El trotskismo surgió a fines de la década del 20 al interior del movimiento comunista internacional como una alternativa política a la estalinización y burocratización de los partidos comunistas. La dirección oficial de estos consideró al trotskismo como fraccional y ajeno a la tradición leninista.

Vicente Mellado Licenciado en Historia. Universidad de Chile. Magíster © en Ciencias Sociales, mención Sociología de la Modernización. Universidad de Chile
Jueves 19 de mayo de 2016
Vicente Mellado Carrasco. Licenciado en Historia. Universidad de Chile
“Los trotskistas tienen derecho de acusar a los que antes bailaban al son de la comparsa. Que no olviden nunca que los trotskistas tienen, en relación a nosotros, la ventaja inmensa de un sistema político coherente capaz de reemplazar al estalinismo, y al que pueden aferrarse en el profundo sentimiento de soledad de la revolución traicionada. Ellos no ‘confesaban’, porque sabían que sus confesiones no servirían ni al Partido ni al socialismo”
Leopold Trepper. El Gran Juego.
Al momento de la invasión nazi a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en junio de 1941, la Oposición de Izquierda soviética o izquierda comunista trotskista había sido completamente eliminada. Solo quedaron unas centenas de sobrevivientes en los campos de concentración (gulags) de Stalin, aislados de lo que ocurría en el mundo. Por su parte, el máximo dirigente y fundador de la efímera IV Internacional, León Trotsky, fue asesinado un año antes por un agente estalinista en Coyoacán, Ciudad de México.
El nivel de represión y desaparición física a la que fueron sometidos los trotskistas pareciera no tener explicación lógica. Nunca en la historia del movimiento obrero y popular una organización revolucionaria había sido perseguida y eliminada masivamente por otra corriente identificada con el socialismo. Ni la socialdemocracia alemana, lugarteniente del empresariado en el movimiento obrero y sindical, realizó semejante plan de exterminio a los comunistas. No obstante, el asesinato de los máximos dirigentes del comunismo alemán, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
Lo extraño y sorprendente es que a pesar de la desaparición de Trotsky y la derrota de los trotskistas, el legado de este quedó vetado para siempre en la URSS, y se convirtió en una pesadilla fantasmal para Stalin y los partidos comunistas. Al parecer, la propuesta trotskista era potente y filosa.
En un artículo anterior sostuvimos que la hostilidad de la izquierda a Trotsky y los trotskistas “(…) reside en una diferencia de estrategias para la consecución de la revolución socialista (…) primero, la actitud de los revolucionarios ante el empresariado nacional y sus partidos; y segundo, la centralidad de la clase trabajadora urbana como sujeto de la revolución socialista”. (http://www.laizquierdadiario.cl/Por-que-la-hostilidad-de-la-izquierda-hacia-Trotsky-y-los-trotskistas?id_rubrique=1201).
La primera diferencia estratégica fue la que separó al estalinismo del trotskismo. La segunda diferencia es la que separó al castro guevarismo de los trotskistas. Respecto a esto último queremos dejar en claro que la definición del sujeto de la revolución implica una concepción determinada de partido revolucionario, de los organismos y métodos de lucha, de la noción de hegemonía, del tipo de Estado socialista a construir, entre múltiples aspectos. En este artículo nos centraremos en el primer aspecto.
En la década del 20, la diferencia estratégica entre el trotskismo y estalinismo no fue percibida con claridad por los dirigentes del movimiento comunista internacional. Tampoco el trotskismo como tal existía como movimiento. Trotsky era parte de un movimiento más amplio, la Oposición de Izquierda del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), constituida en 1923. Al interior de ella existieron gran cantidad de conspicuos dirigentes bolcheviques, algunos de ellos anteriores a la revolución de octubre de 1917, como Karl Radek, Yuri Piatakov, Yevgueni Preobrazhenski, Boris M. Elzin e Iván N. Smirnov, por nombrar algunos. Lo que hizo Stalin fue denunciar como trotskista a cualquiera que criticara la orientación de la dirección oficial.
