El laberinto catalán tiene su expresión en esta crisis y se reabren debates en el movimiento independentista. Debates que a la vez sitúan sobre la mesa nuevos contrapuntos y reflexiones de estrategia en la izquierda catalana.
Entre las recetas políticas frente a la crisis del COVID, el gobierno central del PSOE-Unidas Podemos ha fracasado en su intento de reciclar los Pactos de la Moncloa. Se mantiene en un difícil equilibrio entre una derecha agitada, la extrema derecha lanzando espadas contra un “gobierno comunista que cede a los separatistas” y los partidos nacionalistas e independentistas se posicionan develando algunas de las principales contradicciones irresueltas, entre ellas la cuestión nacional catalana.
En un reciente artículo de Albert Botran “Crisis y ruptura catalana”, militante de Poble LLiure y diputado en Congreso por la CUP -Candidatura d’Unitat Popular- apunta a la hipótesis de un nuevo “acuerdo de país” que no tendrá fuerza suficiente si no tiene una “dimensión social” y un “programa de ruptura con la oligarquía”. Para ello parte de la premisa de que “En Catalunya hay una mayoría política, el independentismo, que rechaza unos nuevos pactos porque cuestiona de raíz el Estado español”.
Tras un sucinto balance de la Transición, Botran señala que en 1977 el apoyo a los pactos la Moncloa se dio al revés que el intento actual, por tres motivos. Porque había sintonía entre los partidos surgidos del post franquismo UCD, PSOE y PCE. Porque tuvieron el apoyo de la mayoría catalanista con Convergència y el nacionalismo vasco con el PNV. Y porque a pesar del rechazo que suscitaron inicialmente en el mundo sindical, las grandes centrales encabezadas por Comisiones Obreras acabaron obedeciendo la disciplina de partido del PCE y el PSUC.
Actualmente, el Govern catalán reaparece frente a la pandemia como un polo de enfrentamiento al plan del Gobierno central, que consideran ineficiente y recentralizador. El partido del President Quim Torra, JxCat, exige un plan propio para Catalunya en el mismo tono que, a diferencia de ERC, aparecía en el Congreso nacional “enfrentado al Régimen” con los discursos encendidos de Laura Borrás para negar el apoyo a la investidura del actual gobierno. En ese sentido la lectura de Botran es que existe un cambio en las fuerzas nacionalistas en el País Vasco, con EH Bildu, y especialmente en Catalunya con fuerzas independentistas mayoritarias que han cerrado la puerta a acordar medidas económicas con el Gobierno del PSOE-Unidas Podemos. Esto genera, según él, las condiciones políticas para una ruptura catalana con “músculo social” con peso en el mundo del sindicalismo del mismo modo que en los movimientos de la vivienda, el ecologismo, campesinado, personas migradas, feminismo, ecologismo, economía social y solidaria para “hacer confluir”, según Poble Lliure, las dos dimensiones social y nacional como “embrión de un proyecto de país a favor de la mayoría popular: la República Catalana.”
La realidad es que el impacto de la crisis política y socioeconómica a causa del COVID puede reavivar aún más el descontento de las masas populares generando las condiciones para nuevos “otoños calientes”, y puede que esta vez no solo catalán. Y que las fuerzas mayoritarias independentistas no se están preparando para una ruptura, sino para desviar, una vez más, ese malestar hacia el Gobierno central, como si las décadas de “retallades” no tuvieran ninguna responsabilidad.
Esto hace pensar en la actualidad y desprende una serie de preguntas para volver a debatir en términos de estrategia; algo imperiosamente necesario frente a una crisis sin precedentes tras una pandemia mundial que traerá depresión económica, mayores tensiones interimperialistas, crisis políticas agudas, fracturas entre los Estados y muy probablemente agudización de la lucha de clases y conflictividad social. Y por lo tanto volverán a poner la cuestión nacional en Catalunya y la pelea por el derecho de autodeterminación entre los problemas de primer orden. La reflexión estratégica, con la hipótesis particular de este sector de la izquierda catalana que plantea Albert Botran de Poble Lliure, no puede dejar de desarrollarse al calor de las lecciones de los últimos embates por conquistar el derecho de autodeterminación y la independencia.
