A propósito del centenario del escritor argentino, del 25 al 27 de agosto se realizaron las Jornadas Internacionales “Lecturas y relecturas de Julio Cortázar” en la Biblioteca Nacional. El escritor y crítico Noé Jitrik intervino en la mesa de cierre “El rol del intelectual”. Conversamos con él sobre este evento y en general sobre el escritor. (Primera entrega de la entrevista)
Demian Paredes @demian_paredes
Martes 16 de septiembre de 2014
¿Cómo fue el cierre y qué balance hacés en relación a las jornadas por el centenario de Julio Cortázar en la Biblioteca Nacional?
En la mesa que estuve yo –de cierre–, sobre el final, se discutió, ya que Cortázar tiene suerte post mortem… y no la tiene tanta.
Tiene suerte porque se habla de él hasta el exterminio. Es decir: por todas partes y por todos los recovecos que se puede imaginar uno en relación con un escritor, y eso es una suerte que no muchos escritores han tenido. Incluso se podría decir que la tuvo más que Borges en ese sentido.
Y la mala suerte es que la adhesión política de Cortázar –que fue muy evidente, que no se puede negar… por Cuba, por Nicaragua, contra la dictadura argentina– fue una actitud correcta, limpia, etc., y desbalancea el enfoque… Entonces, ¿qué es lo que queda? ¿Qué es lo que queda desde el punto de vista de la literatura? ¿Su obra o su adhesión política? Y hablar de la adhesión política –o de lo político– es desplazar el interés hacia lo político propiamente dicho.
De tal manera que por alguna intervención del público en la última sesión parecía que teníamos que discutir sobre Cuba sí o no, y no se trataba de eso, para nada: no era el lugar para hacer un examen o balance de si Cuba triunfó o no, si realizó o no, o si la revolución está al alcance de la mano o no…
Bueno, en ese sentido, balance: gran veneración. Grandes celebraciones. Mucho incienso, por todos lados, en relación con él. Una gran idealización de la obra de Cortázar y de la persona de Cortázar, y este desplazamiento, casi inevitable, hacia esa zona, política.
Eso es, también, en cierto modo, un balance.
El problema con la obra de Cortázar es ver si está vigente en su totalidad, por un lado; y si ofrece nuevas asperezas, rugosidades, como para ver las cosas de otro modo, o ver cosas nuevas que no se han visto antes.
¿Vos qué impresión tenés sobre si se lo lee actualmente a Cortázar, y quiénes y cómo lo leen?
Bueno, sobre eso hay informaciones casi te diría estadísticas. Es decir, cuando estábamos en París [en marzo de 2014], también hablando de Cortázar, la gerente o editora de Alfaguara dijo que Rayuela se está reeditando a 50.000 ejemplares por año. De manera que hay lectores. Quiénes lo están leyendo… Ahí hay un problema que a mí me interesó –hace rato– destacar, y es lo siguiente: cuando aparece la obra de Cortázar hay momentos, hay distintas temperaturas. Una cosa es cuando apareció Bestiario, que es una zona de silencio en torno al libro; es un pequeño hecho editorial aunque los textos son excelentes.
Pero es un pequeño hecho editorial más bien vinculado a la revista Sur, editorial Sudamericana y ese tipo de situaciones. Pero después que empieza a escribir novelas, que publica Los premios en Buenos Aires, ya empieza a ser visto de otro modo. Ya empieza a ser visto con una curiosidad mayor y la editorial se esfuerza por presentarlo con un aspecto novedoso.
Cuando aparece Rayuela es una explosión. Es decir, la gente se identifica mucho… los lectores corrientes… digamos de esta capa de clase, de esa burguesía ilustrada de Buenos Aires, se entusiasma mucho con Rayuela no necesariamente en virtud de un espíritu crítico muy refinado sino porque toca varias cuerdas Cortázar que son muy sensibles para esa clase media ilustrada, para ese grupo ilustrado de Buenos Aires, que es la relación con París, siempre inquietante: hay que ir a París; todo viene de París; qué pasa en París; qué les pasa a los argentinos en París. Desde el coronel Mansilla en adelante siempre se habla en la Argentina de París. Si alguien presenta la relación Buenos Aires-París, y hace la ligazón, eso impactó. Eso por un lado.
Por otro lado la representación de la vagancia: el tipo que anda suelto y que ve cosas, y le pasan cosas –tanto en París como en Buenos Aires–; eso también era como muy atractivo. Más ciertas idealizaciones: las mujeres… Todo ese conjunto hace un impacto en esa clase media, que hace después el fenómeno más fuerte de la recepción literaria, que es el “boca a boca”. Cuando salió Rayuela se hablaba de Rayuela todo el tiempo; lo mismo que cuando salió, algunos años después, Cien años de soledad de García Márquez. Eso cambió el estatuto de lectura. Es otro momento de Cortázar.
Instalado en esta situación, Cortázar, con cada cosa que va publicando, es objeto de interés.
Muy bien, hasta ahí está todo perfecto: así fue leído: con pasión, con entrega, con mucho interés.
Pero pasaron treinta y cuarenta años. En esos treinta y cuarenta años pasaron muchas cosas –en todo el mundo, numerosos cambios en todos los órdenes–; y también en el pensamiento. En esos años termina, fallece, el existencialismo. Nace y muere el estructuralismo. Hay una recuperación del marxismo. El psicoanálisis sienta plaza. La lingüística hace un aporte fundamental y aparece la mirada semiótica. Y esas corrientes, aunque los lectores ilustrados –siempre hablo de lectores ilustrados– no conozcan todo eso, ni se hayan comprometido con ninguno de esos movimientos… esos movimientos son maneras de ver que penetran en la capacidad, en el modo de la lectura.
