Argentina sufre marcas históricas de altas temperaturas, que hace meses se vivieron en Europa y EEUU. Son consecuencia del calentamiento global y el daño ambiental. Aunque se siente en la vida cotidiana de todos, golpea mucho más en los sectores más empobrecidos.
Lucho Aguilar @Lucho_Aguilar2
Viernes 14 de enero de 2022 15:38
“En esta ola de calor hay sectores que la pasamos peor. Por los cortes de luz, la falta de agua, vivir de manera hacinada o incluso los trabajos precarios que tenemos. Yo vivo en Valentín Alsina, en un asentamiento, y los cortes son moneda corriente. No solo los que están programados sino también cuando pusiste un ventilador de más y te saltó la térmica o se quemó el cable. No podés conectar muchas cosas a la vez. Lo mismo con la falta de agua. A veces tenemos un tanque para 10 familias y entonces no llega el agua. Nosotros vivimos en un tercer piso, el sol pega todo el día en el techo y solo tenemos un ventilador, no podemos comprarnos un aire”.
Nicole tiene 25 años y vive con su compañero y su hija en un asentamiento del partido de Lanús. Argentina esta semana es un infierno. Uno de los países más “calientes del mundo” repiten los medios. Lo que no cuentan es que muchos la pasan peor. No solo a quienes les “tocan” los cortes, en el barrio que sea, o las personas mayores, sino cientos de miles que sufren lo que se llama pobreza energética. O sea, quienes no tienen acceso a los servicios básicos (o lo tienen pero precariamente), o gastan un porcentaje importante de sus ingresos en el pago de esos servicios.
¿Cuántos grados harán este jueves o viernes en ese tercer piso de Nicole, o en uno de la Villa 31 de Retiro? ¿Y cuántos en un departamento de Avenida Libertador, con su sistema de aires acondicionados, ladrillos termoeficientes, generadores de emergencia y ventanales desde donde pueden ver cientos de metros de verde hasta llegar al río?
El golpe en los días, las noches, los cuerpos y las mentes
Los tarifazos de Macri implicaron un salto en la cantidad de familias afectadas por la llamada “pobreza energética”. Los congelamientos temporales del actual Gobierno, que dejaron vigentes subas de hasta un 3000%, no significaron un cambio de fondo. Incluso un organismo oficial, el Consejo de Coordinación de Políticas Sociales, reconoció que en 2021 la pobreza energética todavía afectaba al 22,9% del total de la población, unas 10 millones de personas.
Tradicionalmente esa situación se asocia a los inviernos. A las muertes por frío, los incendios en casillas precarias o las enfermedades por falta de calefacción. Pero el calor es también otro indicador de esa precariedad. Acá no hay “team verano” ni “team invierno”.
Un estudio de la revista científica Epidemiology concluyó que “el calor nocturno excesivo constituye por sí solo una causa directa de mortalidad, al margen de lo que ocurre el resto del día. El impacto del ambiente térmico en la salud, el confort y el rendimiento es uno de los problemas de salud pública más críticos relacionados con el cambio climático. Las altas temperaturas nocturnas pueden provocar un estrés térmico prolongado que se ve agravado por el hecho de que nuestro cuerpo no puede descansar adecuadamente durante la noche” (meteored.com).
Según distintos estudios, agrava el peligro de enfermedades cardiovasculares, cerebrovasculares, respiratorias y renales. En les niñes puede traer complicaciones de crecimiento, los adolescentes verse afectados física pero también mentalmente, y en el caso de las personas mayores los riesgos son peores.
Un fenómeno mundial: olas de calor y clase
“La cocina solo se enciende por la mañana y Angélica prepara todo lo que van a consumir en el día. En su casa no hay cafetera ni microondas, el horno está prohibido y por la noche solo la heladera queda encendida. No pueden permitirse poner aire acondicionado y encender el viejo ventilador de metal se ha convertido en un lujo inaccesible. Angélica y su familia se han convertido en lo que se ha comenzado a llamar refugiados climáticos”.
El relato reflejado hace pocos meses en El Diario español refleja hasta dónde puede llegar este flagelo incluso en países imperialistas. Por ejemplo en Estados Unidos. Según un estudio de Centro para el Control de Enfermedades de ese país, “las temperaturas pueden registrar variaciones de 10 grados en diferentes barrios de la misma ciudad. Quienes viven en esas ’islas de calor’ suelen ser personas con pocos ingresos y comunidades de personas negras que históricamente han disfrutado de menos zonas verdes y viven rodeadas de cemento”. Las estadísticas oficiales reconocen que la tasa de mortalidad por calor son un 50% más altas entre los afroamericanos en comparación con los blancos no hispanos.