La “unidad popular” y la alianza de clases
¿Cuál es la dirección política actual del independentismo? Es decir, de esa mayoría política que identifica Botran para apuntar hacia una ruptura ¿Qué significa estratégicamente, más allá de su lírica, la unidad popular? ¿A qué clases o sectores de clase incluye, a cuáles excluye y de cuales se pueden prescindir? ¿Debe incluir a partidos como la extinta CiU, ERC o JxCat?
Si bien la clase burguesa catalana, como tal, no está a la cabeza de un proyecto independentista, sí lo están –por lo menos formalmente- los partidos que históricamente representan sus intereses comunes. No sin diferencias ni contradicciones, e incluso con fracciones que expresan sectores de la pequeño burguesía y sectores medios.
Pareciera que estos sectores no solo fueran indispensables en esta unidad popular como la conciben Botran y Poble Lliure, sino que para la tarea de conquistar el derecho de autodeterminación nacional tuvieran un rol central. No por nada la principal posición política de Poble LLiure está en el Consell per la República, configurado por amplios sectores del independentismo y de JxCat.
Parte de sus aliados en las varias “hojas de ruta” son los mismos que le dieron al PSOE de Pedro Sánchez, el del 155, la investidura, ERC. Los otros, los herederos de Convergència, son los mismos que aplicaron los planes de ataques a la sanidad y la educación pública, así como han apoyado todas y cada una de las contrarreformas que trajeron la precariedad laboral que hoy multiplican los sufrimientos de la mayoría en plena pandemia.
Por otro lado, considerando que para Botran la mayoría de la clase trabajadora está atada a la dirección de CCOO y UGT que está apoyando al Gobierno central, se problematiza poco esta cuestión. Así como la enorme debilidad de la izquierda independentista catalana en el movimiento obrero en general y la desconfianza que genera en buena parte del mismo, sus socios para el “acuerdo de país”. Problema poco o nada problematizado, en especial si en esa unidad popular la clase trabajadora es algo más que “base de maniobra” discursiva, sino la fuerza social indispensable para llevar adelante un programa contra “la oligarquía” en términos del propio Botran. Que la dirección de la mayoría del movimiento obrero en la Transición de 1977, a pesar de la resistencia de su base, haya aceptado los pactos por la política del PCE, señala por la negativa la importancia de la dirección revolucionaria en todo proceso. Algo que no se puede construir en la víspera de los momentos decisivos.
La paradoja es que sectores de la izquierda del independentismo catalán, rechazando la Transición y los Pactos de la Moncloa, pretendan emularlos al nivel del Palau. Es decir, construir un proyecto sostenido en un “acuerdo de país” con los herederos políticos de quienes en aquel entonces, sostuvieron la transición democrática y ayudaron a poner en pie este Régimen carcelero de naciones que lo único que ha garantizado antes y después de esta dramática pandemia es muertes, crisis sanitaria, pobreza y desempleo. Evidentemente no será un proyecto “a favor de la mayoría popular”.
No se trata de cuestionar la transversalidad de un movimiento democrático que es popular y, por lo tanto, interclasista. Sino de cuál es la dirección del mismo y las alianzas que se tejen entre los distintos sectores que lo conforman. En última instancia, qué clase social le da la impronta al movimiento.
En una entrevista al Salto, en la última campaña electoral en la que fue candidato, Botran sostenía que “El independentismo está viviendo un vacío estratégico desde el referéndum. Lo que ocurrió tras el 1 de octubre [de 2017] es la demostración de que no hay un camino pactado e institucional a la independencia.”
Pero también su desarrollo posterior fue la demostración de que ni ERC ni el PDCat, están dispuestos ni pueden movilizar las fuerzas necesarias para ser consecuentes con el derecho de autodeterminación. Ha quedado patente que esta dirección teme más desatar las fuerzas sociales necesarias para hacer realidad la República independiente de Catalunya, que a los castigos y la represión del Estado central. Empujados a llegar incluso más lejos de lo que les hubiera gustado, se han rendido sin pelea alguna.
Más que un vacío estratégico, lo que vive hoy el independentismo son las consecuencias de la estrategia de colaboración de clases practicada en la etapa anterior; cuestión que otros sectores de la izquierda independentista ha empezado a cuestionar. La renuncia, en última instancia, de constituir una alternativa.
