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Red Internacional
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1° de Mayo. ¡Paso a la mujer trabajadora!

A partir de 1890, el Día Internacional de los Trabajadores fue motivo de movilización para una clase obrera argentina que comenzaba a luchar y organizarse. Las mujeres participaron de cada uno de los multitudinarios actos auspiciados por socialistas y anarquistas como correlato de su indiscutible intervención en la agitación del período. Los orígenes del 1° de mayo en el país llevan su marca imborrable.

Miércoles 29 de abril de 2015

Las voces de las mujeres

Un año después de que el Congreso de París de la II Internacional estableciera el Día Internacional de los Trabajadores en honor a los Mártires de Chicago, en Argentina los socialistas y los anarquistas organizaron el primer mitin para conmemorar esta fecha. Si durante el bienio anterior los trabajadores habían protagonizado un ascenso huelguístico que involucró –entre tantos otros- a ferroviarios, empleadas domésticas, panaderos, fundidores, metalúrgicos, modistas y sastres, durante las siguientes décadas se consolidarían como actores fundamentales en la vida política y económica del país.

Por ello, cada 1° de Mayo la prensa burguesa dedicaba detalladas crónicas a las manifestaciones, que mezclaban desprecio y temor: a la vez que hacían énfasis en que sólo acudían extranjeros, alertaban que la concurrencia era altísima (oscilando entre 4 mil y 25 mil personas de 1890 a 1910).

No es casual que las mujeres fueran particularmente silenciadas. Si bien su cuantiosa participación era insoslayable año tras año, diarios como La Nación la atribuían a un supuesto “carácter familiar” de las movilizaciones. La realidad es que ellas, invisibles a los ojos de la burguesía, para quien los únicos sujetos políticos eran los hombres, no marchaban pasivamente ni en segunda línea. Amas de casa, obreras fabriles y trabajadoras a domicilio -el sector más explotado y oprimido del proletariado-, peleaban a la par de sus compañeros. Organizadas en sindicatos y corrientes políticas, apoyaban decisivamente sus conflictos al mismo tiempo que levantaban reivindicaciones propias.
Los nombres de algunas indomables militantes llegan hasta nuestros días, como la expresión de una época en la que surgieron grandes luchadoras, oradoras y dirigentes obreras que hicieron temblar a gobernantes y patrones.

“Salimos a la lucha… sin Dios y sin jefe”

En 1886 un grupo de comunistas anárquicas publicaba por primera vez el famoso periódico La Voz de la Mujer, para generar conciencia entre las obreras y llamar a su organización. Ligando la opresión que vivían las mujeres a su situación material, planteaban una pelea contra el capitalismo de conjunto. “Si vosotros queréis ser libres, con mucha más razón nosotras, doblemente esclavas de la sociedad y del hombre”, debieron advertir a compañeros de su propia corriente que desdeñaban su tarea. Ésta no fue sencilla pero los motivos sobraban. En el segundo número preguntaban: “Mujeres de decisión y habituadas a la jamás interrumpida lucha contra el hambre (…), ¿qué nos puede importar la cárcel? ¿qué las denigrantes palabras de nuestros enemigos?”.

Con la misma abnegación militante, tres años después se editaría la versión rosarina de este periódico. A cargo de ello estuvo la anarquista Virginia Bolten, a quien Bialet Massé llamaría “más enérgica que Louise Michell”, la indómita comunera parisina. Bolten logró irrumpir con su fuerza en las editoriales de la prensa comercial de comienzos del s.XX. ¿El motivo? Sus enardecidos discursos en huelgas y actos del Día Internacional de los Trabajadores en torno a la emancipación femenina, para lo cual exhortaba a una lucha económica y política que permitiera derrocar al sistema.

En su camino de lucha, se cruzó con otra figura que es hoy un ícono del período: Juana Rouco Buela. Esta inmigrante madrileña se había iniciado en la vida política luego de su experiencia en el recordado 1° de mayo de 1904 en Buenos Aires.

Participando en hitos como la huelga de inquilinos de 1907 y la Semana Trágica de 1919, se consolidó como una importante propagandista y agitadora, lo cual le valió una persecución policial que la llevó al exilio más de una vez. En cada nuevo destino, su llama parecía engrandecerse. Cuando atrapada como polizonte en un barco que viajaba a Europa debió desembarcar en Brasil, no tardó en encontrar trabajo como planchadora e insertarse de lleno en la vida política de los obreros cariocas. Como Bolten (con quien editó periódicos y conformó agrupaciones de obreras), despotricó en contra el feminismo que no hablaba desde una perspectiva de clase y nunca dejó de estar presente en los conflictos de los trabajadores.

Fueron estas valientes mujeres, junto con miles de compañeras, la que aparecían en cada movilización: no como madres o esposas que “acompañaban” sino alumbrando las columnas obreras con su militancia.

¡Exigimos, decimos, nuestro derecho al pan y a las rosas!

El 1° de Mayo supo ser la ocasión de movilizaciones y sucesos que marcaron la historia de la clase obrera argentina. También carga con la tradición de miles de mujeres que entendieron la necesidad de organizarse para exigir sus derechos y libraron, codo a codo con los hombres, grandes combates. Éste es el grito que debemos recuperar para hacerlo resonar en miles de gargantas que alcen sus voces. Uno que aparece cada vez que las obreras se enfrentan a los patrones y a la burocracia; en cada mujer que, cansada del machismo y la opresión, se organiza, sabiendo que a este sistema se lo enfrenta con una gran fuerza en los lugares de trabajo, de estudio y en las calles.