El autor de la biografía de monseñor Héctor Aguer, titulada El último cruzado (escrita con Andrés Lavaselli), brinda claves para conocer mejor al rancio exponente de la Iglesia que conduce Bergoglio y que debe ser separada del Estado.
Sábado 1ro de septiembre de 2018
Los periodistas Pablo Morosi y Andrés Lavaselli acaban de publicar el libro El último cruzado. Monseñor Aguer, intimidades e intrigas de la iglesia católica argentina (Planeta). Allí muestran el lado desconocido del arzobispo emérito de La Plata, su relación con Jorge Bergoglio, los medios de comunicación y la política.
Los autores se sumergen en la vida de la figura religiosa más polémica de los últimos tiempos, que por casi veinte años al frente del Arzobispado de La Plata, marcó el rumbo de la ortodoxia católica.
Involucrado en casos de corrupción y con fuerte injerencia en la política y la justicia bonaerense, Aguer soñó con ser la máxima autoridad del catolicismo argentino pero no lo logró.
Morosi, docente de periodismo en las universidades nacionales de La Plata y Quilmes, y autor de libros como ¿Dónde está Miguel? El caso Bru. Un desaparecido en democracia (2013), y Padre Cajade. El santo de los pibes de la calle (2016), cuenta en conversación con La Izquierda Diario pormenores de este trabajo fundamental para entender el rol de la jerarquía eclesiástica en Argentina. Un aporte más para entender por qué es más que necesaria la separación de la Iglesia del Estado.
¿Cómo fue el proceso para realizar el libro?
Después de insistir durante dos meses, accedió a que lo entrevistemos. La verdad que nos sorprendió. Fuimos con 85 preguntas pensando que era la primera y la última entrevista y terminaron siendo trece encuentros durante casi todo el año pasado en donde vimos a un Aguer con una predisposición increíble, superabierto.
Obviamente a medida que avanzaban los encuentros y se iban puntualizando en temas más comprometidos, se fue tensando. Pero se la bancó. No puedo decir que terminaron muy amablemente, pero si uno piensa la relación entre un periodista crítico y una figura de esas características, tranquilamente podría haberse negado.
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En el libro se reconstruye la infancia de Aguer. ¿Qué pudieron descubrir sobre su familia?
¿Cambió la imagen que tenías de Aguer antes de entrevistarlo?
En ese sentido, Aguer es la voz de la Iglesia. Antes hubo otras voces que comúnmente recorrían los medios, como Justo Laguna (que falleció) o Jorge Casaretto (que ya casi no participa), pero se fue dando todo en un proceso en el que el episcopado se fue moderando bajo el liderazgo de Jorge Bergoglio, mucho más silencioso. Mientras que Aguer siguió, mantuvo esa expansividad en los medios y a pesar de que es la voz de un sector conservador, al estar tan expuesto, para quien no vive la interna del catolicismo termina siendo la referencia de esa institución.
Algo que me sorprendió es el grado de formación, algo que en la dirigencia se ve poco. La posibilidad de construir un pensamiento propio. Obviamente él está defendiendo un escrito que es la verdad revelada de la religión. Él cuando piensa, cuando polemiza, desarrolla ideas. Y eso no es común.
Es un intelectual. Creo que accede a las entrevistas porque hace esta lectura: “si yo no estoy acá, ellos van a escribir lo que le digan otros; estando yo puedo, por un lado, saber por dónde van, y por otro tratar de marcar mis posiciones”. Contrarrestar un poco lo que se diga desde otro punto de vista o con algunos datos que lo puedan cuestionar o perjudicar en algo.
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¿El discurso de la Iglesia católica como institución, está más cerca de Aguer o de Bergoglio?
En ese sentido tanto Bergoglio como Aguer están formados con esa matriz conservadora. Ahora tienen dos estilos, que tienen que ver en parte con la formación jesuítica de Bergoglio, que es más un pastor, que es una división más interna de la Iglesia, que alguien podría relacionarla con una mirada política.