El programa de “la oligarquía” es el programa del Govern
¿Alguien podría afirmar, sin sonrojarse, que el programa actual del Govern catalán no es parte de las coordenadas fundamentales del programa neoliberal? ¿Quién podría afirmar, mirando a los ojos de una enfermera de un hospital público, que el programa de JxCat y ERC responde a las necesidades cruciales de la crisis sanitaria? ¿Quién se anima a decirle a una trabajadora de la limpieza o una de Las Kellys, que el Govern no la ha “dejado atrás”, aunque esté despedida y en la incertidumbre de si volverá a tener trabajo?
No hace falta, que también, echar una mirada hacia décadas atrás de recortes y privatizaciones en sanidad, educación y servicios sociales. Con sólo ver los presupuestos de Junts per Catalunya y ECR presentados en el Parlament, con la abstención de Catalunya en Comú en plena crisis de COVID, tenemos suficientes respuestas para desmontar el “relato social” del Govern.
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Los mismos destinarán más de 10.000 millones de euros al pago de la deuda, que sería la partida que más aumenta, un 31% respecto a los presupuestos del año anterior y supera las de educación, sanidad o asuntos sociales y familia. En educación y sanidad se avanza en el proceso de privatización. Y en el ámbito de los servicios sociales consolidan un modelo de externalización que permite el negocio de las grandes empresas, a veces bajo la apariencia de falsas cooperativas o entidades sin ánimo de lucro.
Las duras matemáticas vencen sobre los discursos humanísticos de los partidos políticos independentistas de la burguesía. Develan que el programa tejido en las salas del Palau no se diferencia ni un milímetro del que se confecciona en Moncloa. Y deja claro que, la hipótesis de una República catalana con “dimensión social” y un “programa de ruptura”, tendrá que tener otros sujetos y otra dirección política irreconciliablemente opuesta con los que fueron y son los representantes políticos de la burguesía catalana.
La responsabilidad actual y urgente de las organizaciones de la izquierda anticapitalista catalana no puede ser repetir la hipótesis de la “mano extendida”, esta vez en la reconstrucción de un “proyecto de país” y “un programa social” con los mismos que están sepultando al pueblo trabajador. Hoy es urgente volcar todos sus recursos, parlamentarios y cargos políticos en plantear una salida de la clase trabajadora, que enfrente de forma explícita y contundente también al Govern catalán.
La CUP ha presentado 12 medidas por el Rescate Urgente. En la primera medida, plantea que “La emergencia sanitaria se tiene que gestionar desde los mismos Països Catalans. Hay que construir alternativas a la crisis del sistema capitalista y acabar con la militarización del espacio público que el gobierno del Estado nos ha impuesto a raíz de la declaración de estado de alarma”. Pero para ello no bastaría con resolver desde dónde se gestiona, sino quién lo hace ¿O acaso no reprime la policía autonómica? ¿Acaso el Govern catalán no aplica y obedece todas las directrices del Gobierno central, implementando los mismos planes de salvataje a las patronales, ERTEs y EREs?
“Mantener la acción política para la Autodeterminación y la Soberanía Nacional como única forma para construir una república que ponga la vida en el centro desde la plena soberanía”, reafirma en su programa la CUP. Pero de la misma manera que es necesario un programa enfrentado al Govern catalán, la izquierda anticapitalista independentista debe ser contundente en denunciar que de ninguna manera será posible una República “que ponga la vida en el centro” de la mano de los que privatizaron y continúan solventando la sanidad en Catalunya. Aunque sus portavoces lo denuncian en el Parlament, en estas medidas presentadas por la CUP la crítica solo apunta al Gobierno central.
Por otro lado, estamos frente a un escenario de depresión económica sin precedentes desde la postguerra en el que solamente la clase trabajadora, aliada con el resto de sectores populares, pueden evitar que se descargue esta crisis sobre los de siempre. Es necesario entonces un programa que de respuestas para el conjunto de la clase trabajadora. Y la CUP tiene un importante altavoz para hacerlo desde el Congreso, desde donde viene actuando como tribuno de denuncia al Régimen del 78 y al gobierno del PSOE-Unidas Podemos.