Incluso, el fundador del Partido Bolchevique, Lenin, decidió sacar a Stalin de la dirección del partido por problemas políticos similares. La apertura gradual de los archivos soviéticos desde la década del 60 ha permitido a investigadores de distintos pensamientos políticos defender dicha afirmación con gran rigor empírico (ver: Orlando Figes, La Revolución Rusa. La tragedia de un pueblo, pp. 862-878; Moshe Lewin, El último combate de Lenin).
No obstante, el concepto trotskismo se utilizó como un término peyorativo para referirse a aquellos comunistas acusados de “fraccionalismo” y de dividir al partido. Debemos aclarar el concepto de fracción para evitar mal entendidos.
Por fracción se define un ala al interior del partido revolucionario, con su propio análisis de la orientación partidaria, y que dentro de los límites impuestos por el programa tiene el derecho democrático de criticar la actual orientación y cambiar la dirección del partido por otra si es necesario. Las fracciones fueron parte integral de la historia del socialismo ruso. Incluso dentro de las filas bolcheviques. Para que decir al interior del comunismo internacional. La existencia de grupos de opinión, tendencias y fracciones fue algo común. Resultado histórico de la tremenda experiencia vivida por cientos de miles de militantes involucrados en diferentes procesos revolucionarios.
Lo oculto detrás de esta acusación de fraccionalismo y divisionismo, fue una manera de eludir el problema estratégico fundamental que atravesó al PCUS y la Internacional Comunista (IC) en ese momento histórico: ¿Cuál es la actitud de los comunistas en los países capitalistas frente a los empresarios nacionales y sus partidos políticos? ¿Cuál debe ser la relación del Estado obrero con los propietarios rurales medios (kulaks) al interior de la URSS? Estas preguntas no fueron un mero capricho. Eran clave para el destino de la URSS y del triunfo de la revolución socialista internacional.
Para hacer del trotskismo un cáncer que había que extirpar del partido, la dirección oficial del PCUS, de manera audaz, se apoyó en la resolución de su X Congreso de 1921. En este se decidió, de manera excepcional, suprimir la existencia de fracciones. Resolución que Trotsky y Lenin habían aceptado en vista de la situación de catástrofe económica que existía en la URSS. Más allá de si fue un error de ambos estrategas, fue considerada la única solución para llevar a cabo la tan ansiada Nueva Política Económica (NEP). Política urgente para levantar la alicaída economía soviética. El problema reside en que cuando la economía soviética dio señales de recuperación y las ciudades comenzaron a recuperar la vida urbana, se hizo urgente enfrentar los problemas políticos derivados de la burocratización del partido. Eso exigió una democratización interna. Y no podía ser de otra manera que cambiando la actual dirección del partido. Por esto, la dirección estalinista tildó de fraccionalismo, y por ende de anti leninismo, el programa propuesto por la Oposición de Izquierda en 1923.
El supuesto fraccionalismo y divisionismo de los trotskistas
Desde mediados de la década del 20, la dirección estalinista del PCUS impuso como línea política en la IC, que el trotskismo era una desviación ultraizquierdista del leninismo y buscaba destruir la unidad del partido mundial de la revolución. Sin embargo, hubo dirigentes comunistas que no compartieron las supuestas denuncias a Trotsky de querer destruir el PCUS y la IC. Partimos de la premisa que Trotsky gozaba de un prestigio internacional: arquitecto del Ejército Rojo, organizador de la insurrección de Petrogrado, ¿Cuál era el fundamento empírico para sostener que quería destruir el partido soviético y la IC?
Trotsky, desde fines de 1923, con la publicación del Nuevo Curso, puso en el centro del debate el problema de la burocratización del partido soviético, la falta de democracia interna y el problema de la planificación económica. Luego, en septiembre de 1924 publicó Lecciones de Octubre donde criticó el conservadurismo y la indecisión de la dirección de la IC en los sucesos ocurridos en Alemania en 1923, demostrando que no había aprendido las lecciones políticas de la organización de la insurrección de octubre en 1917. Esto trajo un conflicto evidente con la dirección de ese momento (Stalin, Zinoviev, Kamenev) y la que la sucedió —en 1926-1929—con la dirección Stalin-Bujarin.
