Este año se cumplen 10 años del gran movimiento estudiantil antibolonia, un torbellino que sacudió aulas y facultades, alumnos y profesores de todas las universidades españolas
Carlos Muro @muro_87
Miércoles 9 de mayo de 2018
Al mismo tiempo que estallaba una de las mayores crisis capitalistas de todos los tiempos, pareciera que la juventud protagonizaba su “acto 1” de la crisis –y no sería el último- haciendo vibrar las paredes y techos de las facultades como si de una caja de resonancia se tratara, mostrando en esta primera etapa las contradicciones sociales de una sociedad en quiebra.
Desde 2008 miles de estudiantes han sido expulsados por no poder pagar, con subidas astronómicas de tasas para grados y másteres, ritmos extenuantes de estudio, drástica reducción de becas, imposibilidad de encontrar trabajo con altísimas cuotas de paro entre la juventud o precarización del profesorado, PAS y becarios…estas son solo algunas consecuencias. Toda una década perdida para el alumnado y ganada para el capital. Damos una primera explicación del cambio neoliberal en la universidad de masas y en otros artículos explicaremos más en detalle el proceso de movilizaciones.
La “anglosajonización” de la educación superior
El “Proceso de Bolonia” comenzó con las Declaraciones de La Sorbona (1998) elaboradas por la Unión Europea (cuando aparece por primera vez el concepto de “Espacio Europeo de Educación Superior”) y posteriormente la Declaración de Bolonia (1999). En el Estado español, la Ley Orgánica de Universidades (LOU) por parte del gobierno Aznar en 2001, y su modificación por el gobierno ZP, es el corazón del proceso de Bolonia.
Con esto la Estrategia Europea de Educación Superior (EEES) de la UE trataba de “homogeneizar” el proceso de elitización a nivel europeo con un plan de reformas que fueran aplicando los distintos gobiernos y que “permitiese” ampliar las reformas neoliberales a ámbitos hasta entonces no penetrados por el capital. Este fue el cometido de la casta universitaria, la patronal y el gobierno español. Y junto a la crisis histórica del 2007-2008, se aceleró la “des-democratización social” y la “des-masificación” de las universidades al servicio de los capitalistas. Los presupuestos fueron recortados drásticamente junto a las becas –algo que hoy en día sigue igual- disminuyendo además los costes salariales, atacando conquistas de los profesores e investigadores y aumentando el porcentaje de asociados y becarios como mano de obra barata. Al mismo tiempo, fruto de la crisis, se reducía la capacidad del mercado para absorber las nuevas generaciones de estudiantes por culpa de estas patronales que habían generado la crisis y pretendían privatizar la educación.
El Plan Bolonia, como la LOU anteriormente, fueron leyes aplicadas que buscaban una nueva reconfiguración de las universidades españolas en clave neoliberal. Es decir, una reestructuración, copiando el modelo anglosajón, ligando estrechamente la esfera pública de la educación superior con la esfera privada capitalista. Se trataba de dar un ataque mortal a la universidad de masas que se había mantenido hasta ese momento -a diferencia de otros países imperialistas donde desde hacía décadas se había avanzado-, y de esta manera incorporar mayores esferas de lo “publico” a la reproducción directa del capital, o lo que comúnmente se conoce como mercantilización.
Hay que tener muy en cuenta las diferencias entre las universidades europeas en este intento de homogeneizar la “anglosajonización”. Ya que no es lo mismo pensar en los cambios de las reformas universitarias en EEUU o Reino Unido -procesos muy similares- donde el proceso de elitización ya se puso en marcha en los 80 y donde la universidad de masas quedó bastante tocada, que en otras regiones.
Para el caso de Gran Bretaña -uno de los procesos más avanzados de reestructuración neoliberal- Alex Callinicos plantea en “Las universidades en un mundo neoliberal” que “la reestructuración neoliberal de la educación superior en Gran Bretaña se ha estado llevando a cabo durante más de veinte años. Comenzó con Thatcher a manera de ejercicio de reducción de gastos: el gasto en universidades se contuvo como parte del intento más amplio de los conservadores por reducir los gastos públicos. Sin embargo, con Major y Blair, el énfasis cambió y pasó a ser el de expandir las universidades por lo barato”.
Este proceso desde los ‘80 para el caso español es muy diferente ya que la universidad de masas siguió tras la transición española fruto de las conquistas conseguidas por el ascenso obrero y popular de los ‘70. Por una parte, el número de alumnos creció como se puede apreciar en el informe “La educación universitaria en España: Evolución y tendencias en la década de los noventa” de INJUVE donde prácticamente desde los años sesenta hasta el curso 2000-01 hay un incremento del alumnado, hasta que ese año que comienza a disminuir. Otra manera de ver el proceso es a partir de la composición social de clase representada en las universidades españolas, que era muy variada y amplia desde los ‘80. Como podemos apreciar en el informe del Centro de Investigación, Documentación y Evaluación donde los sectores de clase obrera representaban en el total de la universidad un 25,1%, los sectores capitalistas un 10,9% y el grueso restante perteneciente a las clases medias.
El movimiento universitario fue un foco de radicalización política en el franquismo, y el nuevo régimen lo sabía. Así, el gobierno del PSOE se encargó de cooptar a una parte de los activistas, estudiantes o profesores (los llamados “penenes”) con las reformas universitarias. En cierto sentido el recién instaurado régimen en 1978 “necesitaba” de un fortalecimiento del conjunto de las instituciones haciendo ingresar nuevos “profesionales” al estado. Resolviendo dos cuestiones: primero, integraba a las filas del estado a miles de profesores “contestatarios” del franquismo permitiéndole a una capa de intelectuales integrarse a favor de la nueva democracia para ricos; en segundo lugar, ponía las bases para cierta renovación de la casta universitaria manteniendo a los viejos franquistas e incorporando a los nuevos progres de chaqueta de pana, todo un reflejo del proceso general de la transición (véase la Ley General de Educación). Aunque la universidad de masas no desapareció tras la transición, sufrió algunas reformas de corte neoliberal –mayor participación del capital en la universidad para tratar de no quedarse tan desligado del comercio mundial- por parte del gobierno del PSOE pero de menor intensidad que en otros países.
Universidad y mercado, una relación cada vez más estrecha
A nivel internacional en los años ‘90 el desarrollo capitalista y la mayor internacionalización de la economía hicieron más compleja la universidad. Aumentó la vinculación de las empresas privadas y bancos en una parte significativa del mundo universitario; becas de investigación o de prácticas, financiación privada, vinculación de las grandes editoriales con la intelectualidad, precarización de sectores de la universidad. En última instancia significó la creciente subordinación de las escuelas y universidades a la lógica del capitalismo y las mercancías que transforma las partes más masificadas y menos “competitivas” en centros de adiestramiento. Una multitud de vínculos que complejizaron la universidad si la comparamos con las universidades de principios del siglo XX.
Como explica Callinicos: “desde principios del siglo XX, las grandes compañías tendieron a hacer investigaciones en sus propios laboratorios: esto fue cierto, por ejemplo, en el caso de la industria química alemana y en el de los Laboratorios Bell en Estados Unidos de América. En todo caso, esto está cambiando. Ahora los productos son tan complejos que se requiere investigación en una gama de técnicas más amplia de la que cualquier compañía pueda asumir. La competición intensa forzó incluso a las compañías más grandes a reducir costos concentrándose en las actividades principales, recortando sus laboratorios de investigación o incluso cerrándolos. Finalmente, se hizo más fácil para los investigadores individuales trasladar e incluso establecer sus propias pequeñas empresas con la financiación de capitalistas asociados. (…) En este entorno cambiante, las universidades son socios potencialmente muy atractivos para el mundo de los negocios. Los buenos investigadores universitarios funcionan en redes internacionales: saben en qué lugar del mundo se hacen trabajos punteros de su campo. A diferencia de los servicios de investigación de propiedad pública o corporativa, los laboratorios universitarios se refrescan continuamente con la llegada de nuevos investigadores inteligentes en forma de estudiantes, postgraduados y profesores”.
Como plantea Barot en “Producción del saber y lucha de clases en la Universidad contemporánea”, la universidad ha transitado (que no mutado como plantean algunas corrientes de corte posmoderna) durante los años 80-90 sufriendo cambios en función de los países (de forma desigual y combinada). “El período actual no viene de la nada, constituye una transición sin mutación, entendida como una reorganización de la Universidad nacida en la posguerra bajo la presión socioeconómica de los “treinta gloriosos”. (…) Los años 1960 y 1970 han visto alimentar dialécticamente el aumento de la demanda del trabajo intelectual calificado expresando las nuevas necesidades económicas del capitalismo y el aumento de la oferta de trabajo calificado suministrado por las Universidades, tanto en las esferas de producción de mercancías, como en las de “reproducción productiva” (que participan en el desenvolvimiento de la producción, tanto en el comercio, en los servicios y en la administración) que contribuyen indirectamente a la constitución de las ganancias. Esta extensión drástica de trabajadores asalariados intelectuales de alta formación, que previamente eran esencialmente profesiones liberales, así como la formación de aristocracias obreras, ha ampliado y al mismo tiempo opacado el concepto de “proletariado obrero” y la idea de “lucha de clases”.
