El día comienza temprano. Ahí están los indomables obreros de Lear junto a la comisión de mujeres. Llegan los estudiantes, los trabajadores de otras fábricas, los docentes del Gran Buenos Aires, los diputados del PTS en el Frente de Izquierda. Y con ellos, los caranchos de la Gendarmería, que empapan con gases los ojos de los militantes, del diputado Christian Castillo. Corren a los empujones a la prensa. Quieren impedir que se filme una nueva escena de los represores lanzándose sobre los capots.

Virginia Gómez @mavirginiagomez
Sábado 20 de septiembre de 2014
No es ficción, es la vida real de quienes enfrentan los despidos y las suspensiones. Aunque no lo puedan creer, son los obreros que hace más de tres meses le muestran al Gobierno cómo se enfrenta a los buitres.
Quienes se paran frente a la patota del SMATA, y les dan confianza a otros trabajadores para que enfrenten a sus propias burocracias. No está armado, ni guionado, son los indomables junto a un partido, el PTS, que grita que su compromiso es inquebrantable. A sólo unas treinta cuadras, funciona Donnelley bajo gestión de sus trabajadores. Enfrente la interminable Ford que aún guarda cierta oscuridad del centro clandestino de detención que funcionó en esa planta en los años de hierro.
El día es largo. Se viene la caravana de autos, los periodistas denuncias que la Gendarmería no los deja trabajar, Christian Castillo denuncia en la televisión cómo los caranchos lo fueron a buscar, porque él representa al partido que se las cobró con el infiltrado Galeano, que ridiculizó ante miles a Torales, que le bajó el copete a Berni, que después de subirse con la agenda de la derecha a las encuestas, ahora sólo puede estar subido a un helicóptero.
Me tomo el subte a las corridas. Son las 15 hs. y entro a la facultad de Sociales de la UBA a cursar mi último cuatrimestre del profesorado en Ciencia Política.
Entro como he entrado miles de veces en todos estos años, pero es un día distinto. Cuando ingresé por primera vez fue poco tiempo después del 2001. Como parte de una generación que había nacido a la vida política entre piquetes y cacerolas, y cuando el helicóptero lo usaba De La Rúa para huir como una rata.
Eran los años de las mujeres de Brukman y Zanon, las primeras experiencias de fábricas recuperadas y de gestión obrera. Eran los años donde el centro era conducido por Oktubre, en homenaje al Octubre boliviano del 2003 bajo una bandera de color rojo, amarillo y verde, que los activistas estudiantiles buscábamos como referencia en cada marcha.
El PTS era una minoría en la conducción del centro de Ciencias Sociales. Tenía a su favor haber sido la corriente de las interfacultades contra la Franja Morada en los años ’90, de pelear siempre consecuentemente por la autoorganización democrática de los estudiantes. Se jugaba cada gota de sudor para que esos jóvenes del pos2001 no cayéramos en la opción carrerista del Gobierno en el Estado, y nos abrazáramos a la causa de los trabajadores.
Era el PTS de las Cátedras Libres Karl Marx cuando aún prevalecía el clima reaccionario que generó la caída del Muro de Berlín, y de la elección directa que cuestionaba todo el régimen universitario, que permitió que el hoy diputado Christian Castillo, sea electo director de la carrera de Sociología de esa facultad.
Por esos años donde aún decían que acontecía el fin de la historia y que la clase obrera no existía más, un puñado de estudiantes impulsados por el PTS hicimos nuestras primeras armas en la lucha de los telefónicos, del Subte, de las enfermeras del Garraham, de Jabón Federal, de Mafissa, del Casino Buenos Aires, hasta viajamos a Santa Fe a solidarizarnos con la lucha de Paraná Metal.
Hoy esos mismos estudiantes viajan incluso a Las Heras a luchar por la absolución de los petroleros.
En Sociales por esos años se instalaron las asambleas como órgano de decisión democrática, impulsamos las interestudiantiles, que contenían a los secundarios en lucha, tomamos días y semanas la facultad en defensa de la educación pública y mayor presupuesto. Y siempre cuestionamos la degradación de la militancia abocada a servir cafés y sacar fotocopias, una herencia morada, que la izquierda lamentablemente continúo, teorizó y defendió en los centros y la FUBA.
