La artista mitiga la manija de la cuarentena con una puesta audiovisual vía streaming y charla con La Izquierda Diario sobre normalidades, disidencias, creatividades y la muerte o no del rock.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Sábado 21 de noviembre de 2020 21:13
Foto: Horacio Anneca.
¿Qué es Paula Maffía? ¿Una rockera? ¿Una poeta? ¿Una docente? ¿Es una self-made girl? ¿Una riot grrrl? ¿Una incansable buscadora? ¿Una etiqueta que entra y sale de sí misma como la botella de Klein? Paula es, esencialmente, lo que ella quiere ser. Y en todos los casos recibe aplausos y aprobaciones, aunque si así no fuera, tampoco le importaría (eso también es Paula, parece ser).
En un año enloquecedor para todos en general, y para la cultura en particular, Maffía fue de acá para allá dentro de su agujero interior. De Chacarita para el mundo salieron talleres, poemas para un libro de próxima edición, por supuesto algunas canciones. También miedos, angustias y paranoias. Pero ya en el tránsito del ASPO al DISPO (y luego de algunas contadas y elegidas experiencias streameras), Paula dobla la apuesta y propone una producción audiovisual timoneada por su música, pero intertextualizada con otros lenguajes artísticos de la mano del director Emiliano Romero y un equipo que incluye cinco cámaras y una coreógrafa, entre otres.
La puesta se llama Placer, dura 50 minutos y se verá en vivo el próximo miércoles a las 22 horas por la plataforma Alternativa Teatral (con distintos valores de entradas/accesos, desde el “Light” hasta el “Mecenas”, todos a la vista haciendo click acá). “Son canciones entreveradas con poesías, dibujos y movimiento. Porque si vamos a hacer algo audiovisual, no generemos solo audio, sino también algo visual. Y llevarlo a fondo”, explica Paula. “Lo veo como una puesta en escena teatral que cruza distintas disciplinas. Quiero hacer algo de calidad y con amigos y amigas, no a los ponchazos o porque haya que empezar a trabajar de vuelta”.
“A Emiliano Romero lo conocí en el ambiente del teatro off, vino a filmar a unos shows míos, después me lo crucé en obras; hace unas producciones increíbles y me invitó al estreno de una peli suya. Empezó a armar una especie de sala de cine itinerante en el que iba solo con un autito y llevaba todo a lugares insólitos. La gente no iba al cine, sino el cine a la gente. Y a eso, además, le sumaba un show de música. ¡Un loco! Por supuesto, me encantó”, profundiza la cantante. “Le conté la idea de que quería hacer un show más teatral, filmando los detalles pequeños, que tenga un relato mayor. Y que si lo pones en mute siga funcionando. ‘No aguanto como canta esta chabona, pero mira qué lindo está filmado’. Por supuesto se trata de una producción cien por cien autogestiva. Rompí el chanchito: antes de tener esta plata devaluándose en una caja de zapatos, prefiero que la tenga la gente y se la gaste en birras”.
Golpe y efecto
Para llegar a la idea de Placer, Paula Maffía primero tuvo que salir adelante de los sopores iniciáticos de la cuarentena y de los efectos devastadores que esto ocasionó en su rubro. Porrazos para los que ella (¡nadie!) estaba preparada. “Lo primero que pensé fue: ‘¿de dónde voy a sacar guita?’ Y bueno, qué se yo, fui telemarketer también. No iba a dejar que esto me golpee la subsistencia. Pero por otro lado todo lo que me costó construir, de pronto se paró tan radicalmente. Superada la frustración, el enojo y la tristeza de haber cancelado todo mi año de trabajo y de proyectos personales, me puse a crear horizontalmente: dibujar, escribir, hacer otras cosas que no tenían que ver con mi música”.
