Las denuncias por violencia de género contra Alberto Fernández provocaron un cimbronazo político que actúa como un duro final para la experiencia del Frente de Todos. Las conclusiones de una política cuyos orígenes se pueden rastrear más atrás en el tiempo. La crisis como oportunidad para abrir un gran debate, repensar cómo llegamos hasta acá y rediscutir resultados y perspectivas. Los nuevos desafíos y el planteo de la izquierda.
Fernando Scolnik @FernandoScolnik
Martes 13 de agosto 20:49
Cuando parecía que la historia daba vuelta la página y dejaba a Alberto Fernández en el olvido, triste, solitario y final después de una presidencia que fue pura decepción para millones, las imágenes que recorren el mundo desde la semana pasada irrumpieron para demostrar que todo podría ser aún peor de lo que se pensaba.
El nuevo habitante de la Quinta de Olivos -el mismo lugar donde habrían transcurrido los hechos de violencia que denunció Fabiola Yañez-, que es Javier Milei, piensa hoy desde ese lugar que si Alberto Fernández no existiera, tendría que inventarlo. Desde hace una semana la mayoría de las pantallas de televisión, las radios y los portales digitales no hacen eje editorial en que un millón de chicos se van a dormir sin comer en Argentina, en que la pobreza saltó al 55 % o en que el plan económico del gobierno ultraliberal es una sucesión de improvisaciones que despierta no solo cada vez más malestar social, sino también dudas entre los propios factores del poder más concentrado que son sus beneficiarios directos.
También esa ultraderecha en el poder -junto con sus aliados mediáticos- aprovecha hoy más que nunca para apuntar todos los cañones de su hipocresía y su batalla cultural en favor de valores reaccionarios contra el movimiento feminista, así como en otras ocasiones lo han hecho contra quienes luchan contra la impunidad de los genocidas o contra las justas reivindicaciones de los sectores más empobrecidos de la sociedad que se organizan contra el hambre.
Es un capítulo -el más aberrante quizás- de la utilización de la decepción de millones con todo el pasado reciente en pos de un relato de la herencia recibida para justificar planes de ajuste y promoción de valores ideológicos reaccionarios, como si la única salida posible al desastre de los últimos años fuera por derecha.
Aún en su salto de calidad -los últimos hechos generan indignación política y moral- cabe decir también que el favor a la gestión que hoy le hace el ex Frente de Todos a Javier Milei es la continuidad del favor que le hizo para su ascenso político. El camino de La Libertad Avanza hacia el poder, lo decimos una vez más, no hubiera sido posible sin un gobierno que defraudó todas y cada una de sus promesas: no llenó la heladera sino que la vació, no gobernó a favor de los más desfavorecidos sino que aplicó los planes del FMI, no volvió el asado sino que volvieron niveles de pobreza cercanos a los porcentajes de la peor crisis de la historia (2001-2002). Todo esto con la complicidad de todas las cúpulas sindicales y de algunos movimientos sociales (como el que fundó Juan Grabois) que dejaron correr todo con su pasividad cómplice e incluso fueron parte del gobierno con funcionarios.
La decepción ocurrió también en el terreno de los valores. Si Alberto Fernández ya había generado indignación con episodios como la fiesta en la Quinta de Olivos en plena pandemia o con el vacunatorio VIP mientras morían miles de personas de Covid, lo conocido en los últimos días es un nuevo salto de calidad.
Como explicó Andrea D´Atri en esta columna, el cinismo de Alberto Fernández, denunciado en estos días, tampoco cayó del cielo. Este ex presidente -y el Frente de Todos- es el mismo que en su momento -a sugerencia de Cristina Kirchner- había nombrado como Jefe de Gabinete a uno de los personajes más dinosaurios, antiderechos, enemigo de las mujeres y oscuro de la política argentina: Juan Manzur. También es quien -aplicando los planes del FMI- eligió desfinanciar las políticas públicas contra la violencia de género, reduciendo sus partidas presupuestarias. Entre muchas otras cosas. Todo eso, mientras se jactaba de haberle puesto “fin al patriarcado”.
