Esta semana se cumple un año desde que comenzó el brutal genocidio de Israel sobre Gaza, después de los hechos del 7 de octubre, que cambiaron todo el panorama en Medio Oriente. Gaza se encuentra devastada, con más de 43.000 palestinos asesinados y millones de desplazados, una población diezmada por enfermedades y por el hambre, hospitales y escuelas convertidos en escombros. Durante este año, Israel ha continuado sus ataques en Cisjordania y el lanzamiento de misiles sobre el sur del Líbano. En las últimas semanas, Netanyahu amplió su ofensiva contra Hezbollah, asesinando a sus principales dirigentes, a lo que siguió una incursión terrestre sobre el Líbano y fuertes bombardeos en Beirut, por primera vez desde 2006.
Las masacres cometidas por Israel, con el apoyo abierto de EEUU y la complicidad de la Unión Europea, han generado un enorme movimiento de solidaridad con el pueblo palestino en todo el mundo, especialmente en los Estados imperialistas, como no se venía en décadas.
¿Cuál es la situación actual? ¿Es inevitable una escalada hacia una “guerra total” en Medio Oriente? ¿Qué papel juega Estados Unidos, en medio de la campaña electoral por la Casa Blanca? ¿Cuál es el rol de Irán y el llamado “eje de la resistencia” en la región? ¿Cuáles son las fortalezas y las debilidades estratégicas del Estado sionista? De todo esto hablamos con Claudia Cinatti, editora de la Sección internacional de La Izquierda Diario y dirigente del PTS de Argentina.
¿Nos encontramos ya en un escenario de guerra regional en gran escala en Medio Oriente? ¿Cuáles son los frentes abiertos?
En un sentido, la guerra en Gaza y más en general la causa palestina y la opresión colonial israelí tuvo siempre una dimensión regional. De hecho, desde que Israel comenzó el bombardeo y la invasión a la Franja de Gaza, Hezbollah comenzó a lanzar misiles a la zona norte de Israel en solidaridad con la población palestina, condicionando el fin de esos ataques a que el gobierno de Netanyahu suscribiera un cese del fuego en Gaza. Lo que cambió en las últimas semanas es tanto la magnitud de los ataques como la posibilidad de que esta escalada del estado de Israel contra los aliados de Irán –notablemente la eliminación de la cúpula de Hezbollah- derive en una guerra estatal, un enfrentamiento militar directo entre Israel e Irán en la que de hecho ya está involucrado Estados Unidos, que ha reforzado su presencia militar en la zona en defensa del estado de Israel.
Como dijo Netanyahu en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Israel tiene siete frentes abiertos: Gaza, Cisjordania, Hezbollah y más en general el Líbano, los hutíes en Yemen, las milicias pro iraníes en Siria e Irak, y ahora Irán.
Desde el punto de vista militar, Israel ha conseguido una seguidilla de éxitos tácticos. Ha diezmado la dirección de Hezbollah, ha debilitado a Hamas, ha reparado la imagen muy golpeada de su inteligencia. Pero, como sabemos, no siempre los éxitos tácticos llevan a la victoria estratégica, y esa es la gran discusión, porque estos avances no resuelven el problema estratégico de Israel que no es solo militar.
En este momento, Israel continúa su ofensiva contra el Líbano, tanto aérea como terrestre en el sur, donde ha encontrado la resistencia de Hezbollah, que se ve que conserva capacidad de combate. Y sus aliados imperialistas, principalmente Estados Unidos y el Reino Unido han bombardeado posiciones de los hutíes en Yemen.
Después del lanzamiento de Irán de unos 180 o 200 misiles balísticos hacia el territorio de Israel en repuesta al asesinato de Nasrallah y de Haniyeh, hay una suerte de compás de espera, en preparación de la retaliación que seguramente vendrá por parte de Israel y sus aliados, Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y otras potencias.
