Un contrapunto con Vivek Chibber, editor de Catalyst y la Revista Jacobin, y John Bellamy Foster, editor de Monthly Review, acerca de la izquierda, el marxismo y el antiimperialismo.
En un contexto mundial marcado por la guerra de Ucrania, el genocidio en Palestina, el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca y la emergencia de nuevas derechas, los debates sobre la guerra y el imperialismo, nociones que parecían archivadas en el cajón de los recuerdos por gran parte de las teorías críticas, vuelven a primer plano. Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de imperialismo? ¿Qué relación hay entre imperialismo y capitalismo? Y ¿qué centralidad tiene la lucha antiimperialista para la estrategia socialista en el siglo XXI?
Sobre todos estos temas, existen importantes divisiones en la izquierda. En lo que sigue, nos vamos a enfocar en particular en algunos debates recientes. De una parte, quienes sostienen que la teoría marxista del imperialismo está obsoleta, ya sea debido a las transformaciones del capitalismo a nivel global, o bien porque siempre estuvo equivocada. Para Vivek Chibber, editor de la Revista Catalyst y otros autores de la Revista Jacobin, no haría falta construir una “izquierda antiimperialista”, sino que la clave pasaría por desarrollar “la lucha de clases en casa” alrededor de las cuestiones del “pan y mantequilla”, es decir, demandas elementales -económicas- de la clase trabajadora. Desde otro ángulo, quienes hacen hincapié en las desigualdades entre el “sur global” y el “norte global”, a la vez que consideran que China y Rusia pueden ser nuevos puntos de apoyo para la lucha antiimperialista. Mientras los primeros pretenden recrear una especie de “social chovinismo del bienestar”, las posiciones “sur globalistas” denuncian al imperialismo occidental, pero se alinean con otras potencias con fuertes rasgos imperialistas. A continuación, abordaremos algunos de estos debates, en un contrapunto con Vivek Chibber y John Bellamy Foster.
¿Un mundo más kautskiano que leninista?
La primera posición es la que vienen defendiendo los editores de la revista Jacobin en Estados Unidos, revista ligada al DSA (Democratic Socialist of America). En varios artículos, como aquíy aquí, Matías Maiello polemizaba con la recuperación de la obra de Karl Kautsky por estos autores y señalaba que no hay lucha por el socialismo sin antiimperialismo.
El debate no es secundario. En una entrevista publicada en la Revista Jacobin, Vivek Chibber sostenía que la teoría del imperialismo desarrollada por Lenin en su clásico folleto “El imperialismo, fase superior del capitalismo” era equivocada. Para Chibber, en lo que hace a esta cuestión, el “legado leninista produjo mucho daño” en la izquierda marxista. Sus argumentos pueden sintetizarse así: 1) el imperialismo debe distinguirse del capitalismo, confundirlos sería un grave error; 2) la idea de que el capitalismo ingresó en una “nueva etapa” caracterizada por los monopolios es equivocada; 3) la tesis de que el enfrentamiento entre “países ricos” sería una constante en las siguientes décadas era “espectacularmente errónea”; 4) tenía razón Kautsky con su teoría del ultraimperialismo cuando “predijo que lo que habría sería cooperación entre países capitalistas, no competencia”; 5) los errores de Lenin llevaron a una posición equivocada acerca de las “revoluciones burguesas” en países como China y otros, que dio lugar al apoyo a sectores nacionalistas burgueses “antifeudales” o “antiimperialistas” y 6) nunca existió una “aristocracia obrera” en los países centrales.
Chibber separa artificialmente imperialismo de capitalismo, como si lo primero hiciera referencia solamente a las “agresiones” de unas naciones sobre otras, y lo segundo a las relaciones económicas o de clase. Sobre esa base, concluye que antiimperialismo no significa más que “una acción colectiva en tu país contra el militarismo y la agresión de tu gobierno contra otros países, y convencer a tu clase obrera de que sus intereses materiales están ligados a la desescalada del conflicto y a la desmilitarización de su propio Estado”. Volveremos sobre esas conclusiones, pero antes abordemos sus fundamentos.
