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Red Internacional
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Opinión. Prepotencia en la fragilidad: ¿quién sostiene a Milei?

Villarruel y "jamoncito". La oposición patronal y el megaDNU: tips para dejar avanzar el ajuste. El peronismo, la CGT y la estrategia de la resignación. La masividad en las calles abre el camino para derrotar a la derecha negacionista y ajustadora.

Viernes 22 de marzo de 2024 21:00

El engaño duró horas; días tal vez. Este jueves, a fuerza de contraposiciones, Victoria Villarruel demolió la ilusión de unidad que había querido instalar Milei tras el rechazo al DNU 70/23 en el Senado. La vicepresidenta objetó casi todo: le faltó pedir la renuncia de Santiago Caputo. La afrenta no terminó ahí. Entre risas, definió al presidente como un “pobre jamoncito”, ubicado entre dos mujeres de carácter fuerte: ella y Karina Milei.

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Más allá de lo anecdótico, Villarruel funciona como Caballo de Troya dentro de las murallas del Poder Ejecutivo. Trafica, con sus formas, esa agenda que Guillermo Francos ansió y no pudo realizar: la conformación de un frente político patronal más amplio, que otorgue mayor solidez al ajuste feroz en curso. Oficia, al mismo tiempo, como vocera real de la “familia militar”, que integra desde siempre.

Sostenido explícitamente por el FMI y el poder económico concentrado, "jamoncito" Milei sufre los avatares de su debilidad político-institucional. En ese contexto, la vicepresidenta opera en concordancia con los deseos de la llamada oposición dialoguista. Esa que ofrece al Gobierno consensuar contenidos cambiando formas. En ese listado debe anotarse al (apenas) confrontativo Lousteau, al más amable Pichetto y al siempre arrastrado De Loredo. Allí radica uno de los avales centrales que tiene Milei. Tras la derrota oficialista en el Senado, esa oposición eligió la moderación. Cuando se abría la posibilidad de rechazar el megaDNU en Diputados, optó por los ruegos al Poder Ejecutivo.

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Los gobernadores colaboran, también, con la gobernabilidad de “jamoncito”. El cordobés Llaryora trabaja su propio pacto y se entrevista con Bullrich aportando a la agenda represiva. El salteño Sáenz se fotografía con el ministro Caputo mientras negocia recursos. Aún, desde la crítica discursiva dura, el peronista Kicillof agrega lo suyo: sumó 400 efectivos de la Bonaerense al operativo de militarización que la ministra de Seguridad despliega en Rosario.

La casta judicial hace su aporte. Pasó febrero, termina marzo y la Corte Suprema sigue sin pronunciarse sobre el megaDNU. Por estas horas, parece entregarse al febril arte de la rosca, pensando en sus intereses y los años por venir.

Toda esa moderación deja avanzar el plan mileísta; le da aire a las medidas autoritarias. Lo ilustra la última decisión oficial: modificar la fórmula jubilatoria por DNU. La oposición, ¿volverá a jugar ese lamentable papel que combina cobardía, subordinación e impotencia?

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La estrategia de la resignación

El peronismo opositor y el kirchnerismo operan como parte de esa labor. Unión por la Patria calentó gargantas gritando contra el Gobierno nacional pero eligió la calma frente a quienes colaboran con él. Tiene lógica: apuestan a la convergencia de cara a 2025 o 2027. Buscan, afanosamente, el retorno de Pichetto, Urtubey o Llaryora. Intentarán una nueva versión -aún más decadente y carnavalesca- de aquel Frente de Todos que convirtió a Alberto Fernández en presidente.

La CGT funciona bajo la misma estrategia. Esta semana se reunió con el embajador de EE.UU., Marc Stanley. El encuentro ocurrió el día que llegaba a la Argentina el titular de la CIA, William J. Burns, para dar aval al Gobierno de Milei. En pocas semanas llegará Laura “dame tu litio” Richardson, titular del Comando Sur. Biden fortalece lazos con la gestión mileísta. El mismo Stanley dijo, hace poco, que “miraba con simpatía” el plan económico.

Las conducciones sindicales renuncian al combate unificado contra el ajuste. Alientan las peleas separadas, por gremio y reclamo. Al hacerlo, dejan aisladas a las múltiples luchas en curso. ¿Por qué la CGT no convoca a un nuevo paro nacional en apoyo a las luchas docentes que vienen teniendo lugar en Tucumán, Neuquén, Santa Fe o Córdoba? ¿Por qué no lo hace en contra de los despidos en GPS-Aerolíneas Argentina, la TV Pública, Anses, Incaa o Acindar? ¿Acaso no constituye motivo el feroz zarpazo que se comete con la nueva movilidad jubilatoria definida por DNU?

Las conducciones sindicales y sociales alimentan un camino que conduce al escepticismo y a la impotencia. Proponen confiar en las instancias del régimen político para frenar a Milei. Prenden velas a la Corte Suprema o hacen números hasta la madrugada con el quórum en Diputados. Actúan como parte de los factores de orden en la situación. Aportan su peso y su poder de movilización a la estabilidad de la gestión libertaria. Al hacerlo, facilitan el avance del ajuste feroz.

