, no solo dinero, sino tiempo. ¡Tiempo! No tenía ni idea de que pudiera hacerse tal cosa. Robarle a alguien una media de diez años afanándose en un sitio. Así, de un plumazo.
Comisiones Obreras firma el acuerdo antes descrito y acto seguido interpone una demanda ante el Juzgado de lo Social de Madrid contra la cláusula que excluía nuestra antigüedad. En instancia se estima dicha demanda, condenando a la empresa a que reconozca el tiempo que nos había sido injustamente quitado. De modo que estuvimos cobrando el plus de antigüedad durante casi un año. Un flaco consuelo, pero algo era algo. La empresa recurrió en suplicación y consiguió que el Tribunal Supremo de Justicia revocara la sentencia anterior, retirándonos de forma definitiva el plus y, evidentemente, continuando sin reconocer nuestra antigüedad en el servicio. Ninguno firmamos un contrato nuevo, como bien recuerda Alexandra. Seguimos, en teoría, con el contrato de Mantres, pero con las condiciones modificadas, y con menos derechos. Ante la presión colectiva, C.C.O.O. volvió a recurrir la sentencia, esta vez ante la sala cuarta del Tribunal Supremo, y aún seguimos esperando el deseado veredicto, que llegará cuando se tercie.
Entretanto, MASA fue contratando gente nueva, trabajadores eventuales, para sacar a duras penas los turnos y estar a la altura de las continuas peticiones de Aena: itinerantes en la Terminal 4 Satélite, recepción para los pasajeros procedentes de vuelos internacionales en las zonas de tránsito, acompañantes para el pasaje de vuelos especiales, refuerzo para el nuevo sistema de reconocimiento de pasaportes electrónicos solicitado por la policía, refuerzo también para las encuestas electrónicas que atañen a los métodos de los controles de seguridad, y muchísimas tareas más que delegan en nosotros, pese a luego tratarnos como al más feo del baile.
A estas personas, sacadas a dedo del enorme pozo del desempleo en España, se las contrata por un máximo de seis meses, haciéndoles firmar contratos nuevos mes a mes, desempeñando el mismo trabajo que el resto de sus compañeros, y las mismas horas, en condiciones muy inferiores. Igualmente cualificados que los demás chaquetas verdes, los eventuales cobran cerca de cien euros menos, y disponen de unos cuadrantes mensuales con unas frecuencias todavía más mareantes, abundantes en turnos de noche (que la mayoría no quiere), y con secuencias completamente aleatorias en interés único del servicio. Una vez cumplidos los seis meses, se los envía de vuelta al paro, sin excepciones. Medio año después, y con suerte, se los vuelve a llamar para empezar otra vez de cero, según los mismos términos, sin oportunidad para mejorar o promocionar en su puesto de trabajo. Sentir vergüenza por su causa es de recibo, tratándose en su inmensa mayoría de personas muy válidas, buenos compañeros, y a menudo excelentes trabajadores.
Pongamos el caso de Lidia Pérez, por ejemplo, una de las eventuales contratadas por Multiservicios. Lidia estuvo trabajando como compañera nuestra desde finales de marzo de 2015 hasta finales de septiembre del mismo año, y luego desde mediados de abril de 2016 hasta octubre. En sus primeros cinco meses trabajó en los mostradores de Terminal 1, 2, 4, y 4S (las cuatro terminales abiertas al público), también cuarenta horas semanales. Luego pasó el último mes de su primera tanda, y la práctica totalidad de los seis meses de su segunda, en la ya mencionada Sala de Autoridades, con la responsabilidad de esto conlleva. Durante todo este tiempo no cobró más de 850 euros al mes, y a día de hoy no cuenta con la más mínima garantía de que se le vaya a llamar en ningún momento para volver a trabajar. Lidia, sin embargo, ha demostrado un gran compromiso y solidaridad con la causa de chaquetas verdes, apoyándonos en todo momento, ayudándonos a difundir nuestra protesta por las redes sociales, y facilitando que este modesto artículo pueda llegar a la luz. Y como ella muchos más. Eventuales, amigos y amigas, miembros del servicio de información de pleno derecho, que no es cualquier cosa.
Entre todo este guirigay, la empresa nos cambió el tipo de contrato de los trabajadores veteranos, cambiándonos de “indefinidos” a “hasta fin de obra y servicio”. No solo nos roban nuestro dinero, nuestra antigüedad, abaratan nuestros posibles despidos, nos rodean de compañeros nuevos en condiciones vergonzosas, sino que encima nos privan de la única baza que teníamos a nuestro favor para conservar, al menos, el puesto de trabajo en el inevitable relevo entre ellos y la empresa siguiente.
Multiservicios Aeroportuarios tiene como fecha tope el 26 de mayo de 2017 para dejar de hacerse cargo del servicio de información del aeropuerto, que saldrá próximamente a concurso. Todavía no sabemos quién vendrá después de ellos, ni si ellos mismos pujarán de nuevo, lo que sí tenemos claro es que no tienen, en absoluto, la obligación de mantener a la actual plantilla de chaquetas verdes, y esto nos inquieta en grado sumo. Nadie, ni Aena ni nuestra actual empresa, quiere hacer lo más mínimo por ocuparse de nosotros, ni por respetar el tiempo que llevamos al pie del cañón, haciendo lo mejor posible nuestro trabajo. Y eso nos indigna (como se puso de moda decir hace no mucho tiempo) y nos ha llevado a levantarnos, a decir que ya es suficiente.
