¿Neomasculinidades o crisis de la masculinidad tradicional? En esta nota hacemos un repaso de cómo la extrema derecha ha construido un discurso reaccionario para intentar ganarse a sectores de la juventud.
A lo largo de la última década la ultraderecha ha logrado presentar y extender en la esfera pública un discurso reaccionario cuyo pegamento principal se compone de anticomunismo y de antifeminismo. A nivel discursivo es este último elemento el que parece más relevante para comprender la radicalización por derecha de un sector de la juventud que se expresa en la cristalización de ideas rancias en el pensamiento de dichos sectores.
Ya sea el surgimiento de los incels o que discursos misóginos se expresen libremente sin que la universidad intervenga, la realidad es que existe toda una propuesta ideológica de la extrema derecha que remite a este punto y que configura un imaginario político al que se ha denominado académicamente como “neomasculinidad”.
Uno de los elementos más llamativos de la neomasculinidad siguiendo el análisis de Susanne Kaiser, autora de “Odio a las mujeres: ínceles, malfollaos y machistas modernos “, es que no sólo reivindican públicamente su misoginia como una identidad orgullosa, sino que plantean un discurso victimista que justifica mayores cuotas de violencia y plantea el intento de invisibilizar ciertos privilegios de género (y podríamos añadir de clase).
El propósito de esta nota es realizar un análisis inicial que nos permita comprender de dónde viene y por qué ha tenido un éxito considerable a la hora de radicalizar de manera reaccionaria a determinados sectores tanto de la juventud como de la clase media a nivel internacional.
Neomasculinidad y anticomunismo
Para entender el surgimiento de este discurso cabe remontarse a la crisis económica global de 2008 y a sus efectos en determinados sectores de la clase media estadounidense, en especial la blanca, quienes a posteriori han sido el soporte del trumpismo. Para entender los motivos del tirón de este discurso se puede partir de las tesis de los investigadores Thomas Frank y Michael Kimmel, autores de visible afiliación demócrata, que se propusieron comprender el avance de la extrema derecha estadounidense, en aquel momento ligada al llamado “Tea Party” y a sus posibilidades de constituir un movimiento de masas.
En “¿Qué pasa con Kansas?” Frank hace un repaso al crecimiento en la interna del Partido Republicano de la extrema derecha a partir de la constitución de movimientos militantes y de su capacidad de ampliar la base social de dicha formación más allá de los sectores más acomodados de la sociedad. Planteándose cómo logran (al menos discursivamente) arrogarse ser portavoces de las clases populares los mismos que recortan derechos. Aunque, digamos que lo mismo le cabe al Partido Demócrata, el otro partido de la burguesía imperialista estadounidense.
Frank termina incidiendo en el peso que tienen las llamadas políticas de identidad en el crecimiento de la extrema derecha. Por un lado, porque su instrumentalización por el neoliberalismo progre desvirtúa luchas como las del feminismo y el colectivo LGTBI y coopta a sus dirigentes, destruyendo su radicalidad; y por otro, porque la extrema derecha consigue configurar en sí misma una nueva identidad: el hombre blanco como perdedor del proceso de globalización. Para este investigador, el giro neoliberal del Partido Demócrata renunciando a políticas económicas favorables a las clases populares junto con su instrumentalización de las luchas citadas anteriormente, permite a la extrema derecha presentarse como outsider del sistema (aunque formen parte de las élites del mismo) y actuar como paladines imaginarios de sectores que se sienten marginales en mitad de la globalización neoliberal. Para Frank el peso fundamental de la capacidad de movilización y extensión del discurso reaccionario residía en que una vez que ambos grandes partidos de la burguesía estadounidense sostienen las mismas políticas económicas, se inicia por derecha una “guerra cultural” para disputar una considerable base social.
Esta idea de la guerra cultural ha sido ampliada y retomada tanto por investigadores como por diversos actores políticos, en especial de la propia extrema derecha que toma el concepto como bandera para movilizar a sus bases. Una de las ideas más interesantes al respecto es la de la llamada Ventana de Overton que explicamos aquí y que expone cómo estos grupos han logrado introducir exitosamente elementos de su programa político en el debate público y naturalizarlos, reabriendo discusiones y poniendo en duda derechos que se consideraban conquistados, como el del aborto.
