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Red Internacional
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OPINIÓN. Netanyahu todavía con tela para cortar

Por tercera vez consecutiva desde 2009 (la cuarta contando el mandato entre 1996 y 1999), el líder derechista Benjamín Netanyahu mantendrá el timón del poder ejecutivo tras las elecciones legislativas para la 20º Kneset.

Viernes 20 de marzo de 2015

Imagen: Wikipedia

Para sorpresa de propios y ajenos, el derechista Likud levantó la friolera de 30 diputados (las encuestas estimaban 21) mientras la opositora coalición de centroizquierda Unión Sionista encabezada por Itzjak Herzog y formada por el partido laborista y Hatnuá de Tzipi Livni se quedó con 24 (las encuestas pronosticaban su victoria). La radicalización del discurso derechista de Netanyahu durante el último período terminó de convencer a amplios sectores del llamado “segundo Israel” en asegurar la victoria del inoxidable líder derechista.

Estas franjas formadas por judíos orientales de Africa del Norte y Medio Oriente son históricamente discriminados por los ashkenazis originarios de Europa oriental que forman las clases medias liberales de Tel Aviv y Haifa, hoy agrupadas detrás de Herzog bajo la consigna “cualquiera menos Bibi”. Estas franjas acusan el hartazgo con las políticas de extrema derecha y el gran desprestigio internacional, tal como se expresó durante la operación Margen Protector que arrojó más de 1500 muertos, más de 500 mil evacuados y la conversión de la franja de Gaza en un amasijo de hierro y cemento.

Las novedades que arrojó la elección fueron la resurrección del partido laborista (postrado desde la ruptura de Shimon Peres para formar Kadima con el extinto halcón Arik Sharon) y el descenso del ultrarreaccionario Habait Hayeudí de Naftali Bennet, que sólo obtuvo 8 diputados (presumiblemente que fugaron al Likud). Párrafo aparte merece la Lista Árabe Común que se constituye como la tercera fuerza con 13 diputados, a partir del voto masivo de los árabes israelíes que forman el 20% de la población (1,6 millones) y que jamás participaron masivamente.

La modificación de la ley electoral introducida por el canciller Avigdor Lieberman aumentando considerablemente la cantidad de electores para obtener representación parlamentaria, con el objeto premeditado de dejar sin bancas a los partidos árabes, tuvo su contrapartida irónica en la formación de esta lista, compuesta por Hadash (el viejo PC israelí), los nacionalistas de Balad y agrupaciones islámicas como el Movimiento para la Renovación, a la que también llamó a votar Hamas.

El sistema electoral israelí consagra la formación de gobierno al jefe de Estado, que entrega el mandato al partido que logré reunir por lo menos 61 escaños del total de 120 asientos que tiene la Kneset. Con plena seguridad, el presidente Reuven Livlin convocará desde el domingo 22 a Netanyahu a formar el nuevo gobierno. Al respecto, el ex ministro de Exteriores Silvam Shalom señaló que Netanyahu convocaría en un lapso de dos semanas a una coalición de partidos de derecha que reuniría 69 escaños.

La misma estaría conformada por los partidos xenófobos del movimiento de colonos, entre ellos Habait Hayeudí de Naftali Bennett e Israel Beiteinu (judíos rusos) del canciller Avigdor Lieberman, los partidos de judíos ultraortodoxos como Shas (sefaradíes) y Judaismo Unido por la Torá, y el centroderechista Kulanu (un desprendimiento del Likud) de Moshé Kahlón. De ese modo, Netanyahu se propone construir una coalición más homogénea que la que mantuvo hasta diciembre pasado, cuando tras menos de dos años de gobierno y fiándose de su popularidad, resolvió su disolución convocando a elecciones anticipadas.

A pesar del triunfalismo, la debilidad de un régimen fragmentado, expresado en la presentación 25 listas electorales, augura chisporroteos permanentes, en comparación al viejo régimen bipartidista sostenido desde la fundación del Estado judío en 1948 hasta la década del ´90, apoyado sobre el partido laborista y el Likud (y sus respectivos satélites), formados en la Haganá y el Irgún, las dos milicias terroristas más importantes del movimiento sionista que sembraban el terror entre los campesinos palestinos.

Perspectivas

Tras la victoria, Netanyahu reivindicó la necesidad un gobierno “fuerte y estable que se preocupe de la seguridad y el bienestar de todos los ciudadanos”, “tenemos por delante grandes retos, estamos ante desafíos diplomáticos, económicos y de seguridad “, “hemos prometido resolver el problema de la vivienda y de la carestía de la vida y lo haremos”. Evidentemente, “Bibi” parte de la seguridad pero también acusa recibo de las “demandas locales”, de las que se eco la oposición ante el notorio deterioro de la situación económica. Durante 2014, Netanyahu redujo el gasto público del 52% del PBI al 40%. Las viviendas aumentaron su precio un 55% entre 2008 y 2013, en tanto los alquileres subieron un 30%, a pesar de que el Estado detenta prácticamente el monopolio de la propiedad del suelo.

