Todos los años desde 1941, el 2 de septiembre se celebra el “Día de la Industria Nacional” recordando el primer intercambio desde el Virreinato del Río de la Plata con el Imperio del Brasil.
Miércoles 2 de septiembre de 2020
El 2 de septiembre de 1587 partió desde el fondeadero del Riachuelo, que actuaba como puerto de Buenos Aires, la carabela San Antonio, fletada por el obispo de Tucumán Francisco de Victoria. Llevaba mercaderías manufacturadas y materias primas llegadas desde la Gobernación de Tucumán, así como también varios kilos de plata de contrabando cuyo comercio estaba terminantemente prohibido por la corona. Por esta plata recibió en pago un cargamento de esclavos. Este fue el primer libre intercambio del Río de la Plata el cual tuvo como protagonistas el contrabando ilegal y la esclavitud; y ese día de septiembre sería el elegido para “celebrar” el día de la Industria en nuestro país desde 1941 cuando el presidente era Ramón Antonio Castillo.
El obispo mercader
Francisco de Victoria, el primer obispo destinado a la diócesis de Tucumán, hizo de la apropiación de lo producido por manos explotadas y su posterior intercambio, su vocación.
Habría nacido en Portugal y vivido su infancia en España, luego se trasladó al Perú en busca de fortuna donde se desempeñó como comerciante. Al no tener éxito en sus negocios, aunque le dieron vastos contactos comerciales que le servirían en su futuro, ingresó en la orden de predicadores donde se ordenó como fraile dominico.
No tardó en ser reconocido. Lo enviaron a Madrid y luego a Roma donde fue nombrado representante legal ante la curia romana. Ya en ese puesto y con poderosas amistades a ambos lados del océano, consiguió que el rey Felipe II lo presentara como candidato a obispo de la Diócesis de Tucumán. El papa Gregorio XIII lo consagra obispo en 1578.
En 1579 volvió al Perú y recién en 1582 se trasladó finalmente a Santiago del Estero donde estaba la sede de la diócesis. Desde ahí dedicó gran parte del tiempo a actividades comerciales con mercaderías exigidas a la congregación o producidas por indígenas entregados en encomienda. También pedía limosnas para construir iglesias y cobraba diezmos. Todo esto era destinado a las arcas particulares del obispo.
Con una fortuna constituida, Francisco de Victoria viajó al sínodo de Lima en 1584. Desde allí envía su renuncia al rey Felipe II, con intención de dedicarse estrictamente al comercio.
En 1585 envió otra vez su renuncia y se trasladó a Buenos Aires con una caravana de carretas cargadas de mercaderías provenientes de la Gobernación de Tucumán, que comprendía lo que hoy son las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y Córdoba, más los actuales departamentos bolivianos de Tarija y el extremo sur del de Potosí. Desde allí partió hacia Brasil la carabela San Antonio con la mercadería junto al tesorero de la iglesia, un sirviente personal de Francisco y varios kilos de plata de contrabando.
Llegaron a intercambiar en Brasil sus productos por oro y un contingente de entre 60 y 90 esclavos negros. Pero en enero 1587 cuando la nave volvía a Buenos Aires fue interceptada, cerca de la costa, por 3 barcos piratas ingleses, quienes se apoderaron del cargamento y una parte de los esclavos, dejándolos en la costa patagónica desde donde volvieron a pie a Buenos Aires. Este fue el primer ingreso legal de esclavos a la Argentina, quienes luego fueron vendidos para trabajar en las minas de Potosí.
Al volver a Tucumán, el obispo se hizo con una gran cantidad de indígenas en encomienda, quienes manufacturaron productos textiles y materias primas que sirvieron para llenar las bodegas de la nave para emprender un segundo viaje el 2 de septiembre de 1587, día que se recuerda como el día de la industria nacional. Pero ese viaje no tuvo buen destino pues naufragó a los 3 días de su partida encallando en la costa de la banda oriental donde la nave fue saqueada.
En 1589 salió un tercer viaje que llegó a destino y volvió cargado con esclavos, que representaron una ganancia de entre 6000 y 7000 pesos plata para el obispo cuando fueron vendidos en Buenos Aires y Córdoba. Como siempre la explotación financia la explotación, en un ciclo donde los únicos ganadores son los explotadores.
Recién en 1591 se registra la renuncia de Francisco de Victoria a la diócesis de Tucumán. Se trasladó a España con su fortuna donde se recluyó en un convento hasta su muerte en 1592.
La encomienda de ayer, la precarización de hoy
Al subyugar a los pueblos originarios en América, la corona española decidió cobrar un tributo a aquellos que vivieran en las colonias. Los pueblos originarios fueron obligados a pagar con trabajo o en especie. Para asegurar el correcto cobro de los impuestos y para organizar la mano de obra, se introdujo la institución de la encomienda. Esta significaba que un grupo de indígenas eran entregados a un colono, el encomendero, quien tenía la obligación de evangelizarlos. El encomendero recibía como pago por sus servicios a la corona grandes extensiones de tierra que eran trabajadas por los encomendados, cosechando en las haciendas, extrayendo en las minas y realizando otras labores como la manufactura de textiles.
Este mecanismo permitió que algunos españoles se hicieran con grandes grupos de indígenas a los cuales sometieron a trabajos forzados y servidumbre.
La gran mayoría de los productos que despacho Francisco de Victoria en sus viajes eran manufacturados por indígenas encomendados, en lo que hoy componen las provincias del noroeste argentino. Una región, en la que a pesar de que estas instituciones han sido suprimidas, la explotación y la discriminación a los pueblos originarios se extiende hasta el día de hoy. Lugares donde la precariedad alcanza a más del 50% de la población ocupada, estos trabajadores informales perciben ingresos menores al salario mínimo vital y móvil y no tienen accesos a sus derechos laborales básicos. Una zona en donde el trabajo infantil alcanza a más del 13% de los niños entre 5 y 15 años y la desocupación escala al 10%. Estos grupos vulnerables están a merced de los empresarios y grandes terratenientes, quienes lejos de ser “creadores de empleo”como se autodenominan, son los oportunistas que aprovechan estas condiciones para generar mayores ganancias a costa del hambre y la salud de los trabajadores.
Muy poco ha cambiado en la historia. Ayer la encomienda contaba con la bendición de los reyes y la iglesia, que por medio de la fuerza conquistaron y esclavizaron a los pueblos originarios. Hoy la explotación no sería posible si no contara con la complicidad de los gobiernos y las direcciones sindicales, que por medio de maniobras burocráticas y represión -ya sea con las fuerzas públicas o con patotas contratadas-, se encargan de proteger los intereses de patrones explotadores por sobre los derechos básicos de todos los trabajadores.
Todos los 2 de septiembre los gobernantes se sientan a la mesa con los representantes de la clase empresarial para celebrar la explotación de ayer y hoy.