Compartimos la reflexión que un estudiante nos hace llegar a la redacción de La Izquierda Diario. Desde su vivencia y reflexiones personales, el autor analiza el genocidio al pueblo palestino atravesado por poetisas como Hiba Kamal Abu Nada y Fadwa Tuqán.
Miércoles 6 de diciembre de 2023
Mural realizado en Cañuelas, donde el autor dejó su huella.
Queridos hermanas y hermanos, camaradas, en este momento crucial de la historia las palabras de un antiguo pensador vuelven a resonar en mi corazón con un profundo pesar: "Después de Auschwitz, escribir poesía es un acto de barbarie". Nos enfrentamos a la dolorosa realidad de cárceles y campos de concentración a cielo abierto, lugares de horror que desafían toda comprensión humana.
¿Qué tipo de humanidad permite la existencia de tales abominaciones y, luego, de manera aparentemente indiferente, abraza el renacer de la lírica y el canto? ¿Por qué no ceder ante el silencio? Quizás, en medio de esta oscuridad, la única opción sea arrojar nuestros poemas al mar, cubrir tras un manto gris todo mural y pintura...
Y aún así la incógnita persiste en una eterna repetición: ¿cómo puede la poesía subsistir durante y después de la tragedia?
Demasiadas veces nos han intentado silenciar, convencer de que el arte no es más que una simple decoración tras el mamparo que sostiene la maquinaria de matanza que algunas veces llamamos humanidad. Del facilismo derrotista que reza que una voz que entona su canto en la defensa de la libertad y de la paz no es más que eso, una melodiosa voz luego silenciada por el insoportable resonar de las bombas. Tantas veces nos bombardean con la idea de la quietud, de la comodidad que nos brinda el no hacer nada, porque "nadie puede cambiar realmente nada". De que naturalmente el hombre es sólo para sí, y para nadie más. Yo cedo algunas veces ante ésa idea virulenta del silencio y la quietud, porque ante la guerra "quién puede hacer algo"...
Hace unos días escuché recitado un poema de Hiba Kamal Abu Nada - poetisa asesinada en uno de los bombardeos de Israel sobre Gaza. Sus palabras aún resuenan en mi alma como un eco desgarrador:
La noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles; silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo; aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración; negra, excepto por la luz de los mártires. Buenas noches.
Recuerdo haber leído estas palabras en el patio de mi casa, y luego, con la mirada fija en el cielo estrellado, no pude evitar sentir algo de esa última noche de oscuridad endémica, de asedios y de bombas. Una ausencia como un abismo en el pecho. Aunque es innegable que nadie puede verdaderamente ponerse en ese lugar, en esa situación de inimaginable desolación.
Luego encontré la historia de Fadwa Tuqán, bautizada por algunos como la madre de la poesía palestina. Hacia 1948, mientras se consolidaba la formación del Estado de Israel, ella enfrentaba la pérdida de su padre. La amarga opresión que él ejercía en su vida cotidiana, tras una difícil vida familiar, sería sustituida por una nueva forma de agresión.
Una opresión político-militar en la forma de la ocupación sionista de carácter colonial, dejó tras la denominada Nakba (“Catástrofe” para el pueblo Palestino) la destrucción de alrededor de 530 pueblos y asentamientos, la muerte de mas de 15 mil personas y el desplazamiento forzado de más de 730 mil palestinos. En un contexto como éste Fadwa escribió, con la entonación de la resistencia y de la más valiente lucha por su espíritu y por su pueblo, pero en angustiante reflexión el siguiente poema:
Dirigí hacia ti de nuevo una cargada mirada,con una afligida pregunta en mis labios:«¿Has visto, hermano, cómo ha acabado la causa?¿Has visto el espantoso destino?¿Recuerdas cuando enviabas tu poesía a recorrer la patria con el ímpetu de la llama,para avisarles del humillante final que se acercaba,como si leyeras lo invisible en una pizarra?»
Todo esto me llevó a buscar más y más allá del conflicto que hoy nos impacta y nos duele en lo más profundo de nuestro ser. Algo que me ayudara a comprender por qué es tan necesario el arte para el hombre ¿Cuál es su verdadera razón de ser frente a la muerte y la destrucción producto de los conflictos que nosotros mismos como especie iniciamos? ¿Qué dice eso de nosotros?...
Y entonces encontré la historia de Vedran Smailović, el Chelista de Sarajevo. Durante la Guerra de Bosnia a principios de la década de 1990, el Sitio de Sarajevo fue el asedio más prolongado a una ciudad en la historia de la guerra moderna, alcanzando una duración de casi cuatro años, desde el 5 de abril de 1992 al 29 de febrero de 1996. Durante un atentado producto de la explosión de un mortero el 26 de mayo de 1992, se cometió una atroz matanza marcada a fuego como la Masacre de la Panadería de Sarajevo. El saldo: alrededor de 22 muertos y decenas de heridos.
