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Red Internacional
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OPINIÓN. Netanyahu desafía los consejos de Beguin

El asesinato de Jeir a-Din Hamdan, un joven de 20 años de Kfar Kana, a manos de las tropas israelíes y el incendio de una mezquita próxima a Ramala añadió más combustible a las llamas que arden en Jerusalén oriental y Cisjordania donde miles de jóvenes palestinos protagonizan un estado de rebelión en las calles, producto de una serie ininterrumpida de provocaciones del gobierno derechista del premier Benjamín Netanyahu.

Sábado 15 de noviembre de 2014

Fotografía: wikimedia.org

Embargados por la impotencia, algunos jóvenes palestinos tomaron venganza empleando el terror individual contra cuatros ciudadanos israelíes, asesinados por heridas de cuchillos y ataques vehiculares, que abrieron el pánico entre los medios israelíes, mientras el ministro de Defensa Moshe Yaalon reivindicaba las demoliciones de viviendas de los “terroristas y sus familiares”, como método de amedrentamiento.

Probablemente, la mayor de las provocaciones fue la el cierre de la Explanada de las Mezquitas (el tercer sitio mas sagrado para los musulmanes) tras ser herido el rabino ultraderechista Yehuda Glick, un personaje financiado por el Estado judío, el lobby judeo-norteamericano y varias instituciones evangélicas, que animaba a los colonos judíos a destruir la explanada para restaurar sobre sus ruinas el Tercer Templo judío como réplica redentoria del viejo templo judío de hace más de 2000 años, una afrenta artera hacia todos los pueblos árabes.

La derecha sionista impulsa este rumbo sosteniendo los “derechos históricos del pueblo judío” para reclamar esa porción de tierra palestina como un pac man en permanente actividad. Encima, el ministro de Seguridad Pública Itzjak Aharonovich adelantó la instalación de escáneres de reconocimiento facial para supervisar la entrada “tanto de judíos como árabes”, a sabiendas que cualquier provocación en esa zona árabe solo puede provenir de los colonos judíos. Así Netanyahu usurpa el control de esa zona árabe, presuntamente en manos de las autoridades jordanas desde 1967, violando todos los acuerdos internacionales, en pos de hacer efectiva la reivindicación sionista de una Jerusalén como ciudad “capital eterna, única e indivisible del Estado judío”, tal como formuló en 1980 el ex premier y líder del Likud Menajem Beguin.

Por si fuera poco, funcionarios israelíes anunciaron la construcción de una nueva tanda de viviendas para los colonos judíos en Jerusalén oriental y Cisjordania, seguida de la prohibición de utilizar el transporte público israelí a los palestinos, una resolución que revela ese carácter racista de apartheid que nutre el Estado judío. La situación es tan delicada que EE.UU. criticó las resoluciones enunciadas.
La mecha se encendió hace cuatro meses en Jerusalén oriental, cuando fue hallado el cuerpo carbonizado de Mohammad Abu Jdeir, un adolescente de 16 años asesinado por cuatro colonos judíos en represalia al secuestro y asesinato de tres jóvenes colonos judíos de Hebrón, que Netanyahu adjudicó sin ninguna prueba a Hamas, una suerte de pretexto para lanzar la masacre de la operación Margen Protector con más de 2100 muertos. A pesar de la inobjetable supremacía militar, el Estado sionista salió enormemente desprestigiado desde el punto de vista internacional y sin lograr la eliminación de Hamas y los grupos que componen la resistencia nacional. Desde entonces, las tensiones entre palestinos e israelíes se han incrementado nuevamente.

Ante tal situación, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, exclamó que las provocaciones de los sionistas “pretenden desencadenar una guerra religiosa en la región de Israel. Con estos actos Israel dirige la zona y el mundo a una devastadora guerra religiosa. El pueblo palestino ante esa política de agresión defenderá la mezquita de los colonos y el extremismo”.

