Después de la masacre de Paris, las autoridades israelíes levantan la cabeza y efectúan una amalgama entre el Movimiento Islámico, Hamas y el califato del Estado Islámico, con la finalidad premeditada de debilitar la resistencia del movimiento nacional palestino.
Sábado 21 de noviembre de 2015
Foto: Gentiuno.com
Los sionistas tienen un olfato muy agudo cuando comienzan a soplar vientos reaccionarios. En sincronía con la suspensión de las garantías constitucionales del estado de derecho en Francia y la tendencia a la bonapartización de los regímenes europeos, el gobierno derechista del premier Benjamin Netanyahu levantó la cabeza con nuevos platos picantes para atragantar al pueblo palestino. Durante una conferencia convocada por el diario Jerusalem Post, el líder del Likud amenazó con la posibilidad de anexar nuevas porciones de los territorios palestinos de Cisjordania bajo la finalidad de “mejorar las posiciones territoriales israelíes, evitar la conversión del Estado de Israel en un Estado binacional” y propiciar de forma desopilante y unilateral un “Estado palestino” “sin considerar ninguna retirada territorial”. Un discurso signado de cinismo y demagogia, dado que el Estado judío ya ocupa el 55% de Cisjordania con 500 mil colonos judíos armados, consumando así la ocupación de más del 80% de la vieja Palestina histórica, mientras asfixia a Gaza con el bloqueo por tierra, aire y mar, impuesto desde 2007. Estas condiciones excluyen cualquier posibilidad de diálogo que abra alguna expectativa con la ultra corrompida Autoridad Palestina, presidida por Mahmoud Abbas y el Fatah, socia de los sionistas.
El fanatismo por las políticas de securitización desencadenadas por la masacre de París sirvió de plataforma para que Netanyahu mantuviera latente la propuesta de revocar la residencia de más de 100 mil palestinos de Jerusalén oriental, como castigo colectivo contra la zona que concentra el 52% de los lobos solitarios que ejecutaron ataques individuales con cuchillos contra ciudadanos israelíes. Para ese fin contempla un plan de transferencia basado en el desplazamiento compulsivo hacia los suburbios, es decir del otro lado del Muro del Apartheid que separa la ciudad. Mientras, mantiene aislados los barrios árabes como guetos, carentes de infraestructura y servicios como los barrios judíos, con pilones de hormigón armado y checkpoints custodiados por tropas de la Fuerza de Defensa Israeli (FDI) y la Policía de Frontera.
Pero Netanyahu y el ministro de Defensa israelí Moshe Yaalon doblaron la apuesta y firmaron un edicto que proscribió la legalidad del Movimiento Islámico, de raigambre orgánica entre los “árabes israelíes”, acusados de presuntos vínculos con el “terrorismo”.
Después de procesar a sus dirigentes, fueron secuestrados documentos, congeladas las cuentas bancarias y cerrados 17 locales en Umm al-Fahm, Jaffa, Nazareth, Kfar Kana, Turan, Beersheba y Rahat. La opositora y “progresista” Unión Sionista del laborista Itzjak Herzog apoyó la medida, aunque lanzó criticas por considerarla “tardía”.
El Movimiento Islámico es una organización político religiosa fundada en 1970, dedicada a prestar servicios de asistencia social y educativa con salas de salud, jardines maternales, colegios y centros de recreación y deportes, para amortiguar las penurias de los palestinos que residen en el Estado de Israel. El presunto “terrorismo” del Movimiento Islámico reside en la denuncia de los Acuerdos de Oslo, que legalizaron la extensión de la colonización judía en Cisjordania, y el llamado a boicotear las elecciones israelíes de marzo, señalando que así legitimaban instituciones del Estado judío.
