Diversos ataques y prohibiciones por parte de las autoridades universitarias a actos y charlas organizados por los estudiantes y otros sectores empiezan a marcar una tendencia a la represión a la actividad crítica en las universidades. ¡Que el movimiento estudiantil reivindique y recupere su tradición de lucha y rebeldía!
Lucía Nistal @Lucia_Nistal
Martes 29 de noviembre de 2022
Este martes 29 de noviembre una estudiante de la Universidad Complutense era llamada a declarar ante la inspección universitaria, bajo amenaza de expulsión. ¿El delito? Haber participado en un pasaclases anunciando una charla - “Maricones y Comunistas, lucha de clases y lucha LGTB”- y haber seguido adelante con la celebración de dicha charla, junto a decenas de estudiantes, a pesar de que decanato trató de prohibirla enviándoles un correo -una hora antes del acto- que cancelaba la reserva del aula excusándose con trabas burocráticas varias. Aunque la universidad prefiere emplear estos términos: “cometer faltas de respeto a una profesora”, “interrumpir el normal funcionamiento de una clase” y “ocupar un aula para dar una charla política”.
Qué universidad más terrible nos está quedando… No soy yo muy de idealizar pasados mejores y, de hecho, la universidad pública nunca ha llegado a ser ese espacio del pensamiento crítico y el intercambio al servicio de los grandes retos de los tiempos y de la transformación social que, al menos a mí, me gustaría que fuera. Y cómo iba a serlo, en los marcos de este capitalismo que todo lo devora. Pero es que desde hace un tiempo parece encaminarse cuesta abajo hacia ese modelo de universidad-empresa libre de toda crítica y autoorganización estudiantil que el Banco Santander y Repsol quieren que sea, por citar una de las empresas y uno de los bancos que participan hasta en los órganos de dirección de las universidades públicas.
No me refiero aquí a casos individuales, adelanto para posibles ofendidos -aunque algunos se empeñen en jugar un papel destacado en el desmontaje de la universidad y el recio control de los estudiantes, aquellos privilegiados que podríamos llamar casta universitaria-. De hecho, conozco a muchos investigadores y profesores críticos que navegan contracorriente, a menudo los más precarios. Me refiero a la deriva institucional, la legislación que la regula y las autoridades que la ejecutan con más frenesí y a menudo participan en su elaboración.
La ley mordaza universitaria de Castells (Ley de Convivencia Universitaria), aprobada ahora hace un año, es un claro ejemplo de avance en este sentido. Permite, entre otras cosas, que se sancione al estudiantado por todo aquello que “interrumpa el normal funcionamiento de la universidad”. ¿Cómo un pasaclases? O como un escrache a la extrema derecha, como ya ocurrió este febrero. Una ley, por cierto, que el Ministro de Unidas Podemos propuso a la vez que la Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU), que refuerza la figura del rector y la estructura antidemocrática que rige las universidades mientras abre aún más la puerta a las empresas. Aunque el proceso de neoliberalización de la universidad lleva ya dos décadas, LOU de Aznar y Plan Bolonia mediante.
Volviendo al tema con el que abría esta columna: ¿Cómo puede ser que se dificulte o imposibilite la celebración de charlas por parte de organizaciones estudiantiles, como el caso que han denunciado las compañeras de Pan y Rosas? ¿Cómo puede ser que tengan que un grupo de estudiantes que quieren debatir colectivamente tengan pasar por los 12 trabajos de Hércules y todo tipo de controles tan solo para reservar un aula? Y que les prohíban poner carteles y pancartas, mientras la universidad está repleta de publicidad de empresas y de carteles de la Iglesia “ven a rezar el rosario con nosotros”, literalmente, y que llamen a la policía para evitar que se agrupen en el césped, y que les amenacen con expulsarles de la universidad por hacer un pasaclases…
Otro caso. El 6 de octubre, estudiantes de la UAB protestaron contra la presencia de la extrema derecha en la universidad. La organización españolista y neoliberal S’ha Acabat, relacionada con PP, C’s y, sobre todo, VOX, había sido invitada a participar en la feria de asociaciones, y las estudiantes decidieron concentrarse alrededor del stand que se les había asignado para protestar por la presencia de la extrema derecha en la universidad, concentración a la que se sumaron profesores indignados. ¿La respuesta de la universidad? Llamar a los Mossos d’Esquadra. ¿Es que acaso se castiga el hecho de plantarse frente a la extrema derecha?
Por cierto, que eso de que la policía no entraba en los campus hace tiempo que dejó de ser norma. Algunas no olvidamos aquel 25 de abril de 2013, en plena lucha contra la reforma universitaria neoliberal conocida como “el plan Bolonia”, cuando el Rector de la UCM, José Carrillo, llamó a la policía para intervenir en el campus de Somosaguas y detuvo a once estudiantes que participaban en el encierro. La policía en la universidad, una estampa que hemos visto a menudo tras la vuelta a la presencialidad en el covid, echando a todo aquel que osara quedarse en el césped intercambiando después de clase. De casa a clase y de clase a casa. De casa al trabajo y del trabajo a casa.
Otro caso. La Universidad de Sevilla manda a personal de “seguridad” a evitar que tenga lugar una peligrosa mesa redonda sobre los efectos nocivos del extractivismo minero, esta vez organizada por Catedráticos de la misma Universidad. Incomprensible. ¿No habrían entregado todos los formularios necesarios por duplicado?