Todas las reformas neoliberales planteadas por Callinicos en los ‘80 profundizaron aún más estas tendencias que comenta Barot. Mientras el Reino Unido lleva más de 30 años de “ventaja neoliberal universitaria” al Estado español, éste comenzó a avanzar hacia allí de forma más acuciante con el Plan Bolonia. Como diría más de un analista en 2008, el plan Bolonia no consiste, estrictamente, en la privatización inmediata de la universidad sino más bien en una formula aparentemente menos agresiva que era poner las mismas universidades al servicio de ámbito privado y empresarial estrechando lazos con el proceso productivo. Permitiendo así a la UE y al Estado español mejorar sus grandes empresas transnacionales manteniéndose competitivas a escala internacional en una economía globalizada, sobre todo en relación a las empresas estadounidenses y chinas.
Los nuevos “penenes” del siglo XXI
Las últimas reformas en el Estado español junto a los cambios de la crisis capitalista y la reducción del llamado “estado de bienestar” han golpeado enormemente a la universidad de masas, precarizándola aún más. Por ejemplo, en el casó inglés Halsey habla del proceso que significó la precarización de sectores del profesorado con llamada “proletarización gradual de las profesiones académicas” (con las reformas de Thatcher). En el caso español, el proceso de Bolonia significa que según los datos del curso 2014-2015, 20.000 de los 99.000 profesores de las universidades públicas son asociados, es decir, un 20% del total. Incluso si hablamos de la Universidad de Zaragoza esta cifra aumenta al 50% de la plantilla. No es de extrañar que este nuevo sector precarizado (los nuevos “penenes” del siglo XXI) hayan protagonizado una importante huelga en Valencia.
Actualmente podríamos hablar de una universidad neoliberal tendiente a la desmasificación y desdemocratización social y política. Desde este punto de vista no estaríamos en la fase de la “universidad de élites” donde solo las clases burguesas accedían, pero estamos en un proceso donde dejamos atrás la fase de “universidad de masas”. Al mismo tiempo sectores propios de la universidad como determinadas áreas de la investigación, reprografía o cafeterías se han “mercantilizado” entrando a la esfera privada de la producción de valor. Desde este punto de vista el concepto de “universidad-empresa” puede servirnos para explicar este proceso en concreto, pero no para explicar el conjunto. Como si este proceso de “valorización de la academia” –como diría erróneamente Miguel Urban de Anticapitalistas con su “capitalismo académico”- pudiera generalizarse, lo cual sería un error.
Derecho a la rebelión del estudiantado contra una casta despótica
Las movilizaciones contra Bolonia demostraron que no se puede negociar ni un milímetro con una casta universitaria que está anclada en lo más profundo del régimen político español desde el mismo franquismo. Los consejos sociales fueron creados con la Ley de Reforma Universitaria (LRU) de 1983 pero fue con la LOU que su vinculación con la casta política y empresarial se estrechó aún más. Se han acabado convirtiendo en verdaderas “puertas giratorias” para tecnócratas catedráticos y para empresarios o políticos.
La historia del movimiento estudiantil –no solo en relación con Bolonia- ha demostrado otra lección. Eduardo González Calleja lo explica en “Rebelión en las aulas: un siglo de movilizaciones estudiantiles en España (1865-1968)”: “La capacidad de transformación política de la protesta estudiantil ha sido muy relativa, y ha tenido que ver con la convergencia estratégica con otros movimientos disidentes. El talón de Aquiles del movimiento estudiantil español fue su débil coordinación con los grupos políticos de oposición, especialmente los de origen proletario. Las etapas de agitación de 1956, 1962 o 1967 coincidieron en situación de vanguardia con las movilizaciones obreras, pero no llegaron a alcanzar una real confluencia de objetivos. Sin embargo, en 1929-1931 la reivindicación escolar y la política coincidieron imperfectamente y dieron al traste con dos regímenes: la dictadura primero y la monarquía después. Todo un síntoma de la potencialidad y los límites de la rebelión de las aulas”. Estas dos etapas citadas por el autor muestran que el estudiantado verdaderamente supuso una amenaza cuando su rebelión confluyó con la clase trabajadora.
No solo quedó demostrado el papel protagónico de los estudiantes en el siglo XX en momentos determinantes de la lucha de clases. El desafío que tenemos los marxistas hoy en día es cuestionar una universidad que ha perpetuado el poder de una casta universitaria estrechando sus lazos con la casta política y la patronal. ¿Cómo puede esta casta universitaria preconstituida ser el garante de una universidad democrática? Hasta el mismo Thomas Jefferson se preguntaba en una famosa carta al mayor John Cartwright si las Constituciones podían ser inmutables, y se contestaba: “Creo que no. (…) lo único inmutable son los derechos innatos e inalienables del hombre”. La historia nos muestra dos lecciones para responder a esta cuestión. Una es que el estudiantado tiene el derecho inmutable a la rebelión contra esta universidad y esta sociedad. Para ello, debemos sacar una segunda lección estratégica, la alianza del movimiento estudiantil y la clase trabajadora.
Carlos Muro
Nació en la Zaragoza en 1987. Es estudiante de Historia en la UNIZAR. Escribe en Izquierda Diario y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.