Por lo tanto si todo eso pasó, debe haber generado –es posible que haya generado– modificaciones en la lectura de esos textos de Cortázar respecto de las miradas iniciales.
Yo creo que –y no lo puedo probar, porque tendría que hacer un trabajo que no me corresponde; me parece que es una hipótesis a tener en cuenta– la lectura puede haber cambiado. Y entonces esa lectura que cambió –o bien dio más cosas de las que se vieron antes en la obra de Cortázar–, o bien tiene un estupor frente a eso, en función de todos estos parámetros históricos que están gravitando, y no atina a ver nada nuevo sino a repetir sensaciones o respuestas anteriores. O bien a apartarse, también en función de que esta manera de ver impide quizás volver o acercarse a una obra de esa dimensión, como es la de Cortázar.
¿Y tu intervención en la Biblioteca Nacional planteó algo de todo esto que estamos charlando o planteó otras cosas?
Planteé varias cosas que me interesaba destacar como modos de ver. Por ejemplo: cuál es el contexto –literario– en que aparece la obra de Cortázar. Curioso eso. Es interesante señalarlo. Hay como tres líneas en ese momento 1940-1950.
Una, digamos las prolongaciones de Boedo, encarnadas en los escritores afiliados al Partido Comunista. Otra, la de gente como una prolongación remota –aunque no fiel– de Florida –ese viejo conflicto, de la década del ‘20–, en el Grupo Sur. Y hay una tercera línea, de los que no están ni en uno ni en otro caso, que son los de la “poesía pura”, por llamarla así, que es la Generación del ‘40, básicamente. Hay más cosas, pero esas son fundamentales para pensar.
La línea del PC; la línea de los escritores del PC culmina en el “realismo socialista” a la soviética; pero no necesariamente son tan fieles a la línea del “realismo socialista”. Obras como las de [Juan José] Manauta, [Alfredo] Varela… O Enrique Wernicke, o el propio González Tuñón, se escapan de eso. Pero en ellos hay como una especie de sentimiento de culpa respecto de la afiliación al PC. Y es que se obligan a ser [escritores] sociales, cuando en realidad, muchas ganas no tenían –no sé–. Por esa razón es una literatura que la teoría posterior que viene posiblemente del “compromiso” interpreta muy bien: ellos son “comprometidos” antes que se planteara la idea del compromiso. Y exactamente son fieles a esa idea sin conocerla. E ignorando quizás que esa idea tiene una historia: viene del existencialismo. El existencialismo viene de la fenomenología, y viene también de cierta inflexión que hizo de la fenomenología un tipo como Heidegger. Entonces, no es tan simple el asunto pero ahí está la idea del compromiso…
La otra línea, la que se agrupa en torno a Sur, es una línea literariamente más abierta –es decir: con mayor respiración–, atenta a lo que pasa en el mundo y sobre todo, lo que escritores que están ahí, concentrados, persiguen, es un rigor en la forma. Un rigor en la formulación. Un rigor en el pensamiento. Eso da un resultado muy importante para la historia de la literatura argentina; eso da el momento de mayor madurez de la expresión literaria. Si vos ponés ahí a Borges, a Bioy, a Mallea, a Bianco, a Cortázar… a varios más que andan por ahí... poetas como Girri… a Mujica Lainez –en los primeros libros–, hay rigor ahí, ¿no? Entonces ese rigor –y eso es lo que dije yo–, o esa manifestación de rigor, es lo que nos permitió, al hacer la Historia crítica de la literatura argentina, un volumen que se llama “El oficio se afirma”. Porque tenía ese sentido.
Los “cuarentistas” están metidos –digamos– en los vahos que brotan del Río Paraná por la tarde. Son así… parecen estar en las nubes, pero alguien hace el puente entre eso y el máximo compromiso que se podía pensar a partir del año ‘45, que es el peronismo. Eva Perón los concentra, los invita; hace unas peñas semanales con los poetas cuarentistas. Entonces imaginate vos… Pero ellos no bajan de la nube…
Ahora qué pasa con Cortázar…
La primera publicación de Cortázar es un libro de poemas…
Sí, un libro suelto, no por Sur.
Un producto muy muy claro de la revista Sur puede ser Silvina Ocampo, porque está cerca. María Rosa Oliver, también porque está cerca, están ahí. Pero Borges y Bioy Casares, que forman parte, están siempre reticentes con Sur, pero siempre dentro de ese programa –formal, si vos querés– que metafóricamente se puede poner en torno a la revista Sur: escribir bien; escribir con rigor; escribir con claridad sobre los géneros –no confundir–.
Trabajar la palabra, las ideas, los personajes…
Todo. La paradoja es que Cortázar, que empieza a formar parte de esa cosa aunque no esté totalmente en la revista Sur –eso es una manera de decir–, se ocupa en ese momento de literatura, hace ensayos literarios muy agudos…
Ahí está el “exuberante” libro sobre John Keats, por ejemplo.
Yo recuerdo algunos que publicaban en la revista Realidad, una revista que dirigía Francisco Romero en ese momento: me acuerdo de una cosa sobre Ricardo Güiraldes muy inteligente, admirable, pero siempre pensando en la palabra, la expresión, el rigor y todo eso.
Cortázar termina por publicar el Libro de Manuel, que es un libro… no “tipo PC” pero más o menos… Más bien “pro Monto”, ¿no? Vuelve un poco a eso. Por un camino sinuoso que habría que preguntarse por qué se produce.