La teoría marxista del imperialismo, desarrollada por Lenin, Luxemburg y Trotsky, entre otros, apuntaba justamente contra la idea de que el imperialismo era un “exceso militarista” de algunos Estados, que se podía contener por la vía diplomática. Es decir, como si las guerras entre potencias o el saqueo colonial no estuvieran inscritos en las tendencias del propio capitalismo. En ese sentido, retomando los estudios de Hilferding y otros autores marxistas sobre el capital financiero, Lenin definió que la transformación del capitalismo “de libre competencia” en capitalismo monopolista había dado lugar a una nueva etapa de desarrollo del sistema capitalista, su etapa imperialista. Y que esta abría paso a una época marcada por la tendencia a las guerras, las crisis, y también las revoluciones.
Chibber, como otros autores, centran sus críticas a la teoría del imperialismo de Lenin en las definiciones de su clásico folleto “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, enfocado sobre todo en las dinámicas económicas del capitalismo monopolista y en las contradicciones inter-imperialistas. Mientras que autores como Bellamy Foster señalan acertadamente que para “comprender las complejas cuestiones teóricas e históricas implicadas” en esta teoría, hay que poner ese trabajo “en relación con todo su conjunto de escritos sobre el imperialismo de 1916-1920”, donde los elementos políticos y la cuestión de la opresión nacional tienen mucho más peso.
En la Segunda Internacional, el debate sobre el imperialismo dividió aguas entre marxistas y revisionistas. A comienzos del siglo XX, el sector encabezado por Bernstein llegó a plantear que había un colonialismo progresivo, civilizador, incluso que podía haber un “colonialismo socialista”. Estas posiciones no eran mayoritarias y fueron rechazadas por diferentes Congresos socialistas, que aprobaron resoluciones internacionalistas ante la posibilidad de estallido de una guerra mundial. En ese entonces, Kautsky todavía se ubicaba junto al ala izquierda de la internacional. Sin embargo, las posiciones chovinistas fueron calando cada vez más en la dirección de los partidos socialdemócratas, afianzándose entre las burocracias sindicales y la aristocracia obrera. A partir de 1910, Kautsky se desplazó hacia posiciones centristas que diluían la lucha contra el imperialismo y conciliaban con el ala reformista y social chovinista.
Tal como ahora propone Chibber, en su análisis sobre el imperialismo Kautsky separaba las tendencias militaristas de las tendencias económicas. Sostenía que la expansión capitalista a nuevas regiones se podía llevar adelante tanto con formas violentas como por vías pacíficas. Aseguraba que los “métodos imperialistas” -que implicaban el choque y enfrentamiento entre potencias- eran más una traba que un punto de apoyo para el desarrollo capitalista, por lo que los propios capitalistas buscarían vías para “coordinarse” a escala internacional. Con esos fundamentos, Kautsky formuló la teoría del “ultraimperialismo”. Así como el capitalismo había dado lugar a los monopolios, estos podían dar lugar a la “cartelización” de la política exterior de los Estados. Es decir, una fase que no iba a estar marcada por el enfrentamiento geopolítico y militar entre potencias, sino por su unificación en una “Santa Alianza”. Llamativamente, el artículo donde Kautsky formulaba estas ideasfue publicado en septiembre de 1914, unas semanas después del comienzo de la Primera Guerra mundial. No hace falta recordar que lo que siguió no fue nada parecido a una mayor concordia entre los Estados, sino varios años de carnicería imperialista. Tendencias brutales al choque militar entre potencias que volverían a estallar en una nueva escala en la Segunda Guerra Mundial.