“Todo comenzó desde la vulnerabilidad, el interrogante y el miedo, pero también del juego. Porque me dediqué a jugar. Jajaj, pareciera que me entregué al juego y a la bebida, pero lo que quiero decir es que también hay un elemento lúdico a la hora de pensar en algo distinto. Estoy explorando cosas que no son las que hago, no son mi métier. Con Placer me expongo groso, mostrándome insegura, pero con ganas de jugar. Cualquier cosa que yo haga en mi casa puede ser una gran canción, estar buenísima, pero hasta que no llega a los oídos de otra persona y hace emulsión, es tan solo un capricho. Se convierte en obra de arte cuando llega a otra persona, es expresión cuando es interpretada. Me parece que ese pacto no se da en los streamings convencionales. Yo no lo veo ahí”.
Su observación sobre esta nueva interfaz de mercado musical que impuso la pandemia/cuarentena no es halagueña: “En los primeros streamings es como que los protocolos se habilitaron para los venues grandes, para los grandes eventos, y ahí, medio a los ponchazos, cosa de no cancelar la producción, pusieron a bandas en escenarios gigantes con una cámara adelante y listo: acá tenés tu festival. ¡Me pareció extrañísima esa convención! Asumir que ya la vida se traslada al mundo digital sin ningún tipo de consideración me da una vergüenza como especie. Ninguna criatura lo permitiría”.
“La gracia de ver un show en vivo es el espectáculo humano. El ritual, el intercambio entre la artística, la técnica y el público. Ahí, como espectador, haces tu propia edición, depositando el ojo donde querés, te compenetrás y vas navegando. Entonces me pareció que la única forma de encontrar ese lugar a mitad de camino, ese pacto que plantea el arte era esto que haremos en Placer”, banca Paula con firmeza. “Un show donde el foco no esté puesto en el micrófono que use, en el espacio sonorizado que utilicé y el detalle de si tengo o no un barbijo, sino en hacer un relato donde estoy cantando sola, en vivo, en una casa gigante que tengo que llenar con mi golpecito, un espacio vacío que debo habitar y hacer sonar”.
LID - ¿Crees que los streamings le dieron poder al oligopolio que maneja las plataformas, en detrimento de autogestives como vos que se ven limitados de esas herramientas tecnológicas?
PM - Y, sí. Para mí, el streaming no cierra por ningún lado. No cierra espiritualmente porque es berreta, no tiene arte ni genialidad. Es yermo. Voy a hacer una analogía un poco osada: el streaming es al show en vivo lo que el sexting a una noche de amor. Si es lo que hay, o tenés un kink particular con esas cosas, está todo bien. Pero, luego, ¿qué pasa con la cultura independiente? Yo hago un streaming, por ejemplo, entonces llamo a una revista o un canal y les digo: ‘chicos, quiero hacer un streaming desde mi casa, quiero que ustedes lo suban, pongo unos veladores y cobro una entrada’. Yo me llevo plata, la ticketera se lleva plata, el portal se lleva plata, la persona que hace el flyer también. ¿Y el espacio cultural? ¿La sonidista? ¿La técnica? ¿Los plomos? ¿Le suelto la mano a toda esa gente con la que hice veinte años de carrera? La lógica de pensar que esto está bueno, o que se pone a la par de los shows presenciales, es la de alguien que jamás entró a un espacio cultural ni entiende que es en los lugares físicos donde se generan los grandes acontecimientos artísticos, desde El Parakultural hasta The Factory. Donde la gente se encuentra entre sí y donde el arte se cruza con la política, la acción, la aventura y las ideas.
¿Los shows virtuales le quitan el carácter político al arte?