Políticamente, Alberto Fernández ya es parte del pasado. Por eso hoy no se trata solamente de condenar a su presidencia y sus hechos, sino de sacar conclusiones.
Cuando Cristina Kirchner eligió a dedo a Alberto Fernández como candidato a presidente, sabía quién era: un hombre con pasado de funcionario menemista, legislador electo en las listas de Domingo Cavallo, amigo de las corporaciones que renunció al gobierno kirchnerista tras el enfrentamiento con las patronales del campo y con Clarín para deambular luego por el massismo y el randazzismo, hasta volver con CFK tras toda una pirueta. El elegido no era precisamente alguien muy progresista: fue designado para aplicar los planes del FMI y administrar la herencia macrista sin cuestionarla, como efectivamente hizo.
Por supuesto, su designación no fue un error que hay que corregir "la próxima vez" sino que es parte de una política que se sostiene a lo largo del tiempo: el candidato a presidente nombrado antes por Cristina Kirchner en 2015 había sido Daniel Scioli, otro ex menemista que luego se hizo amigo de Jair Bolsonaro en Brasil y que hoy es uno de los más entusiastas funcionarios de Javier Milei.
Por último, el encumbramiento de Sergio Massa confirmó que el rumbo era consciente y sostenido. Ya cuando fue designado “interventor” del gobierno del Frente de Todos habían sonado muchas alarmas: ¿tanto enfrentamiento y tantas críticas contra Martín Guzmán para terminar apoyando al dirigente de Tigre que antes era el “traidor”, que había colaborado con Macri y que como presidente de la Cámara de Diputados del Frente de Todos había garantizado los votos para que se aprobara el nuevo acuerdo con el FMI? Aunque muchos finalmente lo votaron contra Milei, la decepción ya estaba a la orden del día.
Para completar el combo hoy Massa permanece en silencio. Y el silencio no es neutral, el silencio es complicidad. Y es la misma complicidad de las burocracias de la CGT y la CTA o de las cúpulas de los movimientos sociales alineados con el peronismo, que son un factor esencial para sostener al gobierno de Milei, al igual que los votos que le han prestado en el Congreso Nacional o los acuerdos que hacen distintos gobernadores.
El resultado de todo este curso de acontecimientos fue lapidario: una política que en pocos años le abrió paso al triunfo de la ultraderecha y hoy la sostiene en el poder. Aun así, hay dirigentes como Juan Grabois que reivindican haber votado a Scioli, a Alberto Fernández y a Massa y una ex presidenta como Cristina Kichner que se quiere deslindar de toda responsabilidad, como si no hubiera sido ella la figura clave del peronismo durante tantos años.
Como resultado, también en el peronismo hay una crisis de conducción, fragmentación y falta de proyecto. Más allá de las figuras y los nombres, lo cierto es que muchos de los dirigentes que hablan desde este espacio bajo un perfil progresista hoy carecen por completo de un abordaje programático que pueda ser alternativa al camino de los últimos años. El problema de balance trata sobre todo del futuro. Al no querer sacar los pies del plato de acuerdos con sectores reaccionarios -como la Iglesia- y de la trampa de la deuda y del extractivismo -a los cuales están atados por múltiples intereses-, hay una ausencia total de un planteo con medidas elementales para salir del desastre, como la ruptura con el FMI, el desconocimiento soberano de la deuda (que es una estafa e hipoteca el futuro del país), discutir contra el control privado de los recursos estratégicos de la economía que están puestos en función del lucro y no de las necesidades de las grandes mayorías o la separación de la Iglesia del Estado.
