Segunda crónica de un trabajador de la refinería. Con las máquinas paradas comienza el proceso de descontaminación de los equipos y la primera discusión con la jefatura. De fondo hay mucho más que una diferencia de criterios.
Domingo 10 de diciembre de 2017 11:18
Leé la primera crónica. Parada de planta: trabajar 40 días, 12 horas, sin parar
El silencio en las plantas no dura mucho. Una vez que los hornos se apagaron, con arengas y chiflidos anuncian su entrada los trabajadores contratistas, que harán las tareas más pesadas. Al ruido de los motores y los silbidos del vapor lo reemplazan los plac, plac, plac de cientos de mazas de bronce y llaves de impacto armando los andamios. Las plantas se empiezan a recubrir de un exoesqueleto de caños y plataformas. De pronto nos damos cuenta que la Parada va a ser grande, porque están rodeados de andamios no sólo los hornos y las columnas de destilación sino también todos los intercambiadores de calor y los circuitos secundarios del proceso.
Se camina por arriba de los andamios, agarrados con la soja de un arnés. Desde arriba de los caños más altos, a los que no podía accederse hasta ahora, es posible robar un par de minutos de tiempo mirando el río y las cinco plantas que estamos parando. El espectáculo es impresionante y los petroleros más nuevos están maravillados por el despliegue de este gigantesco ejército de tercerizados que copó la Parada, de las grúas y los Austin, de los clarkistas moviendo las pilas de caños con la que se siguen armando más y más andamios.
Por la radio llaman a todos los efectivos a una reunión con la jefatura. Nos preguntan si leímos la minuta que nos mandaron por mail y nos reímos. Las minutas son documentos internos de la compañía que, en este caso, describen el paso a paso de cómo tenemos que hacer nuestro trabajo. Tradicionalmente estos procedimientos se escribían con ayuda de los viejos. Era como un reconocimiento: los sacaban un mes del turno, los ponían de día de lunes a viernes y colaboraban en la redacción aportando el peso de sus años adentro. Era un pequeño “premio a la trayectoria”, que le dicen. Pero este año no fue así, el procedimiento lo escribieron sin tenernos en cuenta. Hay bronca con eso.
Los laburantes tienen a dos grandes enemigos dentro de sus trincheras. Los primeros son la burocracia sindical, viejos conocidos. Los segundos, más sutiles para el observador ajeno, son los especialistas y tecnólogos, los conocedores del know how, de los set point de especificación y de control de calidad. Ríos de mate han corrido mientras se discute cuál de los dos es el peor. Sucede que son el pez más chico de la cadena alimenticia de la jerarquía administrativa y, como buscan hacer carrera, son también los más celosos garantes de la mal llamada “filosofía empresarial”, que brega en esta industria por una depredación de los recursos del planeta con rostro humano.
La pica con los obreros es evidente: incapaces de escupir para arriba o al espejo, buscan sumar puntos a costa de los errores operativos de los que abrimos y cerramos las válvulas. Sólo desde que trabajo acá entiendo cabalmente lo revolucionario que fue haber logrado que los estudiantes universitarios colaboren con las gestiones obreras de Zanon y Madygraf, algo que entendía hasta entonces de forma abstracta. Tener cuadros técnicos que no te estén contando las costillas debería ser un derecho humano.
La semana pasada nos dieron sesudos manuales con instrucciones sobre cómo debíamos parar las plantas. Estaban todos mal, procedimientos del “primer mundo” para una refinería del tercero y que tiene casi un siglo. Fue una reunión de crisis donde se discutió los riesgos inherentes al copy paste. En un momento se pudre, se intenta hacer entender que determinado equipo, fabricado íntegramente en Londres hace 75 años, no puede pararse sin que afloje un poco de asfalto por la brida una vez que se pare la máquina de vacío. Ellos insisten que sí (que teóricamente sí), nosotros que no (que prácticamente no). Uno de ellos, ya exasperado, dice que si llega a haber una pérdida de producto había que darle el curso administrativo que mandan los procedimientos de medio ambiente para el caso de un derrame. Le intentamos explicar que “derrame” no es que se manche el piso de cemento de la planta. No hay caso. La reunión termina porque ellos ya se van a su casa, nosotros tenemos 6 horas más acá adentro.
2:30 de la mañana, suena el teléfono de una casa (imagino que una linda casa) en algún barrio (imagino que cerrado). Atiende un tecnólogo semidormido. Del otro lado del teléfono habla un obrero, le dice que hubo “un derrame” y que lo molestaba para preguntarle cómo se llenaba, por ejemplo, el punto B del formulario. El tecnólogo responde de mala manera y se despide.
3:15, vuelve a sonar el teléfono. Otro obrero se disculpa por la molestia pero le explica que se cayó un balde de aceite y le pregunta si debe cargarlo como derrame. El tecnólogo dice que no, el obrero opina que sí, discuten 20 minutos.
4:10, el teléfono suena. Preguntan del otro lado cuántos galones son 20 litros… porque el formulario está en galones. Se siente gritar al tecnólogo y cuelga el teléfono.
El vuelto de la joda será terrible, pero las risas no nos las saca nadie.