Porque no se trata solo de la vivienda propia. El diseño y apropiación de la ciudad, en términos capitalistas, genera zonas de mayor confort y otras que se convierten en “trampas” para millones.
Un organismo que no puede ser considerado de izquierda ni “populista”, el Banco Mundial, asegura que 1100 millones de personas en el mundo enfrentan riesgos de refrigeración. O sea que carecen del acceso a servicios que les permitan tener sus hogares a una temperatura adecuada, pero además afecta las cadenas de frío para medicamentos y alimentos. De ellos, 630 millones viven en ciudades: barrios precarios, villas, asentamientos.
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Cuando no se puede llenar un vaso de agua, la pelopincho es un lujo
Carmen llegó el lunes descompuesta al barrio San Cayetano de Quilmes donde vive. Había estado limpiando casas en Recoleta. “Llegué y no había agua. La luz va y viene. Tengo que comprar agua para lavarme, hasta para cocinar. Y está muy caro. Esta ola de calor nos está afectando y sobre todo a los más chicos. Encima en medio de la pandemia. Hay vecinos que están hace dos meses sin agua y el municipio no hace nada”.
Pablo Vitale es parte de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia. “Los déficits de infraestructura y servicios afectan todos los días a estos barrios, pero en momentos de crisis como la pandemia, una ola de calor o de frío, se multiplican. El riesgo para las familias es mayor. Tenemos una causa judicial por el acceso al agua en la Villa 31, donde hay claro riesgo sanitario. En la 21-24 tenemos una causa por riesgo eléctrico, que es más complicado en verano porque genera cortes, cortocircuitos y otros problemas. Esa falta de acceso a la electricidad y el agua en picos de calor lleva a riesgos de salud. E incluso afecta el ocio de esas familias”.
Como dice Pablo la problemática va desde los riesgos a la salud y los accidentes eléctricos, hasta impactar en los momentos de disfrute. Para millones que no pueden salir de la ciudad, ir al mar o las sierras, hasta la pelopincho parece convertirse en un lujo. Hace pocos días se viralizó el video de un recolector de basura que bajaba del camión, corría emocionado por la vereda, se tiraba en la pelopincho del barrio que limpiaba y volvía a subirse en medio de una carcajada.
Si hubiera pasado por el barrio de Carmen no se podría haber dado el gusto.
¿Por qué seguir soportando esto?
Las palabras de Nicole, Angélica o Carmen llaman la atención en otro punto. Son todas mujeres. “La división de tareas en el interior de los hogares asigna un rol fundamental a las mujeres como responsables de la gestión del hogar y el cuidado de la familia. La feminización en el acceso a la energía depende de los trabajos que se realizan en los hogares y la manera en que se resuelven” dicen María Eugenia Castelao Caruana y Florencia Magdalena Méndez en su investigación La pobreza energética desde una perspectiva de género en hogares urbanos. El impacto sobre quienes realizan el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado es todavía mayor.
Pero también es cierto que son las mujeres, como Nicole y Carmen que son parte de la Asamblea Permanente de Guernica, quienes se ponen al frente de las luchas por una vivienda digna, las obras en los barrios y cada reclamo por las condiciones de vida.
Como decíamos al principio, la ola de calor y la pandemia muestran cómo el capitalismo destruye al planeta y a quienes lo habitamos. Hasta el absurdo de que los servicios básicos de la población siguen siendo un negocio en manos de empresas privatizadas. Millones son obligados a vivir en condiciones de tal precariedad que son empujados a la enfermedad y hasta la muerte. Son verdaderos crímenes sociales.
Esa irracionalidad no se banca más. Para enfrentar la crisis climática, cambiar la matriz energética y resolver el acceso a los servicios, hay que tomar el ejemplo de las movilizaciones en Chubut, Mendoza y Mar del Plata. De las protestas contra las privatizadas y las peleas por tierra y vivienda. Si unimos la fuerza de la clase trabajadora que hace funcionar el mundo, el pueblo pobre y la juventud podemos evitar la barbarie capitalista. Entre otras cosas, reestatizando las empresas de servicios para que sean gestionados por sus trabajadoras y trabajadores, junto a los usuarios populares.
Lucho Aguilar
Nacido en Entre Ríos en 1975. Es periodista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Editor general de la sección Mundo Obrero de La Izquierda Diario.