Los servicios de seguridad social se deterioraron notablemente y la desigualdad social se amplió, llevando a las ruinas el viejo Estado benefactor. Por primera vez en la historia del Estado sionista, las nuevas generaciones son más pobres que sus padres. Según las estadísticas oficiales, el 27% de los niños israelíes son pobres (más de un millón). Esa fue la base material que nutrió el movimiento de indignados de 2011, que objetivamente cuestionaba la distribución del presupuesto público, dirigido esencialmente al aparato militar Ejército, la financiación de las colonias y el mantenimiento de los judíos ortodoxos.

La belicosa campaña del Likud sostuvo en la figura de Netanyahu la garantía en la seguridad del Estado judío. Desde Har Homa, uno de los asentamientos de colonos más controvertidos establecido en 1997, aseguró que no habría ningún Estado palestino. Asimismo bregó por una Jerusalén unida, en tanto ciudad capital indivisa y eterna del Estado judío, la formulación clásica de la derecha sionista inscripta en 1982 por el ex premier Menajem Beguin. De remate, prometió extender las colonias con miles de nuevas viviendas en Jerusalén oriental y Cisjordania (territorios palestinos), donde ya residen más de 650.000 colonos armados.

Los dirigentes de la Autoridad Palestina ya presagian las consecuencias y advirtieron que acusarán al Estado sionista por crímenes de guerra en los tribunales internacionales, una aspirina para el cáncer de la ocupación.

Obviamente, este curso podría agravar aún más las diferencias con Obama, que recibió fríamente la victoria del Likud, señalando su “preocupación ante el discurso que divide y margina a los ciudadanos árabes israelíes”, en alusión a las declaraciones racistas de Netanyahu al filo de la campaña, seguidas de las de Lieberman que invitó a “agarrar un hacha y cortarles la cabeza”. La tensión entre Obama y el líder del Likud escaló varios grados cuando este acudió al Congreso norteamericano, invitado por el partido republicano, para denunciar a Obama, con la finalidad de sabotear el acuerdo firmado entre Irán y el Grupo 5+1 para limitar su desarrollo nuclear.

El belicismo de Netanyahu es una astilla para Obama que, contra su voluntad, necesita la sociedad con Irán para aplastar al Estado Islámico y su califato que ocupa partes de Irak y Siria, el que cuestiona el orden regional establecido en el Acuerdo de Sykes-Picot de 1915, cuando a punta de pistola Inglaterra y Francia trazaron las fronteras de los Estados nacionales y sus zonas de influencia.

Sobre la base de estos elementos, la Unión Sionista hizo pie sobre sectores abiertamente militaristas, acusando a Netanyahu de llevar al país al “aislamiento”. Más de 200 oficiales jerárquicos, entre ellos una docena de ex generales célebres en las guerras de los Seis Días y Yom Kipur, así como destacados cuadros de los servicios de seguridad, formaron la agrupación Comandantes por la Seguridad de Israel y se pronunciaron a favor de Herzog, denunciando a Netanyahu como un “peligro”.

El ex jefe del Mosad Meir Dagan apuntó que Netanyahu “ha ocasionado el mayor daño estratégico a Israel en la cuestión iraní… temo que EE.UU. deje de proteger a Israel ejerciendo su derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, como ha hecho hasta ahora con innumerables proyectos de resolución que afectan a Israel… siento que la continuación del sueño sionista está en peligro bajo el liderazgo del Likud”. Si bien es indudable que a pesar de las disputas se mantendrá inalterable la alianza estratégica entre EE.UU. y el Estado sionista, Unión Sionista sería un socio más acorde a la situación convulsiva, donde deberían primar los mecanismos de negociación y engaño, desempolvando la ya vieja solución de dos estados de los Acuerdos de Oslo de 1994, una utopía reaccionaria mucho más acrecentada después de más de 20 años ininterrumpidos de avance en la colonización.

Lejos de la caricaturización del laborismo como timoratos socialdemócratas ambivalentes en cuestiones de seguridad, este partido condujo con mano de hierro las riendas del Estado judío durante sus primeros 30 años de existencia, con su matriz de origen en la Nakba, el establecimiento de un régimen militar contra la minoría palestina que permaneció y el expansionismo territorial ininterrumpido desde la Guerra de los Seis Días. Ningún incauto puede dejar de ignorar el pragmatismo de Herzog que formó Unión Sionista con Tzipi Livni, ex agente del Mosad, ex dirigente del Likud y ex ministra de Justicia de Netanyahu.

En consecuencia, la continuidad de Netanyahu promete dar mucha tela para cortar.