Me sumo a la polémica de hoy. Esta mañana el Gobierno, antes de rectificar y modificar su propuesta, anunció que los niños pronto podrían salir a la calle, pero, ojo, solo para acompañar a sus mayores a supermercados y cajeros automáticos. En definitiva, el Gobierno proponía que los niños pudieran salir solo para participar del consumo. “¿Es que solo les servimos para trabajar y comprar?”, se han preguntado algunos. De ser así, ¿para qué sirven los niños, que, al menos en Europa, no trabajan?
Alberto Lozano @agitaor
Martes 21 de abril de 2020
Un niño es un trabajador y un consumidor en potencia. El precio de su trabajo dependerá, entre otros factores, de su cualificación en mayor medida; es decir, de su educación, de la formación en conocimientos y habilidades que haya recibido regladamente en una institución escolar. Esa es la función de la educación, desde párvulos hasta la universidad, en el sistema capitalista.
No creo que le esté descubriendo la pólvora a nadie; es una idea con la que nos machacan de chicos en la escuela (cuanto más estudies, más oportunidades tendrás de mejorar tu salario y otras condiciones laborales), pero si alguien tenía dudas al respecto, la gestión educativa en mitad de esta crisis es reveladora.
Ningún país europeo, u occidental si lo prefieren, va a paralizar el curso escolar y universitario pese a no disponer de medios públicos adecuados para el aprendizaje en estas circunstancias. La razón: el sistema capitalista no puede —o no quiere, y así lo manifiesta la patronal por boca de todos esos “expertos” en pedagogía de las universidades y las grandes empresas informáticas que no han pisado un aula en su vida— permitirse perder un año académico porque eso supondría ralentizar o cortar en algunos casos el chorro de remesas de trabajadores y su estratificación según cualificación (“nivel educativo”). Además, en términos empresariales, el sistema educativo, en tanto que es administrado como negocio en el marco capitalista, no puede permitirse ralentizar su cadena de montaje, bajar su rendimiento y su productividad, porque eso implicaría pérdidas de dinero.
Ni a los empresarios ni a sus manijeros de las instituciones públicas les preocupan las cuitas de los docentes y los alumnos. No les importa la llamada “brecha digital” (la desigualdad social en la competencia digital y en la disposición de medios telemáticos aptos para el aprendizaje). No les importa que haya alumnos que no tengan ordenador, que no tengan Wifi y que no sepan adjuntar un archivo a un email; no les importa nada de eso porque, sencillamente, no les importa la enseñanza y el aprendizaje de saberes.
Lo único que les importa es que los profesores sigamos poniéndoles el sello de calidad a los alumnos como los ganaderos marcan a las reses. Que sigan titulando y promocionando; de ahí el interés malsano, que estamos haciendo propio los docentes sin darnos mucha cuenta, por la evaluación. Queda claro así que los objetivos y los estándares no son más que ornamentación, papel mojado. Lo importante, lo único importante, para la educación en tanto que antesala de los departamentos de recursos humanos, es producir lo antes posible y al menor coste al futuro peón del tablero.
Por cierto: si de veras les interesa la salud de los críos y que se cumpla el distanciamiento, ya pueden empezar a preparar la vuelta a las aulas. Que empiecen por soltar pasta para contratar a más docentes y construir más colegios para acabar con el hacinamiento en las aulas.