El factor Cristina en la configuración del escenario político-electoral: una salida a la cancha proponiendo la división de la política en dos campos. Javier Milei y los `90, o un enemigo para mi relato. El malmenorismo que corre los límites hacia la naturalización de la pobreza y el FMI.

Fernando Scolnik @FernandoScolnik
Miércoles 3 de mayo de 2023 23:09

La expectativa por sus palabras había ido creciendo. Ya no se trataba solamente de esperar sus eventuales definiciones sobre candidaturas para dar una señal hacia un espacio político aún desordenado, sino que, cuando le tocara hablar, el escenario ya sería otro y mucho más complejo. Ese jueves el país se sentía, otra vez, al borde del abismo. Las portadas de los diarios, los graphs de televisión, las radios, hablaban de un solo tema: la corrida cambiaria número mil, el precio del dólar blue y la inflación.
En ese contexto, la tarea sería doblemente difícil. Cristina Kirchner, en el Teatro Argentino de La Plata, debería encarar el desafío de intentar ofrecer respuestas que convenzan ante una crisis profunda y, simultáneamente, buscar dar moral -en la previa de la disputa electoral- a una base suya decepcionada por el fracaso de estos ya casi cuatro años de Gobierno del Frente de Todos.
Lectora atenta de los desarrollos teóricos de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, la vicepresidenta apeló nuevamente -para intentar salir de esa encerrona- al recurso de la dicotomización del campo político, buscando establecer un antagonismo que parta en dos el debate público, entre un ellos que comprendería a toda la actual oposición de derecha alineada con las políticas de los años 90 y un {nosotros} para el cual llamó a discutir un programa con un rol preponderante del Estado dirigiendo al mercado capitalista, visto por ella como “el modo de producción de bienes y servicios más eficiente”. {{No es la única que plantea al día de hoy su política electoral en términos de dicotomización y antagonismo: queriendo romper la grieta que predominó en buena medida en los últimos años en la política argentina, Javier Milei busca dividir la discusión entre él y “la casta”.}} Desde el punto de vista de la pequeña política electoral, la novedad del discurso de la vicepresidenta -como [ya se analizó->https://www.laizquierdadiario.com/Un-operativo-clamor-llamado-mal-menor] en este diario- estuvo dada por la intención de subir al ring de la polarización al candidato “libertario”, construido como enemigo principal del discurso. Ese movimiento busca delimitar a su propia base electoral sobre la cual el referente de {La Libertad Avanza} estaría avanzando al menos en parte, y a su vez dividir a los competidores electorales del peronismo, intentando que no despunte de las PASO un ganador claro, para que quede abierta la esperanza hacia los comicios de octubre y un probable balotaje, para el cual un candidato de ultraderecha sería un enemigo perfecto. De ahí a que eso resulte bien, es otro tema. En otro plano, sin embargo, {{la dicotomización del espacio político así planteada actúa como un factor para correr el debate público hacia la naturalización y aceptación del estado de cosas actual}}, por la vía de realizar una campaña del miedo ante algo peor que pueda venir. Si por un lado el crecimiento de Javier Milei es proporcional a la magnitud y duración de una crisis económica y de representación política que se extiende y se profundiza desde hace años -atravesando gobiernos de distinto signo político-, por otro lado ese crecimiento es utilizado políticamente por la vicepresidenta. A las soluciones radicales -y demagógicas- que propone Milei, como la dolarización, le corresponde en espejo una campaña del {malmenor} para evitar la catástrofe. En esa operación discursiva, el rechazo a las políticas de los años
90 cobró más relevancia que nunca en la alocución de Cristina Kirchner. Emparentando a Milei (no sin motivos) con Domingo Cavallo, a la dolarización con la Convertibilidad, y recordando los roles y los cargos de candidatos como Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich en aquellos años, la vicepresidenta postuló que ahora “estamos todos discutiendo lo que fracasó hace 20 años. La bomba explotó en la cara de 40 millones de argentinos”.