La nueva decana de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Sevilla ha mandado a los guardias de seguridad a suspender una mesa redonda sobre los efectos nocivos del extractivismo minero, organizada por Catedráticos de la misma Universidad. Olona sí pudo, ellos no pic.twitter.com/xoBlGlxRZl
— José Vega de los Reyes (@VegadelosReyes) October 21, 2022
Por cierto, en esa universidad, Macarena Olona sí que pudo dar una conferencia poco antes. Igual que la dio en la Universidad de Granada, este septiembre, aunque para ello se llamó a la policía que cargó contra los estudiantes que protestaban frente a la presencia de la extrema derecha en la universidad.
Los pasaclases, las charlas, las asambleas, las manifestaciones y encierros forman parte de la mejor tradición del movimiento estudiantil. Jóvenes críticas, autoorganizadas, que se han plantado una y otra vez contra reformas, ataques y hasta regímenes que pretendían imponer una sociedad cada vez más injusta y cada vez más callada. El movimiento estudiantil ha jugado un papel fundamental en gran parte de la historia más española. Luchando contra reformas neoliberales de la universidad, sí, pero también exigiendo la caída de la corona. Podemos hablar del referéndum sobre la monarquía que hicimos en las universidades de todo el Estado hace 4 años, pero me refiero a toda una historia de lucha desde finales del siglo XIX contra esa institución caduca y reaccionaria. También desde el movimiento estudiantil se ha luchado contra la dictadura de Primo Rivera y ni debería ser necesario mencionar toda la lucha contra el franquismo que se organizó desde la base de las universidades. Durante la transición también desde las universidades los y las estudiantes lucharon por otra universidad y por otra sociedad.
Otro ejemplo. Pero esta vez de los buenos. En 1956 los estudiantes se organizaron y escribieron un manifiesto que dio el pistoletazo de salida a una lucha, a veces batalla campal, contra el franquismo. Se trata del Manifiesto a los estudiantes de Madrid en el que denunciaban la dificultad de las familias de hacer frente a los precios de la universidad, las residencias estudiantiles y los libros de texto, la falta de opciones tras acabar la carrera, la “perspectiva intelectual mediocre” de la universidad y una brecha insalvable: “Existe un hondo divorcio entre la Universidad teórica, según la versión oficial, y la Universidad real formada por los estudiantes de carne y hueso, hombres de aquí y de ahora con sus circunstancias, opiniones y deseos”. Un movimiento estudiantil que no dio tregua en los siguientes años. Pero, si fuera por los decanos actuales, los estudiantes no tendrían que haber luchado contra el franquismo, no fuera cosa que se violara algún estatuto de disciplina en las aulas universitarias.
Otro ejemplo. Esta vez nos vamos más lejos, en el tiempo y el espacio, que es importante recuperar el hilo rojo de la historia. En 1918 el movimiento estudiantil de la provincia de Córdoba, Argentina, se puso en pie. Quería una universidad que rompiera con la tradición colonial y que dejara de estar alejada de la realidad social. Llevaron a cabo protestas y huelgas que se extendieron por todo el país. Cuando desde las instituciones trataban de desviar la lucha, o de reprimirla, los estudiantes radicalizaban sus métodos, haciendo encierros y continuando con sus exigencias frente a viento y marea, hasta conseguir imponer una reforma universitaria integral.
Merece la pena leer el Manifiesto de la Federación Universitaria de Córdoba, en el que enmarcan su lucha con la de los oprimidos “la juventud universitaria no puede ser indiferente ni permanecer extraña a las reivindicaciones de los oprimidos ni a las demandas que soportan tiranías y ansían la emancipación” y donde impugnan la universidad de la autoridad, en pro de una universidad democrática del conocimiento:
"Nuestro régimen universitario -aún el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie del derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de Autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios, no solo puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la substancia misma de los estudios. La autoridad en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: Enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden."
Se llevarían las manos a la cabeza las autoridades universitarias de hoy ante un texto como este. Si ya se llevan las manos a la cabeza cada vez que los estudiantes se organizan para protestar contra la extrema derecha, cuando se niegan a aceptar que les prohíban charlas de temática LGTBI mientras crece el machismo -en las residencias religiosas de la universidad complutense, por ejemplo- y las agresiones lgtbifóbicas… Aunque probablemente lo que más les preocupe es que estas mismas agrupaciones son conocidas por denunciar el sistema antidemocrático que rige la universidad, su ligazón con grandes empresas y la banca, y las reformas de Castells que ahora les quieren aplicar.
Si las estudiantes obedecieran la legislación restrictiva y cada uno de sus estatutos, aceptaran todas las prohibiciones y agacharan la cabeza ante la persecución por organizarse y protestar, no habrían podido construir movilizaciones, encierros y protestas como las que pusieron su parte en acabar con el franquismo, como aquellas que desafiaron a la monarquía, al continuismo con el régimen franquista durante la transición.
Si hubieran agachado la cabeza ante la amenaza de sanciones, no se hubieran puesto de pie los estudiantes ante cada ley injusta, ante cada ataque a las clases populares. En estos tiempos de militarismo, crecimiento de la extrema derecha y falta de una alternativa dispuesta a desafiarlos, necesitamos una juventud y un movimiento estudiantil más rebelde, más crítico y más fuerte. Un movimiento estudiantil que reclame el supremo derecho a rebelarse. Y necesitamos, también, otra universidad, que lo fomente y acompañe, en lugar de reprimirlo.
Lucía Nistal
Madrileña, nacida en 1989. Teórica literaria y comparatista, profesora en la Universidad Autónoma de Madrid. Milita en Pan y Rosas y en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT).