Con muchos seguidores en redes sociales, Agustín Laje y Nicolás Márquez se autodefinen voceros de una fracción activa de la ultraderecha en Argentina. Ya dijeron que apoyan a Alfredo Olmedo. ¿Quiénes son y qué planes tienen?
Alihuén G.P. @KarkuAli
Sábado 9 de febrero de 2019 13:40
Agustín Laje conoció a Nicolás Márquez a los 15 años, en una presentación que Márquez hacía de uno de sus libros donde defiende a la dictadura militar. Ambos recibieron formación nada menos que en la Universidad de la Defensa de EEUU.
En una nota del periodista Juan Elman, publicada en 2018 por la Revista Anfibia, se menciona que, sin tener un título universitario, “Laje recibió una beca de USA para hacer un curso de postgrado en la Universidad de la Defensa, en Washington, lugar donde se formaron varios cuadros del Pentágono. Una carta de recomendación de su mentor Nicolás Márquez, quien ya había tomado el curso, junto con un borrador del libro que se encontraba escribiendo sobre los 70, alcanzaron para que se hiciera una excepción y Laje pudiera cursar el seminario.”
Nicolás Márquez es abogado y docente graduado en la facultad de Ciencias de la Educación en la universidad privada de la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino de Mar del Plata. Una selecta institución, ligada a lo más granado del conservadurismo católico, en cuya presentación se autodefine heredera “de una vocación que, en manos de la Iglesia, llegó a nuestras tierras americanas y se transformó en un instrumento de cultura y evangelización. Nos reconocemos herederos de una vocación intelectual casi milenaria que encuentra su originalidad en el regreso al origen”. Medievalismo puro y duro.
Junto a su mentor Vicente Massot (empresario de medios de Bahía Blanca que, entre otras cosas, fue partícipe activo del genocidio de la última dictadura), Márquez escribe en el reaccionario blog Prensa Repúblicana (“con las ideas derechas”), del cual es director. También es colaborador de la fundación HACER, cuyo objetivo es “la defensa de la libertad y el libre mercado”. Ha escrito 14 libros, entre ellos El Libro Negro de la Nueva Izquierda, junto con Agustín Laje, lo que les ha permitido salir de “gira” por varios países de habla hispana, invitados a dar charlas por diferentes sectas nacionalistas, conservadoras, misóginas y homofóbicas.
Según ellos mismos cuentan, Márquez y Laje se conocieron en 2004, época de pleno auge de los gobiernos llamados “posneoliberales” en Latinoamérica. Una época de hostilidad para sus ideologías reaccionarias.
Pasados los años, el dúo fue afinando la puntería y empezó a desarrollar una verdadera “cruzada” contra todo tipo de ideas progresistas. Así, su mayor “lucha” se centra en despreciar, insultar y hasta proponer la criminalización del movimiento de mujeres, de la comunidad LGTBI y de lo que ellos denominan genéricamente, “la nueva izquierda”.
El punto de partida de toda su teoría conspiranoica se basa en que, esta “nueva izquierda” tendría como fin último la extinción de la familia tradicional y, con ella, todos los “valores” y “fortalezas” que esa familia supuestamente simboliza y contiene.
Según el mismo Márquez, buscan crear una estrategia hegemónica que nuclee los “tres sectores más importantes de la derecha”: el liberalismo (que, según ellos, está diluído en la sociedad, en ciertas fundaciones de carácter liberal, pero sin partido), el conservadurismo (que se encuentra en las iglesias y en el movimiento de pañuelo celestes), y el nacionalismo (que se encuentra mayormente en el Ejército y en ciertos círculos donde abrevan militares retirados y demás dinosaurios).
¿Un nuevo partido de la derecha argentina?
Con el pañuelo celeste atado en la muñeca derecha, una remera que dice “no fueron 30.000” y con “Cara al Sol” (himno de la Falange Española, partido fascista que formó parte del bando sublevado en la Guerra Civil) sonando en su computadora, Nicolás Márquez lanza una pregunta retórica a sus seguidores de youtube: “¿Falta un partido de derecha?”.
“Me gustaría tener un partido político que deje de tener secuestrados a los militares (...), que se comprometa a defender la vida desde el momento de la concepción (...), que en la plataforma garantice que el Estado no va a agredir ni a alterar a los niños con la ideología de género (...). Un gobierno que garantice la libertad económica, que baje los impuestos. Es demasiado pedir un gobierno, lo que yo quiero es un partido”. En un mismo acto, el “youtuber” aprovecha para “correr por derecha” a Cambiemos con la propuesta de un "nuevo partido de la derecha argentina".
¿Calentando motores?
