Reseña de Maderos, chusma y orden social. Una teoría crítica del poder policial, de Mark Neocleous. Una publicación de katakrak en 2022.
Maderos, chusma y orden social. Una teoría crítica del poder policial, de Mark Neocleous es una publicación de katakrak en este mismo año. Recoge el texto original del autor y un más que interesante prólogo donde quedan revisadas y actualizadas sus propuestas teóricas sobre el poder policial. Este articulo pretende presentar algunas de las ideas y propósitos de la obra y a la vez aterrizarla en nuestro entorno sociopolítico más cercano. Es un libro que nos ayuda a detectar las tramas ideológicas bajo las que se justifica la fuerza policial.
Empezamos con una nota del autor donde deja las cosas claras desde el principio: “Aquel lector o lectora que esté buscando cómo hacer que la policía y la política social sean más democráticas (más representativas, más responsables, menos racistas, menos opresivas, etc.) le sugiero que se lea otro libro.” Asi, Mark Neocleous, profesor de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Brunel de Londres explicita su objetivo con este estudio; “la única esperanza para un texto como este es que inspire a otros a continuar la crítica del poder y de la administración a partir de la cual pueda darse algo que no sea una ‘reforma’”.
(Un libro que no es para Pablo Iglesias como os contamos en este breve articulo)
Y para eso va a apostar por hacer una aportación a la teoría marxista del Estado que contemple el poder y la actividad policial no solo como una herramienta para el mantenimiento del statu quo y la represión, sino también como una “fabrica del orden” necesaria para la creación del modo de producción burgués, huyendo de todo intento académico de mantenerse “disciplinado”. Lejos de pretender generar una “criminología maxista”, haciendo un exhaustivo estudio de la evolución histórica de la policía en los sistemas capitalistas, intentara mostrar cómo la Policía junto con los conceptos de Ley, Orden y Seguridad son centrales para la comprensión de las sociedades burguesas animándonos a que:
“[...] debemos contener el impulso de equiparar a la policía con los hombres de uniforme. El sistema policial se encuentra parcialmente a cargo de la policía uniformada, pero sus acciones se coordinan con entidades rectoras ubicadas en todo el Estado. Parte del objetivo de este libro es alentar el uso de un concepto de la policía ampliado, con el fin de reflejar la más amplia gama de instituciones mediante las cuales se ejerce el sistema de control. El núcleo del proyecto policía continúa siendo la cuestión de la pobreza y, en consecuencia, la condición de clase de los pobres. Y como las instituciones estatales de administración de la pobreza se entienden generalmente mediante el término ‘política social’ y se administran mediante instituciones del Estado del bienestar, el concepto más amplio debe tomarse como policía social y debe presentarse como un proyecto de seguridad social.”
Contra la tesis de la paramilitarización de la policía
Los periodistas progresistas alzan el grito cuando son testigos, oh sorpresa, de que la labor policial se desempeña sin paliativos en la represión de las protestas, en desahucios o en detenciones de delitos menores, y como está cada vez más extendido el uso de tecnología paramilitar. Tanquetas, uniformes de alta tecnología, drones y toda una retahíla de aparatejos y sistemas de vigilancia a toda máquina para el ejercicio del mantenimiento del orden. Militarización que pueden obviar si la externalizamos en países como Marruecos o Turquía pero que parece intolerable en casa, y que es percibida principalmente porque se ejerce contra los propios ciudadanos y dentro de las fronteras, es decir, porque afecta a un “nosotros” con el que la progresía puede encontrar cierta afinidad. Pero este remarque de la “para” militarización parece indicar que se está produciendo un cambio, un endurecimiento, y esto es problemático.
Primero supone que la fuerza policial y la militar estaban claramente diferenciadas en cuanto a su formación, equipación, practica, organización y función, ocultando las similitudes y las correlaciones. Es sabido cómo se ha ido realimentando el proceder policial con las fuerzas de ocupación en las colonias o la actividad de control fronterizo.
En segundo lugar, el accionar policial es experimentado por las víctimas de este y por los propios policías como una actividad militar como muestra la etnografía de Didier Fassin que analizamos aquí. Ver policía en nuestras ciudades equipados con chalecos antibalas o anticorte responde a la creencia de estos mismos agentes de que su función se desarrolla en territorio hostil a pesar de que todos los estudios nos hablan de la seguridad de nuestras ciudades.
En tercer lugar, no ayuda a entender las razones por las que, como decía Evaristo “la policía es unidireccional, no la disfruta toda la población”, mientras siguen aflorando casos de impunidad entre los poderosos que son en términos reales tan inviolables como el monarca campechano. Teniendo en cuenta los recursos informáticos y técnicos de calibre militar, ¿Cómo es posible que el fraude fiscal a gran escala, la evasión de impuestos y el blanqueo de dinero escapen a su radar? No parece que la impunidad de los poderosos se pueda explicar con alguna razón más allá de que la mirada policial por más recursos que se le destinen nunca mira hacia arriba, como han denunciado en multitud de ocasiones técnicos de hacienda.