Por otro lado, Kimmel plantea un concepto interesante para entender la propia configuración de la identidad neomasculinista, su núcleo fundamental y quizás, el motivo de su éxito discursivo: la masculinidad agraviada. Un planteamiento que el sociólogo estadounidense introduce en su obra “Hombres Blancos Cabreados” donde analiza los discursos masculinistas tras la crisis económica global de 2008 y los efectos que esta había tenido en la población estadounidense. Para este autor, la base social de lo que posteriormente se llamó neomasculinidad reside en los hombres de clase media, a los que la crisis golpea y amenaza con la proletarización, al mismo tiempo que arranca de la trayectoria vital a la que aspiraban desde niños.
Como explica Kimmel en su estudio, de forma objetiva la clase media estadounidense, aunque sufre un empeoramiento considerable de sus condiciones de vida no son el grupo social más afectado por la crisis. Pero quizás sí son quienes se sienten más “traicionados” por lo ocurrido, porque sienten que han perdido su herencia y su “derecho de nacimiento” de poder cumplir “el sueño americano”. Este sentimiento de pérdida, que se transforma rápidamente en cólera es lo que compone la “masculinidad agraviada” que Kimmel propone como explicación para comprender el atractivo del discurso de extrema derecha para estos sectores.
La idea parte de cómo la clase media estadounidense habría construido un discurso sobre la masculinidad ligado a conceptos como la meritocracia, el hombre hecho a sí mismo, la conquista de la frontera o el hombre como única fuente de ingresos necesaria en el hogar. Una mescolanza de elementos ideológicos que no sólo justifican el sistema patriarcal, sino que lo ligaban tanto a un discurso racista como a una visión idealizada del sistema capitalista. Dentro de este universo, el único motivo que impediría el ascenso social de un individuo sería su propia falta de talento a la hora de escalar dentro de la jerarquía social.
Un potente discurso que habría moldeado el propio pensamiento de las élites del sistema como explica Michael Sandel en su análisis del concepto de meritocracia, donde la propia burguesía se cree el discurso ideológico que justifica sus privilegios como un derecho prácticamente natural, invisibilizando la estructura de poder real que les proporciona dichos privilegios.
Este imaginario que ya estaba en crisis -como recoge Kimmel- debido a las transformaciones neoliberales que impedían que una sola persona mantuviese un hogar con su sueldo, terminó de estallar con la crisis del 2008. El empobrecimiento corta de raíz la posibilidad (ya remota en aquel momento) de cumplir la trayectoria vital marcada por esta ficción ideológica.
Esta incapacidad de “realizarse como hombres” impulsa a un sector de estas clases medias a identificarse como perdedores y posteriormente a buscar culpables de la situación. En vez de reflexionar sobre un sistema que les impone unas draconianas exigencias ni sobre cómo las están sobrellevando quienes están aún más abajo en la escala social (mujeres o personas racializadas) decide plantearse cómo volver a aquel escenario (ideológico) donde sí era posible cumplir dichos objetivos.
La clave del problema no reside en que los sectores apelados por este discurso hayan perdido una gran cantidad de poder social en comparación a sectores más desprotegidos. Lo importante es que sienten que sí lo han hecho y que a pesar de que exteriormente pueda parecer incomprensible, lo sienten con una rabia que transforma el agravio de imaginario a real, y por tanto abre la puerta a la radicalización por derecha.
Un sentimiento que, como explica Susanne Kaiser en su libro, se expresa también en los discursos de AfD (Alternativa por Alemania, partido de la extrema derecha alemana) o del trumpismo estadounidense que señalan la necesidad de que los hombres (europeos o estadounidenses respectivamente) “vuelvan a ser hombres” para recuperar ese pasado mitificado donde sí podía vivir felizmente la clase media. La neomasculinidad nos plantea que los hombres han dejado de ser hombres porque han perdido su virilidad, han sido “castrados” por el feminismo lo que habría puesto patas arriba el sistema socioeconómico al romper la jerarquía “natural” que hace funcionar la sociedad. Y este es el punto de unión de antifeminismo y anticomunismo en su discurso.