Abbas no es precisamente un izquierdista, bajo su control funciona la célebre Unidad 101 que se dedica a desarmar a los grupos que componen la resistencia bajo el pretexto de combatir el delito. En connivencia con los intereses empresarios, Abbas convalida los operativos de esta fuerza sobre el sur de Hebrón, una zona postergada donde residen sectores muy pobres, que constituyen la mano de obra barata de la zona norte, de importante concentración industrial que produce mármol y piedra, más otras 270 fábricas de diversos productos. Para producir en “orden”, los empresarios palestinos invocan el mismo “derecho a la seguridad” que levanta el Estado sionista. Si ahora Abbas pegó semejante volantazo es porque la tierra arde bajo los pies, acaso evocando las condiciones de una nueva Intifada.

Con el objeto de poner paños fríos, las autoridades israelíes de la Policía del Distrito de Judea y Samaria (como denomina el Estado sionista a Cisjordania) acaban de arrestar a un policía israelí de la frontera acusado de haber disparado y asesinado al joven palestino Nadim Nuwara hace seis meses. Dos adolescentes palestinos, Nuwara y Muhammad Salameh, fueron asesinados por fuerzas israelíes durante las protestas que conmemoraba la Nakba en Beitunia, cerca de Ramalla.

Amén de estos serios dolores de cabeza, otro problema adicional que preocupa a los sionistas es la solidaridad de los llamados “árabes israelíes” con los palestinos de Jerusalén oriental y Cisjordania, que pone en evidencia la emergencia de un fenómeno político muy profundo. Los “árabes israelíes” constituyen el remanente del pueblo palestino que permaneció en el territorio que ocupó el Estado judío desde la Nakba en mayo de 1948, que conserva lazos filiales con los palestinos de Gaza, Jerusalén oriental y Cisjordania, a partir de la desarticulación compulsiva de familias enteras. Netanyahu dijo que el Estado judío retiraría la ciudadanía a los árabes israelíes que exigen justicia contra los atropellos del Ejército y las fuerzas de seguridad. Según Mossawa, una organización que se ocupa de los derechos humanos de la minoría palestina del Estado de Israel, desde octubre de 2000, la policía mató a 49 civiles israelíes, 48 de los cuales eran palestinos, y sólo uno era judío. Aunque los palestinos representan el 20% de la población israelí, constituyen el 98% de los que mueren bajo el fuego policial.

Asimismo, la Kneset aprobó por abrumadora mayoría la prohibición del Movimiento Islámico del jeque Raad Salah y la suspensión de la legisladora del partido árabe Balad Haneen Zoabi por criticar el operativo Margen Protector. Netanyahu y sus aliados ultraderechistas, el canciller Avigdor Lieberman y el ministro de Haciendo Naftali Bennet, fogonean esta campaña reaccionaria para aplastar todo tipo de disidencia política, amenazando con proscribir los partidos árabes. Zoabi fue electa democráticamente y representa a la minoría palestina, aunque la Fiscalía del Estado recomienda someterla a juicio por “incitación criminal” y eliminar su derecho al cargo electivo por apoyar “actos de terrorismo”.

Netanyahu desafía los consejos de Beguin (otrora comando terrorista del Irgún) que recomendaba asimilar la prudencia de los partidos sionistas de izquierda que durante 30 años mantuvieron las riendas del Estado judío, incorporando a los partidos árabes dentro del régimen por temor a que “recurran a acciones no parlamentarias”. Si bien Beguin levantaba el programa de Vladimir Jabotinsky, el padrino de toda la derecha sionista y adherente de Mussolini que ya en 1921 postulaba la construcción de un Estado judío como una “muralla de hierro” sostenida sobre una sociedad militarizada, en 1948, después de la Nakba, la derecha sionista fue suficientemente pragmática y terminó acordando con David Ben Gurión, líder indiscutido del sionismo de izquierda, la conservación de una franja de palestinos equivalente al 20% de la población judía en pos de no atentar contra el carácter judío del Estado y así amortiguar las críticas internacionales que abrió la fundación del Estado de Israel sobre la base de la limpieza étnica y la expulsión de cerca de un millón de palestinos a la diáspora, que hoy son siete millones, los que mayoritariamente se apiñan en campos de refugiados, sin derecho a retornar a sus tierras originarias.

En su gran libro Orientalismos el gran intelectual palestino Edward Said señalaba el empeño intelectual que puso la maquinaria sionista y sus socios imperialistas en aprender de las culturas árabes para dividir a los palestinos en función de sus intereses. Netanyahu parece haber desaprendido las enseñanzas de sus mayores, abriendo un escenario impredecible.