Lo que ha trascendido es que el gobierno de Netanyahu está debatiendo si bombardear instalaciones nucleares, la infraestructura energética –refinerías de petróleo, gas, etc., o instalaciones militares. Mientras que el gobierno de Biden, que está discutiendo en común con el estado sionista los pasos a seguir, trata de disuadirlo de las opciones más extremas, sobre todo, evitar un daño de magnitud a la industria petrolera, una perspectiva que ya ha repercutido en el alza del precio del petróleo, que de continuar podría reactivar tendencias inflacionarias e impactar en la economía mundial y en la elección presidencial norteamericana.
No hay dudas de que la política de Netanyahu es arrastrar a Estados Unidos a una guerra directa contra Irán, algo que no está en el interés del imperialismo norteamericano y que hasta ahora ha tratado de evitar la Casa Blanca. Es una dinámica posible, aunque si Netanyahu no logra ese objetivo, ya sea con los demócratas o con un eventual gobierno de Trump, quizás limite sus objetivos al menos en este período a avanzar lo más posible en aislar al régimen iraní, degradando lo más posible el “eje de la resistencia”.
Un artículo reciente del Washington Post planteaba que Biden perdió el control de su aliado estratégico Israel, porque Netanyahu está cruzando todas las líneas rojas que intentó marcar la Casa Blanca. ¿Cómo lo ves? ¿Es otra consecuencia de la crisis de hegemonía norteamericana?
La crisis de hegemonía norteamericana alienta lo que algunos analistas llaman “fragmentación del orden internacional”, es decir, la emergencia no solo de potencias rivales –como China- sino de potencias medianas, regionales, o aliados con juego propio. Esa pérdida de liderazgo se ve en que si bien Biden a esta altura es un pato rengo, Estados Unidos ha perdido capacidad de imponer su política y lograr alineamientos automáticos, quizás a excepción de gobiernos completamente cipayos como el de Milei en Argentina. Pero la norma es el alineamiento múltiple y las alianzas de ocasión, según los intereses nacionales. Esto se ha visto por ejemplo en la guerra de Ucrania, y en las votaciones adversas en el caso de Gaza.
A diferencia de otros momentos históricos, por ejemplo en la Guerra de los Seis Días, hoy el estado de Israel depende en términos absolutos de su alianza con Estados Unidos, que le provee el armamento, la financiación y la cobertura diplomática, incluso para llevar a cabo el genocidio en Gaza. Lo paradójico aparentemente es que esta dependencia es simultánea con la capacidad de Netanyahu de mantenerse en su línea guerrerista y genocida contra la población palestina, a pesar de que la Casa Blanca viene insistiendo en la necesidad de un cese del fuego. No solo el secretario de Estado, Blinken, ha fracasado sistemáticamente en las negociaciones, sino que el colmo fue que mientras supuestamente Estados Unidos y Francia habían acordado con el primer ministro israelí una tregua en el Líbano, Netanyahu autorizó desde Nueva York el asesinato del líder de Hezbollah, Nasrallah.
Lo que ordena la política del imperialismo norteamericano en Medio Oriente, más allá del partido que esté en el gobierno, es la alianza estratégica e incondicional con el Estado de Israel, lo que le da a Netanyahu la impunidad para extremar la política colonial, en consonancia con sus socios de extrema derecha, ya sea partidos religiosos o colonos. Y a Estados Unido lo lleva a apoyar todo lo que haga Israel. Esta es la política de Biden aunque tiene diferencias y roces con Netanyahu, que abiertamente trabaja para un triunfo de Donald Trump en noviembre, ya que lo ve más afín a sus intereses. Esta política se sostiene incluso cuando ha causado una crisis importante en el partido demócrata, que enfrenta un cuestionamiento por derecha por parte de Trump y un sector del lobby sionista, y por izquierda por sectores de su base electoral, que repudian el genocidio en Gaza y que puede costarle la presidencia a incluso a Kamala Harris.
El historiador israelí Ilan Pappé decía en una conferencia hace unos días que Netanyahu necesita un escenario de más guerra y más caótico para tratar de implementar una “solución extrema” en Palestina y la región. ¿Qué implicaría esto?
