El sábado pasado la policía del Gobierno “más progresista de la historia” reprimió brutalmente y detuvo a un grupo de jóvenes “por su estética” tal y como han denunciado testigos del hecho que colgaron las imágenes en Twitter.
Miércoles 10 de febrero de 2021
Los videos hablan por sí solos. La policía apalea, arresta e identifica a jóvenes que se encontraban pasando el rato tranquilamente. Las imágenes son cuanto menos brutales y los testimonios siguen la misma línea. La policía además amenazó con denunciar a quienes filtrasen los videos de sus fechorías.
Es imprescindible unir este hecho a las movilizaciones por la condena de Pablo Hasél, convocadas en Madrid y todo el Estado, quien en sus versos denuncia a una Casa Real que con el paso de los años ha acumulado escándalos de corrupción, cuyas consecuencias han podido evadir bien por su inmunidad como reyes, bien por huidas a tiempo.
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El trabajo que ha hecho la policía en este caso es de hostigamiento y castigo. Un acoso y derribo que no ha impedido que se centenares de personas se manifestaran no solo en defensa de Pablo Hasél, sino también denunciando una justicia que solo protege los intereses de la clase dominante… y a la policía como garante de que esa justicia se imparta en las calles.
Esta brutal agresión vuelve a poner sobre la mesa la necesidad de disolver la policía tal y como planteaban sectores del movimiento Black Lives Matters en Estados Unidos ante el asesinato racista de George Floyd.
Sin embargo, increíblemente todavía una parte de la izquierda -incluso parte de la que se define como anticapitalista- defiende las huelgas policiales y la sindicalización de cuerpos militarizados como la Guardia Civil. Incluso los grandes sindicatos de CCOO y UGT admiten policías en su seno como si fueran parte de la clase trabajadora. Pero ¿cómo pueden aquellos que reprimen y apalean a la clase trabajadora pertenecer a la misma?
Todo lo contrario. Los integrantes de las fuerzas represivas no son parte de la producción capitalista, pero si son garantes de que el sistema de explotación en el que se sustenta pueda seguir reproduciéndose. Engels define el Estado burgués como “un grupo de hombres armados”, cuyos pilares fundamentales son las cárceles, la Policía, el Ejército y el resto de instituciones represivas. La función social de estas instituciones no es otra que proteger los intereses de las clases explotadoras frente a las clases explotadas.
Así, la policía tal cual la conocemos hoy se desarrolla en el seno del moderno estado burgués como uno de los medios fundamentales de represión y de manutención del orden. En toda Europa se crearon a lo largo del siglo XIX cuerpos represivos estatales encargados de mantener el orden de propiedad privada imperante, haciendo frente a los movimientos de trabajadores. Un orden tremendamente desigual.
Por tanto, más allá de la propaganda que trata de vender que nos protegen, la principal función de la policía no es otra que la de reprimir los cuestionamientos al régimen y orden establecidos, movimientos de la clase trabajadora, o en general, cualquier movilización que pueda atentar contra los intereses privados de la minoría.
Por eso la solución a la represión policial no es sindicalizarla, dotándola de herramientas que pueden usar contra legislaciones que pudiesen controlar sus acciones. La historia habla por sí sola. En Estados Unidos 180.000 policías se encuentran sindicalizados; el mismo país que se ha caracterizado por la brutalidad de la represión policial y la fuerte respuesta que ha dado la clase trabajadora y la población negra.
Los sindicatos policiales han funcionado en muchas ocasiones como puntos de presión en contra de legislaciones que afectarían a su poder de acción. De hecho, su poder se apoya en la inmunidad calificada que les dan los convenios colectivos, que les permiten incluso en procesos judiciales, acceder a los testimonios de víctimas, y en general, toda clase de archivística. Los sindicatos policiales se han ocupado de expandir el miedo al caos, posicionándose como un grupo cohesionado que es supuestamente capaz de mantener el orden. El orden que la burguesía liberal desea, el orden que lleva, irremediablemente, a la rebelión contra quienes oprimen a la clase trabajadora.
La solución a esta problemática se presenta complicada, pero no puede ser otra que la disolución de la policía y el conjunto del aparato represivo. Marx da testimonio de lo sucedido en la Comuna de París tras la supresión de la policía, cuando los obreros de París fueron quienes se ocuparon de los asuntos que les afectaban:
“Ya no había cadáveres en el depósito, ni asaltos nocturnos, ni apenas hurtos; por primera vez desde los días de febrero de 1848, se podía transitar seguro por las calles de París, y eso que no había policía de ninguna clase.
“Ya no se oye hablar” —decía un miembro de la Comuna— “de asesinatos, robos y atracos; diríase que la policía se ha llevado consigo a Versalles a todos sus amigos conservadores”.