Smailoviç, quién anteriormente había actuado en la Ópera de Sarajevo, en las Orquestas Filarmónica y Sinfónica de Sarajevo y en el Teatro Nacional, y que no conocía otra forma de expresarse frente al mundo que a través de su música, se vió tan absolutamente abrumado por el suceso, que frente a la más angustiante desesperación no encontró otra forma de hacer frente a la barbarie. No cedió ante la desolación. Al contrario, con una determinación inquebrantable, tocó el Adagio de Albinoni en su violonchelo múltiples veces a lo largo del día y por varios días luego de la tragedia. Su música resonó en los muros destrozados de la Biblioteca de Sarajevo y en otros edificios marcados por la destrucción en homenaje a las 22 almas inocentes que perdieron la vida mientras esperaban pacientemente en fila para recibir el pan. En medio de la desolación, su violonchelo se convirtió en un lamento, en un eterno tributo hecho melodía a aquellos que nos habían sido arrebatadas por la peste de la guerra.
Pero la valentía de Smailović no se detuvo ahí. En medio del conflicto, aún cuando los funerales eran objetivos frecuentes del fuego enemigo, él se erigió como un defensor en su cruzada por la dignidad humana. Tocó de manera desinteresada en varios funerales, enfrentándose al peligro con cada nota, desafiando al enemigo que intentaba sofocar la expresión misma de la tristeza y la despedida.
Hermanas y hermanos, camaradas de la siembra y la resistencia, el arte no es un mero refugio, un facilismo escapista para débiles de espíritu, o para burgueses aprovechados de la tristeza y la desolación. Es una muestra de resistencia inquebrantable, de una valentía innominable y de la más imbatible resiliencia humana por prevalecer.
Es la demostración de que nuestra voz no puede ser silenciada, sin importar cuantas balas, bombas, sangre, fuego, llamas, odio, y más odio se nos arroje. Nada puede acallar a los pueblos y la terca insistencia de la vida por resurgir. En la poesía de Fadwa y de Hiba Kamal Abu Nada, en la melodiosa armonía de Vedran Smailović, el Chelista de Sarajevo, estará por siempre la inevitable resurrección de nuestros pueblos.
Hoy, en este momento crítico que atravesamos como testigos, nos enfrentamos a algo aún más devastador que la guerra, algo que creíamos nunca tener que presenciar nuevamente. Estamos siendo testigos de una limpieza étnica desenfrenada, una brutalidad que se manifiesta en el genocidio del pueblo palestino. Porque no hay guerra que pueda justificar actos tan atroces como el infanticidio y el matricidio masivos de poblaciones enteras. No hay justificación para la colonización de tierras y la violenta usurpación de hogares a punta de cañón.
Por ello, más que nunca, ha llegado nuevamente la llamada a la resistencia en todas sus formas. Cuando alguien regresa a su pincel y su mural, a su lienzo y sus pinturas, a su piano, su violonchelo o su guitarra, cuando entonamos la melodía de mujeres y hombres, es la instancia en que la futilidad del odio queda descarnada y abierta al público.
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En nuestras manos reside el poder de la creación infinita, con la cual enfrentar al odio y la muerte. Nuestras más poderosas armas son las herramientas del obrero, la brocha del artista, el verso, la historia y la memoria, la música y el canto entonado de los pueblos. Jamás podrán contra los murales que expresan en pintura nuestro más absoluto e imbatible Nunca Más: nunca más cederemos espacio ni tierra, y entonaremos Memoria, Verdad y Justicia hoy y ahora y para siempre, aquí y para todos los pueblos. Porque el arte no es una mera decoración: es el frenesí de la creación divina de la humanidad, la catarsis que prevalece a las llamas, es la llama de la caricia y la esperanza.
Es por ello que la poesía persiste, aún durante y luego de los hechos más oscuros, como nuestra luz inextinguible, como la llama de la lírica imperturbable frente a las sombras del odio. Porque es parte de la incólume humanidad de los pueblos y su resistencia, que impregnan en cada gesto solidario, en su firmeza frente a las ruinas que intentan sembrar, la única patria verdaderamente internacional: la lucha por el amor, por la liberación de los pueblos oprimidos, donde el himno internacional de la resistencia jamás cede. Que resuene alto y claro: ¡Nunca Más! ¡Nunca Más cederemos ante la opresión! ¡Que el arte y la resistencia guíen nuestro camino hacia la justicia y la liberación!
En palabras de la poetisa Fadwa:
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!Continuaré escribiendo su nombre al combatir:en la tierra, en los muros, en las puertas,contra las brechas de las casas;en la mezquita y el ara de la Virgen,por todos los caminos de las fincas.Por todas las colinas, las pendientes,las calles, las esquinas.En la cárcel y el calabozo de tortura.En las maderas de las horcas.Continuaré, a pesar de las cadenas,a pesar de las casas destrozadasa pesar de las grandes hogueras,escribiendo su nombre,para ver cómo se va extendiendo por nuestra patria y crecey continúa creciendo,sin parar, hasta cubrir palmo a palmo su húmeda tierra.Hasta ver como una roja libertad abre sus puertasmientras huye la noche,y aplasta la luz los fustes de la niebla.¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
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