Aun así, y pasado todo el siglo XX con dos guerras mundiales y plagado de guerras regionales, Chibber afirma que Lenin estaba equivocado, ya que a partir de la década de 1950 el mundo se habría vuelto “más kautskiano”. Sin embargo, en los años de posguerra lo que hubo no fue una tendencia “ultraimperialista” a la armonía entre las potencias, sino una “pax americana” impuesta tras la derrota de las potencias del eje (y el final de la guerra fue una enorme demostración de poder imperial con los bombarderos de Hiroshima y Nagasaki). El “boom” de posguerra, que siguió a la enorme destrucción de fuerzas productivas anterior, no era el inicio de una nueva época “ultraimperialista” como anunciaba Kautsky. El pacto con la burocracia estalinista en Yalta y Potsdam permitió al imperialismo durante todo un período conjurar el peligro de la revolución en el centro capitalista (no así en la periferia) y postergar los enfrentamientos entre potencias. Pero eso no duraría por siempre.
Ese orden de posguerra fue cuestionado en todos sus flancos a fines de los años 60, con un profundo ascenso obrero y popular en los países centrales, la periferia capitalista y los países detrás de la “cortina de hierro” (algo que se combinó a partir de 1973 con crisis económica). Las derrotas y desvíos de esos procesos dieron paso al período neoliberal, el salto en la internacionalización de las cadenas de valor y la formación de un orden global atlantista del que todas las potencias se beneficiaron por varias décadas. Ahora bien, ¿era esta la demostración de que Kautsky tenía razón? ¿Producto de la internacionalización del capital se había logrado una armonización de los intereses de las potencias en un “ultraimperialismo”?
Las disputas entre los Estados imperialistas fueron suspendidas parcialmente durante el período de “globalización”, incluso con la formación de estructuras supranacionales como la OMC, la Unión Europea o tratados de libre comercio entre bloques regionales. Pero eso no significa que las contradicciones fueran eliminadas. Chibber confunde aquí la hegemonía norteamericana (indiscutida durante un largo período) con la superación histórica de la época imperialista. Y si bien las tendencias al choque entre potencias estuvieron en gran parte contenidas desde la segunda posguerra (no hubo una nueva guerra mundial), la crisis actual del orden neoliberal plantea su actualización de forma violenta.
El sentido de oportunidad de Chibber para defender las tesis del “ultraimperialismo” no parece mucho mejor que el de Kautsky. Actualmente, no es difícil reconocer el salto hacia mayores conflagraciones entre potencias rivales, con el retorno de la guerra a territorio europeo. Analistas del mainstream escriben en la última Revista Foreing Affairs sobre una dinámica hacia lo que denominan una “guerra total” y la próxima presidencia de Donald Trump agrega incertidumbre al panorama mundial. Las tendencias guerreristas del imperialismo se despliegan también en Medio Oriente, con el brutal genocidio en Palestina, la invasión de Israel al Líbano, y la escalada de Israel con Irán. En Gaza, Netanyahu ha desplegado una violencia colonial de vieja escuela con armas de última generación, provistas por Estados Unidos, Alemania y otros.
Ahora bien, las masacres de Israel y la complicidad de las potencias occidentales han generado una ola de indignación y solidaridad con la causa palestina que no se veía hace décadas. En las calles y en los campus universitarios de EEUU, Reino Unido, Francia o el Estado español, emergió un masivo movimiento juvenil en apoyo al pueblo palestino y contra los crímenes sionistas. Cientos de miles de jóvenes señalan a sus propios Gobiernos imperialistas como cómplices de un genocidio. En Estados Unidos, esto llevó a que muchos rompieran políticamente con el Partido Demócrata y el “genocida Joe”, negándose a apoyar a Kamala Harris como “mal menor”, tal como pedían Bernie Sanders o Alexandra Ocasio Cortez.
Quienes consideran que la izquierda socialista en Estados Unidos puede recrearse con un pie dentro y otro fuera del Partido Demócrata, como los editores de Jacobin y los dirigentes del DSA, son opuestos a luchar por una izquierda antiimperialista. La teoría del ultraimperialismo le servía a Kautsky para conciliar posiciones con el ala chovinista de la socialdemocracia, que cerró filas con su propia burguesía en la guerra. A Chibber lo habilita para seguir depositando ilusiones en que los Demócratas pueden ser una alternativa progresista, en el caso de que decidieran a tomar la agenda de “pan y mantequilla” para seducir a la clase trabajadora.