Han pasado muchos años, pero ese edificio al que hoy sigo yendo a estudiar sigue llamándose “Obreros y obreras de Kraft-Terrabusi”, bautizado con ese nombre allá por el 2009 junto a Elia Espen, Madre de Plaza de Mayo. Esa lucha nos costó un par de procesados, pero ganamos una nueva tradición en el movimiento estudiantil, cuando los piquetes estudiantiles lograron poner en evidencia ante millones los despidos que sufrían los obreros de esa fábrica. Los centros de estudiantes retomaron la tradición de ser un actor vital en la vida política nacional.
Empieza mi largo día de cursada. La primera clase debate sobre las reformas educativas de los ’90, los avances privatistas y la resistencia de los gremios docentes. Con las mismas ideas transcurre el teórico. Llegan las horas de investigación, y entre tutoría y tutoría, entran los kirchneristas camuflados al aula.
Los interpelo porque atacan al centro de estudiantes, con algunos modismos que no tienen nada que envidiarle a la solicitada reaccionaria del SMATA, a las editoriales de Joaquín Morales Solá en La Nación, a las declaraciones de nunca tan bien apodado “Cuervo” Larroque, que ataca a los estudiantes de izquierda, que sufren la represión de la Gendarmería de los caranchos, que tiene detenidos, que se comen los palos y los gases, por enfrentar a los buitres, por apoyar a los trabajadores. Los kirchneristas huyen del aula, espantados del debate político, no se animan a defender a su Gobierno ni a sus autoridades universitarias.
Se arma un debate en el curso, sobre la militancia, el centro de estudiantes, la participación, el debate de ideas.
Termino mis seis horas de cursada. En la puerta están mis compañeros del PTS con una gigantografía de “Marx en el Soho” que está a minutos de presentarse. Casi no hay entradas. Se arman unas colas interminables. Me empiezo a empapar de un clima de enorme expectativa.
Entro al auditorio que nosotros mismos hace unos años bautizamos Mariano Ferreyra. Me siento a un costado, pero en las primeras filas. Ahí están, al frente, una vez más, los obreros de Lear y Donnelley y su comisión de mujeres. No puedo dejar de mirarlos.
Aparece Marx caminando por los pasillos de Sociales, y la ficción se empieza a confundir con la realidad. La obra recorre desde el Marx de la Gaceta Renana, hasta su edición de El Capital, pasando por la Introducción a la crítica de la economía política, La Cuestión Judía y otros textos. Su obra política se mezcla con su vida personal. Jenny, su esposa, no está arriba en el escenario, pero es la que mayor presencia tiene.
En una hora y media, la sala ríe y llora de un momento para otro. Me duele la panza de risa cuando Carlos Weber representa la anécdota de Marx con el anarquista Bakunin discutiendo borrachos sobre la dictadura del proletariado. Se tensa la obra cuando suena la alarma del stalinismo que tergiversó su obra y quiere seguir controlando su filo revolucionario. Duele la muerte de sus hijos, y esa escena donde él duerme junto a su familia toda una noche junto al cuerpo del joven. Duele la matanza de los 30 mil obreros en la grandiosa Comuna de París, que tan bien aparece en la obra, primero con luces, luego con sombras.
Se condensa muy sintéticamente casi toda su obra política, junto con las contradicciones de la vida cotidiana. Aparece su gran y entrañable amigo Engels, que muestra que todos siempre necesitamos de algún otro para ser quienes somos; y Jenny otra vez, su furibunda crítica y compañera, que lo alienta a la organización del proletariado, a la vez que le cuestiona su machismo.
Llega el final. Hay 800 personas en el más completo de los silencios. Faltan un par de palabras del guión para que esté concluida la obra, pero el público estalla en aplausos necesitado de expresar todas las sensaciones contenidas.
Marx vino a decirnos que aun está vigente, y lo deja bien en claro. En cuántos de esos pasajes escritos ya hace unos años bien entraba la frase “Familias en la calle nunca más”. En cuántos pasajes nos quedamos pensando cómo esos indomables son la continuidad, ajustada a su tiempo, de 160 años de historia del proletariado mundial. En cuántas escenas arriba del escenario se representaba la continuidad del marxismo que hoy se representa en el teatro real de la Panamericana, tanto cuando se corta, como en sus fábricas linderas donde los obreros dan batalla.