Sobre finales de 2018, y de cara al año electoral, en una conferencia organizada por el Partido Demócrata Nacional en Buenos Aires, Laje y Márquez, junto a Vicente Massot y al economista Agustín Monteverde, hicieron hincapié en la situación político económica actual en la Argentina y en cómo “la nueva izquierda” intenta meterse en la cultura de sus familias, y criticaron a Macri por su supuesto “gradualismo”.
Pero lo más destacado de esa conferencia fue la aparición de una nueva ficha en el juego de estas personalidades, que vislumbra lo que sería la estrategia parlamentaria inmediata para este sector ultraderechista. En palabras del propio Márquez: “¿Qué pasa entonces con todo nuestro ambiente y nuestro sector? Resulta que, desde la nada, empiezan a movilizarse muchos partidos nuevos, partidos flamantes, partidos que eran tradicionales pero que logran reorganizarse, y aparece en escena un candidato que nos puede o no gustar su campera, pero que se llama Alfredo Olmedo.”
Así, la batalla ideológica de Márquez y Laje va mutando y optando por tomar otros medios. Lo que empezó con un libro y un par de videos en youtube lentamente lo están intentando hacer virar en la construcción de una nueva fuerza política de la reacción.
Si estas figuras están queriendo encolumnarse detrás de Olmedo o no, es algo que aún no se sabe. El hecho de que hayan llamado a votar por éste, podría verse a simple vista como un símbolo de alianza política, pero también como las primeras definiciones en la búsqueda de la creación de un nuevo espacio político. ¿Será Olmedo su nueva figura parlamentaria? ¿o será más bien un punto de partida, un trampolín para empezar a darle forma a este mejunje de derecha en la conformación de un nuevo partido? ¿Será éste el Bolsonaro argentino que están buscando? ¿o será un primer paso hasta encontrar uno mejor?
Márquez plantea que Macri intentó congraciarse con todos los sectores de derecha del país pero hizo todo lo contrario. “A los militares les dijo que bajo su gestión se acababa el curro de los derechos humanos”, “a los liberales también les guiñó el ojo”, y a los conservadores les dijo que “iba a defender la vida desde la concepción”. Pero, según él, a todos los traicionó: “a los liberales no les privatizó ni un tornillo”, “los militares siguieron padeciendo todas las penurias y el destrato que venía del gobierno anterior, y peor aún, muchos militares que estaban libres con el gobierno anterior fueron encarcelados en éste”. Según Márquez , Macri ganó las elecciones por ser el mal menor, porque no había ningún partido de derecha que pudiese hacerle frente al kirchnerismo.
Pero para “tomar forma de partido” tendrán que saldar algunas contradicciones. Los más fervientes impulsores del “movimiento” son ultracatólicos, mientras que Olmedo es evangelista (y se sabe que entre ambas iglesias hay enfrentamientos varios, a nivel “teórico” y “práctico”). También dentro del espacio hay peronistas de derecha, defensores de nacionalismo conservador, y jóvenes ultraliberales, promercado y fervientes antiperonistas. En lo único que tienen acuerdo cuando se juntan entre amantes y detractores del Vaticano, entre liberales y proteccionistas, entre viejos y jóevenes, es en estar en contra de todo lo que huela, parezca o insinúe asemejarse al marxismo.
El hecho de que hayan empezado a tener definiciones políticas y hayan aplaudido públicamente a Olmedo es un primer paso. Habrá que ver qué forma va tomando con el tiempo. Y no hay que perder de vista que, hacia las próximas elecciones, tendrán que lidiar con otro engendro de la ultraderecha vernácula: el nuevo partido de José Luis Espert y Javier Milei también quiere su su lugar en el cuarto oscuro.
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Crisis orgánica y nuevos partidos
El revolucionario comunista italiano Antonio Gramsci definió el concepto de crisis orgánica como una crisis social, política y conómica prolongada en el tiempo, en donde las instituciones de la clase dominante y los partidos políticos tradicionales pierden credibilidad y legitimidad, y por ende hegemonía, abriendo así la posibilidad a nuevos cambios en el orden social y político. La situación de crisis económica mundial está abriendo crisis orgánicas en varios países, entre ellos Argentina.
Las crisis orgánicas conllevan a las masas a hacerse nuevos cuestionamientos con respecto al régimen. Si la conclusión de estos cuestionamientos se hace a la par de la lucha de clases, en donde las masas trabajadoras puedan experimentar el poder de la organización, el debate político, las decisiones en asambleas, la democracia participativa, y la lucha contra la burocracia sindical y las fuerzas represivas del Estado (herramientas de la clase dominante para la preservación de su hegemonía), la salida de fondo puede llegar a ser revolucionaria y socialista.