Retomemos ahora las conclusiones de Chibber sobre qué significa “antiimperialismo”. En la entrevista afirma que sería impulsar “una acción colectiva en tu país contra el militarismo y la agresión de tu gobierno contra otros países, y convencer a tu clase obrera de que sus intereses materiales están ligados a la desescalada del conflicto y a la desmilitarización de su propio Estado”. Es decir, se trataría de exigir, en un plano nacional, que se destine menos dinero a presupuestos militares, para reinvertirlo en escuelas y hospitales. Una política que, siendo parcialmente correcta, planteada aisladamente de un programa consecuentemente antiimperialista, tiene enormes contradicciones. En primer lugar, porque busca obtener mejoras parciales para un sector de la clase trabajadora de los países centrales, sin cuestionar la opresión imperialista de los pueblos semicoloniales y dependientes. En EEUU, paradójicamente, ha sido Donald Trump quien ha cuestionado los fondos mil millonarios destinados a la guerra de Ucrania, haciendo demagogia acerca de que esos fondos deberían dedicarse a “hacer grande América de nuevo”. En segundo lugar, porque genera ilusiones de que las tendencias militaristas y a mayores choques entre potencias pueden moderarse con un poco de presión sindical. Y, finalmente, porque considera que todo eso sería posible con un gobierno Demócrata, si este asumiera algunas políticas socialdemócratas a la vieja usanza.
La nueva negación del imperialismo en la izquierda
En un artículo reciente, John Bellamy Fosterplantea de forma muy sugerente que:
Es un signo de la profundidad de la crisis estructural del capital en nuestro tiempo que desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial y la disolución de la Segunda Internacional -durante la cual casi todos los partidos socialdemócratas europeos se unieron a la guerra interimperialista en el bando de sus respectivos Estados-nación-, las divisiones sobre el imperialismo en la izquierda no habían adquirido dimensiones tan graves.
Y considera que “la brecha entre los puntos de vista sobre el imperialismo de la izquierda occidental y los de los movimientos revolucionarios del Sur Global es mayor que en cualquier otro momento del siglo pasado.”
A continuación, enumera algunas de las ideas (contradictorias) que caracterizan a lo que define como una izquierda eurocéntrica. Estas incluyen la negación de la opresión nacional por parte del imperialismo y la idea de que el imperialismo “es simplemente una política de agresión de un Estado contra otro”, como ya vimos en el caso de Chibber. Esto también suele ir acompañado de la justificación de un “imperialismo humanitario destinado a proteger los derechos humanos”. También la idea de que “la rivalidad imperialista y la explotación entre naciones ha sido desplazada por las luchas de clases globales dentro de un capitalismo transnacional plenamente globalizado”, o, en otros casos la idea de que “el imperialismo económico se ha «invertido» ahora que el Este/Sur Global explota al Oeste/Norte Global”.
En su artículo, Bellamy Foster recorre varios debates de la izquierda marxista acerca del imperialismo en el siglo XX, desde la Segunda y la Tercera Internacional, a las elaboraciones de la teoría de la dependencia, la teoría del sistema mundo, el giro cultural de la izquierda poscolonial y los debates más actuales sobre las cadenas globales de valor y el desarrollo desigual. Señala acertadamente que, en el corazón de todas las posiciones eurocéntricas se encuentra la negación de las tesis sobre la aristocracia obrera de Engels y Lenin. Ante lo que responde que “la existencia de una aristocracia obrera a cierto nivel es difícil de negar sobre una base realista”. Como ejemplo, señala que la dirección de la AFL-CIO ha estado históricamente vinculada al complejo militar-industrial en Estados Unidos y “ha colaborado con la CIA durante toda la época posterior a la Segunda Guerra Mundial para reprimir a los sindicatos progresistas en todo el Sur Global, respaldando a los regímenes más explotadores”.