El pastor es aquel que acompaña a la grey o la feligresía tanto en sus alegrías como en sus tristezas, en sus desgracias, la va acompañando hacia la salvación. En cambio, la postura de Aguer es una postura mucho más dogmática aferrada a la liturgia, la prédica y el lineamiento, la rigidez y el cumplimiento por parte de la feligresía de ciertas pautas que la Iglesia marca como las que hay que seguir y que son lo que salva a la gente.
La postura de Aguer es la que se llama de los “príncipes de la Iglesia”, en cambio la de Bergoglio es la de los “pastores”, los que están más con la gente. Esa es la gran diferencia entre ellos, no es tanto de fondo. Los dos estuvieron en contra del aborto, los dos estuvieron en contra del matrimonio igualitario.
Mientras que Bergoglio planteó en ese momento una estrategia que se llamó de silencio, que era ir a hablar hacer reuniones cerradas con los legisladores para intentar hacer prevalecer la posición de la iglesia, Aguer fue partidario de salir a denunciar, a predicar la posición.
Después de la derrota del matrimonio igualitario, cuando ya había quedado de manifiesto en el episcopado esa diferencia de cuál era la estrategia con la que había que atacar, fue la única vez que Aguer sobre fines del 2011 se presentó para presidir la Conferencia Episcopal y perdió por mucha diferencia. Él estaba convencido de que la derrota que había sufrido la estrategia de Bergoglio lo iba a posicionar como líder del episcopado y no fue así, siempre el episcopado lo receló porque también hay algo como de envidia.
¿Siempre tuvo estas ansias de ser protagonista?
Su proyecto fue ser un gran intelectual de la Iglesia católica. Otra cosa que nosotros vimos cuando empezamos a seguirlo en los medios y que nos llamó mucha la atención, es cómo divide agua en la sociedad cuando él publicaba o decía algo. Si publicaba en un medio vinculado a la Iglesia lo que recibía eran aplausos felicitaciones, comentarios del tipo “este es el obispo que tiene el coraje de decir lo que hay que decir”, sobretodo en la época del kirchnerismo, durante la ampliación de derechos con el tema de género.
Ahora, eso mismo que él decía y que era aplaudida cuando se publicaba en un medio de comunicación masiva o en cualquier medio fuera del ámbito de la Iglesia lo que cosechaba era un unánime crítica, cuestionamientos, insultos. No hay término medio y creo que eso tiene que ver con que el dogmatismo de Aguer no le permite aceptar el momento de la sociedad que es exactamente el lugar opuesto a donde él está parado.
Él no tiene posibilidad de relativismo, por eso hablamos del último cruzado porque eso lo pone en un lugar como fuera de época, la verdad que él defiende que es la verdad católica no tiene un reduccionismo o sea no se consensúa, es la verdad y es lo que hay que defender y el que no acepta las reglas, el que no sigue los preceptos, no se va a salvar.
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Su falta de relativismo se puede ver cuando critica a la gobernadora María Eugenia Vidal, que no es una aliada por su aceptación del matrimonio igualitario
-En el libro hay un momento en el que preguntan por Bergoglio y él hace como que no lo recuerda
Es más, transcribimos otra parte en la que él, queriendo hablar de Bergoglio, queriendo salvar ese lapsus, dice “bueno las virtudes de Bergoglio son diferentes de las mías”. Y, la verdad, cuando leés ese texto desgrabado no destaca ninguna virtud, lo único que destaca es su capacidad como operador político, que obviamente no es ninguna virtud desde lo eclesiástico.
¿El enfrentamiento siguió a pesar de que Bergoglio se convirtió en Francisco?