Pero si, acompañando de hecho los ataques de las clases dominantes, las burocracias sindicales, junto con los partidos llamados “progresistas” logran poner barreras a estos movimientos, frenando así el avance en sus reivindicaciones e impidiendo que las masas lleguen a cuestionar de raíz la apropiación de los medios de producción por parte de las clases dominantes y al sistema democrático representativo burgués, es posible que el contexto de crisis orgánica lleve a las masas a elegir por opciones “nuevas” dentro de los límites parlamentarios, dando lugar a sectores y partidos de la extrema derecha, hasta el momento marginales, a que canalicen el descontento social con teorías conspirativas, culpando de la crisis al movimiento obrero, los inmigrantes, la superpoblación, la corrupción de los gobiernos anteriores (que aunque sea una realidad no explica la crisis de fondo) , a sectores culturales o religiosos, o a otros factores similares.
Sobran los ejemplos de figuras de la extrema derecha de la historia y la actualidad que lograron ascender en este contexto. Para no ir tan lejos, ahí está Bolsonaro en Brasil.
La inspiración bolsonarista
Como lo definió Daniel Matos en un artículo del semanario Ideas de Izquierda, “el PT como partido y a través de la Central Única de los Trabajadores (CUT, la más importante del país) trataron de dividir, aislar, contener y desviar esos enormes procesos de lucha (las protestas de Junio de 2013), llegando al absurdo de caracterizar aquellas movilizaciones como reaccionarias porque iban en contra su propio gobierno. En la medida en que no surgió ninguna fuerza político-social para canalizar ese proceso de movilización por izquierda, fueron las corrientes de derecha las que buscaron capitalizarlo separando las demandas sociales progresivas del rechazo al sistema político de conjunto. Así condujeron este descontento especialmente contra el PT, contraponiendo su ‘estatismo’ a los valores liberales. Surgió en Brasil un nuevo actor político-social compuesto por movimientos de la juventud financiados e influidos por institutos como Atlas Netwoks (‘Red Atlas’), un think tank ultra-neoliberal reconocido por sus relaciones con el Departamento de Estado norte americano y los hermanos Koch, así como con multinacionales del petróleo y el gas”.
Bolsonaro era un diputado desconocido que, con el apoyo de sectores de la clase dominante brasilera (incluyendo a las potentadas y fundamentalistas sectas evangélicas con cientos de miles de miembros), y una estrategia basada en el poder judicial, el uso de fakenews y teorías conspirativas en redes sociales, logró canalizar una gran parte del descontento social en Brasil y ganar las elecciones.
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Las teorías conspirativas utilizadas por éste ya tenían previamente un youtuber famoso que las predicaba. Su nombre es Olavo de Carvalho, y es el referente ideológico de Bolsonaro. Las teorías de éste son básicamente las mismas que las de Márquez y Laje.
Márquez se ha referido al gobierno de Macri como un gobierno gradualista, cobarde y pusilánime. Dice que “para poder llevar reformas de fondo, Macri tendría que cambiar su personalidad”. Lo que Márquez no está teniendo en cuenta es que si Macri no ha podido implementar todas las reformas que a él le hubiese gustado, no es por un problema de personalidad o carácter, sino porque no pudo cambiar las relaciones de fuerzas a su favor. La lucha en las calles y en los lugares de trabajo tienen el poder de hacer retroceder los intentos de reformas del gobierno. Los Chalecos Amarillos en Francia son un claro ejemplo actual de eso.
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No sabemos si estos personajes podrían llegar a tener relevancia en la política argentina. Actualmente son marginales. Pero hay que tener en cuenta que sectores de gran poder económico que se vieron defraudados con la gestión de Cambiemos están buscando figuras que representen sus intereses. Este factor junto al conservadurismo ideológico que prima en la Argentina y la actual asunción de Bolsonaro como presidente de Brasil, podrían significar un cambio en la balanza.
La única forma de contrarrestar la avanzada ultraderechista, antiderechos y represiva, es organizando toda esa lucha en las calles y en los lugares de trabajo, dotándola de un programa que apunte a potenciar esa energía y saldar cuentas con los explotadores y opresores. Desarrollar un verdadero Frente Único Obrero y la discusión amplia sobre la conformación de un partido unificado de toda la izquierda independiente y los sectores clasistas de la clase trabajadora, que esté a la cabeza de la lucha por quitarse de encima el lastre de la burocracia sindical y que permita a trabajadoras y trabajadores hacer una experiencia democrática, socialista y revolucionaria, está cada vez más a la orden del día.
La única forma de combatir la crisis es con una economía planificada en función de las necesidades del pueblo trabajador y no de las ganancias de unos pocos; con un gobierno con cargos políticos que no signifiquen un negocio personal y que sean revocables en caso de si una mayoría así lo decide; un gobierno de las y los trabajadores.