Sí, claro. Porque lo individualiza. La gente no se puede juntar y hablar entre ella. Antes de la cuarentena yo salía de mi casa y me exponía a un montón de cosas, muchísimas de ellas innecesarias y que agradezco ya no tener que hacer. En ese sentido, desromantizamos mucho la ciudad y entendimos que ya no está tan bueno vivir en un lugar así. Y hay cositas en la que nos dimos cuenta viciaban el hecho de juntarse. Desde reuniones “de trabajo” hasta esta misma entrevista, que ahora la podemos hacer por teléfono. Y para la gente que puede trabajar desde su casa y lo prefiere, es una excelente opción antes de subirte a un transporte público todas las mañanas y someterte a ese hacinamiento. Pero se murió en todo eso. De pronto dejé de tener esa experiencia de todos los días de salir y tirar esa mano de dados donde estaba jugando la aventura, la otredad, los imponderables. Cosas que ya no ocurren. Ahora está todo digitado de antemano. La vida es un poco sobrevivir también. No existe una vida a prueba de riesgos. No es real.
No pienso que el rock esté muerto, sino que dejó de ser el género que se encarga de revolucionar a la sociedad.
Pero en cuarentena finalmente lograste mover el dynamo y traccionaste un montón de cosas más allá de tus canciones, como un libro…
El libro es principalmente de poesía y algunas ilustraciones, todo mío. Iba a salir para en mayo pasado, para la Feria del Libro, pero fue una de las tantas cosas que se tuvieron que cancelar. Se pospuso para febrero o marzo, lo editará Planeta y se llamará Verso. En el medio, aproveché y le agregué nuevos poemas en reemplazo de otros que iban quedando viejitos.
También diste talleres…
Eso surgió porque tenía planeada una gira de dos meses por Europa, otra por acá, más esto, y aquello… y, de repente, me quedé con la espada en la mano. O pueden reemplazar “espada” por cualquier otra palabra, jaja. Pero me quedó ahí, desenvainada, y no tenía ganas de volver a enfundarla. Fue una frustración muy grande. Para mí, crear es como un trabajo de agricultura: cuando pienso un disco, tiene un concepto, y antes de eso tengo que leer, investigar, habitarlo, sacarlo a la cancha, cuestionarlo; lo expongo, lo discuto con otros, voy mostrando por partes. Es muy colectivo para mí crear una obra nueva, no lo hago en soledad, aislada. ¡Imaginemos todos los discos que van a salir en este cautiverio! ¡Qué asco una criatura de esas características, jaja! Era antinatural ser disruptiva con los tiempos que me piden la creación, y que me vienen funcionando. Por eso decidí respetar esos modos y dedicarme a otra cosa. Y ahí volvió algo muy mío que había dejado de lado cuando la música me tomó por completo. Empecé a pensar la creatividad desde una idea más integral, no específicamente música. Dí vueltas sobre las crisis creativas, las trabas, las dificultades. Y en los primeros meses de cuarentena, que fueron los más complejos, di un taller de ejercicios para encontrar la creatividad en todos lados, hasta en levantar un plato. Pero después muchos me demandaron uno sobre música y apareció “Gimnasia de canciones”, el actual.
La canción se convierte en obra de arte cuando llega a otra persona
¿Cómo te llevas con la docencia?
Me encanta dar clases y hace diez años que lo hago. Dí mucho sobre canto, también hice coaching ayudando a cantantes en el estudio de grabación y bueno, de composición, como el actual.
Tocaste en todo tipo de lugares, escenarios y entornos. Incluso en la calle, literal: muy recordada tu participación en la Maratón Abasto del 2019 en la bocacalle de Bulnes y Guardia Vieja. ¿Cuál de todos esos ámbitos te gusta más, te produce comodidad y te enciende mejor?