Él cuenta que el diálogo fue bueno, “a partir de ahora ya no sos más Jorge, sos el Papa”, dijo como diciendo “yo soy orgánico”. Incluso en un momento sacó unas cartas que tenía escritas a mano por Bergoglio que pudimos leer y son afectivas (“querido amigo, hermano”). Él se preocupó por mostrarse cercano todo el tiempo, negó que hubieran tenido peleas, por lo menos las peleas personales. Pero lo cierto es que los dos ambicionaban dirigir la Iglesia argentina y llegó uno solo.
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¿Encontraron muchos puntos oscuros en la vida de Aguer?
Detectamos varias situaciones en las que él ha sugerido y ha impuesto (es más, hubo algunos exministros de otras gestiones que nos lo confirmaron) que cuando ellos llegaron a la cartera que les tocó atender recibieron un llamado diciendo “llamalo a Aguer para que te sugiera a alguien para incorporarlo en algún área”. Eso marca el poder de influencia que él tenía.
También tiene un trato muy cercano con algunos miembros de la Corte de Justicia bonaerense. Ni hablar con los intendentes, con los cuales ha discutido y retado públicamente por el uso de la Plaza Moreno, que le molestaba que hubiera ruido, que se hicieran los festivales de música en los aniversarios de La Plata.
Toda esa parte que, él mismo dice, que el obispo tiene que trabajar en forma silenciosa es toda una declaración de principios diría.
Después, toda su participación en el affaire del Banco Crédito Provincial (BCP), cuando sale como fiador de un Francisco Trusso, banquero estafador condenado por la Justicia. Había solo una posibilidad de que saliera libre y de que no cumpliera con la condena que le había impuesto la Justicia, que era que apareciera un fiador personal. Y se presentó nada menos que un obispo de la Iglesia argentina. Porque detrás había una cantidad de intereses y de plata negra que no era solamente de la Iglesia argentina sino también del otro lado del océano que estaba ahí metida en ese banco y que la única forma de recuperarla era que Trusso estuviera libre. Eso es super oscuro.
¿Cómo reaccionó cuando le preguntaron sobre eso?
Nosotros decimos que ahí, en la época que ocurrió lo del BCP, que fue a fines de los 90, antes de que falleciera Quarraccino, que muere en febrero de 98, sus dos principales auxiliares eran Bergoglio y Aguer. Nos parece que ese silencio, que también es un silencio de Bergoglio, es algo que sigue preocupando en el Vaticano, es algo que tuvo un costo muy fuerte.
En la feligresía de La Plata tuvo un costo fuertísimo. Encontramos testimonios de feligreses comunes que iba asiduamente a la Catedral, que lo han encarado y le han preguntado “¿por qué hizo eso? ¿cómo le explico a mis hijos esto?”, y Aguer no ha tenido respuestas más que decir que cumplió una orden. Y eso la verdad que no es transparente, es tremendo.
Olga Wornat, en su libro Nuestra Santa Madre, logró entrevistar antes de que falleciera a Francisco Trusso padre, que había sido embajador del Vaticano en la época de Menem. La relación entre el banco y la Iglesia está tejida a través de ese personaje, que era el padre del clan y que hacía que Quarracino dijera que el BCP era el banco de la Iglesia en argentina.
Cuando saltó el escándalo, tanto Quarracino como su secretario privado de apellido Toledo, que fue el único religioso que estuvo preso en la historia argentina, tenían pagos viajes a Estados Unidos, a Europa, le pagan todos los meses la liquidación de su tarjeta de crédito. Era un lavado de plata escandaloso. En esa entrevista que le hace Wornat, Trusso expresa muy bien la relación entre el poder político de ese momento y la conducción de la Iglesia liderada por Quarraccino, donde tanto Aguer como Bergoglio eran dos piezas muy importantes.
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¿Cómo creés que va a ser recordado Aguer?
Es un tipo que escribió doce libros, dejó una producción y que peleó por su convicción. Quizá más adelante eso pueda ser ponderado. Lo que sí está claro es que las armas que usó para esas posiciones no siempre fueron las más transparentes o las más legítimas.