La unión se da a partir de su visión esencialista del hombre y la mujer colocándoles una serie de características innatas que constituirían sus identidades, delimitan sus conductas y los empujan a no sólo aceptar el modelo de familia patriarcal como el único valido, sino a idealizarlo como la condición necesaria para la felicidad humana. Desde este planteamiento político, el ataque al feminismo (demonizado con el concepto de “ideología de género) es visto como una necesidad, en especial porque consideran que cualquier ataque a la familia tradicional abre paso a un posible ataque al derecho a la propiedad privada.
Los ideólogos de la extrema derecha, como explicamos en esta nota tratan de blindar la existencia del régimen capitalista y patriarcal afirmando que su aparición y desarrollo en la historia es el producto último de la “naturaleza humana”.
Plantear cualquier modelo alternativo de sociedad sería desde su punto de vista atentar contra esta “naturaleza humana” y provocaría no solo la infelicidad de los individuos sino el colapso de la sociedad. Esto los lleva a demonizar al movimiento feminista y al colectivo LGTB por criticar y poner en duda los pilares del sistema patriarcal. Una de las claves de su discurso es la defensa del modelo actual de masculinidad, cuyo sujeto el hombre (blanco) heterosexual vería amenazada actualmente su existencia por los diversos movimientos sociales. La extrema derecha plantea también que cualquier crítica al modelo actual de masculinidad es un ataque a una parte de la población que sería la “perdedora” frente a las élites del neoliberalismo progresista.
La ruptura de dicha jerarquía natural es una de las principales afrentas que estas posturas reaccionarias achacan a los movimientos sociales y en especial al marxismo, enemigo al que no han olvidado. Basta leer a reaccionarios como Agustín Laje y Nicolás Márquez de Argentina, en el mismo sentido.
La ruptura de la casa del árbol y la nostalgia reaccionaria
Como dijimos, la percepción de una ruptura del “orden natural” de la sociedad, la reciente “perdida” de la virilidad de los hombres o el sentimiento de agravio son las respuestas que la ultraderecha propone a sectores afectados por diversas crisis económicas y sociales que han emergido en medio de una crisis más general de la hegemonía neoliberal. Describen un horizonte nostálgico donde una vuelta a un pasado idealizado respondería a problemas que la crisis actual plantea al conjunto de la población, o al menos a los sectores apelados por este discurso. Una nostalgia que apela a los sueños frustrados de una parte de la juventud, de pensamiento reaccionario, que identifica su incapacidad de estar a la altura de lo que los mitos de la masculinidad tradicional le piden y busca la forma de resolver el dilema.
Al mismo tiempo, el discurso neomasculinista apela a una recuperación de espacios (pudiendo incluirse el público) en el que se percibe que la presencia de las mujeres, así como del colectivo LGTBI o de personas racializadas, inhibe el desarrollo de los jóvenes y les hace susceptibles a discursos “progres” o al “marxismo cultural”.
Esta última idea puede expresarse con la metáfora de la casa del árbol, ese refugio que veíamos en películas estadounidenses donde los chicos solían reunirse sin que las chicas pudieran acceder, una especie de “santuario masculino”. El discurso neomasculinista identifica que el avance del feminismo ha supuesto el asedio y caída de muchas casas del árbol, lo que pone en duda, según ellos, dónde se podrán desarrollar ciertas prácticas sociales que reproduzcan la masculinidad tradicional. ¿Dónde los chicos podrán ser chicos si todo el mundo accede en igualdad de condiciones a todos los espacios?
Un ejemplo sencillo de este tema se encuentra en el mundo del videojuego, la principal industria cultural de nuestra época y una de las que quizás smayor influencia tiene en la juventud, donde desde hace diez años se suceden graves polémicas como consecuencia de la aparición de las mujeres como posible sujeto en la industria. Ya sean como consumidoras o trabajadoras, las mujeres combaten una guerra con un sector de usuarios, activistas de extrema derecha y a veces la patronal para que su acceso a la industria se vea reconocido.