Esa ubicación será criticada por el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia este domingo, en el documento que se leerá en Plaza de Mayo. Los organismos de derechos humanos tradicionales -ligados o cercanos al kirchnerismo- se negaron a que esta posición fuera escuchada en un acto común. Allí radica la explicación de porqué habrá nuevamente dos convocatorias. El divisionismo nació, en este caso, del intento de proteger de las críticas a las centrales sindicales burocráticas. Los discursos sobre “la unidad” que prescinden de estas cuestiones nadan en el vacío.

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¿Por qué no estalla?

El temor y la angustia atraviesan a franjas importantes de la población. Temor que, sin duda, debió acrecentarse tras conocerse el terrible ataque que sufrió una compañera de H.I.J.O.S.

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Esa sensación resulta indisociable de la impotencia. La pregunta de ¿por qué no estalla? recorre charlas y pensamientos. La respuesta, en cierta medida, se cifra en lo ya señalado. La primera parálisis corresponde a las dirigencias sindicales y sociales peronistas. A aquellas conducciones que, en campaña, denunciaron “la llegada del fascismo” y hoy intentan negociar con el Gobierno, mientras alientan una salida electoral a cuatro años. Esa estrategia fomenta tanto la resignación como el escepticismo.

En ese escenario, negacionistas y fachos se sienten inclinados a la prepotencia. De allí salen hechos como el repudiable ataque a la compañera o las amenazas que crecen por estas horas. El poder estatal alienta con su violencia discursiva. Y lo seguirá haciendo. Constituye parte de una estrategia comunicacional destinada a consolidar su núcleo político más firme, al tiempo que polariza con “el pasado”. En su esquemático y recortado pensamiento, se apuesta a articular significantes vacíos, asociando la lucha por los derechos humanos al fracaso social y económico que heredó el peronismo.

La estrategia ancla en la realidad. Ese sentido común conservador habita la contradictoria conciencia de franjas de las masas. Después de cuatro años de desastre, a millones les resulta complejo disociar la obra económica peronista de la más que justa pelea contra la impunidad para los genocidas. Aun hoy, tras más de 100 días de ajuste feroz, diversas encuestas sindican a la gestión de Alberto Fernández y Cristina Kirchner como mayor responsable de la malaria actual. Ese sentimiento extendido oficia como el sustento más firme de Milei: una mirada al pasado plagada de decepción, que habilita soportar este presente dramático.

Pero la prepotencia discursiva oficial vende una imagen de fortaleza que no es real. El Gobierno transita un camino plagado de derrotas parlamentarias y sigue siendo una minoría en el Congreso. Nada asegura la aprobación de sus candidatos a la Corte Suprema; el éxito de la nueva ley “minibus”, o el avance de la legislación represiva presentada por Bullrich y Petri usando demagógicamente la crisis narco en Rosario.

Los límites a Milei están, también, más allá del palacio legislativo. Radican en una sociedad que, en parte, aceptó insultos y gritos a cambio de mejorar su economía. Hoy, sin embargo, asiste a un marasmo creciente en cuanto a condiciones de vida. Esa tensión se empieza a desplegar progresivamente. Allí donde el candidato logró votos en cantidad, el presidente en ejercicio empieza a cosechar desconfianza y rechazos. El interior del país ofrece ejemplos de esa dinámica.

La masividad como herramienta para derrotar a la derecha

El protocolo represivo de Bullrich y Milei se convirtió en papel mojado cuando se chocó con la movilización masiva. Ocurrió el 24 de enero, en el marco del paro de la CGT. Repitió el 8 de Marzo, cuando una multitud verde y violeta inundó las calles. Volverá a pasar este domingo 24 de Marzo, cuando volvamos a tomar a las calles a 48 años del golpe genocida. La furia represiva sabe reconocer las relaciones de fuerza.

Esa fuerza es la que es preciso desarrollar y ampliar. Las conducciones sindicales burocráticas y los movimientos sociales peronistas trabajan en la perspectiva opuesta. Apuestan a la movilización contenida y limitada. Lo hacen dentro de una estrategia: desgastar a Milei para retornar por la vía electoral.

Las horas por venir se presentan críticas. Los despidos se anuncian por miles y miles. Los recortes se presentan aun más brutales. Lanzado a complacer al FMI y al gran empresariado, Milei acelera.

Es posible frenarlo y derrotarlo. Ahora, no en dos o cuatro años. La masividad en las calles abre el camino para enfrentar el plan de ajuste salvaje. Pero para vencer es necesario que se despliegue la fuerza social del conjunto de la clase trabajadora. Esa fuerza que apenas asomó la nariz el 24 de enero por los límites que impuso la conducción cegetista. Así y todo, significó un enorme golpe económico a la clase dominante. Hay que imponerles a la CGT y las CTA retomar ese camino en dirección a la huelga general, único método capaz de barrer por completo con la ofensiva ajustadora.

Transitar ese camino obliga a desarrollar ampliamente tanto la autoorganización como la coordinación efectiva desde las bases. En cada lucha que se inicia y en las peleas en curso. En cada lugar de trabajo, en cada barrio y en cada facultad y escuela. Solo una fuerza masiva construida democráticamente desde abajo puede vencer la resistencia de los aparatos burocráticos que intentan e intentarán limitar el movimiento de lucha. Las asambleas barriales -que el PTS-Frente de Izquierda impulsa activamente- son un ejemplo inicial de esa potencialidad. Ampliarlas y fortalecerlas es parte esencial de la enorme batalla a la que estamos ingresando.


Eduardo Castilla

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

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