Como parte del “abandono de la teoría del imperialismo en la izquierda”, Bellamy Foster menciona entre otros a Imperio de Toni Negri y Michael Hardt; las elaboraciones de David Harvey sobre la llamada acumulación por desposesión o las posiciones de Vivek Chibber, a las que nos referimos. En particular, plantea que el ataque de Chibber al concepto de capital monopolista muestra “su ignorancia del enorme crecimiento en las últimas décadas de la concentración y centralización del capital asociado a sucesivas oleadas de fusiones, que han conducido al continuo aumento del poder monopolista, junto con la centralización de las finanzas”.
Ahora bien, mientras Chibber y otros sectores de la izquierda niegan la existencia del imperialismo desde una abstracta definición de clase, Bellamy Foster tiende a absolutizar la cuestión nacional en la periferia, diluyendo la lucha por la independencia de clase en lo que llama “el sur global”. Veamos.
El legado leninista y las revoluciones periféricas
Vivek Chibber considera que el “legado leninista” ha sido perjudicial para la izquierda, porque en el caso de las revoluciones en la periferia significó el apoyo a las burguesías nacionales, con la idea de “revoluciones antifeudales” o “antimperialistas". Uno de los ejemplos que pone es el apoyo del Partido Comunista Chino a Chiang Kai-shek y su partido nacionalista el Kuomintang, durante la Revolución de 1925-28. Sin embargo, lo que omite es que no había ninguna continuidad entre las tesis marxistas sobre el imperialismo y la política del estalinismo: este retomó el etapismo menchevique, subordinando la vanguardia obrera a la dirección de la reaccionaria burguesía china, lo que llevó a la derrota de la revolución. Las importantes lecciones sobre la Revolución China y la oposición a esa orientación etapista fueron la base para la generalización de la Teoría de la Revolución Permanente por parte de León Trotsky.
Por su parte, Bellamy Foster cuestiona correctamente a Chibber por negar la opresión nacional que impone el imperialismo sobre el “tercer mundo” o el “sur global”. Ahora bien, lo hace alineándose políticamente con las burguesías nacionales (como en su defensa del chavismo) y con otro bloque con una fuerte dinámica de desarrollo imperialista (China). Sobre esta cuestión en particular, despliega varios argumentos. Por un lado, sostiene que “presentar a la República Popular China como una potencia imperialista (y directamente capitalista) en el mismo sentido que Estados Unidos” significa hacer “caso omiso del papel del «socialismo con características chinas» y de toda la vía china de desarrollo, así como de los procesos de intercambio desigual”. Más adelante, afirma que su política exterior “se ha orientado a promover la autodeterminación de las naciones, oponiéndose al mismo tiempo a la geopolítica de bloques y a las intervenciones militares. La triple Iniciativa de Seguridad Global, la Iniciativa de Desarrollo Global y la Iniciativa de Civilización Global de Pekín constituyen en conjunto las principales propuestas para la paz mundial en nuestra era”.
Para Bellamy Foster habría que ubicarse políticamente con las “naciones subdesarrolladas” (incluyendo a China entre ellas) contra el imperialismo. Y señala que esto no significaría “abandonar la lucha de clases en las propias naciones capitalistas centrales, todo lo contrario.” Pero, y ¿la lucha de clases en las naciones del “sur global”? Lo que propone es un nuevo etapismo del siglo XXI, como si se pudiera enfrentar al imperialismo sin luchar contra las burguesías nacionales en América Latina, Asia y África. Y como si hubiera una salida progresiva al belicismo imperialista, en base a las propuestas “para la paz mundial” del autoritario gobierno chino.
Una izquierda que deje de lado la lucha contra el imperialismo, como propone Chibber, está evidentemente a contramano de las tendencias cada vez más guerreristas de la situación mundial y también del movimiento internacional en solidaridad con Palestina. Pero la lucha contra el imperialismo y el capitalismo están entrelazadas, por lo que tampoco es posible recrear una perspectiva socialista y antiimperialista sin independencia de clase. Profundizar estos debates parece cada vez más necesario.
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