El gobierno de Netanyahu y la extrema derecha no oculta que su plan es expulsar a la población palestina de Gaza hacia Egipto y de Cisjordania, donde ha avanzado cualitativamente la colonización. La destrucción de Gaza va en ese sentido. La vida es prácticamente imposible, no hay hospitales, no hay escuelas, no hay viviendas y tampoco comida ni agua. Sus ministros hacen declaraciones públicas abiertamente fascistas, a favor de liquidar la población civil mediante medios militares y mediante hambrunas. Ese plan de anexión de los territorios palestinos al estado de Israel y de extensión de la colonización hacia el sur del Líbano, es el que presentó Netanyahu ante las Naciones Unidas, sus famosos mapas de la “maldición” y la “bendición”, el “Gran Israel” donde los territorios palestinos no existen, en un Medio Oriente que coincide en cierta medida con los Acuerdos de Abraham impulsados durante la presidencia de Trump.
En el caso del Líbano, Israel tuvo importantes éxitos tácticos frente a Hezbollah en las últimas semanas, pero: ¿puede derrotarlos mediante la combinación de bombardeos y una incursión terrestre “limitada” como dice el ejército de Israel que está llevando adelante?
Parece difícil. Incluso en Gaza, después de 11 meses de destrucción, los jefes militares israelíes sostienen que la “victoria total”, es decir, la “erradicación de Hamas” sigue siendo un objetivo no realista. En el caso del Líbano, Israel ya invadió en 1982 y se quedó 18 años. Y tuvo una derrota política en la guerra de 2006, que terminó fortaleciendo a Hezbollah.
Como señalabas antes, lo que cambia todo es el enfrentamiento más directo con Irán. ¿Cuál es la situación interna en Irán y en qué medida esto influye en la posibilidad de que adopte un curso más guerrerista?
La estrategia del régimen iraní ha sido evitar el enfrentamiento militar directo con Israel, y por extensión con Estados Unidos. Por eso ha construido el llamado “eje de la resistencia”, una alianza defensiva con aliados tácticos y estratégicos, de los cuales Hezbollah es el más importante, no solo por su poder de fuego sino también por la proyección de ambiciones regionales de la república islámica. Incluso Masoud Pezeshkian, el actual presidente iraní referenciado en el ala reformista del régimen, tuvo un discurso conciliador en las Naciones Unidas, para tratar de aliviar las sanciones que están ahogando al país, y retomar algún diálogo con Estados Unidos y otras potencias en torno al programa nuclear. La situación interna es complicada para el régimen teocrático que ha perdido legitimidad, y en el marco de una difícil situación económica, enfrenta ciclos recurrentes de protestas a pesar de la represión brutal con la que intenta aplastarlas. Desde hace años el régimen está dividido en un ala más conservadora y un sector que tiende a abrirse más hacia occidente. Aparentemente, la escalada israelí ha fortalecido al ala dura, en particular a la Guardia Republicana, que sostiene que no haber respondido en su momento al asesinato de Haniyeh el mismo día de la asunción del nuevo presidente, dejó a Irán en situación de debilidad. Por eso esta vez la decisión ha sido responder y fortalecer el discurso de Khamenei para tratar de transformar la resistencia a Israel en una causa del conjunto del mundo árabe y musulmán.
En relación con esto, otra cuestión que surge es que hay sectores que consideran que Rusia o Irán (incluso China) podrían jugar un papel progresivo para ponerle límites al imperialismo norteamericano, ¿cuál es tu visión?
El bloque entre China y Rusia, que agrupa también a Corea del Norte e Irán, al menos a nivel de cooperación militar (no de tropas, pero sí de armamento, tecnología, etc.) sin dudas cuestiona el orden dirigido por Estados Unidos, y eso ha recreado un cierto “campismo” de sectores de la izquierda que se alinean con ese bloque. Sin embargo, que tengan intereses opuestos a los de Estados Unidos, no lo hace en sí mismo progresivo. Es un bloque de países capitalistas, que persigue sus objetivos reaccionarios. Muestra de esto es la invasión rusa a Ucrania o la política agresiva de China en países de África y Asia, de los que es uno de los principales acreedores, en consonancia con el FMI.