En ese “ellos y nosotros” de los años `90, sin embargo, opera la construcción de un relato histórico recortado a medida. No nos referimos -solamente- al comprobado pero barrido abajo de la alfombra apoyo de Néstor y Cristina Kirchner al menemismo de los primeros años -sin ir más lejos, un hombre clave de su espacio como Oscar Parrilli fue el miembro informante del proyecto de privatización de YPF- sino también al trato diferencial que recibe ante ese tribunal acusatorio el actual ministro de Economía y posible candidato, Sergio Massa, o “Sergio” a secas, como es llamado amistosamente ahora en los discursos de la vicepresidenta. Si hay menemistas en nuestro espacio, que no se note. La trayectoria del dirigente de Tigre, quien por esos años pasaba de la Ucedé de Alvaro Alsogaray al menemismo (para luego pasar por otros espacios en las siguientes dos décadas), no es muy distinta tampoco de la de otros referentes del Frente de Todos como Alberto Fernández, Daniel Scioli y una larguísima lista. Menemistas hay de sobra.
Por supuesto, no se trata de un problema del pasado. La apelación al recuerdo colectivo de la catástrofe que terminó en el 2001 y la asociación de la misma con las distintas variantes de la actual oposición de derecha es la vía para buscar aquella división dicotómica del espacio político en la cual solo cabría alinearse con el peronismo para evitar el regreso de aquellos males. En ese marco, a falta de motivos para entusiasmar con un Frente de Todos que ya fracasó -en su versión albertista o en su versión massista, siempre con apoyo de hecho de Cristina- derrotar a la derecha actúa como un significante vacío para intentar cerrar filas lo más ampliamente posible.
Sin embargo, esta versión 2023 del malmenor implica crecientemente un giro a la derecha. Si alguna vez esos mecanismos operaron como ilusión, lo cierto es que ahora se venden como una cierta defensa del statu quo oficialista apenas edulcorada, que consiste en postularse como mejores administradores del régimen del FMI, pero sin nunca cuestionar su núcleo esencial, que es la legitimación del mecanismo ilegítimo e ilegal de saqueo y dependencia, ni el control del capital (en buena medida extranjero) sobre todos los resortes estratégicos de la economía. Los resultados están a la vista, con un 40 % de pobreza, ingresos populares cada vez más deteriorados y un horizonte oscurecido por vencimientos impagables de deuda. El postulado de Cristina Kirchner respecto de una economía capitalista con más peso en su dirección por parte del Estado como vía progresiva luce como una orientación cada vez más vacía e ilusoria después de décadas de neoliberalismo y especialmente luego de los saltos en la subordinación al FMI de los últimos años. El ajuste massista en curso que apoya Cristina es incluso un permanente achicamiento del Estado que contradice aquellos postulados. Más aún: la economía se dirige cada vez menos soberanamente y cada tres meses hay que ir a rendir examen a Estados Unidos.
En la previa de la contienda electoral nacional -en simultáneo también con muchas elecciones adelantadas en las provincias-, y en un contexto de crisis aguda de reservas del Banco Central que tiene siempre al país al borde de un ataque de nervios, el debate sobre cómo enfrentar a la derecha no puede volver a basarse -otra vez- en la repetida tragedia del malmenor.
Desde la Alianza de Fernando de la Rúa y Chacho Álvarez para superar al menemismo, o el Frente de Todos para enterrar al macrismo, la experiencia histórica demuestra -de sobra- que esas lógicas posibilistas no solo han llevado que a 40 años del fin de la dictadura se hayan profundizado la decadencia, el atraso nacional y la dependencia, sino también que en el plano político está avanzando la derecha, aunque -como insistimos siempre- aún no han conquistado relaciones de fuerzas para aplicar sus programas. Para ese avance, no menor es la contribución de los dirigentes sindicales del peronismo que con su pasividad cómplice son los mejores amigos de estos rumbos: los largos años que llevamos de ajuste y degradación de las condiciones de vida serían impensables sin ellos. Otra vez: ¿cuándo fue el último paro general?
De lo que se trata es de no repetir la historia como farsa -creyendo optar por un poco más o menos de cara mala ante el FMI para terminar siempre peor que antes-, sino de construir una alternativa por izquierda, anticapitalista y basada en la lucha de clases. Porque lo que hay -y lo que viene- de la mano del FMI y de un capitalismo en crisis, es solo barbarie.
Te puede interesar: Se agrava la crisis: contra el ajuste de los capitalistas y sus partidos, la clase trabajadora necesita pelear por otra salida
Te puede interesar: Se agrava la crisis: contra el ajuste de los capitalistas y sus partidos, la clase trabajadora necesita pelear por otra salida

Fernando Scolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.