Un recorrido por la historia reciente de la industria del videojuego expone las distintas tácticas ya conocidas de la extrema derecha para el reclutamiento de jóvenes dentro de estas comunidades. Ya sea apareciendo como defensores de la libertad de expresión frente a un imaginario feminismo totalitario que vendría a censurar los videojuegos, poniendo en duda que las mujeres puedan participar en el medio, ensayando tácticas de troleo, doxxing, acoso en redes o el uso de memes como el sello de estos grupos en su actividad política online.
El universo online que estas comunidades ejercen ha sido decisivo en el impulso inicial de estas corrientes en el periodo anterior a la victoria de Trump en 2016 y al ciclo político que esta abrió y que se está cerrando actualmente. Tal es así, que la propia extrema derecha estadounidense reconocía una deuda con estas comunidades, como expresaba Andrew Anglin, editor y fundador del blog neonazi Daily Stormer, en un texto llamado “A Normie´s Guide to the Alt-Right. En dicho texto Anglin hacía un balance de la experiencia de la extrema derecha durante su intervención dentro de las comunidades online anglosajonas como 4chan o Reddit, de las comunidades más grandes de Internet, y como les había permitido amplificar su mensaje en la juventud. No sólo por el propio alcance de dichas comunidades con audiencias juveniles que pueden cifrarse en millones, sino porque estas habían generado de forma orgánica una serie de códigos, memes y discursos que la extrema derecha pudo tomar, asumir y readaptar para sus propósitos, dentro de su llamada “guerra cultural”.
Este impulso orgánico fue lo que le dio, según algunas investigadoras, la apariencia de outsider a la extrema derecha en el último periodo dentro de la juventud. No sólo porque se presentase como “políticamente incorrecta” frente al neoliberalismo progresista, identificado como el sistema. Sino porque realmente habían logrado intervenir en uno de los principales espacios de socialización y de discursos culturales de la juventud: el universo de las redes sociales y el mundo del videojuego. Esto explicaría en parte el éxito de su discurso, al menos en un plano de comunicación política.
Despatriarcalización como respuesta a la neomasculinidad
En un plano más general, la neomasculinidad es una de las patas del falso modelo alternativo de sociedad que la extrema derecha le propone a una serie de sectores, en especial la clase media y una parte de la juventud, ante la crisis generalizada del proyecto neoliberal. Un modelo donde la nostalgia por una supuesta jerarquía natural perdida permite reconstituir y darle una nueva capa de pintura al viejo programa reaccionario cargado de medidas antiobreras, racistas y antifeministas, en definitiva, opresoras, que siempre ofrecen estos grupos.
“Volver a ser hombres” es la consigna generalizada de esta extrema derecha, ahí meten desde volver a meter a las mujeres en la casa, al odio al extranjero (ser viriles para defender la patria) a cualquier otra basura reaccionaria que incluya su programa.
Frente a esta perspectiva reaccionaria cabe oponer la idea de “despatriarcalización" o, más bien, la lucha contra la opresión patriarcal en la sociedad capitalista. Primero, como el reconocimiento de que la masculinidad no es una esencia natural, es una construcción social e histórica. Y en segundo lugar como la salida ante el modelo hegemónico de masculinidad que no sólo apuntala la opresión femenina sino también el sufrimiento de los varones dentro del sistema patriarcal.
Una salida que no es individual ni puramente personal, sino que ha de ser una lucha colectiva en la que se destruya de raíz el sistema que genera y reproduce dicho modelo. Una pelea que pasa por una reivindicación activa de derechos, y de confrontar a las distintas opresiones para poder construir un mundo nuevo. Solo mediante dicha salida colectiva es posible terminar con estas opresiones, cualquier salida individual por muy bien intencionada, no pasa de ser ficción para un individuo que vive y socializa constantemente a diario la explotación y opresión que genera la sociedad actual.
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