Las fuerzas que hegemonizan la resistencia contra Israel en la región son Hamas y Hezbolá, que tienen como estrategia la implantación de Estados teocráticos en alianza con sectores de las burguesías árabes como Qatar o con Irán. ¿En qué medida esto limita la lucha por una Palestina libre y por expulsar al imperialismo de la región?
En el caso de la lucha nacional palestina, Hamas capitalizó la capitulación de la Autoridad Nacional Palestina, transformada en policía interna al servicio de Israel. Efectivamente a pesar de ser parte de la resistencia palestina o de movimientos de liberación nacional, estas organizaciones tienen una estrategia reaccionaria, burguesa-confesional. Sus políticas de control social que obstaculizan la organización democrática de la resistencia y sus métodos militares están acordes con estos objetivos.
Varios analistas señalan que en Medio Oriente una nueva generación se está radicalizando contra Israel y el imperialismo. Al mismo tiempo, este año la solidaridad con el pueblo palestino se hizo escuchar en los países occidentales de una forma que no había ocurrido en décadas, con masivas movilizaciones y una vanguardia estudiantil ocupando los campus universitarios, denunciando la complicidad de los gobiernos imperialistas. ¿Qué importancia tiene este movimiento para la resistencia Palestina y la lucha contra el imperialismo?
El movimiento en los países centrales es clave para el triunfo de las masas palestinas. A pesar de la brutal represión policial, de la persecución de las rectorías de las universidades, que en lo inmediato ha hecho retroceder la lucha o el aspecto más activo, es un proceso profundo, un cambio en la conciencia de amplísimos sectores de nuevas generaciones, lo que incluye el surgimiento de organizaciones judías antisionistas (como Jewish Voice for Peace en Estados Unidos) que no solo repudian los crímenes del estado de Israel, sino que denuncian su carácter colonial. En caso de que se profundice la guerra en Medio Oriente, que derive en una guerra entre Israel/Estados Unidos e Irán, este movimiento no solo se reactivará, sino que probablemente alcance una masividad superior y desarrolle sus tendencias a la radicalidad política y sus elementos antiimperialistas.
Intelectuales judíos antisionistas como Ilan Pappé y otros han señalado que la idea de “dos Estados” que convivan de forma armónica es una quimera, mientras se mantengan las bases de un Estado de ocupación colonial y de apartheid. ¿En qué medida lo que está ocurriendo confirma ese punto de vista y cuál es la posición de los socialistas revolucionarios para una salida de fondo en Palestina?
El genocidio en Gaza, la extensión de la guerra, los planes de anexión y colonización del estado de Israel (y no solo del gobierno de Netanyahu) confirma absolutamente este lúcido diagnóstico de Ilan Pappé que plantea como salida “una Palestina de-sionizada” en el territorio histórico, donde puedan retornar los refugiados y no haya discriminación ni étnica, ni cultural ni religiosa. Además de intelectuales y académicos, como Pappé, hay organizaciones como la campaña Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) que desde hace años utiliza diversos métodos para exponer el carácter racista y segregacionista del Estado de Israel. O la llamada One Democratic State Campaign en la que confluyen personas de origen judío y palestinos en un objetivo similar de poner fin al régimen colonial, respaldado por el imperialismo.
Los socialistas revolucionarios compartimos con ellos la necesidad de poner fin a la ocupación colonial y el régimen de apartheid, que la supuesta solución de “dos estados” no hacía más que legitimar. También la dimensión internacional de la lucha palestina. Sostenemos que para terminar con el régimen de apartheid y la opresión contra el pueblo palestino es necesario liquidar sus bases materiales. Por eso creemos que la única salida verdaderamente progresiva es luchar por una Palestina obrera y socialista, porque solo un Estado que tenga como objetivo terminar con toda opresión y explotación podrá garantizar la convivencia democrática y pacífica entre árabes y judíos, como primer paso hacia una federación socialista en el Medio Oriente.
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