Luca Prodan coreaba en uno de los temas de Sumo por 1983, denunciando a los empresarios del rock “Sergio, Omar, quiero dinero”. Eran Sergio Aisenstein y Omar Chabán a quienes hacía referencia, los socios de “Café Einstein”, un hito en la historia del rock nacional donde comenzaban a tocar nacientes estrellas. Después vino Cemento, otro legendario sótano transpirado que muchos disfrutamos aunque sólo la suerte evitó una tragedia. La tercera, fue la vencida: República de Cromañón, “porque el rock sale de los sótanos” explicó Chabán. Y así, se cobró la vida de 194 pibes, en una noche.
Jesica Calcagno @Jesi_mc
Martes 18 de noviembre de 2014
A Omar, como a muchos otros empresarios, no le gustaba el producto de su gran negocio “No me gusta el rock, no me interesa” dijo. Y agregó “tuve que volcarme al rock por una cuestión económica”. Claro, el gusto es por la guita, no por la cultura de la música. Su gusto, se cobró la vida de 194 pibes, en una noche.
Pero no fue el único responsable. Aníbal Ibarra, jefe de gobierno porteño en aquellos años, también hacía sus negocios. Al día siguiente de la masacre de Cromañon, se apuró a reunirse con la Cámara de Empresario de Boliches de la ciudad, para luego emprender un viajecito al Calafate, todo mientras familiares y amigos corrían desesperados de hospital en hospital buscando a los suyos, o llorándolos. Hoy lo vemos intentando retomar su carrera política y volver a la jefatura porteña, después de todos estos años que el kirchnerismo lo acobijó. Sus negocios y cinismo, se cobraron la vida de 194 pibes, en una noche.
Las responsabilidades políticas y materiales no son para todos igual, está claro. Pero el entramado y la cadena es larga, compleja. La “solución” a esta brutal masacre fueron condenas para unos pocos, mientras se continuó encubriendo a “los peces gordos”. Pero también hubo una doble operación material y política. Por un lado aparecieron más controles “a la noche” de la juventud, más restricciones: blanquearon gran parte del mercado de coimas, y los supuestos mayores controlares terminaron encareciendo las salidas a boliches y recitales, cerrando lugares y entradas inaccesibles para la mayoría. Ni hablar si tenés una banda, tocar en algún lado es una osadía que necesita casi empeñar las joyas de la abuela. Después vinieron hasta las plazas enrejadas en casi toda la capital. La juventud pagó con los 194 pibes, y siguió pagando después. La otra operación fue política. El kirchnerismo apostó a la cooptación de una gran cantidad de artistas desde León Gieco, Fito Paez, hasta los amigos de Boudou de la Mancha de Rolando, o el mismísimo Indio Solari.
La cultura bajo el capitalismo ha expresado de manera no directa, contradictoria y solapada el sentir, los valores, el alcance y los límites de la época en la que se ha desarrollado. El rock ha sido protagonista de creaciones brillantes, y también ha mostrado su faceta degradada empujado por la presión del mercado que domestica y "nivela" la producción cultural al servicio de lo que más vende. Vivir del arte es un privilegio para unos pocos, y la lista de músicos que terminan vendidos al mejor postor va en ascenso. La encrucijada entre la creación artística y el negocio capitalista que todo lo toca, termina incluso sumergida entre las idas y vueltas de los favores políticos a gobiernos que posibilitan masacres como la de Cromañon, y luego garantizan la impunidad de los responsables.
Un 30 de diciembre hace diez años, la juventud quedó marcada, y es una herida abierta. Fueron miles los jóvenes que se movilizaron para repudiar esta masacre y gritar por justicia, junto a artistas y personalidades de la cultura, la izquierda. Cada año nos seguimos movilizando, porque esas 194 vidas que se llevó el negocio de la música siguen impunes. No hay justicia por los pibes de Cromañón, el único que estaba cumpliendo una condena, es el que hoy ya no está entre nosotros. La lucha sigue, la muerte natural de Chabán nos recuerda eso.
El revolucionario ruso León Trotsky decía que “el desarrollo del arte es la prueba más alta de la vitalidad y del significado de toda una época”. Tenemos que conquistarlo. La juventud, en la lucha por justicia por los pibes de Cromañón, apuntando a todos sus responsables políticos y materiales, tiene que abrirse paso para el ambicioso camino de liberar la música y la cultura de este mercado que pudre lo que toca.
“La independencia del arte, por la revolución. La revolución, por la liberación definitiva del arte”.
Jesica Calcagno
Nació en Buenos Aires en 1984. Licenciada y profesora en Sociología (UBA). Acreditada en el Congreso.