La saña de las autoridades israelíes contra el Movimiento Islámico se explica porque el mismo es el creador de los Mourabitun, el movimiento de activistas musulmanes que defiende la Explanada de las Mezquitas, el tercer sitio santo de los musulmanes, contra las provocaciones de Netanyahu que encendieron la espiral de violencia entre palestinos e israelíes. El gobierno derechista alentaba a los judíos ortodoxos, custodiados por las tropas de la FDI, a movilizarse y rezar en ese sitio que consideran de pertenencia judía, bajo el nombre del Templo del Monte, donde presuntamente se hallarían las ruinas del templo edificado por Salomón. Los Mourabitun enfrentaron cuerpo a cuerpo los ataques de los colonos judíos y la refriega de los soldados israelíes, que generaron la espiral de violencia entre palestinos e israelíes.
El ministro de Seguridad Pública Gilad Erdan explicó que la medida apuntaba a actuar en sintonía con los brutales atentados cometidos por el EI en París. “El Movimiento Islámico, Hamas, el Estado Islámico y otros organizaciones islámicas tienen una plataforma ideológica común que es la causa de los ataques terroristas en todo el mundo”. Una falsedad absoluta. El Movimiento Islámico, Hamas (pasando por la Jihad Islámica y hasta el Hezbollah libanes) condenaron la brutal masacre del Estado Islámico en París, así como el doble atentado en Beirut que arrojo el saldo de 43 muertos, del mismo modo que lo hicieron en enero tras el asesinato de 17 periodistas de la revista Charlie Hebdo y 3 personas en un supermercado kosher.
La génesis de los movimientos islámicos obedece en líneas generales a la declinación de los movimientos nacionalistas árabes de post guerra (Nasser en Egipto, Baath en Siria, FLN en Argelia, Mossadegh en Irán) que terminaron capitulando de forma impotente ante las potencias imperialistas. Sin embargo, dicho movimientos carecen de homogeneidad.
Más allá de su programa teocrático y reaccionario, el Movimiento Islámico y Hamas expresan, aunque en forma distorsionada, la lucha contra la opresión nacional, la ocupación y las políticas de apartheid del Estado sionista, y por ende constituyen genuinamente parte de la resistencia del movimiento nacional palestino.
Análogamente, Hezbollah, un partido milicia formado por campesinos shiitas y drusos bajo la conducción del jeque Hasan Nasrallah, fue originariamente creado para luchar contra la ocupación israelí del valle de la Bekaa, el sur de Líbano, tras invadir el país de los cedros en 1982. En infinidad de ocasiones de la historia de la humanidad, las masas (particularmente campesinas) adoptaron ideas religiosas para justificar sus acciones contra los opresores.
En cambio, el Estado Islámico lleva la simiente de Al Qaeda, resultante del movimiento de mujaidines financiado por EE.UU. y Arabia Saudita para contrarrestar la influencia de la URSS y el Ejercito Rojo cuando en 1979 ocuparon Afganistán. Bajo el influjo del wahabismo, corriente del islam asociada al ascenso de la monarquía de la familia Saud al poder de la mano de Gran Bretaña, el Estado Islámico se gestó en las cárceles como resultado de la fusión de una fracción de salafistas de Al Qaeda y ex oficiales y funcionarios de las viejas FF.AA. iraquíes y el partido Baath, instituciones hegemonizadas por la minoría sunita, disueltas tras la caída de Saddam Hussein por EE.UU. y el régimen corrupto de Nouri al Maliki, apoyado sobre la mayoría shiita y el sostén político militar de Irán. Así, el Estado Islámico se desarrolló bajo el ala de las petromonarquías de Arabia Saudita y Qatar para contrarrestar el peso de Irán en tanto potencia regional, alentando una guerra contrarrevolucionaria entre sunitas y los “infieles” shiitas (y corrientes sufís como los drusos), empleando métodos fascistas de castigo colectivo, funcional nada menos que a los intereses del Estado de Israel. No por nada, la prensa internacional filtró las relaciones entre el EI Mosad, la CIA y el MI-5, una vez reveladas por el ex agente de la NSA Edward Snowden.
La premeditada amalgama de los movimientos islámicos como un bloque unificado, pretende hacer un espantajo para debilitar la resistencia del movimiento nacional palestino, cuando asoman nuevas generaciones de jóvenes rebeldes que seguramente abrirán las puertas hacia nuevas perspectivas.