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La autodeterminación de las naciones y el socialismo
En otro artículo de opinión titulado “Independencia o reforma”, publicado poco antes de la investidura de Sánchez, Botran oponía la perspectiva de independencia nacional en Catalunya a las aspiraciones de reformar el Estado español y su régimen que el Gobierno de coalición PSOE-UP pudiera despertar.
Pero el problema es que la estrategia desplegada por la CUP para los Países Catalanes comparte la ilusión de que, para la obtención de la independencia y las transformaciones sociales, la estrategia es la de conciliación con su respectiva burguesía, en este caso por medio del acuerdo con los sus partidos políticos históricos. Mientras que las transformaciones revolucionarias y la lucha de clases están ausentes.
¿Cuál es el “encaje” del socialismo que la izquierda independentista siempre tuvo como divisa en sus banderas? ¿Es una fase posterior a la independencia, luego de la conquista de un estado catalán burgués? ¿O es una condición para la autodeterminación?
Para Botran y la organización de la que es parte, Poble lliure, como dejan claro en su manifiesto fundacional “partimos de la convicción de que en el contexto político actual la única posibilidad efectiva de salida política que puede dar paso, a corto y medio plazo, a un avance hacia el socialismo en nuestro país es el proceso de destitución del poder español y la construcción de una República catalana independiente.”
Al mismo tiempo que no acordamos con este esquema deudor del etapismo – que ha tenido sus diferentes formulaciones históricas desde el menchevismo, el estalinismo o diversos populismos y fenómenos de liberación nacional en el siglo XX- y la colaboración de clases que desprende, hay que huir de las posiciones de la “izquierda” que bajo un discurso “de clase” rechazan las aspiraciones democráticas del movimiento o a lo sumo proponen un “referéndum pactado con garantías jurídicas”; una quimera reaccionaria que solo puede servir a mantener la opresión nacional española.
La República catalana será de la clase trabajadora o no será, y para ello la lucha fraternal junto al resto de las y los trabajadores del Estado se torna imprescindible. Y lo será en tanto que podamos construir una organización revolucionaria que agrupe a los sectores más conscientes de nuestra clase para que peleen consecuentemente por esta perspectiva y ayude a que la clase trabajadora se deshaga de los actuales dirigentes en los sindicatos mayoritarios, las ilusiones que alimentan desde la izquierda reformista y los rasgos de defensa del nacionalismo español que hay todavía en franjas importantes.
Por ende no se podrá configurar esta transformación en una “etapa” por los derechos democráticos como el de autodeterminación, en donde se puede pelear la independencia de Catalunya, y otra posterior, que encare las trasformaciones sociales.
Estamos viviendo hoy el fracaso de esta estrategia etapista. Irremediablemente deberán enlazarse al mismo tiempo en una trasformación anticapitalista en sentido socialista de la sociedad. La tarea democrática de que el pueblo catalán decida si quiere constituirse en un Estado propio o no, trastoca de tal manera el orden existente y genera tales resistencias entre los capitalistas catalanes y españoles, que su consecución efectiva está íntimamente ligada a vencer esta resistencia por la vía de la acción revolucionaria y es indisoluble de las transformaciones sociales en un sentido socialista. La única perspectiva que puede garantizar los derechos democráticos más elementales pisoteados día a día en el capitalismo.
Por eso la lucha no puede ser por una República social de la mano de quienes han demostrado que harán imposible cualquier ejercicio del derecho de autodeterminación, sino por una República de los trabajadores, los oprimidos y el pueblo pobre que tome las riendas de sus propios destinos no solo en un sentido de emancipación nacional, sino también de clase. Por tanto, una Catalunya independiente y socialista, que solo podrá ser posible si en el resto del Estado se desarrolla la solidaridad con este pueblo hermano desde la convicción de que un pueblo que oprime a otro no puede ser libre. La única posición que puede soldar la unidad de la clase trabajadora de todo el Estado en una lucha común que permita acabar con la Monarquía y el Régimen.
Es decir la perspectiva de extender el derecho a decidir a todas las nacionalidades históricas del Estado español, soldando la fraternidad entre sus pueblos y la clase obrera, en el camino de la construcción de la libre Federación de Repúblicas Socialistas Ibéricas.
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