Durante el día viernes, en medio del frenesí del consumo, a días de volver a una cuarentena más restrictiva en la capital, con uno de sus mayores centros comerciales de la ciudad a tope, se suicidó dentro de este un adulto mayor. Todo siguió funcionando de forma normal ¿Qué hay detrás de esto?
Domingo 13 de junio de 2021
A horas de una nueva cuarentena total en Santiago, hubo grandes aglomeraciones en la ciudad, principalmente en centros comerciales. El Mall Costanera Center, no fue la excepción, en medio de alta concurrencia irrumpió un lamentable hecho. Un adulto mayor se lanzó desde el quinto piso del centro comercial, siendo tapado rápidamente con las clásicas carpas azules para tapar los cuerpos en estos hechos y seguir funcionando con normalidad.
Sabemos muy bien, que la prioridad del gobierno durante la pandemia ha sido mantener o incluso elevar los niveles de producción a través de la precarización de los trabajos o los despidos, teniendo como jerarquía la reactivación de la economía, bajo cualquier costo, incluso si eso implica la precarización o la marginación de algunos sectores de la población, como la tercera edad.
Desde el comienzo de la pandemia existen 22 millones de nuevos pobres, que implica un retroceso de 12 años en términos de avance de la pobreza, registrando una cifra de un 10,9% . Los niveles de violencia intrafamiliar, sobre todo la violencia machista, han aumentado expresado un aumento de las denuncias hasta mayo del año pasado, en un 314%. Mientras que los adultos mayores sobreviven con $158.339 como pensión desde los 65 años. Ni hablar del aumento de las enfermedades mentales como consecuencia de todo esto, donde un 46,7% de la población padece de síntomas relacionados a la depresión.
Todo esto como escenario que sustenta el suicidio de un adulto mayor que, en relación a la reacción de la administración del gran centro comercial, pareció no importar y solo sumar a una muerte más dentro de este recinto, dejando al descubierto una profunda insensibilidad. Y es que al ritmo del consumo en el capitalismo, la vida de un adulto mayor que se suicida, no importa.
Esto termina siendo reflejo de la miseria a la que son arrojadas y arrojados los adultos mayores, que en precarias condiciones, sobreviven en un sistema que los margina, por no ser sujetos productivos. Donde esta marginación cobra su precio, impactando la salud mental, como parte del impacto que genera. A consecuencia de todo lo anterior, ha incrementado la presencia de trastornos del ánimo, como cuadros ansiosos o cuadros depresivos, que a través de sus síntomas, disminuyen la calidad de vida de las y los trabajadores junto a sus familias.
La salud mental actualmente en Chile tiene un presupuesto 1,9% dentro de todo el presupuesto en salud, manteniéndose así desde el Plan Nacional de Salud Mental y Psiquiatría, establecido desde el 2000. Considerado como uno de los presupuestos más bajos en el mundo, ante lo recomendado por organismos mundiales, que habla de presupuestos sobre el 5%.
Con estas cifras, poco esperanzadoras, es como el Estado espera que las y los trabajadores, junto a sus familias, con extenuantes jornadas laborales que exige el sistema, puedan enfrentar las enfermedades y trastornos mentales. Con presupuestos evidentemente insuficientes, que no logra cubrir la importante demanda de atención psicológica y psiquiátrica.
Que no permite contratar y darle condiciones laborales estables a las y los trabajadores de la salud mental, para que puedan otorgar intervenciones oportunas, permanentes, buscando mejorar la efectividad de los tratamientos. Así como también, acceso oportuno y garantizado a tratamientos farmacológicos, para poder estabilizar a usuarios y usuarias que lo requieran.
La desigualdad social se transforma en un factor de riesgo al no tener la garantía al acceso a la salud. El derecho a la salud se ha transformado en un jugoso negocio para los empresarios, quienes lucran indiscriminadamente con clínicas privadas, laboratorios y farmacéuticas donde los fondos de la salud pública se fugan constantemente al sector privado por la falta histórica de infraestructura, insumos y profesionales en el sector público.
Lo cual no es casual que se mantengan las deficiencias en el sistema público, para engordar el negocio de los privados. Esto ha venido siendo cocinado desde la dictadura y también por los gobiernos de la ex concertación. Negándole el derecho al acceso de tratamientos a las familias trabajadoras, pagando ellas las consecuencias de la constante acumulación indiscriminada de recursos de los empresarios.
Ante esto, es necesario que podamos conquistar un sistema de salud público, unificado con el sector privado, para responder a las necesidades de las y los usuarios, que este tenga acceso irrestricto para todos y todas, que no sea sexista y que sea administrado por trabajadores y usuarios. Que sea financiado por un impuesto progresivo a las grandes empresas, logrando triplicar, si es necesario, el presupuesto de salud, conteniendo así también un mayor presupuesto en salud mental. Todo esto para poder dar a basto con todos aquellos padecimientos, que hoy agobian a las y los trabajadores, junto a sus familias, que a veces son empujados a no ver ninguna salida, optando por el suicidio como una de estas.
Los ritmos de vida a los cuales nos empuja el capitalismo son devastadores, impactando profundamente la salud de las familias trabajadores, quienes en precarias condiciones de vivienda, acceso a la educación y salud, sobreviven día a día a duras penas, cargando con importante conflictos que radican en las familias, que tienen su origen en la distribución de los recursos acumulados por los empresarios, que a costa de nuestras vidas enriquecen sus ganancias. Estos ritmos de vida matan. La vida es otra cosa más allá del capitalismo, es por eso que existe la necesidad de darlo vuelta todo, para poder vivir la vida y que valga la pena vivirla, por fuera de los márgenes de la miseria a la que nos empuja el capitalismo.