La ficción termina. Las Jenny y los Marx de hoy, esos humildes obreros con sus mujeres, suben al escenario de su propia historia. El PTS, y ayer en especial la Juventud del PTS, los acompaña con ese Colorado, Nicolas Vigarelli, Presidente del Centro de Estudiantes, que tan bien nos representó con no sólo con sus palabras, sino también con su desbordante emoción.
No me puedo dormir. Hay una frase que tantas veces leí que hoy me resuena en la cabeza: “el comunismo es la asociación de hombres y mujeres libres”. “La a-so-cia-ción de hom-bres y mu-je-res li-bres”, es la frase que me taladra una y otra vez, rebotando entre mi mente y la almohada.
Una libertad, agarrada del mayor desarrollo del capitalismo, pero para desplegarla, puesta bajo la organización y planificación de los trabajadores, los únicos que pueden garantizar que el tiempo, los recursos y las riquezas que hoy se nos roba, los pongamos a disposición del desarrollo de la máxima libertad de la humanidad posible. A disposición del desarrollo de la propia individualidad, contra el individualismo.
A disposición del acceso de la humanidad a tener tiempo de ocio, repartiendo las horas de trabajo entre todas las manos disponibles, para desplegar en todas sus expresiones el arte, la cultura, el deseo, las pasiones, el conocimiento, el deporte.
Vuelvo a la realidad de mis días, pero con una energía diferente.
Me pregunto qué es lo que me pasa. Y a pesar de ya hace unos cuantos años ser una militante conciente en las filas del PTS, pienso que el haber podido unir en un sólo día una de las batallas de la Panamericana con los indomables, a esa posible asociación de hombres y mujeres libres, que construimos desde hoy, me impactó no sólo en la cabeza sino también en el cuerpo.
Estoy conmovida, y todavía cuando lo recuerdo se me pianta un lagrimón, como rezan los tangos.
A esa facultad tengo que volver la semana que viene, y tal vez cuando vuelva, me encuentre con lo que nosotros llamamos asiduamente “normalidad”. Esa normalidad de carrerismo, de individualismo, de competencias, de promedios, de meritocracia y verticalidad, de corrida de parciales, del “quiero estudiar y recibirme”.
Me pregunto, ¿tenemos el movimiento estudiantil que queremos? ¿tenemos el movimiento estudiantil que necesita la Panamericana y la obra de Marx? No, compañeros y compañeras. Como dijimos mucha veces, nos toca ser patriotas de este presente, con sus puntos fuertes y con sus límites. Y para colmo de males, los izquierdistas con los métodos morados no colaboran en contrarrestar el clima imperante.
Pero cualquiera que entre a ese edificio donde yo también entro, y sea de izquierda (que son como las brujas, “que las hay, las hay” y de a miles) sabe ahora con más claridad, después de estos tres meses con los indomables y después de la jornada de ayer, dónde se encuentran aquellos militantes que aunque no parezca construyen desde hoy, como cientos, miles y millones lo hicieron ayer, aquella asociación de hombres y mujeres libres. Dónde están quienes preparan conciente y científicamente, aquella escena hermosa, que más tarde que temprano, más temprano que tarde, algún día llegará, para no estar más representada sólo en una obra de teatro, sino en la vida de millones a quienes tendrá como protagonistas.
La verdad pasará de ocupar las primeras filas, a representarse en el conjunto del mundo como escenario, y la humanidad será un sujeto colectivo creativo, que guarde a la explotación y opresión que aún padecemos, como recuerdos, como piezas antiguas en los museos de la revolución.
Gracias a todos los militantes de la Juventud del PTS del Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales (UBA) por habernos regalado tan emocionante y conmovedora jornada de lucha, reflexión y militancia, porque no fue una obra de teatro, es nuestra propia vida.

Virginia Gómez
Nació en Buenos Aires en 1982. Es Licenciada y Profesora en Enseñanza Media y Superior en Ciencia Política (UBA). Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) en la zona Oeste del Gran Buenos Aires.