La maniobra política de estos últimos fue comunicar a todos los partidos comunistas del mundo que la política de Trotsky y los oposicionistas era un abierto fraccionalismo cuyo objetivo era destruir la unidad del partido soviético. Unidad y disciplina eran una necesidad en un momento en que los jóvenes partidos comunistas del mundo vivieron la represión y persecución de sus propios gobiernos. El ascenso de gobiernos fascistas y conservadores en Europa, la derrota de la revolución china, la formación de gobiernos dictatoriales en América latina, entre otros, fue la situación objetiva que enfrentaron los revolucionarios nacidos de la experiencia de octubre de 1917.
Esa fue la primera gran victoria del estalinismo contra el trotskismo. Convencer a gran parte de los dirigentes comunistas de que había que evitar la discusión de problemas estratégicos candentes con el fin de resguardar la unidad del partido revolucionario. Había que someterse a la unanimidad de la dirección oficial. El argumento de la fracción estalinista era simple. Si el PCUS se quiebra, ¿no se pone en peligro el destino de la revolución mundial y el futuro de los partidos comunistas?
Incluso alguien tan crítico y lúcido como Antonio Gramsci tuvo acuerdo con la política de Stalin en cuanto a ese problema en específico —lo que por ningún motivo lo hace ser estalinista. Su acuerdo y confianza en la tradición leninista del partido fue tal, que sin tener el menor indicio de la catástrofe histórica que se cernía sobre el PCUS —la degeneración burocrática, la colectivización forzosa, los Juicios de Moscú, por nombrar algunos—, afirmó que:
“creemos estar seguros de que la mayoría del Comité Central de la URSS [Stalin-Bujarin] no desea supervencer en esa lucha [contra la Oposición Unificada de Izquierda dirigida por Trotsky, Zinoviev y Kamenev], sino que está dispuesta a evitar medidas excesivas [Por estas frases, el dirigente comunista italiano Palmiro Togliatti, no entregó la carta al Comité Central]. La unidad de nuestro partido hermano de Rusia es necesaria para el desarrollo y el triunfo de las fuerzas revolucionarias mundiales; todo comunista e internacionalista tiene que estar dispuesto a los mayores sacrificios por esa necesidad. Los daños de un error cometido por el partido unido pueden superarse fácilmente; los daños de una escisión o de una prolongada situación de escisión latente pueden ser irreparables y mortales” (Antonio Gramsci, “Carta al Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética”, 14 de octubre de 1926, en Antología de Antonio Gramsci, Siglo XXI. Las cursivas son nuestras).
Creemos que la carta de Gramsci constituye una muestra fehaciente del estado de ánimo de gran parte de la militancia comunista internacional. ¿Qué está ocurriendo en la URSS? ¿No será mejor mantener distancia del problema y que lo resuelvan nuestros camaradas soviéticos? ¿Por qué Trotsky, gran dirigente de la revolución de octubre está en conflicto con la mayoría del Comité Central del PCUS? ¿Es sustancial y necesaria dicha crítica de Trotsky y los oposicionistas a la dirección del PCUS teniendo en cuenta la difícil situación política que atraviesan los partidos comunistas y la URSS? ¿No será un capricho “ultraizquierdista”? ¿No le estarán haciendo un favor a las potencias imperialistas que han aprovechado el conflicto para comunicar a los trabajadores del mundo entero que la URSS y el PCUS están en crisis?
Al igual que otras cartas de Gramsci al respecto (ver, Gramsci, Antonio, “Carta a Togliatti, Terracini y Otros”, [Viena, 9-II-1924; 2000 1 665-677], en Antología, siglo XXI, 1974, pp. 137-138), no se denunció la existencia de fracciones en el movimiento comunista internacional. Al contrario, el marxista italiano reconoció su existencia como algo inherente a un partido revolucionario. El problema de fondo era la unidad del partido soviético en vista de la adversa y compleja situación mundial.
Téngase en consideración que en la década del 20, la plataforma de la Oposición de Izquierda era muy poco conocida en la militancia comunista internacional debido a la censura que sufrió por el estalinismo. ¡¡Muchos de los futuros trotskistas como James Patrick Cannon, dirigente y delegado del PC de Estados Unidos (EEUU) en la IC, solo conocieron y comprendieron que estaba pasando en rigor en el PCUS cuando se le filtró por error una copia de la “Crítica al Programa de la Internacional Comunista” (1928), escrito por León Trotsky en el exilio!! (James P. Cannon, Historia del trotskismo americano, por Izquierda Revolucionaria, p. 36).
