La escalada de violencia entre palestinos e israelíes continúa desarrollándose, entrando en su 5º semana consecutiva, ocasionando serios dolores de cabeza al premier Benjamín Netanyahu y su coalición de gobierno de ultraderecha. Ya suman 10 los israelíes y 73 los palestinos asesinados, junto a más de 2240 heridos, en tanto resultaron detenidos 1553 palestinos, de los cuales 437 fueron procesados en un trámite exprés.
Sábado 7 de noviembre de 2015
La indiscutible superioridad militar y técnica del Estado de Israel parece no haber alcanzado. Las autoridades israelíes confesaron su impotencia para detectar y detener los ataques individuales de los “lobos solitarios” que emplean cuchillos de cocina, destornilladores, hachas y automóviles que embisten contra ciudadanos israelíes. Durante la Segunda Intifada de 2000 y la brutal respuesta israelí con el Operativo Escudo de Hierro de 2002, el Shin Bet (el servicio de seguridad más importante), la FDI (Fuerza de Defensa Israelí) y su vasto aparato de espías habían logrado desactivar numerosos ataques suicidas de los “shahidim” a partir del registro de los depósitos de armamentos que suministraban los chalecos bomba con los que se inmolaban. Irónicamente, la simplicidad de los lobos solitarios que emplean armas caseras en acciones sorpresivas al azar terminó sorprendiendo al sofisticado aparato de seguridad del Estado sionista. Si bien resultan enteramente impotentes, las acciones individuales que sembraron miedo en la población israelí, junto a la potencialidad de las protestas callejeras protagonizadas por jóvenes entre 15 y 25 años, constituyen la singularidad del movimiento de protesta palestino contra la ocupación y la extensión de la colonización judía en Jerusalén oriental y Cisjordania.
Independientemente de sus grandes limitaciones, el movimiento de protesta produjo una crisis profunda en el seno del Fatah, el partido que preside la Autoridad Palestina. Confrontando con Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, y Mahmoud Alalul, jefe de Tanzim (facción armada de la juventud del Fatah), Tawfiq Tirawi, miembro del comité central y director de Inteligencia General, advirtió que los jóvenes que alimentan la llama de las protestas no reconocen la autoridad del Fatah ni de Hamas ni de la Jihad Islámica, un aspecto explosivo de consecuencias impredecibles.
Una de arena y varias de cal
El odio racista alcanzo semejante tenor que el movimiento de colonos atacó a un grupo de judíos progresistas solidarios con los campesinos palestinos en la cosecha del olivo. El rabino Arik Asherman del Movimiento de Rabinos por los Derechos Humanos fue sorprendido por activistas judíos de ultra derecha, mientras intentaba evitar una acción de vandalismo contra los olivares.
Con la finalidad de bajar los decibeles de la situación, el ministro de Defensa Moshe Yaalon autorizó la entrega de una parte de los cadáveres de los atacantes palestinos, volviendo así contra su propia orientación, trazada para evitar las movilizaciones de masas efectuadas tradicionalmente para acompañar los cortejos fúnebres como grandes manifestaciones políticas contra la violencia del Estado sionista. Pero esa mano de arena estuvo acompañada por otras de cal con la propuesta de Netanyahu de establecer una “Corte Especial contra el Terrorismo” para ejecutar de forma sumaria las demoliciones de viviendas de las familias vinculadas con los “terroristas” y los delitos contra la seguridad del Estado judío. La función prioritaria del nuevo tribunal apuntaría a la revocación de la residencia de los palestinos de Jerusalén oriental, una zona históricamente árabe, anexada compulsivamente al Estado judío en junio de 1967 tras la Guerra de los Seis Días. La amenaza afecta a 300 mil palestinos de veinte barriadas árabes, entre ellos 50 mil parias del campo refugiados de Shuafat. Desde 1967, las autoridades israelíes revocaron la residencia de más de 14 mil palestinos tras lo cual fueron expropiadas 2630 hectáreas, ocupadas con barrios judíos residenciales y edificios gubernamentales. Como remate, Netanyahu ya comenzó a aplicar medidas para dividir Jerusalén oriental según líneas étnicas, cercando barrios árabes como Javel Mukaver e Isawiya con bloques de concreto y checkpoints custodiados por soldados de la FDI y efectivos de la Policía de Frontera, que regulan la entrada y la salida, con orden de disparar a cualquier “sospechoso”. Separados de los palestinos de Cisjordania por una muralla blindada de tropas israelíes, los palestinos de Jerusalén oriental enfrentan la guetificación de sus barrios, carentes de servicios e infraestructura acorde, como poseen los barrios judíos. Análogamente, la FDI blindó el bloque de colonias judías de Gush Etzion en Cisjordania, separando judíos de árabes en ciudades palestinas como Hebrón, prohibiendo el paso de jóvenes palestinos de 15 a 25 años y cerrando todas las zonas de estacionamiento.
Negociaciones condenadas al fracaso
Para intentar descomprimir la situación, Netanyahu, el secretario de Estado norteamericano John Kerry y el rey Abdullah acordaron restaurar el control de la Explanada de las Mezquitas bajo la autoridad del Waqf de Jordania (Ministerio de Asuntos Islámicos), usurpado por los sionistas después de la Segunda Intifada. La Explanada de las Mezquitas, considerado el tercer lugar santo de los musulmanes, es el centro de gravedad desde el cual se disparó la espiral de violencia en Jerusalén oriental a partir de las permanentes provocaciones de Netanyahu. El líder del Likud y sus aliados de extrema derecha del movimiento de colonos y el Rabinato alentaron a los judíos ortodoxos, custodiados por soldados de la FDI, a dirigirse hacia ese sitio que reclaman para sí bajo el nombre del Templo del Monte, donde se hallarían presuntamente las ruinas del templo edificado por Salomón. La ofensa religiosa no es más que la forma que adquiere la premeditada voluntad de esa nación opresora de apropiarse de Jerusalén oriental, unificándola como ciudad capital “única, indivisa y eterna” del Estado judío, tal como consagró el terrorista y ex premier Menajem Beguin en 1980. Por el momento, la derecha sionista deberá resignar ciertas posiciones de esa apuesta estratégica.
En tanto, EE.UU. y los sionistas apuestan a la monarquía hachemita para que la marea no salga de su cauce. Socia de los israelíes, Jordania recibe anualmente 1000 millones de dólares en concepto de ayuda militar y tiene 2200 efectivos del ejército norteamericano estacionados en Ammán. El rey Abdullah está sumamente preocupado por la estabilidad de Jordania, donde se hacinan cientos de miles de refugiados sirios al mismo tiempo que se desarrollan movilizaciones de solidaridad con el pueblo palestino en Ammán, Zarqa, Irbid, Mafraq, Jerash y el puerto de Aqaba.
La próxima cumbre del 9 de noviembre entre Obama y Netanyahu en la Casa Blanca no despierta ilusiones y en términos generales está condenada al fracaso. La convocatoria ni siquiera presupone el congelamiento del plan de viviendas para extender la colonización judía de Jerusalén oriental y Cisjordania. Ninguno de los borradores ensayados por Kerry y Netanyahu contempla las demandas democráticas más sentidas del pueblo palestino, no azarosamente el denominador común con los Acuerdos de Oslo de 1993, firmados por el premier israelí Itzjak Rabin, el legendario dirigente Yasser Arafat y toda la conducción del Fatah y la OLP, y hoy despreciados por los miles de jóvenes autoconvocados desde las redes sociales hacia las calles que se auto reconocen la “generación de Oslo”, como síntesis de sus padecimientos. Justamente cuando se cumplía el 20º aniversario del asesinato de Rabin, la prensa israelí divulgó una serie de testimonios que develaron que el entonces premier jamás se propuso impulsar un Estado palestino, a lo sumo una “entidad autónoma”, similar al plan trazado por el general laborista Igal Alón después de la Guerra de los Seis Días, que contemplaba la anexión de Gaza y Cisjordania con la concesión de ciertos derechos formales.
A pesar de la fragmentación del pueblo palestino, desarticulado entre Gaza, Cisjordania, Jerusalén oriental (sin olvidar los 2,5 millones de “árabes israelíes” y los 7 millones que residen en la diáspora), las nuevas generaciones insuflan nuevos bríos y acaso abran nuevas perspectivas al movimiento nacional palestino y sus legitimas demandas, tras 67 años de ocupación, limpieza étnica y políticas de apartheid.