Tampoco faltan dentro del peronismo quienes alientan a discutir que del fracaso del peronismo se sale por derecha y le dan manija a personajes reaccionarios como Guillermo Moreno o Sergio Berni (ambos dos promovidos años atrás desde el kirchnerismo y desde el gobierno de Axel Kicillof en provincia de Buenos Aires, en el caso del ex carapintada) que hasta reivindican sin pudor a Victoria Villarruel. No es un dato menor que cada vez que en los últimos años la rebeldía se quiso expresar por izquierda, personajes como Berni estuvieron allí para reprimir, como fue en el desalojo de las familias sin techo de Guernica.
Hoy la realidad es dura, pero también es cierto aquello de que en toda crisis hay una oportunidad: la de repensar todo de vuelta y discutir una nueva perspectiva para las millones de personas que defienden causas populares y que acompañan las luchas de los explotados y los oprimidos, pero se sienten decepcionadas. Para no darle el gusto a quienes alimentan el escepticismo, sino volver a discutir las estrategias y el programa para conquistar nuestros derechos, porque una fuerza organizada de millones de trabajadores, trabajadoras, jóvenes, movimientos potentes como el feminismo y otros, puede plantearse enfrentar y derrotar al poder.
El gobierno de la ultraderecha no está firme y asentado, ni mucho menos, sino que está a la orden del día discutir cómo enfrentarlo. Su proyecto económico -en el marco de un mundo en crisis- acumula contradicciones (bajas reservas, presiones devaluatorias, fuertes vencimientos de deuda, etc), que más temprano o más tarde generarán una crisis superior. Están inscriptas en el horizonte fuertes luchas contra el empeoramiento de las condiciones de vida. Algunas ya las vemos hoy como las de la docencia de Neuquén, Córdoba y otras provincias, la de los trabajadores del Hospital Posadas, o la de los aceiteros, entre otras. Pero vendrán muchas más. No se trata de esperarlas, de todos modos, sino de impulsarlas, coordinarlas y jugarse con todo por su triunfo.
También en el movimiento feminista están planteados grandes desafíos. En su cinismo, el gobierno de Milei tiene que hablar contra la violencia de género, lo cual es expresión de que no todo gira a la derecha de forma unilateral, sino que la enorme marea verde no ha pasado en vano. Ya está puesto el norte en organizarse hacia el próximo Encuentro Plurinacional de Mujeres y de la Diversidad Sexual a realizarse en octubre en Jujuy, que tendrá como desafío también preparar la lucha por la separación de la Iglesia y el Estado en momentos en los que esa institución oscurantista y enemiga de los derechos de las mujeres interviene abiertamente en la política nacional y se prepara para actuar como un factor reaccionario ante la crisis, con muchos de sus componentes articulando con el peronismo.
Las nuevas luchas tendrán que partir, por estos y otros motivos, de un necesario debate sobre conclusiones. Las causas populares, más que nunca y ante la podredumbre que muestran los de arriba, deben plantearse como una lucha desde abajo, autoorganizada e independiente del poder económico, el Estado o la Iglesia. También hay que impulsar las instancias de coordinación y apoyo a las luchas y la pelea por organizarse para recuperar las organizaciones como los sindicatos y los centros de estudiantes como herramientas de organización democrática y de lucha, arrancándolos de las manos de los burócratas que los ponen al servicio del poder. Nunca nadie nos regaló ningún derecho y así seguirá siendo: los conquistaremos con la lucha.
Hoy el PTS en el Frente de Izquierda, que durante todos estos años -aun en minoría- no apoyó las políticas del malmenor ni justificó ninguna medida de ajuste o limitación de derechos en nombre de ningún gobierno o espacio político, y que siempre estuvo en la primera línea de todas las luchas junto a miles de compañerxs, sin cálculos ni especulaciones, se propone ser parte del debate junto a millones que defienden las causas populares. Nos proponemos confluir en la lucha y también debatir la perspectiva de que el peronismo no va más, que es necesario sacar conclusiones y construir un gran partido socialista de los trabajadores, revolucionario, sin burócratas, e independiente de todo poder económico, estatal o de la Iglesia, bajo una perspectiva anticapitalista.
Fernando Scolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.