Por otro lado, Gramsci temía otro quiebre en el movimiento obrero internacional. La experiencia de octubre de 1917 dejó grandes secuelas en el socialismo internacional, en particular el movimiento italiano: un movimiento obrero dividido en socialistas y comunistas, con divisiones al interior de estos últimos. Gramsci quería evitar otro quiebre como el del Congreso del Partido Socialista de Italia en Livorno, enero de 1921. ¿A caso el quiebre del socialismo italiano y el ultraizquierdismo inicial de los comunistas —del cual fue parte el mismo Gramsci— no había favorecido el ascenso del fascismo? Eran las preguntas y temores del comunista itálico.
A esto se debe agregar la falta de información de lo que ocurría en la URSS, la confusión en la militancia internacional y su lealtad y confianza en la autoridad de la dirección del PCUS. Por último, la dirección oficial del partido soviético controlaba todo el aparato mediático, la prensa, las circulares a las células de partido, decretos de orden público, prescripciones, es decir, todo el Estado. Los documentos de la Oposición de Izquierda no salieron de la URSS. Ni si quiera la mente lúcida de Antonio Gramsci tuvo acceso a la totalidad de los documentos de la oposición de izquierda.
Finalmente, unas semanas después de su carta al Comité Central del PCUS, el marxista italiano fue tomado preso por el régimen fascista. Desde ese momento hasta su muerte solo supo descripciones parciales de lo que ocurría en la URSS y en el mundo.
Por su parte, en 1927, Trotsky, Zinoviev, Kamenev y todos los oposicionistas fueron expulsados del PCUS acusados de fraccionalismo y ser enemigos de la URSS. A partir de entonces el trotskismo se convirtió en la personificación del fraccionalismo, del anti bolchevismo, anti leninismo. El VI Congreso de la IC realizado en 1928 confirmó la nueva orientación y la expulsión de todos aquellos que tuvieran desacuerdo con el Programa de la IC, escrito por Bujarin y aprobado por Stalin. El único lugar donde la Oposición logró tener una influencia relativa en sectores de masas fue en la URSS. Fuera de ella fue insignificante.
Conclusión
La denuncia de la dirección estalinista del PCUS al trotskismo como fraccionalismo anti leninista no fue más que una injuria y calumnia para evitar discutir y enfrentar los problemas estratégicos urgentes que atravesaron al bolchevismo y la IC: el problema del Comité Anglo ruso en 1925-1926, la alianza del PC chino con el partido nacionalista burgués Koumintang, la falta de democracia interna en el PCUS, el balance de la derrota del movimiento obrero alemán en octubre de 1923, por nombrar las más importantes.
Y Stalin tuvo razón. Abrir el debate habría significado permitir una crítica directa a su gestión y orientación política. Como no tuvo más argumentos políticos para enfrentar a un estratega del nivel de León Trotsky, no quedó otra alternativa que la calumnia, la injuria y la censura. Se había iniciado la era del estalinismo y la persecución del “trotskismo”.
Cualquier crítica o propuesta programática de cambiar la orientación del movimiento comunista internacional fue acusada de favorecer al imperialismo, la burguesía y sus partidos, es decir, de “trotskismo”. Y esto es uno de los tantos axiomas del estalinismo legados a las organizaciones de izquierda posteriores a la década del 30: criticar a la dirección de un movimiento por su orientación política es estar contra todo el movimiento. Eso es quebrar su unidad. Eso es hacerle el “juego a la derecha”. Parece que esta frase no es muy lejana. En Chile constituye el patrimonio del Partido Comunista y otras corrientes que probablemente ocupen su lugar a medida que este último agudice su decadencia.
Que juzguen los lectores quien es el que le hace el juego a los empresarios, la derecha y el imperialismo.

Vicente Mellado
Licenciado en Historia. Universidad de Chile. Magíster © en Ciencias Sociales, mención Sociología de la Modernización. Universidad de Chile