Tocar en la calle me parece un planazo. Gratis, para la gente, entre la que está quien te va a ver, y quien pasa por ahí. Hay caras de satisfacción y también caras de horror, jaja. Me encanta generar desprecio en esa señora que está paseando el perrito por ahí, ser cómplice de esa reacción tipo: “Ay, ¡qué es esto!”. Sino es todo pasteurizado. En general me gustan los lugares abiertos. El campo también. Me acuerdo de una vez, en Bahía Blanca, un festival que era como una especie de Vaticano punk en una ciudad que es muy milica con toda esa carga fuerte del pasado, la Base Naval, centros clandestinos de detención. La cosa es que iba a tocar a las once de la noche, pero se hizo tarde y salí a las cinco de la mañana. Me había dormido del frío que hacía. Un horror. Finalmente me arrastro hasta el escenario, arranco a tocar y siento como si mis ojos se acostumbraran a la oscuridad, y encima empiezo a sentir algo en la espalda, como si un calor me estuviese lamiendo. ¡Estaba amaneciendo! No tenía voz, pero vi el sol y me encendí. Fue… orgásmico.
Este sábado se cumple un año de tu show con Patti Smith en el Luna Park, una participación muy comentada en su momento. ¿Qué recuerdo guardas hoy de eso, casi a la distancia?
¿Se cumple un año? Con la cuarentena le solté la mano a la linealidad del tiempo. Se volvió circular. ¡Hasta me olvido de cumpleaños! Ya no me rijo más por el calendario gregoriano, jaja. De hecho, no planifico demasiado a largo plazo porque me convertí en una beduina del tiempo. Por supuesto que eso fue un hito para mi carrera. El show fue increíble, el show, el Luna, la situación… ¡la gente pidiéndome más canciones! “Che, pero si yo soy la chabona que vino a abrirle a la principal”, pensaba. Me resultaba insólito. Y encima haber sido elegida por Patti para telonearla me pareció surreal. Simplemente… sucedió. Y punto. ¿Cómo? No lo sé. Todo eso fue el pico más alto de ese año, que a la vez fue el pico más alto de mi carrera. Para este tenía proyectos superadores, y de hecho nunca paré hasta el 14 de marzo, que fue mi último show, en Tucumán. Venía en un tren alucinante… que descarriló días después.
Te escuché decir que el rock perdió su capacidad revolucionaria, no desde ahora, sino desde hace tiempo. ¿No crees que lo que generan mujeres y distintos colectivos no significó una nueva revolución?
No pienso que el rock esté muerto, sino que dejó de ser el género que se encarga de revolucionar a la sociedad. La pasada de posta la tuvo el punk…
¡Hace cuarenta años!
¡Claro! Después se fueron ramificando géneros que se volvieron populares. Pero antes del rock no había expresiones populares para los jóvenes. Escucharían valses, la música que ponían los padres en la casa. Alguno escucharía jazz, o rockabilly, hasta que apareció el rock representando a una generación que envejeció junto a él, al margen de que luego, con el tiempo, fueron aparecieron otras variantes. Pero hoy por hoy el rock, en sí, ya no es una herramienta revolucionaria. Dejó de serlo hace muchísimos años. Pero otros géneros musicales sí están alentando disrupciones. Ahora, todo el tiempo hay personajes nuevos ingresando. Y revitalizándolo. Como los colectivos que mencionabas: mujeres, lesbianas, putos, tortas, travas, etc. Pero es una popularización del rock ya no en lugares cultos, sino incultos, como lo fue el punk contra el rock progresivo, psicodélico, blanco y académico, en donde, tenías unos pibes en Brighton mezclados con jamaiquinos e irlandeses escuchando Kraut. Yo no le pediría ahora al rock revolución. Especialmente cuando quienes lo representan dicen: “El rock murió con Pappo”. ¡Y no es así! ¡Pappo hizo bien en morirse!
Como una especie de teoría del parricidio dentro del rock, ¿no?
No sé si hay que ir a matar a los padres, sino que hay que dejarlos que se mueran. Los vamos a valorar siempre, ¿ok? Pero hay que descolgarse de la chota del papá, ¿viste? ¡Descolgarse de la chota de un par de ídolos para abrirle el corazón a otras expresiones! Es fundamental. Contrastan a los jóvenes con los padres refregándoles el hocico y diciéndoles: “¡mira lo que hizo tu padre!”. Dejen a los jóvenes en paz. Están generando una revolución distinta.