Como señala Mark Neocleous la tesis sobre la paramilitarización de la policía da por sentado una serie de presupuestos acerca de lo que significa la función policial y nos esconde cómo estos mismos presupuestos “son claves en la ideología liberal.” Y cómo este análisis solo es “un aporte estéril en unos debates banales sobre las libertades civiles y la reforma de la policía”. Así “una teoría crítica del poder policial exige un análisis materialista del Estado capitalista” que muestre que la violencia de la separación de los trabajadores de los medios de subsistencia y producción, la imposición del trabajo asalariado, la tasa crónica de trabajadores en paro y la implantación del orden a través de la ley son el fondo de la cuestión.
De los garantes del orden a la fábrica de inseguridad
“El capital exige que haya trabajadores y se dispone a forjarlos”. Con este objetivo comenzó la acumulación primitiva en los orígenes del capitalismo, pero se ha reiterado en diferentes formas hasta el presente. Despojar de los medios de subsistencia a los trabajadores para que se vean forzados a vender su fuerza de trabajo. Primera función policial: la defensa de la propiedad privada acaparada en manos de unos pocos y la lucha encarnizada contra cualquier oposición a esta injusticia.
En un segundo momento se hace necesaria la criminalización de las vidas no productivas. Leyes de vagos y maleantes, ilegalización de las practicas solidarias o de las prácticas tradicionales. Emerge la figura del delincuente y su amenaza constante. Segunda función policial: mantener y asegurar el Orden moral propio del capitalismo. Función extensiva, aunque ahora fragmentada, de vigilancia sobre las prácticas, deseos, tendencias y relaciones sociales. Guerra contra las “criaturas sin ley, los ingobernables y los salvajes”.
Una vez fabricado el orden burgués; consolidación e interiorización del alma burguesa. Objetivos: generar una sensación de inseguridad que legitime cualquier actividad en pro del mantenimiento del orden (la guerra contra el terror). Presión sobre la clase política burguesa para la ampliación de los derechos policiales. Presión sobre la clase judicial burguesa para aceptar que la actividad policial es imposible dentro del propio marco de derecho consiguiendo la impunidad efectiva. Bajo el lema “Más vale injusticia que desorden”. Medallas a torturadores, honores “en democracia”.
Implantar la narrativa de la inseguridad; miedo. Un vigilante en cada ciudadano, generar un sistema de alarma, alentar a la sospecha. Implantación ideológica del “Otro” como una amenaza, como un sujeto individual y egoísta, como un competidor. “La seguridad ahora es responsabilidad compartida”. En palabra de Margaret Thatcher “el objetivo es cambiar el corazón y el alma”: pacificación como centro ideológico del neoliberalismo.
Armados de una crítica radical y orgullo de clase
Podemos ahora acercar el foco para ver como se materializa todo esto en nuestro entorno mas cercano con un ejemplo ya clásico.
Jaime Mayor Oreja, ministro del interior durante el gobierno de José María Aznar, es la voz que buscará cualquier medio de comunicación conservador en la celebración de homenajes o efemérides relacionadas con las víctimas de ETA. Estos medios burgueses encuentran en tan ilustre comentarista el mayor adalid de la seguridad de Estado, y en este caso por doble partida. Las narrativas del miedo que esgrime enmascaradas en una especie de alegato por la dignidad de las víctimas del terrorismo no pueden esconder que el verdadero motivo de su obsesión por mantener viva la amenaza de ETA es su interés empresarial y como miembro de la clase burguesa desde la cuna.
Mayor Oreja no es solo un representante de la burguesía española más rancia, también es un empresario de pro en el creciente mercado de la seguridad, y su mejor cliente, oh sorpresa de nuevo, el Estado Español. Así se materializa toda esta maquinaria en nuestro entorno más cercano: aumento en el gasto en equipamiento, ampliación de plantilla, material informático, horas extras, condecoraciones, empresas privadas a las que se le externalizan servicios… y en la televisión el machacón cuento de que te van a ocupar la casa, pero a ¿qué casa se refieren?
Pero quizás el punto más sangrante es ver como organizaciones sociales y civiles, activistas y agrupaciones políticas, asumen un discurso reformador que facilita la entrada del accionar policial en nuestras comunidades y barrios. Como dice Mark Neocleous: “La verdadera victoria de la pacificación la vemos en lo difícil que es conversar acerca de un mundo sin policía, de lograr que la policía se vuelva obsoleta o imaginar el fin de la policía.” Y esto es una pelea clave porque conseguir implantar el pensamiento crítico y combativo en nuestros procesos de lucha y análisis “equivaldría a imaginarnos haciendo historia, ya que ello implicaría un mundo más allá del capital”, más allá de la policía, porque la vida a la que aspiramos no necesita ni requiere de control policial ni se puede llegar a ella a través de consecutivos pequeños cambios.
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