Alexandra y yo intercambiamos muchas batallitas, porque nos ha tocado estar ya en varias. Recordamos el atentado de ETA de diciembre de 2006, donde estuvo chaquetas verdes en primera línea de tiro. Recordamos también el tristemente famoso vuelo 5022 de Spanair, y su penoso accidente. Ahí, luego de la tragedia, dio el hombro chaquetas verdes, extralimitándose a menudo de sus funciones. Y en la huelga de controladores aéreos que hubo en España en 2010, y en otras muchas que hubo en otros países y que también nos afectaron. Todas ellas, las ha sufrido chaquetas verdes. Y la erupción de aquel volcán islandés de nombre impronunciable en agosto de 2014, cuyas cenizas causaron estragos en el espacio aéreo. Ahí dio la cara chaquetas verdes. Y en las diversas nevadas, y en huelgas o quiebras de distintas compañías aéreas, y en esos pequeños problemas que se dan en un aeropuerto internacional todos los días del año… no falla chaquetas verdes. Y ahora se nos dice que somos personal prescindible, que nuestro trabajo solo le otorga un matiz de calidad a las prestaciones del aeropuerto pero que no vayamos a creernos demasiado, que nuestra lucha es estéril, que hay mucha gente esperando y que, si a nosotros no nos gustan las condiciones, otros ocuparán nuestro sitio de buen agrado. No, de ninguna manera. Ya estamos hartos.
Es por eso que llevamos en huelga desde el día 30 de diciembre. Porque queremos nuestra antigüedad, que se nos restaure nuestro tipo de contrato, y que no se toleren más abusos consentidos por Aena en información de Madrid-Barajas de parte de empresas mezquinas. MASA se escuda en que la cuestión de nuestra antigüedad sigue todavía en manos del TSJ, y se atreve a tildar de ilegal nuestra protesta. No le falta razón en cuanto a lo del Tribunal Supremo, pero es que para cuando este dicte sentencia, lo más probable es que el 26 de mayo de 2017 haya pasado de sobra y que ya estemos todos de patitas en la calle, y sin un duro en los bolsillos. De modo que nos quejamos. Nos quejamos mañana y tarde mediante una huelga convocada por USO y de legalidad perfectamente demostrable, porque nuestra causa es noble, y es nuestro derecho vocear cuando consideremos, al menos, por la dignidad de nuestro puesto de trabajo.
Hace frío afuera, en salidas de T1, y en salidas y llegadas de T2 y T4, pero no se nos permite protestar adentro, con el pretexto de encontrarnos en alerta 4 de terrorismo (cosa a la que ya estamos más que habituados los trabajadores del aeropuerto). Estamos en alerta terrorista, sí, y sin embargo se cierran las puertas aledañas al limitado espacio que se nos concede en la calle, para silenciar nuestro ruido, aduciendo que están rotas, reparándolas luego mágicamente en cuanto que recogemos nuestros bártulos.
Los grandes medios no secundan nuestro jaleo, pues no debe de ser suficientemente interesante, y lo difundimos nosotros mismos, como ya he dicho, con nuestras propias herramientas. Ni C.C.O.O. ni USO nos respaldan demasiado. Comisiones ni siquiera respalda la huelga, y USO, después de haberla convocado, nos deja en paños menores y hasta se amedrenta ante la amenaza de Multiservicios de denunciar su supuesta ilegalidad. Unos y otros nos barren debajo de la alfombra como un montón de polvo que resulta incómodo a la vista. Sí, nos sentimos solos, pero no por ello desamparados. Ahí seguimos, plantando cara, perdiendo tiempo y dinero, sabiendo que hay justificación para nuestra lucha. Contamos con apoyos externos tales como las más de mil personas que nos han apoyado a través de la página change.org, Facebook, Twitter, y otros medios digitales. Y por gente solidaria, como Ángel Guirao. Somos un amplio número de personas, cada uno con sus diversas circunstancias: madres, padres, esposos, esposas, españoles, extranjeros… gente que tiene que pagar hipotecas, facturas, medicamentos, comida… gente, a fin de cuentas, con la virtud de ser como tú, como todo el mundo. Y somos todos chaquetas verdes y nos sentimos orgullosos de nuestro gran esfuerzo colectivo.
De esta manera finalizo mi escrito, negro sobre verde, con ayuda de mis compañeros y amigos. Espero que sirva para sumar conciencias a nuestra causa o, al menos, para dejar constancia de nuestra zozobra. En las actuales condiciones laborales, cualquiera podría estar donde nosotros, o en un lugar parecido.
Solo queremos que se nos permita seguir trabajando, respetando aquello que nos hemos ganado. Y si has pasado o vas a pasar por el aeropuerto Adolfo Suárez un día de estos: lo primero, perdón por el ruido. Esperamos que pronto no sea necesario y podamos dedicarnos dignamente a lo nuestro, que es estar a tu servicio.